


Llegué al show de Ancient Settlers justo a tiempo para las dos últimas canciones. Había escuchado que el concierto había comenzado con algunos problemas técnicos y un público algo frío, pero lo que presencié al final era completamente diferente. La banda, con su nuevo dúo vocal, se entregó por completo. La energía en la sala había cambiado totalmente; la gente aplaudía y los despedía con entusiasmo, demostrando que su esfuerzo en el escenario había valido la pena.
El concierto de Ignea fue mucho más que una simple actuación musical; fue un testimonio vivo del poder del arte para trascender el dolor y la adversidad. La banda ucraniana no se limitó a tocar canciones, sino que construyó un relato sonoro que combinaba la brutalidad del death metal con la belleza melancólica de la música folk oriental y la grandiosidad del metal sinfónico. Fue una descarga que, aunque concisa, se sintió completa y profunda, con cada riff, cada golpe de batería y cada nota vocal sirviendo a un propósito superior: transmitir la pasión, la resiliencia y el alma de una banda cuya historia va mucho más allá de sus notas.
Desde el primer acorde de la introspectiva “Téoura”, la banda estableció una atmósfera mística y envolvente que nos preparó para el viaje. La transición fue abrupta y magistral, sumergiéndonos de lleno en el universo de su aclamado álbum Dreams of Lands Unseen. “Dunes” nos transportó a un paisaje desértico con sus ritmos hipnóticos y sus riffs pesados, mientras que “Camera Obscura” destacó la habilidad de la banda para tejer texturas complejas, combinando la agresión con arreglos sinfónicos sutiles. La vocalista Helle Bogdanova, con su dominio absoluto, alternaba guturales desgarradores que resonaban en el pecho con voces limpias y etéreas que flotaban sobre la instrumentación. Su presencia en el escenario era magnética; cada movimiento, cada gesto, reflejaba la intensidad de su entrega.
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Un momento memorable llegó cuando la banda sorprendió al público con joyas de su discografía temprana. La potente “Sputnik”, su primer sencillo, inyectó una dosis de nostalgia, mientras que la épica “Alga” demostró por qué se ha convertido en un himno del grupo, con su melodía contagiosa y su fuerza innegable. La conexión con sus raíces culturales se hizo más profunda con “Şeytanu Akbar”, un tema que evoca paisajes sonoros exóticos y una base rítmica implacable, demostrando la versatilidad de la banda. El público, aunque reducido, se mostró entregado, coreando cada letra y respondiendo con una energía que llenaba el espacio.
El viaje sonoro continuó con un bloque dedicado a The Realms of Fire and Death. La poderosa “Too Late to Be Born” fue un recordatorio de su maestría técnica, con riffs precisos y una batería explosiva. La brutal “Чорне Полум’я” mostró su capacidad para transmitir emociones crudas y viscerales, abordando temas de pérdida y lucha con una honestidad desarmante. La banda se movía con una precisión asombrosa, con el guitarrista Dmitry Vinnichenko y el teclista Evgeny Zhytnyuk tomando el protagonismo en solos que eran tan técnicamente perfectos como emocionalmente resonantes. La sección rítmica, sólida y contundente, proporcionaba una base inquebrantable sobre la que la voz de Helle podía construir su épica narrativa.
El clímax llegó con el épico “Gods of Fire”, un tema grandilocuente que sirvió como un cierre poderoso para el set principal. Sin embargo, la energía en la sala era palpable y el público coreaba el nombre de la banda hasta que regresaron para un bis triunfal. “Jinnslammer” fue un golpe directo de energía, un asalto sónico que reafirmó la ferocidad de Ignea, antes de que el emotivo “Disenchantment” pusiera el broche de oro a una noche que no solo celebró la música, sino también la fuerza inquebrantable de una banda que ha sabido convertir el dolor y la esperanza en una obra de arte. Fue un recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, el arte puede ser una llama que se niega a extinguirse.



Llegué al show de Ancient Settlers justo a tiempo para las dos últimas canciones. Había escuchado que el concierto había comenzado con algunos problemas técnicos y un público algo frío, pero lo que presencié al final era completamente diferente. La banda, con su nuevo dúo vocal, se entregó por completo. La energía en la sala había cambiado totalmente; la gente aplaudía y los despedía con entusiasmo, demostrando que su esfuerzo en el escenario había valido la pena.
El concierto de Ignea fue mucho más que una simple actuación musical; fue un testimonio vivo del poder del arte para trascender el dolor y la adversidad. La banda ucraniana no se limitó a tocar canciones, sino que construyó un relato sonoro que combinaba la brutalidad del death metal con la belleza melancólica de la música folk oriental y la grandiosidad del metal sinfónico. Fue una descarga que, aunque concisa, se sintió completa y profunda, con cada riff, cada golpe de batería y cada nota vocal sirviendo a un propósito superior: transmitir la pasión, la resiliencia y el alma de una banda cuya historia va mucho más allá de sus notas.
Desde el primer acorde de la introspectiva “Téoura”, la banda estableció una atmósfera mística y envolvente que nos preparó para el viaje. La transición fue abrupta y magistral, sumergiéndonos de lleno en el universo de su aclamado álbum Dreams of Lands Unseen. “Dunes” nos transportó a un paisaje desértico con sus ritmos hipnóticos y sus riffs pesados, mientras que “Camera Obscura” destacó la habilidad de la banda para tejer texturas complejas, combinando la agresión con arreglos sinfónicos sutiles. La vocalista Helle Bogdanova, con su dominio absoluto, alternaba guturales desgarradores que resonaban en el pecho con voces limpias y etéreas que flotaban sobre la instrumentación. Su presencia en el escenario era magnética; cada movimiento, cada gesto, reflejaba la intensidad de su entrega.
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Un momento memorable llegó cuando la banda sorprendió al público con joyas de su discografía temprana. La potente “Sputnik”, su primer sencillo, inyectó una dosis de nostalgia, mientras que la épica “Alga” demostró por qué se ha convertido en un himno del grupo, con su melodía contagiosa y su fuerza innegable. La conexión con sus raíces culturales se hizo más profunda con “Şeytanu Akbar”, un tema que evoca paisajes sonoros exóticos y una base rítmica implacable, demostrando la versatilidad de la banda. El público, aunque reducido, se mostró entregado, coreando cada letra y respondiendo con una energía que llenaba el espacio.
El viaje sonoro continuó con un bloque dedicado a The Realms of Fire and Death. La poderosa “Too Late to Be Born” fue un recordatorio de su maestría técnica, con riffs precisos y una batería explosiva. La brutal “Чорне Полум’я” mostró su capacidad para transmitir emociones crudas y viscerales, abordando temas de pérdida y lucha con una honestidad desarmante. La banda se movía con una precisión asombrosa, con el guitarrista Dmitry Vinnichenko y el teclista Evgeny Zhytnyuk tomando el protagonismo en solos que eran tan técnicamente perfectos como emocionalmente resonantes. La sección rítmica, sólida y contundente, proporcionaba una base inquebrantable sobre la que la voz de Helle podía construir su épica narrativa.
El clímax llegó con el épico “Gods of Fire”, un tema grandilocuente que sirvió como un cierre poderoso para el set principal. Sin embargo, la energía en la sala era palpable y el público coreaba el nombre de la banda hasta que regresaron para un bis triunfal. “Jinnslammer” fue un golpe directo de energía, un asalto sónico que reafirmó la ferocidad de Ignea, antes de que el emotivo “Disenchantment” pusiera el broche de oro a una noche que no solo celebró la música, sino también la fuerza inquebrantable de una banda que ha sabido convertir el dolor y la esperanza en una obra de arte. Fue un recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, el arte puede ser una llama que se niega a extinguirse.