

Después de una noche que difícilmente podría calificarse de reparadora, me despierto con los primeros rayos de un sol tímido que por fin se asoma entre las nubes que nos habían acompañado desde la víspera, dando un respiro a todos los presentes en Call of the Crow. La tormenta Amy ya había dejado su marca en todo el predio, y mi carpa —o lo que quedaba de ella— se había transformado en una masa retorcida de lona y varillas. Así que, resignado pero de buen humor, terminé durmiendo en el garaje principal junto a algunos otros miembros de las bandas a quienes no les tentaba la idea de acampar durante la tormenta.
Lo que en otro contexto podría haber sido un comienzo desalentador, aquí se convirtió en una anécdota compartida entre risas mientras esperábamos el primer café del día. La pequeña estación de Black Coffee Worship, instalada junto al granero principal, volvió a ser el punto de encuentro matutino y el salvavidas necesario para volver a la vida. Ese café, fuerte y aromático, parecía tener el poder de revivir incluso a los más golpeados por la noche anterior.
Ya sin lluvia pero con ráfagas que aún sacudían las estructuras, NeCrow Events y su equipo trabajaban desde temprano revisando el terreno, ajustando los equipos de sonido y comprobando que todo estuviera listo para la segunda y última jornada del festival. Lo notable era la calma y eficiencia con que lo hacían. A pesar de las inclemencias, el cronograma se mantenía intacto, y el profesionalismo con el que resolvían cada imprevisto dejaba en claro que estábamos ante un evento que, aunque debutante, se conducía con la seriedad y el pulso de una organización experimentada.
Gate Master: atmósfera y hechizo
A las 14:30 en punto, con el Longhall ya lleno y un silencio expectante que contrastaba con el viento que aún golpeaba las ventanas, Gate Master inauguró el segundo día de Call of the Crow con una propuesta completamente distinta a todo lo visto hasta el momento: Dungeon Synth.
El escenario, envuelto en humo y luces frías, se iluminó con tonos azulados y verdes, proyectando sombras que daban vida a los símbolos que decoraban el fondo. En el centro, una mesa cubierta con una tela negra sostenía un escudo vikingo, una bola de cristal y pequeñas velas distribuidas con precisión casi ritual. La música comenzó con un murmullo etéreo que lentamente fue creciendo hasta envolver toda la sala: un viaje de sonidos sintetizados que evocaban castillos en ruinas, bosques encantados y viejas sagas olvidadas.
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Anabelle, con su figura serena y su vestimenta de tonos rojos, dominaba el espacio con una naturalidad magnética. Cuando un breve desperfecto técnico interrumpió la secuencia, no hubo nerviosismo ni desconcierto: simplemente tomó su arpa y, sentándose en las escaleras que descendían hacia el público, improvisó una pieza breve, delicada y melancólica. Ese gesto espontáneo generó uno de los momentos más humanos y memorables del festival: el público en completo silencio, observando cómo la música continuaba fluyendo sin artificios.
Solucionado el problema, el set retomó su curso y se desarrolló sin más incidentes, culminando entre aplausos y vítores. Fue una apertura tan singular como adecuada para ese segundo día: introspectiva, onírica y perfectamente alineada con el espíritu atmosférico que impregna todo Call of the Crow. Con Gate Master, el Longhall Stage cerró su participación en esta edición, dejando una sensación de calma y belleza que contrastaba con la crudeza que vendría después.
Incessant: agresión sin ornamentos
Poco después de las 15:30, el escenario principal volvió a la acción con Incessant, provenientes de Dublín. En un festival dominado por el Black Metal, su Blackened Death Metal directo, sin adornos y de ejecución precisa, fue una sacudida brutal al cuerpo y al espíritu.
Desde el primer golpe de batería quedó claro que el cuarteto no estaba allí para sutilezas. Las guitarras rugían con precisión quirúrgica, los blast beats retumbaban como truenos, y el vocalista —de pie, encorvado hacia el público— escupía cada palabra con furia contenida. No había pirotecnia ni artificio escénico, solo pura intensidad.
La reacción del público en Call of the Crow fue inmediata. Algunos comenzaron a moverse hacia adelante, creando un pequeño círculo de headbanging sincronizado. Otros, más atrás, simplemente observaban, impresionados por la potencia y la cohesión de una banda que, pese a su corta trayectoria, ya demuestra una madurez notable. Con solo seis años de carrera, Incessant se perfila como una de las formaciones más prometedoras dentro del underground irlandés. Su presentación fue breve, contundente y sin espacio para el respiro. Cuando se retiraron del escenario, dejaron una estela de ruido en los oídos y una sonrisa en todos los que apreciamos la crudeza sin concesiones.
Thy Dying Light: tradición y sombra
El cronograma sufrió un leve ajuste, manejado excelentemente por parte del equipo de Call of the Crow, y los siguientes en salir fueron Thy Dying Light, el dúo conformado por Hrafn y Katyn. Desde el primer instante, el cambio de atmósfera fue evidente: el escenario volvió a teñirse de penumbra, iluminado solo por las llamas de las velas y algunos focos tenues que acentuaban el blanco del corpse paint.
El sonido, fiel a las raíces del Black Metal más tradicional, evocaba los primeros años del género: riffs gélidos, voces rasgadas, percusiones austeras. Katyn, detrás de una batería completamente negra —incluso los platillos— marcaba el pulso con precisión. Hrafn, al frente, proyectaba autoridad, pero el set, aunque correcto y bien ejecutado, careció del impacto emocional de las presentaciones previas. No fue una cuestión de técnica sino de conexión: el público acompañó con respeto, pero sin el fervor de otras actuaciones.
Aun así, la estética y la fidelidad al estilo clásico fueron impecables, recordándonos el poder que aún conserva la simplicidad cuando se la aborda con convicción.
Oakenthrone: épica y contemplación
La jornada continuó con uno de los momentos más esperados: el debut en vivo de Oakenthrone, el proyecto en solitario de S. Nagington, acompañado por músicos de sesión, nada más y nada menos que en Call of the Crow. Sin maquillaje ni vestimentas extremas, el grupo subió al escenario con una sobriedad que contrastaba con las imágenes habituales del género.
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El Black Metal Atmosférico que desplegaron fue un torrente de emociones contenidas. Las guitarras, densas pero melódicas, tejían paisajes sonoros que recordaban tanto a la majestuosidad de la naturaleza como a la introspección humana. Cada nota parecía cuidadosamente medida, cada silencio, intencionado.
Lo más llamativo fue la conexión entre los músicos: miradas cómplices, movimientos precisos, una fluidez que no suele verse en una primera presentación. La voz de Nagington, desgarrada pero controlada, transmitía vulnerabilidad sin perder fuerza. El público, entregado, acompañó con atención casi reverencial. Al finalizar el set, el aplauso fue unánime y prolongado. Oakenthrone dejó la sensación de haber abierto una nueva vía dentro de la escena, una donde la agresividad y la emoción no se oponen, sino que se complementan.
Völniir: fuego interno bajo luces rojas
Con el atardecer aproximándose y el cielo volviendo a cubrirse de nubes, llegó el turno de Völniir. El escenario principal se iluminó por completo de rojo carmesí, un resplandor que realzaba la decoración del arco cubierto de ramas de pino y coronado por una calavera de vaca. La imagen era imponente, casi litúrgica.
Los miembros de la banda —Skogen, S.V., Tubal-Qayin y Azrael— aparecieron en escena con vestimentas oscuras y presencia firme. Lo que siguió fue una demostración de Black Metal contemporáneo con bases sólidas en lo atmosférico, pero cargado de una energía primal. Los temas de su álbum All Hope Abandon (2021) sonaron con fuerza y convicción, desplegando una combinación de agresividad y melancolía que caracteriza su estilo.
El público, que ya para entonces llenaba casi todo el espacio techado, respondió con entusiasmo. Fue una de esas presentaciones durante Call of the Crow que reafirmaron por qué Völniir es considerada una de las joyas del underground británico: no necesitan grandes artificios para dominar la escena, solo honestidad y entrega.
Lunar Mantra: la alquimia del sonido
Ya entrada la noche, el aire en Pealie’s Barn adquirió un aroma distinto: el del incienso que ardía en el escenario principal, preludio del ritual sonoro que ofrecería Lunar Mantra. El cuarteto escocés, que recientemente regresó a la actividad tras una larga pausa, desplegó una propuesta que combinaba lo espiritual con lo visceral.
Exortivm, al frente, dirigía la banda con autoridad serena. El sonido, denso y envolvente, se movía entre pasajes meditativos y explosiones de furia controlada. Las temáticas —ocultismo, espiritualidad, metamorfosis interior— se entrelazaban con la música para crear una experiencia casi ceremonial. En lugar de confrontar al oyente, Lunar Mantra parecía invitarlo a un viaje introspectivo, a una especie de comunión silenciosa.
Lo más interesante fue la recepción del público: muchos, acostumbrados al enfoque más nihilista del Black Metal tradicional, quedaron atrapados por la sutileza del grupo. Hubo momentos en que la sala entera permaneció inmóvil, absorta, mientras el sonido llenaba cada rincón. Al terminar, el aplauso fue tan intenso como respetuoso. Fue, sin duda, una de las presentaciones más trascendentales de Call of the Crow.
Kryptan: el poder nórdico
La penúltima banda de la noche fue Kryptan, una de las dos formaciones internacionales invitadas para Call of the Crow, provenientes de Suecia. Fundados por Mattias Norrman y Alexander Högbom (ambos de October Tide), trajeron consigo una lección magistral de Black Metal escandinavo moderno.
Con apenas cinco años de carrera y su álbum debut Violence, Our Power lanzado el 14 de febrero de 2025, Kryptan mostró una madurez que muchos tardan décadas en alcanzar. Desde el primer acorde, la precisión y la fuerza de su sonido fueron sobrecogedoras. Las guitarras heladas, el bajo profundo y la batería demoledora crearon una pared de sonido de impecable ejecución.
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La frialdad nórdica de su música se sintió incluso en el aire; cada riff evocaba los paisajes gélidos de su tierra natal. No había poses ni exageraciones: solo una profesionalidad aplastante. Fue una de esas actuaciones que combinan técnica, emoción y entrega total. Al terminar, muchos —yo incluido— corrimos al puesto de merchandising para asegurarnos una copia del vinilo. Un disco de 180 gramos, perfectamente prensado, que se convirtió de inmediato en un recuerdo tangible de una presentación inolvidable.
Psychonaut 4: catarsis final
Y así, con la noche ya completamente cerrada y el viento soplando con furia renovada, llegó el momento más esperado de Call of the Crow: el cierre a cargo de Psychonaut 4, los titanes del Depressive Suicidal Black Metal (DSBM). El público se amontonó frente al escenario principal, un mar de abrigos negros y rostros expectantes.
Cuando comenzaron los primeros acordes, el silencio se transformó en una ola de gritos y vítores. Graf von Baphomet, con su presencia inconfundible, irrumpió en escena como un relámpago emocional. Desde el primer verso, su interpretación fue una entrega absoluta. Aunque cantara en un idioma que pocos comprendían, la intensidad de sus gestos, sus miradas y su voz desgarrada hacían innecesaria cualquier traducción.
A su lado, S.D. Ramirez se encargó de la interacción con el público, equilibrando la oscuridad introspectiva de Graf con una energía más comunicativa. Sus coros, perfectamente sincronizados, añadían una segunda capa de dramatismo a la música. Canciones como “Sana Sana Sana, Cura Cura Cura” o “Too Late to Call an Ambulance” resonaron con fuerza casi hipnótica, arrastrando a todos a un estado de trance colectivo en Call of the Crow.
Lo más notable fue la conexión que se generó entre banda y público. En un género que suele ser introspectivo y distante, Psychonaut 4 logró lo contrario: crear una comunión emocional palpable. Cuando la última nota se desvaneció, el aplauso fue ensordecedor. Fue el cierre perfecto, no solo para el día, sino para todo el festival.
Epílogo: un final bajo el viento
Con el eco de la última canción aún flotando en el aire, muchos nos quedamos unos minutos más, observando las luces apagarse lentamente. El viento seguía soplando, pero ya no importaba. Había una sensación compartida de haber sido parte de algo auténtico, algo que difícilmente podría replicarse en un evento de mayor escala.
Call of the Crow cerró su primera edición superando todas las expectativas. La organización de NeCrow Events fue impecable: puntualidad, atención al detalle, un trato humano con el público y los artistas, y una selección de bandas que equilibró a la perfección lo atmosférico, lo tradicional y lo extremo.
Sí, el clima fue hostil. Sí, las carpas sufrieron y algunos terminamos durmiendo donde pudimos. Pero nada de eso empañó la experiencia. Más bien, la reforzó. Porque este tipo de festivales —los que nacen desde la pasión y no desde el negocio— tienen esa capacidad única de unir a la gente bajo la misma causa: la música.
Pealie’s Barn, con su estructura centenaria y su mezcla de madera, piedra y viento, había sido testigo de dos días de comunión, catarsis y celebración. Y aunque el eco de los amplificadores ya se había desvanecido, algo me decía que este era solo el comienzo.
Call of the Crow no solo cumplió con lo prometido: estableció un nuevo estándar para lo que un festival de Black Metal puede ser en el Reino Unido. Y ahora, lo único que queda, es esperar con ansiedad su segunda edición.
- Gate Master
- Gate Master
- Gate Master
- Incessant
- Incessant
- Incessant
- Thy Dying Light
- Thy Dying Light
- Thy Dying Light
- Oakenthrone
- Oakenthrone
- Oakenthrone
- Volniir
- Volniir
- Volniir
- Lunar Mantra
- Lunar Mantra
- Lunar Mantra
- Kryptan
- Kryptan
- Kryptan
- Psychonaut 4
- Psychonaut 4
- Psychonaut 4


Después de una noche que difícilmente podría calificarse de reparadora, me despierto con los primeros rayos de un sol tímido que por fin se asoma entre las nubes que nos habían acompañado desde la víspera, dando un respiro a todos los presentes en Call of the Crow. La tormenta Amy ya había dejado su marca en todo el predio, y mi carpa —o lo que quedaba de ella— se había transformado en una masa retorcida de lona y varillas. Así que, resignado pero de buen humor, terminé durmiendo en el garaje principal junto a algunos otros miembros de las bandas a quienes no les tentaba la idea de acampar durante la tormenta.
Lo que en otro contexto podría haber sido un comienzo desalentador, aquí se convirtió en una anécdota compartida entre risas mientras esperábamos el primer café del día. La pequeña estación de Black Coffee Worship, instalada junto al granero principal, volvió a ser el punto de encuentro matutino y el salvavidas necesario para volver a la vida. Ese café, fuerte y aromático, parecía tener el poder de revivir incluso a los más golpeados por la noche anterior.
Ya sin lluvia pero con ráfagas que aún sacudían las estructuras, NeCrow Events y su equipo trabajaban desde temprano revisando el terreno, ajustando los equipos de sonido y comprobando que todo estuviera listo para la segunda y última jornada del festival. Lo notable era la calma y eficiencia con que lo hacían. A pesar de las inclemencias, el cronograma se mantenía intacto, y el profesionalismo con el que resolvían cada imprevisto dejaba en claro que estábamos ante un evento que, aunque debutante, se conducía con la seriedad y el pulso de una organización experimentada.
Gate Master: atmósfera y hechizo
A las 14:30 en punto, con el Longhall ya lleno y un silencio expectante que contrastaba con el viento que aún golpeaba las ventanas, Gate Master inauguró el segundo día de Call of the Crow con una propuesta completamente distinta a todo lo visto hasta el momento: Dungeon Synth.
El escenario, envuelto en humo y luces frías, se iluminó con tonos azulados y verdes, proyectando sombras que daban vida a los símbolos que decoraban el fondo. En el centro, una mesa cubierta con una tela negra sostenía un escudo vikingo, una bola de cristal y pequeñas velas distribuidas con precisión casi ritual. La música comenzó con un murmullo etéreo que lentamente fue creciendo hasta envolver toda la sala: un viaje de sonidos sintetizados que evocaban castillos en ruinas, bosques encantados y viejas sagas olvidadas.
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Anabelle, con su figura serena y su vestimenta de tonos rojos, dominaba el espacio con una naturalidad magnética. Cuando un breve desperfecto técnico interrumpió la secuencia, no hubo nerviosismo ni desconcierto: simplemente tomó su arpa y, sentándose en las escaleras que descendían hacia el público, improvisó una pieza breve, delicada y melancólica. Ese gesto espontáneo generó uno de los momentos más humanos y memorables del festival: el público en completo silencio, observando cómo la música continuaba fluyendo sin artificios.
Solucionado el problema, el set retomó su curso y se desarrolló sin más incidentes, culminando entre aplausos y vítores. Fue una apertura tan singular como adecuada para ese segundo día: introspectiva, onírica y perfectamente alineada con el espíritu atmosférico que impregna todo Call of the Crow. Con Gate Master, el Longhall Stage cerró su participación en esta edición, dejando una sensación de calma y belleza que contrastaba con la crudeza que vendría después.
Incessant: agresión sin ornamentos
Poco después de las 15:30, el escenario principal volvió a la acción con Incessant, provenientes de Dublín. En un festival dominado por el Black Metal, su Blackened Death Metal directo, sin adornos y de ejecución precisa, fue una sacudida brutal al cuerpo y al espíritu.
Desde el primer golpe de batería quedó claro que el cuarteto no estaba allí para sutilezas. Las guitarras rugían con precisión quirúrgica, los blast beats retumbaban como truenos, y el vocalista —de pie, encorvado hacia el público— escupía cada palabra con furia contenida. No había pirotecnia ni artificio escénico, solo pura intensidad.
La reacción del público en Call of the Crow fue inmediata. Algunos comenzaron a moverse hacia adelante, creando un pequeño círculo de headbanging sincronizado. Otros, más atrás, simplemente observaban, impresionados por la potencia y la cohesión de una banda que, pese a su corta trayectoria, ya demuestra una madurez notable. Con solo seis años de carrera, Incessant se perfila como una de las formaciones más prometedoras dentro del underground irlandés. Su presentación fue breve, contundente y sin espacio para el respiro. Cuando se retiraron del escenario, dejaron una estela de ruido en los oídos y una sonrisa en todos los que apreciamos la crudeza sin concesiones.
Thy Dying Light: tradición y sombra
El cronograma sufrió un leve ajuste, manejado excelentemente por parte del equipo de Call of the Crow, y los siguientes en salir fueron Thy Dying Light, el dúo conformado por Hrafn y Katyn. Desde el primer instante, el cambio de atmósfera fue evidente: el escenario volvió a teñirse de penumbra, iluminado solo por las llamas de las velas y algunos focos tenues que acentuaban el blanco del corpse paint.
El sonido, fiel a las raíces del Black Metal más tradicional, evocaba los primeros años del género: riffs gélidos, voces rasgadas, percusiones austeras. Katyn, detrás de una batería completamente negra —incluso los platillos— marcaba el pulso con precisión. Hrafn, al frente, proyectaba autoridad, pero el set, aunque correcto y bien ejecutado, careció del impacto emocional de las presentaciones previas. No fue una cuestión de técnica sino de conexión: el público acompañó con respeto, pero sin el fervor de otras actuaciones.
Aun así, la estética y la fidelidad al estilo clásico fueron impecables, recordándonos el poder que aún conserva la simplicidad cuando se la aborda con convicción.
Oakenthrone: épica y contemplación
La jornada continuó con uno de los momentos más esperados: el debut en vivo de Oakenthrone, el proyecto en solitario de S. Nagington, acompañado por músicos de sesión, nada más y nada menos que en Call of the Crow. Sin maquillaje ni vestimentas extremas, el grupo subió al escenario con una sobriedad que contrastaba con las imágenes habituales del género.
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El Black Metal Atmosférico que desplegaron fue un torrente de emociones contenidas. Las guitarras, densas pero melódicas, tejían paisajes sonoros que recordaban tanto a la majestuosidad de la naturaleza como a la introspección humana. Cada nota parecía cuidadosamente medida, cada silencio, intencionado.
Lo más llamativo fue la conexión entre los músicos: miradas cómplices, movimientos precisos, una fluidez que no suele verse en una primera presentación. La voz de Nagington, desgarrada pero controlada, transmitía vulnerabilidad sin perder fuerza. El público, entregado, acompañó con atención casi reverencial. Al finalizar el set, el aplauso fue unánime y prolongado. Oakenthrone dejó la sensación de haber abierto una nueva vía dentro de la escena, una donde la agresividad y la emoción no se oponen, sino que se complementan.
Völniir: fuego interno bajo luces rojas
Con el atardecer aproximándose y el cielo volviendo a cubrirse de nubes, llegó el turno de Völniir. El escenario principal se iluminó por completo de rojo carmesí, un resplandor que realzaba la decoración del arco cubierto de ramas de pino y coronado por una calavera de vaca. La imagen era imponente, casi litúrgica.
Los miembros de la banda —Skogen, S.V., Tubal-Qayin y Azrael— aparecieron en escena con vestimentas oscuras y presencia firme. Lo que siguió fue una demostración de Black Metal contemporáneo con bases sólidas en lo atmosférico, pero cargado de una energía primal. Los temas de su álbum All Hope Abandon (2021) sonaron con fuerza y convicción, desplegando una combinación de agresividad y melancolía que caracteriza su estilo.
El público, que ya para entonces llenaba casi todo el espacio techado, respondió con entusiasmo. Fue una de esas presentaciones durante Call of the Crow que reafirmaron por qué Völniir es considerada una de las joyas del underground británico: no necesitan grandes artificios para dominar la escena, solo honestidad y entrega.
Lunar Mantra: la alquimia del sonido
Ya entrada la noche, el aire en Pealie’s Barn adquirió un aroma distinto: el del incienso que ardía en el escenario principal, preludio del ritual sonoro que ofrecería Lunar Mantra. El cuarteto escocés, que recientemente regresó a la actividad tras una larga pausa, desplegó una propuesta que combinaba lo espiritual con lo visceral.
Exortivm, al frente, dirigía la banda con autoridad serena. El sonido, denso y envolvente, se movía entre pasajes meditativos y explosiones de furia controlada. Las temáticas —ocultismo, espiritualidad, metamorfosis interior— se entrelazaban con la música para crear una experiencia casi ceremonial. En lugar de confrontar al oyente, Lunar Mantra parecía invitarlo a un viaje introspectivo, a una especie de comunión silenciosa.
Lo más interesante fue la recepción del público: muchos, acostumbrados al enfoque más nihilista del Black Metal tradicional, quedaron atrapados por la sutileza del grupo. Hubo momentos en que la sala entera permaneció inmóvil, absorta, mientras el sonido llenaba cada rincón. Al terminar, el aplauso fue tan intenso como respetuoso. Fue, sin duda, una de las presentaciones más trascendentales de Call of the Crow.
Kryptan: el poder nórdico
La penúltima banda de la noche fue Kryptan, una de las dos formaciones internacionales invitadas para Call of the Crow, provenientes de Suecia. Fundados por Mattias Norrman y Alexander Högbom (ambos de October Tide), trajeron consigo una lección magistral de Black Metal escandinavo moderno.
Con apenas cinco años de carrera y su álbum debut Violence, Our Power lanzado el 14 de febrero de 2025, Kryptan mostró una madurez que muchos tardan décadas en alcanzar. Desde el primer acorde, la precisión y la fuerza de su sonido fueron sobrecogedoras. Las guitarras heladas, el bajo profundo y la batería demoledora crearon una pared de sonido de impecable ejecución.
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La frialdad nórdica de su música se sintió incluso en el aire; cada riff evocaba los paisajes gélidos de su tierra natal. No había poses ni exageraciones: solo una profesionalidad aplastante. Fue una de esas actuaciones que combinan técnica, emoción y entrega total. Al terminar, muchos —yo incluido— corrimos al puesto de merchandising para asegurarnos una copia del vinilo. Un disco de 180 gramos, perfectamente prensado, que se convirtió de inmediato en un recuerdo tangible de una presentación inolvidable.
Psychonaut 4: catarsis final
Y así, con la noche ya completamente cerrada y el viento soplando con furia renovada, llegó el momento más esperado de Call of the Crow: el cierre a cargo de Psychonaut 4, los titanes del Depressive Suicidal Black Metal (DSBM). El público se amontonó frente al escenario principal, un mar de abrigos negros y rostros expectantes.
Cuando comenzaron los primeros acordes, el silencio se transformó en una ola de gritos y vítores. Graf von Baphomet, con su presencia inconfundible, irrumpió en escena como un relámpago emocional. Desde el primer verso, su interpretación fue una entrega absoluta. Aunque cantara en un idioma que pocos comprendían, la intensidad de sus gestos, sus miradas y su voz desgarrada hacían innecesaria cualquier traducción.
A su lado, S.D. Ramirez se encargó de la interacción con el público, equilibrando la oscuridad introspectiva de Graf con una energía más comunicativa. Sus coros, perfectamente sincronizados, añadían una segunda capa de dramatismo a la música. Canciones como “Sana Sana Sana, Cura Cura Cura” o “Too Late to Call an Ambulance” resonaron con fuerza casi hipnótica, arrastrando a todos a un estado de trance colectivo en Call of the Crow.
Lo más notable fue la conexión que se generó entre banda y público. En un género que suele ser introspectivo y distante, Psychonaut 4 logró lo contrario: crear una comunión emocional palpable. Cuando la última nota se desvaneció, el aplauso fue ensordecedor. Fue el cierre perfecto, no solo para el día, sino para todo el festival.
Epílogo: un final bajo el viento
Con el eco de la última canción aún flotando en el aire, muchos nos quedamos unos minutos más, observando las luces apagarse lentamente. El viento seguía soplando, pero ya no importaba. Había una sensación compartida de haber sido parte de algo auténtico, algo que difícilmente podría replicarse en un evento de mayor escala.
Call of the Crow cerró su primera edición superando todas las expectativas. La organización de NeCrow Events fue impecable: puntualidad, atención al detalle, un trato humano con el público y los artistas, y una selección de bandas que equilibró a la perfección lo atmosférico, lo tradicional y lo extremo.
Sí, el clima fue hostil. Sí, las carpas sufrieron y algunos terminamos durmiendo donde pudimos. Pero nada de eso empañó la experiencia. Más bien, la reforzó. Porque este tipo de festivales —los que nacen desde la pasión y no desde el negocio— tienen esa capacidad única de unir a la gente bajo la misma causa: la música.
Pealie’s Barn, con su estructura centenaria y su mezcla de madera, piedra y viento, había sido testigo de dos días de comunión, catarsis y celebración. Y aunque el eco de los amplificadores ya se había desvanecido, algo me decía que este era solo el comienzo.
Call of the Crow no solo cumplió con lo prometido: estableció un nuevo estándar para lo que un festival de Black Metal puede ser en el Reino Unido. Y ahora, lo único que queda, es esperar con ansiedad su segunda edición.
- Gate Master
- Gate Master
- Gate Master
- Incessant
- Incessant
- Incessant
- Thy Dying Light
- Thy Dying Light
- Thy Dying Light
- Oakenthrone
- Oakenthrone
- Oakenthrone
- Volniir
- Volniir
- Volniir
- Lunar Mantra
- Lunar Mantra
- Lunar Mantra
- Kryptan
- Kryptan
- Kryptan
- Psychonaut 4
- Psychonaut 4
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