

El pasado sábado, justo después de Halloween, El Altar del Holocausto ofreció en Barcelona una de esas ceremonias musicales que desafían las convenciones del directo. Sin teloneros, con precios populares y un ambiente propicio para la comunión, la banda salmantina desembarcó en Razzmatazz con su gira Amen Sin Acento, dispuesta a reafirmar por qué se han convertido en uno de los nombres más singulares del metal instrumental nacional.
La banda irrumpió en escena con “Because Evident”, envolviendo el recinto en una nube de luz blanca y reverberación casi espiritual. Con sus túnicas y la mística habitual, El Altar del Holocausto desplegó un sonido envolvente, de esos que más que escucharse se experimentan. Las guitarras se alzaban como letanías eléctricas, los golpes de batería marcaban el pulso de una misa sonora, y el público, entre el silencio reverente y la euforia contenida, se dejó arrastrar por el oleaje.
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La conexión con la audiencia fue creciendo a lo largo del set. En temas como “Act 2 – Resvurrectionem” o “Amen”, el público se unía con palmas y gritos a los pasajes más rítmicos, transformando lo que podría ser una experiencia introspectiva en una celebración colectiva. Pero el éxtasis llegó con “Lucas I, 26, 38”, uno de los momentos más coreados de la noche, con la sala entera saltando al unísono en una mezcla entre devoción y catarsis.
El sonido, nítido y contundente, permitió disfrutar de cada matiz, especialmente en piezas como “De Euforia”, donde la precisión técnica se fundía con la emoción pura. En algunos momentos, el público llegó incluso a pedir silencio a los más habladores, como si cualquier palabra profana pudiera romper el hechizo sonoro que se tejía sobre el escenario. Y razón no les faltaba: pocas bandas consiguen mantener ese nivel de tensión emocional sin pronunciar una sola palabra.
Cuando nadie lo esperaba, la liturgia se transformó en pura furia: un “wall of death” desató el caos durante “El Que Es.Bueno”, demostrando que la solemnidad no está reñida con la brutalidad. Fue un estallido de energía que contrastó con la serenidad previa, como si el concierto pasara de la oración al apocalipsis en cuestión de segundos.
A lo largo del espectáculo, El Altar del Holocausto mostró algo que pocas bandas instrumentales logran: presencia. No son estatuas tocando en silencio; sonríen, se mueven, se provocan entre ellos y disfrutan visiblemente del momento. Esa naturalidad, unida a su cuidada puesta en escena y a su sonido impecable, convierte su directo en algo tan humano como trascendente.
El cierre, con “Love Your Enemies” y “Act 1 – Crvcis”, fue el epílogo perfecto para una noche que más que un concierto, fue una experiencia inmersiva. Una corriente continua de sonido y luz que fluyó con la fuerza de un río sagrado, dejando tras de sí un silencio reverencial.
Puede que Amen Sin Acento sea el nombre de la gira, pero lo que El Altar del Holocausto demuestra sobre el escenario es que no necesita adornos: su fe está en la música, y su mensaje, aunque sin palabras, resuena alto y claro.


El pasado sábado, justo después de Halloween, El Altar del Holocausto ofreció en Barcelona una de esas ceremonias musicales que desafían las convenciones del directo. Sin teloneros, con precios populares y un ambiente propicio para la comunión, la banda salmantina desembarcó en Razzmatazz con su gira Amen Sin Acento, dispuesta a reafirmar por qué se han convertido en uno de los nombres más singulares del metal instrumental nacional.
La banda irrumpió en escena con “Because Evident”, envolviendo el recinto en una nube de luz blanca y reverberación casi espiritual. Con sus túnicas y la mística habitual, El Altar del Holocausto desplegó un sonido envolvente, de esos que más que escucharse se experimentan. Las guitarras se alzaban como letanías eléctricas, los golpes de batería marcaban el pulso de una misa sonora, y el público, entre el silencio reverente y la euforia contenida, se dejó arrastrar por el oleaje.
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El sonido, nítido y contundente, permitió disfrutar de cada matiz, especialmente en piezas como “De Euforia”, donde la precisión técnica se fundía con la emoción pura. En algunos momentos, el público llegó incluso a pedir silencio a los más habladores, como si cualquier palabra profana pudiera romper el hechizo sonoro que se tejía sobre el escenario. Y razón no les faltaba: pocas bandas consiguen mantener ese nivel de tensión emocional sin pronunciar una sola palabra.
Cuando nadie lo esperaba, la liturgia se transformó en pura furia: un “wall of death” desató el caos durante “El Que Es.Bueno”, demostrando que la solemnidad no está reñida con la brutalidad. Fue un estallido de energía que contrastó con la serenidad previa, como si el concierto pasara de la oración al apocalipsis en cuestión de segundos.
A lo largo del espectáculo, El Altar del Holocausto mostró algo que pocas bandas instrumentales logran: presencia. No son estatuas tocando en silencio; sonríen, se mueven, se provocan entre ellos y disfrutan visiblemente del momento. Esa naturalidad, unida a su cuidada puesta en escena y a su sonido impecable, convierte su directo en algo tan humano como trascendente.
El cierre, con “Love Your Enemies” y “Act 1 – Crvcis”, fue el epílogo perfecto para una noche que más que un concierto, fue una experiencia inmersiva. Una corriente continua de sonido y luz que fluyó con la fuerza de un río sagrado, dejando tras de sí un silencio reverencial.
Puede que Amen Sin Acento sea el nombre de la gira, pero lo que El Altar del Holocausto demuestra sobre el escenario es que no necesita adornos: su fe está en la música, y su mensaje, aunque sin palabras, resuena alto y claro.














