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Vader en Glasgow: “Mitos, Horror y Devastacion”
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Todavía puedo escuchar el retumbar de los bombos en mis oídos mientras escribo estas líneas. No es para menos: la noche del 22 de abril en Slay, Glasgow, fue un verdadero festín para quienes amamos el metal en todas sus formas más densas y pesadas. Una noche que nos llevó de la mano desde la potencia moderna de Rise of Kronos, pasando por la oscuridad abismal de Skaphos, para finalmente estrellarnos contra la violencia precisa de Vader.

Era imposible no sentir que algo especial estaba por ocurrir desde el mismo momento en que crucé la entrada del local. Slay, con su escenario compacto y su acústica brutal, ofrecía el entorno perfecto para algo que iba a trascender el simple hecho de ver tres bandas. Lo que pasó esa noche fue mucho más grande: fue una celebración cruda y sincera de todo lo que hace del metal extremo un lenguaje universal.

Apenas se apagaron las luces y empezaron a aparecer las primeras figuras sobre el escenario, me llamó la atención algo que no suelo ver en las bandas encargadas de abrir una noche así: un despliegue escénico pensado al detalle. Rise of Kronos no salió simplemente a tocar. Salió a dejar en claro que su lugar en esta gira no era accesorio.

Tres pies de micrófono decorados con símbolos griegos, cada uno cargado de letras y runas que remitían directamente a la temática “Olympic Death Metal” que la banda viene trabajando. Y ahí estaban ellos, Tom Robinson en voz y bajo, Jhonnie Ritter y Hendrik Schmidt en guitarras, y Marco Bechreiner en batería, cada uno enfundado en chalecos negros con el parche de Legio Titanum en la espalda.

Esa imagen sola ya imponía respeto. Pero no era solo estética: la música explotó en el ambiente como un trueno, y desde el primer acorde, el público —aunque no completamente colmado aún— se volcó de lleno en la propuesta.

El set de Rise of Kronos fue un recorrido equilibrado por toda su discografía. Tocaron temas de Council of Prediction y también de Where the Gods Return, combinando brutalidad técnica con momentos más rítmicos que invitaban al headbanging más salvaje. Se notaba que la banda disfrutaba cada minuto en el escenario: Tom interactuaba constantemente con nosotros, provocándonos, agradeciéndonos, alentándonos a participar.

Y para mí, la noche ya tenía un condimento especial extra. Unas horas antes del show, mientras paseaba por uno de los parques de Glasgow, me crucé de pura casualidad con los miembros de Rise of Kronos. No iba a desaprovechar la oportunidad: me acerqué, los saludé y les pregunté, medio en broma y medio en serio, si podrían gestionar un pase de prensa para poder sacar fotos y cubrir el concierto como corresponde, ya que aún no había tenido noticias de Nuclear Blast. Nos reímos, me dijeron que iban a hablar con el tour manager, y pensé que ahí quedaba todo.

Pero no. Al rato, caminando cerca del venue, me los vuelvo a encontrar. Tom me reconoce enseguida, se acerca y me dice: “Está todo arreglado. Estás dentro.” Ese gesto, esa simpleza y camaradería, me acompañaron toda la noche. No sólo iba a ver tres bandas brutales, sino que iba a poder capturar sus mejores momentos desde el mismísimo photo pit.

Después del vendaval de Rise of Kronos, era el turno de una banda que había estado esperando con muchísima expectativa: Skaphos. Como fan declarado de H.P. Lovecraft, saber que su música estaba inspirada en su obra —y también en los mundos submarinos de Verne— me tenía absolutamente intrigado.

Cuando las luces cambiaron, y una bruma artificial empezó a cubrir el escenario, supe que lo que venía no iba a ser simplemente una serie de canciones, sino una experiencia estética total. Y no me equivoqué.

Los miembros de Skaphos aparecieron enfundados en ropajes que parecían sacados de una expedición perdida en algún abismo marino. Huesos de peces, mandíbulas colgantes, detalles que parecían pequeñas reliquias submarinas adornaban sus vestimentas. El corpsepaint, infaltable en su propuesta black metal, estaba trabajado con trazos que recordaban criaturas abisales más que a simples espectros.

Los pies de micrófono estaban decorados con lo que aparentaban ser redes de pesca desgarradas, y en la parte superior de cada uno, una luz tenue, similar a una linterna náutica sumergida en la niebla, completaba la escena. Era como estar frente a una nave hundida, rodeado de restos de otro mundo.

Y la música, claro, estaba a la altura de esa estética. Skaphos entregó un set que osciló entre el black metal más áspero y el death metal más opresivo, generando pasajes de una densidad emocional increíble. Hubo momentos en los que sentí que todo el lugar se sumergía conmigo en una oscuridad absoluta, como si fuéramos arrastrados hacia las profundidades donde habitan los dioses olvidados de Lovecraft.

Temas como “Thooï” y adelantos de su próximo álbum “Cult of Uzura” fueron recibidos con una mezcla de fascinación y violencia por parte del público. Era imposible no dejarse llevar, ya sea cerrando los ojos y perdiéndose en las texturas sonoras, o descargando toda esa energía en un headbanging brutal.

El final de su set fue casi hipnótico. No hubo grandes palabras, no hubo discursos: su despedida fue tan misteriosa y sobria como su presentación. Skaphos bajó del escenario dejándonos a todos con la sensación de haber asistido a un ritual prohibido.

Y entonces, llegó el momento que todos estábamos esperando. Desde el photo pit, sentado junto a otros fotógrafos, podía ver cómo el kit de batería ya prometía destrucción masiva. Vader estaba a punto de salir, y si algo tiene esta banda, es la capacidad de convertir cualquier lugar en un campo de batalla.

Las luces bajaron. Un rugido subió desde el público. Y como una descarga eléctrica, la banda irrumpió en escena disparando sin piedad “This Is the War”. ¡Qué manera de arrancar! Apenas tuvimos tiempo de respirar cuando engancharon con “Lead Us!!!”, dejando claro que no había espacio para la tregua.

Lo de Vader en vivo es otra cosa. No es sólo escuchar canciones: es sentir cada riff como un latigazo, cada golpe de bombo como una explosión que te atraviesa el pecho. Peter, dueño absoluto del escenario, comandaba la masacre con una voz gutural que, a pesar de las décadas, sigue sonando como una bestia primigenia invocada desde las cavernas del tiempo.

Spider y Hal ofrecían una base melódica sólida y afilada, y lo de Michał Andrzejczyk en batería… simplemente una locura. Su pegada es tan precisa y devastadora que uno casi siente que está siendo atropellado por un Panzer, y no exagero.

El repertorio fue un paseo vertiginoso por su carrera: clásicos como “Wings”, “Black to the Blind” y “Dark Age” hicieron temblar hasta los cimientos del Slay. Cada tema era recibido con un frenesí que se traducía en mosh pits, circle pits y crowd surfing constantes.

Uno de los momentos más bizarros —y memorables— de la noche fue cuando uno de los asistentes, ataviado con un clásico kilt escocés (y, evidentemente, siguiendo la tradición de no usar ropa interior), se lanzó a hacer crowd surf. Cuando el personal de seguridad lo atrapó en el aire, con las piernas abiertas, la escena que quedó frente a nosotros fue… bueno, digamos que inolvidable. Risas, gritos y carcajadas no tardaron en recorrer el recinto.

La banda ofreció casi 20 canciones esa noche, entregándose sin reservas, dejando todo en el escenario. No hubo momentos de descanso, no hubo respiro: sólo una descarga brutal de death metal puro, ejecutado con la precisión quirúrgica que caracteriza a Vader desde hace 40 años.

Cuando finalmente las luces se encendieron, y el murmullo del público empezó a mezclarse con las primeras notas de la música de ambiente, me quedé un momento en el lugar, todavía embriagado por todo lo vivido.

Pocas noches ofrecen un recorrido tan amplio y a la vez tan coherente por las diferentes caras del metal extremo: el death metal moderno y mitológico de Rise of Kronos, la oscuridad abismal del black/death de Skaphos, y la devastación clásica y pura de Vader.

Cada banda trajo su mundo, su propuesta auténtica, su firma personal. Y todas, absolutamente todas, lo dejaron todo en el escenario, entregándonos una noche que no vamos a olvidar fácilmente.

Salí de Slay sintiéndome afortunado. No sólo por haber presenciado estos shows, sino también por haber podido capturar algunos de esos momentos con mi cámara, gracias a la generosidad de Rise of Kronos y su equipo. Una noche que no fue sólo una sucesión de recitales: fue una declaración de amor a un género que sigue más vivo y poderoso que nunca.

Keep on headbanging motherfucker!

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Vader en Glasgow: “Mitos, Horror y Devastacion”
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Todavía puedo escuchar el retumbar de los bombos en mis oídos mientras escribo estas líneas. No es para menos: la noche del 22 de abril en Slay, Glasgow, fue un verdadero festín para quienes amamos el metal en todas sus formas más densas y pesadas. Una noche que nos llevó de la mano desde la potencia moderna de Rise of Kronos, pasando por la oscuridad abismal de Skaphos, para finalmente estrellarnos contra la violencia precisa de Vader.

Era imposible no sentir que algo especial estaba por ocurrir desde el mismo momento en que crucé la entrada del local. Slay, con su escenario compacto y su acústica brutal, ofrecía el entorno perfecto para algo que iba a trascender el simple hecho de ver tres bandas. Lo que pasó esa noche fue mucho más grande: fue una celebración cruda y sincera de todo lo que hace del metal extremo un lenguaje universal.

Apenas se apagaron las luces y empezaron a aparecer las primeras figuras sobre el escenario, me llamó la atención algo que no suelo ver en las bandas encargadas de abrir una noche así: un despliegue escénico pensado al detalle. Rise of Kronos no salió simplemente a tocar. Salió a dejar en claro que su lugar en esta gira no era accesorio.

Tres pies de micrófono decorados con símbolos griegos, cada uno cargado de letras y runas que remitían directamente a la temática “Olympic Death Metal” que la banda viene trabajando. Y ahí estaban ellos, Tom Robinson en voz y bajo, Jhonnie Ritter y Hendrik Schmidt en guitarras, y Marco Bechreiner en batería, cada uno enfundado en chalecos negros con el parche de Legio Titanum en la espalda.

Esa imagen sola ya imponía respeto. Pero no era solo estética: la música explotó en el ambiente como un trueno, y desde el primer acorde, el público —aunque no completamente colmado aún— se volcó de lleno en la propuesta.

El set de Rise of Kronos fue un recorrido equilibrado por toda su discografía. Tocaron temas de Council of Prediction y también de Where the Gods Return, combinando brutalidad técnica con momentos más rítmicos que invitaban al headbanging más salvaje. Se notaba que la banda disfrutaba cada minuto en el escenario: Tom interactuaba constantemente con nosotros, provocándonos, agradeciéndonos, alentándonos a participar.

Y para mí, la noche ya tenía un condimento especial extra. Unas horas antes del show, mientras paseaba por uno de los parques de Glasgow, me crucé de pura casualidad con los miembros de Rise of Kronos. No iba a desaprovechar la oportunidad: me acerqué, los saludé y les pregunté, medio en broma y medio en serio, si podrían gestionar un pase de prensa para poder sacar fotos y cubrir el concierto como corresponde, ya que aún no había tenido noticias de Nuclear Blast. Nos reímos, me dijeron que iban a hablar con el tour manager, y pensé que ahí quedaba todo.

Pero no. Al rato, caminando cerca del venue, me los vuelvo a encontrar. Tom me reconoce enseguida, se acerca y me dice: “Está todo arreglado. Estás dentro.” Ese gesto, esa simpleza y camaradería, me acompañaron toda la noche. No sólo iba a ver tres bandas brutales, sino que iba a poder capturar sus mejores momentos desde el mismísimo photo pit.

Después del vendaval de Rise of Kronos, era el turno de una banda que había estado esperando con muchísima expectativa: Skaphos. Como fan declarado de H.P. Lovecraft, saber que su música estaba inspirada en su obra —y también en los mundos submarinos de Verne— me tenía absolutamente intrigado.

Cuando las luces cambiaron, y una bruma artificial empezó a cubrir el escenario, supe que lo que venía no iba a ser simplemente una serie de canciones, sino una experiencia estética total. Y no me equivoqué.

Los miembros de Skaphos aparecieron enfundados en ropajes que parecían sacados de una expedición perdida en algún abismo marino. Huesos de peces, mandíbulas colgantes, detalles que parecían pequeñas reliquias submarinas adornaban sus vestimentas. El corpsepaint, infaltable en su propuesta black metal, estaba trabajado con trazos que recordaban criaturas abisales más que a simples espectros.

Los pies de micrófono estaban decorados con lo que aparentaban ser redes de pesca desgarradas, y en la parte superior de cada uno, una luz tenue, similar a una linterna náutica sumergida en la niebla, completaba la escena. Era como estar frente a una nave hundida, rodeado de restos de otro mundo.

Y la música, claro, estaba a la altura de esa estética. Skaphos entregó un set que osciló entre el black metal más áspero y el death metal más opresivo, generando pasajes de una densidad emocional increíble. Hubo momentos en los que sentí que todo el lugar se sumergía conmigo en una oscuridad absoluta, como si fuéramos arrastrados hacia las profundidades donde habitan los dioses olvidados de Lovecraft.

Temas como “Thooï” y adelantos de su próximo álbum “Cult of Uzura” fueron recibidos con una mezcla de fascinación y violencia por parte del público. Era imposible no dejarse llevar, ya sea cerrando los ojos y perdiéndose en las texturas sonoras, o descargando toda esa energía en un headbanging brutal.

El final de su set fue casi hipnótico. No hubo grandes palabras, no hubo discursos: su despedida fue tan misteriosa y sobria como su presentación. Skaphos bajó del escenario dejándonos a todos con la sensación de haber asistido a un ritual prohibido.

Y entonces, llegó el momento que todos estábamos esperando. Desde el photo pit, sentado junto a otros fotógrafos, podía ver cómo el kit de batería ya prometía destrucción masiva. Vader estaba a punto de salir, y si algo tiene esta banda, es la capacidad de convertir cualquier lugar en un campo de batalla.

Las luces bajaron. Un rugido subió desde el público. Y como una descarga eléctrica, la banda irrumpió en escena disparando sin piedad “This Is the War”. ¡Qué manera de arrancar! Apenas tuvimos tiempo de respirar cuando engancharon con “Lead Us!!!”, dejando claro que no había espacio para la tregua.

Lo de Vader en vivo es otra cosa. No es sólo escuchar canciones: es sentir cada riff como un latigazo, cada golpe de bombo como una explosión que te atraviesa el pecho. Peter, dueño absoluto del escenario, comandaba la masacre con una voz gutural que, a pesar de las décadas, sigue sonando como una bestia primigenia invocada desde las cavernas del tiempo.

Spider y Hal ofrecían una base melódica sólida y afilada, y lo de Michał Andrzejczyk en batería… simplemente una locura. Su pegada es tan precisa y devastadora que uno casi siente que está siendo atropellado por un Panzer, y no exagero.

El repertorio fue un paseo vertiginoso por su carrera: clásicos como “Wings”, “Black to the Blind” y “Dark Age” hicieron temblar hasta los cimientos del Slay. Cada tema era recibido con un frenesí que se traducía en mosh pits, circle pits y crowd surfing constantes.

Uno de los momentos más bizarros —y memorables— de la noche fue cuando uno de los asistentes, ataviado con un clásico kilt escocés (y, evidentemente, siguiendo la tradición de no usar ropa interior), se lanzó a hacer crowd surf. Cuando el personal de seguridad lo atrapó en el aire, con las piernas abiertas, la escena que quedó frente a nosotros fue… bueno, digamos que inolvidable. Risas, gritos y carcajadas no tardaron en recorrer el recinto.

La banda ofreció casi 20 canciones esa noche, entregándose sin reservas, dejando todo en el escenario. No hubo momentos de descanso, no hubo respiro: sólo una descarga brutal de death metal puro, ejecutado con la precisión quirúrgica que caracteriza a Vader desde hace 40 años.

Cuando finalmente las luces se encendieron, y el murmullo del público empezó a mezclarse con las primeras notas de la música de ambiente, me quedé un momento en el lugar, todavía embriagado por todo lo vivido.

Pocas noches ofrecen un recorrido tan amplio y a la vez tan coherente por las diferentes caras del metal extremo: el death metal moderno y mitológico de Rise of Kronos, la oscuridad abismal del black/death de Skaphos, y la devastación clásica y pura de Vader.

Cada banda trajo su mundo, su propuesta auténtica, su firma personal. Y todas, absolutamente todas, lo dejaron todo en el escenario, entregándonos una noche que no vamos a olvidar fácilmente.

Salí de Slay sintiéndome afortunado. No sólo por haber presenciado estos shows, sino también por haber podido capturar algunos de esos momentos con mi cámara, gracias a la generosidad de Rise of Kronos y su equipo. Una noche que no fue sólo una sucesión de recitales: fue una declaración de amor a un género que sigue más vivo y poderoso que nunca.

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