


Tras su paso por el Resurrection Fest en Viveiro y el Rock Fest en Barcelona, Judas Priest descargó su tercera actuación en apenas unos días en un Bilbao Arena completamente entregado. El recinto de Miribilla no estaba lleno, había varios huecos libres en gradas y pista para recibir a una de las bandas más emblemáticas del heavy metal, en una noche que combinó la presentación de su nuevo disco Invincible Shield (2024) con la celebración del 35º aniversario del inmortal Painkiller (1990). Todo ello enmarcado en una gira con sabor a despedida, liderada por un Rob Halford que ha anunciado su inminente retirada tras más de 50 años de carrera.
Como aperitivo de lujo, el telón lo abrió Phil Campbell and the Bastard Sons, banda comandada por el histórico guitarrista de Motörhead. Tras la disolución de la mítica formación tras la muerte de Lemmy en 2015, Campbell no tardó en canalizar su energía en un nuevo proyecto: reclutó a sus tres hijos y al vocalista Joel Peters para dar forma a una banda que mantiene vivo el espíritu de la vieja escuela. Con tres discos a sus espaldas (The Age of Absurdity, We’re the Bastards y el reciente Kings of the Asylum), Phil y los suyos ofrecieron un show potente, pero que a mi, sigue sin convencerme, nose si los riffs, el echo de estar vario rato del show haciendo “Fuck You” con la mano, pero me termina aburriendo.
El setlist arrancó puntual a las 19:30 con “We’re Bastards”, seguida de “Step Into the Fire”, que fue muy bien recibida por un público ya ansioso de cuernos al aire. El primer guiño a Motörhead llegó con “Going to Brazil”, y no sería el único: la energía subió aún más con “Born to Raise Hell” y, cómo no, el mítico “Ace of Spades”, con el que lograron poner a bailar hasta al más escéptico. A destacar también cortes como “Hammer and Dance”, “High Rule” o “Dark Days”, en una actuación de unos 45 minutos donde quedó claro que el apellido Campbell aún tiene mucho que decir en el mundo del rock. Un detalle curioso: en un momento del show de Judas, Phil intentó ver el concierto desde las gradas, pero un miembro de seguridad le echó sin reconocerle; minutos después, volvió acompañado de personal del equipo de Judas… y se quedó disfrutando como uno más.
Con la temperatura rozando lo insoportable tanto dentro como fuera del recinto, el clímax metálico llegó puntualmente. A eso de las 20:45, los acordes inmortales de “War Pigs” de Black Sabbath sirvieron de antesala solemne para la irrupción de Judas Priest sobre el escenario. El arranque fue un auténtico puñetazo sónico con “All Guns Blazing” y “Hell Patrol”, dos misiles extraídos del venerado Painkiller. Apenas sin respiro, enlazaron con la contagiosa “You’ve Got Another Thing Comin’”, que incendió las gradas. Rob Halford, impecable a sus 73 años, se movía como un sacerdote del metal, mientras Faulkner y Sneap manejaban las guitarras con una compenetración brillante y poderosa.
El público se entregó desde el primer minuto, y la intensidad no bajó cuando atacaron “Freewheel Burning”, única representante de Defenders of the Faith en el repertorio. El delirio llegó con “Breaking the Law”, convertida desde hace décadas en un himno universal del género. La banda sonaba ajustada, poderosa y directa al corazón de los fans, que no cesaban de corear, saltar y levantar los puños al ritmo de cada riff.
La siguiente tanda fue un guiño al equilibrio perfecto entre pasado, presente y legado. Sonaron “A Touch of Evil” y “Night Crawler”, seguidas por la atmosférica “Solar Angels”, todo ello ejecutado en un escenario sin florituras, pero imponente en su presencia. Halford, sobrio pero carismático, mantuvo el control absoluto del espectáculo mientras Faulkner y Sneap lideraban las cargas melódicas. Desde la retaguardia, Ian Hill y Scott Travis sostenían el entramado rítmico con precisión quirúrgica. La potente “Gates of Hell”, del reciente Invincible Shield, no desentonó entre tanta gloria pasada.
En la fase intermedia del set, la épica “One Shot at Glory” abrió paso a “The Serpent and the King”, que demuestra que los nuevos temas no son simples rellenos. Luego llegó “Between the Hammer and the Anvil”, otro monumento del Painkiller que sonó con una contundencia arrolladora. La poderosa “Giants in the Sky” fue el último vistazo al presente antes de encarar el desenlace.
Y fue entonces cuando estalló el éxtasis. “Painkiller” fue interpretada con toda la intensidad que merece, con Halford envuelto en su icónica chaqueta larga de cuero con el lema “Heavy Metal” resplandeciendo en la espalda. Un momento tan simbólico como emotivo, que dejó claro por qué esta banda sigue siendo referencia después de medio siglo.
El cierre fue una sucesión de clásicos atemporales que completaron la ceremonia: “Electric Eye”, “Hell Bent for Leather” —con la mítica aparición en moto incluida— y “Living After Midnight”. Cada nota fue vivida como si fuera la última. El público, absolutamente rendido, abandonó el Bilbao Arena empapado en sudor, euforia y nostalgia. Porque si esta fue, como se sospecha, la última visita de Judas Priest a la ciudad, no pudo haber tenido un adiós más perfecto.



Tras su paso por el Resurrection Fest en Viveiro y el Rock Fest en Barcelona, Judas Priest descargó su tercera actuación en apenas unos días en un Bilbao Arena completamente entregado. El recinto de Miribilla no estaba lleno, había varios huecos libres en gradas y pista para recibir a una de las bandas más emblemáticas del heavy metal, en una noche que combinó la presentación de su nuevo disco Invincible Shield (2024) con la celebración del 35º aniversario del inmortal Painkiller (1990). Todo ello enmarcado en una gira con sabor a despedida, liderada por un Rob Halford que ha anunciado su inminente retirada tras más de 50 años de carrera.
Como aperitivo de lujo, el telón lo abrió Phil Campbell and the Bastard Sons, banda comandada por el histórico guitarrista de Motörhead. Tras la disolución de la mítica formación tras la muerte de Lemmy en 2015, Campbell no tardó en canalizar su energía en un nuevo proyecto: reclutó a sus tres hijos y al vocalista Joel Peters para dar forma a una banda que mantiene vivo el espíritu de la vieja escuela. Con tres discos a sus espaldas (The Age of Absurdity, We’re the Bastards y el reciente Kings of the Asylum), Phil y los suyos ofrecieron un show potente, pero que a mi, sigue sin convencerme, nose si los riffs, el echo de estar vario rato del show haciendo “Fuck You” con la mano, pero me termina aburriendo.
El setlist arrancó puntual a las 19:30 con “We’re Bastards”, seguida de “Step Into the Fire”, que fue muy bien recibida por un público ya ansioso de cuernos al aire. El primer guiño a Motörhead llegó con “Going to Brazil”, y no sería el único: la energía subió aún más con “Born to Raise Hell” y, cómo no, el mítico “Ace of Spades”, con el que lograron poner a bailar hasta al más escéptico. A destacar también cortes como “Hammer and Dance”, “High Rule” o “Dark Days”, en una actuación de unos 45 minutos donde quedó claro que el apellido Campbell aún tiene mucho que decir en el mundo del rock. Un detalle curioso: en un momento del show de Judas, Phil intentó ver el concierto desde las gradas, pero un miembro de seguridad le echó sin reconocerle; minutos después, volvió acompañado de personal del equipo de Judas… y se quedó disfrutando como uno más.
Con la temperatura rozando lo insoportable tanto dentro como fuera del recinto, el clímax metálico llegó puntualmente. A eso de las 20:45, los acordes inmortales de “War Pigs” de Black Sabbath sirvieron de antesala solemne para la irrupción de Judas Priest sobre el escenario. El arranque fue un auténtico puñetazo sónico con “All Guns Blazing” y “Hell Patrol”, dos misiles extraídos del venerado Painkiller. Apenas sin respiro, enlazaron con la contagiosa “You’ve Got Another Thing Comin’”, que incendió las gradas. Rob Halford, impecable a sus 73 años, se movía como un sacerdote del metal, mientras Faulkner y Sneap manejaban las guitarras con una compenetración brillante y poderosa.
El público se entregó desde el primer minuto, y la intensidad no bajó cuando atacaron “Freewheel Burning”, única representante de Defenders of the Faith en el repertorio. El delirio llegó con “Breaking the Law”, convertida desde hace décadas en un himno universal del género. La banda sonaba ajustada, poderosa y directa al corazón de los fans, que no cesaban de corear, saltar y levantar los puños al ritmo de cada riff.
La siguiente tanda fue un guiño al equilibrio perfecto entre pasado, presente y legado. Sonaron “A Touch of Evil” y “Night Crawler”, seguidas por la atmosférica “Solar Angels”, todo ello ejecutado en un escenario sin florituras, pero imponente en su presencia. Halford, sobrio pero carismático, mantuvo el control absoluto del espectáculo mientras Faulkner y Sneap lideraban las cargas melódicas. Desde la retaguardia, Ian Hill y Scott Travis sostenían el entramado rítmico con precisión quirúrgica. La potente “Gates of Hell”, del reciente Invincible Shield, no desentonó entre tanta gloria pasada.
En la fase intermedia del set, la épica “One Shot at Glory” abrió paso a “The Serpent and the King”, que demuestra que los nuevos temas no son simples rellenos. Luego llegó “Between the Hammer and the Anvil”, otro monumento del Painkiller que sonó con una contundencia arrolladora. La poderosa “Giants in the Sky” fue el último vistazo al presente antes de encarar el desenlace.
Y fue entonces cuando estalló el éxtasis. “Painkiller” fue interpretada con toda la intensidad que merece, con Halford envuelto en su icónica chaqueta larga de cuero con el lema “Heavy Metal” resplandeciendo en la espalda. Un momento tan simbólico como emotivo, que dejó claro por qué esta banda sigue siendo referencia después de medio siglo.
El cierre fue una sucesión de clásicos atemporales que completaron la ceremonia: “Electric Eye”, “Hell Bent for Leather” —con la mítica aparición en moto incluida— y “Living After Midnight”. Cada nota fue vivida como si fuera la última. El público, absolutamente rendido, abandonó el Bilbao Arena empapado en sudor, euforia y nostalgia. Porque si esta fue, como se sospecha, la última visita de Judas Priest a la ciudad, no pudo haber tenido un adiós más perfecto.