


La primera de dos noches de Volbeat en Royal Arena, en Copenhague, se vendió en cuestión de horas. Un sold out absoluto para recibir a una de las bandas más queridas de Dinamarca, jugando literalmente de local. El viernes 19 de septiembre, la arena se llenó de fans listos para escuchar la mezcla de heavy, rockabilly y metal que caracteriza a los de Michael Poulsen.
Antes de ellos, la velada estuvo en manos de dos soportes muy distintos: Witch Fever y Bush.
Las encargadas de abrir fueron Witch Fever, que trajeron su propuesta cruda, oscura y sin concesiones. Son de esas bandas que no necesitan luces ni pirotecnia porque la intensidad la ponen ellas. Riffs densos, voces rasposas y una actitud de “estamos aquí para patear cabezas” funcionaron como un buen sacudón inicial. No es música para todos los paladares, pero se agradece una banda que prende fuego el escenario sin miedo.
Después llegó el turno de Bush, los británicos que alguna vez sonaron gigantes en los noventa. El problema es que también se quedaron un poco atrapados ahí. Su set fue correcto y prolijo, pero sin demasiada emoción. Algunos fans corearon sus clásicos, pero en general se sintió como una máquina del tiempo que te lleva de vuelta a MTV 1997 sin mucho más para aportar. Una banda de esas que funcionan como “relleno de lujo”: está bien verlos, pero no te cambian la vida.
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Con las teloneras despachadas, era hora de lo que todos esperaban: Volbeat. Desde el primer minuto dejaron en claro que no se olvidan de su casa. Agradecieron varias veces al público danés por haberlos acompañado desde el inicio, por verlos crecer de pubs pequeños a arenas gigantes. Se notaba que no era una noche más para ellos, y que jugar de local les daba cierta tranquilidad extra.
El arranque fue con “The Devil’s Bleeding Crown” y “Lola Montez”, dos cartas seguras para encender motores. La gente reaccionó bien, aunque no con el descontrol que uno podría esperar de un sold out. A diferencia de otros recitales más explosivos, aquí la vibra era más tranquila. Había entusiasmo, sí, pero también momentos donde la pista estaba tan calmada que podías cruzarla de punta a punta sin esfuerzo, algo impensado en un show de metal en cualquier otro país.
El setlist estuvo cargado de canciones del nuevo disco God of Angels Trust, lanzado en junio de este año. Y aquí está el punto conflictivo: muchos de esos temas suenan demasiado parecidos entre sí. Canciones como “Demonic Depression”, “By a Monster’s Hand” o “Lonely Fields” no logran despegar lo suficiente como para dejar huella inmediata. Funcionan en vivo, pero generan esa sensación de déjà vu constante. A mí me resultaron repetitivas, y no fui la única: se veía en las caras de varios que estaban esperando los clásicos.
Claro que no todo fue nuevo. Hubo espacio para gemas de otras épocas, como “Sad Man’s Tongue” (del disco Rock the Rebel / Metal the Devil, 2007), que arrancó con una intro de “Ring of Fire” de Johnny Cash y fue uno de los momentos más coreados de la noche. También sonaron varios himnos de la etapa más reciente, sobre todo desde Outlaw Gentlemen & Shady Ladies en adelante, como “Seal the Deal” o “Black Rose”, que recordaron por qué la banda llegó tan lejos. Lo que faltó fue más presencia de los primeros discos en general, esos que mostraban un Volbeat más hambriento y directo.
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Uno de los momentos más especiales de la noche llegó con la aparición de Johan Olsen, de Magtens Korridorer, para sumarse en “The Garden’s Tale” y “For Evigt”. El Royal Arena explotó de orgullo nacional, uniendo generaciones y estilos en dos de los himnos más emotivos de la banda. Fue de esos instantes donde entendés lo que significa ver a Volbeat en Dinamarca, frente a su gente.
El cierre fue con “Still Counting”, un clásico infaltable. Pero esta vez tuvo un giro especial: subieron al escenario varios niños y adolescentes, invitados a vivir la experiencia desde adentro. La mezcla de riffs poderosos con la inocencia de los chicos bailando y saltando alrededor generó una imagen tan rara como entrañable. Una postal tierna para un show de metal, que arrancó sonrisas incluso entre los más duros.
En cuanto al público, la conclusión es clara: los daneses disfrutan a su manera. No son de poguear ni de armar quilombo, pero sí de cantar, sonreír y pasarla bien tranquilos. Para quienes venimos de escenas más agitadas puede parecer frío, pero también tiene su encanto. Y a fin de cuentas, lo importante es que la conexión entre banda y audiencia fue real.
En resumen: Volbeat entregó un show sólido, con la potencia de siempre y momentos cargados de emoción, pero también con un exceso de temas nuevos que no terminan de convencer. Los clásicos siguen siendo los que salvan la noche, y la aparición de Johan Olsen fue un highlight difícil de superar. No fue el concierto más explosivo, pero sí una celebración íntima entre una banda orgullosa de sus raíces y un público que los vio crecer.



La primera de dos noches de Volbeat en Royal Arena, en Copenhague, se vendió en cuestión de horas. Un sold out absoluto para recibir a una de las bandas más queridas de Dinamarca, jugando literalmente de local. El viernes 19 de septiembre, la arena se llenó de fans listos para escuchar la mezcla de heavy, rockabilly y metal que caracteriza a los de Michael Poulsen.
Antes de ellos, la velada estuvo en manos de dos soportes muy distintos: Witch Fever y Bush.
Las encargadas de abrir fueron Witch Fever, que trajeron su propuesta cruda, oscura y sin concesiones. Son de esas bandas que no necesitan luces ni pirotecnia porque la intensidad la ponen ellas. Riffs densos, voces rasposas y una actitud de “estamos aquí para patear cabezas” funcionaron como un buen sacudón inicial. No es música para todos los paladares, pero se agradece una banda que prende fuego el escenario sin miedo.
Después llegó el turno de Bush, los británicos que alguna vez sonaron gigantes en los noventa. El problema es que también se quedaron un poco atrapados ahí. Su set fue correcto y prolijo, pero sin demasiada emoción. Algunos fans corearon sus clásicos, pero en general se sintió como una máquina del tiempo que te lleva de vuelta a MTV 1997 sin mucho más para aportar. Una banda de esas que funcionan como “relleno de lujo”: está bien verlos, pero no te cambian la vida.
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Con las teloneras despachadas, era hora de lo que todos esperaban: Volbeat. Desde el primer minuto dejaron en claro que no se olvidan de su casa. Agradecieron varias veces al público danés por haberlos acompañado desde el inicio, por verlos crecer de pubs pequeños a arenas gigantes. Se notaba que no era una noche más para ellos, y que jugar de local les daba cierta tranquilidad extra.
El arranque fue con “The Devil’s Bleeding Crown” y “Lola Montez”, dos cartas seguras para encender motores. La gente reaccionó bien, aunque no con el descontrol que uno podría esperar de un sold out. A diferencia de otros recitales más explosivos, aquí la vibra era más tranquila. Había entusiasmo, sí, pero también momentos donde la pista estaba tan calmada que podías cruzarla de punta a punta sin esfuerzo, algo impensado en un show de metal en cualquier otro país.
El setlist estuvo cargado de canciones del nuevo disco God of Angels Trust, lanzado en junio de este año. Y aquí está el punto conflictivo: muchos de esos temas suenan demasiado parecidos entre sí. Canciones como “Demonic Depression”, “By a Monster’s Hand” o “Lonely Fields” no logran despegar lo suficiente como para dejar huella inmediata. Funcionan en vivo, pero generan esa sensación de déjà vu constante. A mí me resultaron repetitivas, y no fui la única: se veía en las caras de varios que estaban esperando los clásicos.
Claro que no todo fue nuevo. Hubo espacio para gemas de otras épocas, como “Sad Man’s Tongue” (del disco Rock the Rebel / Metal the Devil, 2007), que arrancó con una intro de “Ring of Fire” de Johnny Cash y fue uno de los momentos más coreados de la noche. También sonaron varios himnos de la etapa más reciente, sobre todo desde Outlaw Gentlemen & Shady Ladies en adelante, como “Seal the Deal” o “Black Rose”, que recordaron por qué la banda llegó tan lejos. Lo que faltó fue más presencia de los primeros discos en general, esos que mostraban un Volbeat más hambriento y directo.
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El cierre fue con “Still Counting”, un clásico infaltable. Pero esta vez tuvo un giro especial: subieron al escenario varios niños y adolescentes, invitados a vivir la experiencia desde adentro. La mezcla de riffs poderosos con la inocencia de los chicos bailando y saltando alrededor generó una imagen tan rara como entrañable. Una postal tierna para un show de metal, que arrancó sonrisas incluso entre los más duros.
En cuanto al público, la conclusión es clara: los daneses disfrutan a su manera. No son de poguear ni de armar quilombo, pero sí de cantar, sonreír y pasarla bien tranquilos. Para quienes venimos de escenas más agitadas puede parecer frío, pero también tiene su encanto. Y a fin de cuentas, lo importante es que la conexión entre banda y audiencia fue real.
En resumen: Volbeat entregó un show sólido, con la potencia de siempre y momentos cargados de emoción, pero también con un exceso de temas nuevos que no terminan de convencer. Los clásicos siguen siendo los que salvan la noche, y la aparición de Johan Olsen fue un highlight difícil de superar. No fue el concierto más explosivo, pero sí una celebración íntima entre una banda orgullosa de sus raíces y un público que los vio crecer.
















