

Apoyado en la pared de la Revi relimpio las lentes con mi trapo. He llegado pronto para evitar pasar por casa. Directo desde la oficina. Grupos de amigos llegan charlando y se pasean por las dos mesas del “merchan”. Están muy bien puestas. Con cariño. Buena luz. Carteles con precios. Una sonrisa para cada pregunta. En la primera fila los incondicionales ocupan sus puestos y charlan entre ellos. Canciones que esperan escuchar. Bolos pasados de la banda. Muy buen ambiente que se va calentando.
Cuando ya está a punto de comenzar la primera banda veo entrar a María. No la veía desde 1985. Cuando corrí a su portal. María Conca. Cuando llamé a su piso una y otra vez. Cuando me di cuenta que la había perdido para siempre. María Conca de Dalt. Nuestras familias eran demasiado distintas. Mismo barrio. Distinto estatus. Mirasierra tenía las casas de la mano obrera. Los pisos de los nuevos ricos. Un instituto uniendo los dos mundos. Una madre decidida a decidir. Su hijo era suyo. La vida de su hijo, suya también. Hijo como propiedad. El crucifijo como imposición (en el pecho con orgullo).
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A pesar del tiempo transcurrido no dudo. Es ella. Esa sonrisa. Ese perfil. María. Sus rizos peinan canas. Sus ojos expresivos llevan marcado el paso del tiempo. Está animada charlando. La cabeza redonda. Los carrillos hinchados. Es la belleza. María. Mauro no se hubiera acercado nunca. Nunca hubiera estado un martes en la Revi. Nunca dos grandes zancadas le hubieran transportado. Me planto frente suyo. Mi sonrisa debe ser tan grande como la ilusión por verla. “Hola María, ¿sabes quién soy?”
Su pausa es algo más que valorativa. Su pausa es perpetua. Dos ojazos grandes trás sus gafas recorren mi rostro. “Sí. Eres Mauro, ¿te ha dejado tu madre venir al concierto?” Levanta su mano muy despacio, me acaricia la barba mientras guiña el ojo derecho. Me congelo, me derrito, formo un charco y me evaporo. Soy Mauro, llevo 25 años madrugando y vistiendo de traje. Odio mi vida (cada día un poco menos) y mi trabajo (cada día un poco más). Cuerpo cansado. Mente en llamas.
Induction es la primera banda. Se corta la música y la sala queda casi a oscuras. Miro a María con súplica. Quiero seguir charlando y recuperar el tiempo. Pero la banda no espera y las fotos tampoco. Toco el Photopass y le guiño el ojo mientras entro al foso. Su rostro es comprensivo a la vez que muestra sorpresa. La banda ya está mostrando su lección de técnica y virtuosismo. La sala tiene muy buenas luces y quiero aprovecharlo al máximo. Con el angular trato de acercarme lo más que puedo, como siempre quiero una o dos fotos correctas de cada miembro. Pronto compruebo que no va a ser complicado, son un elenco que se entrega, desde la vestimenta, algo steampunk, a sus gestos, movimientos y cambios constantes de posición. La banda se sintió super compenetrada y era evidente su comunicación no verbal para las pausas, entradas de estribillos o solos de guitarra. Su frontman fue el más comunicativo y se atrevió con el castellano. Nos contó que a la banda le encanta España, pero curiosamente era la primera vez que tocaban en nuestro país. Bromeó con la traducción del nombre al lenguaje de Cervantes: “Inducción”, dijo que le encantaba su sonoridad, mucho más contundente que en su idioma natal, pero un redoble del batería y sus aspavientos dejaban claro que eso no iba a pasar. Musicalmente Induction me pareció talentosa, con músicos muy buenos capaces de dar espectáculo al tiempo que clavan su interpretación. Si bien debo reconocer que me resultó bastante repetitivo en cuanto a estructuras y tempos.
Interpretaron temas de su nuevo disco y el público se entrego a cantar, incluso las menos conocidas. Se generó un muy buen ambiente, posteriormente consolidado en la “percha” con charlas y fotos para todo el que se acercó. El sonido, como siempre en La Revi, fue perfecto con ambos grupos, dejando disfrutar de los instrumentos sin perder nada de la voz. Con la pausa para el cambio de escenario comencé a buscar entre el público la melena rizada de María. Cuando la vi, su mirada ya estaba clavada en mi. “¿Desde cuando haces fotos?” me pregunta con tono divertido. “Algo menos de dos meses. Después de la siguiente banda te cuento, si te apetece” contesto, rogando. No puedo evitarlo, acerco mi cuerpo al suyo. Pongo mi mano en la cámara, comienzo a acariciarla. “No sé si lo hago bien, pero me da la vida”.
Luego llega All For Metal. Esto no es un concierto, es un campo de batalla. Si Induction es la técnica, All For Metal es el juramento, el músculo, la teatralidad guerrera. La atmósfera cambia radicalmente. Puños al aire. Cada miembro va vestido como personajes arquetípicos de fantasía. El frontman, el guerrero, es un muro de carisma. Todo lo alto y fuerte que es, trasmite simpatía. Reparte sonrisas mientras sus músculos brillan o se mueven al ritmo de la música. Me centro en el foco selectivo: el haz de luz se clava en la figura, una mole que comanda la sala. El vestuario, las poses, el movimiento coreografiado con los guitarristas, todo está diseñado para la fotografía épica. Me enfrento a la espectacularidad controlada, saltos, espadas, lanzas, mandobles, martillo de guerra… Dos momentos me robaron la sonrisa. Las dos veces que tomó en volandas a sus compañeros, primero a la guitarrista durante un solo y luego a su colega en las voces, rematando la pose con los dos “sacando molla”, la ovación fue atronadora.
Con All For Metal no importa la canción; importa el himno. Su Power Metal es directo, pesado, pensado para la hermandad y cumple lo que promete. No se paró de corear los temas. Llenos de lemas épicos y coros en los que deleitarte. Hubo tiempo para todo en su set list, incluso una clase de cardio con los miembros de la banda como profesores en el pit. Temas lentos cantados a una voz y guitarra con las luces muy bien ajustadas en dos haces y fondo anaranjado. Canciones para darlo todo en el pit como “Run” o “Raise your hammer”, este último con pequeños martillos de guerra vistos entre el público. A partes más teatralizadas dando sentido a las letras posteriores. Espectacular en ejecución el solo de bajo, condimentado con risas locas, contagiosas y muy aplaudidas. Las dos columnas de humo así como algunos aparatos de luz más los alzadores hablan muy bien de la producción de la banda. Un proyecto que se siente auténtico y desarrollado con pasión. Sin duda todos los presentes disfrutaron de una noche de martes a tope de epicidad, tanta, que no creo que entrara más ni en la enorme Revi.
Según termina el concierto vuelo para buscar a María, quiero enseñarle las fotos, hablarle de mi vida, preguntarle por la suya. Cuando doy con ella lleva dos tercios. Los levanta a modo de invitación. Una sonrisa enorme. María. Nos apoyamos en un barril y comenzamos a hablar. Parece que nunca nos hubiéramos separado. Cada línea de mi vida sigue con una de la suya. Quedamos en vernos en el siguiente concierto y seguir en contacto. Cuando nos despedimos me agarra la mano, deja algo en ella. Se acerca para darme un beso en la mejilla y me susurra. “Es un colgante que me encanta”, me estremezo al sentirla tan cerca. Qué bien huele. “Te lo regalo por si vuelves a desaparecer” me sonríe a la vez que acaricia mi brazo, “llévalo con orgullo”. Flojera de piernas. Subidón de temperatura. Tengo 16 otra vez. Cuerpo cansado. Mente en llamas.


Apoyado en la pared de la Revi relimpio las lentes con mi trapo. He llegado pronto para evitar pasar por casa. Directo desde la oficina. Grupos de amigos llegan charlando y se pasean por las dos mesas del “merchan”. Están muy bien puestas. Con cariño. Buena luz. Carteles con precios. Una sonrisa para cada pregunta. En la primera fila los incondicionales ocupan sus puestos y charlan entre ellos. Canciones que esperan escuchar. Bolos pasados de la banda. Muy buen ambiente que se va calentando.
Cuando ya está a punto de comenzar la primera banda veo entrar a María. No la veía desde 1985. Cuando corrí a su portal. María Conca. Cuando llamé a su piso una y otra vez. Cuando me di cuenta que la había perdido para siempre. María Conca de Dalt. Nuestras familias eran demasiado distintas. Mismo barrio. Distinto estatus. Mirasierra tenía las casas de la mano obrera. Los pisos de los nuevos ricos. Un instituto uniendo los dos mundos. Una madre decidida a decidir. Su hijo era suyo. La vida de su hijo, suya también. Hijo como propiedad. El crucifijo como imposición (en el pecho con orgullo).
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A pesar del tiempo transcurrido no dudo. Es ella. Esa sonrisa. Ese perfil. María. Sus rizos peinan canas. Sus ojos expresivos llevan marcado el paso del tiempo. Está animada charlando. La cabeza redonda. Los carrillos hinchados. Es la belleza. María. Mauro no se hubiera acercado nunca. Nunca hubiera estado un martes en la Revi. Nunca dos grandes zancadas le hubieran transportado. Me planto frente suyo. Mi sonrisa debe ser tan grande como la ilusión por verla. “Hola María, ¿sabes quién soy?”
Su pausa es algo más que valorativa. Su pausa es perpetua. Dos ojazos grandes trás sus gafas recorren mi rostro. “Sí. Eres Mauro, ¿te ha dejado tu madre venir al concierto?” Levanta su mano muy despacio, me acaricia la barba mientras guiña el ojo derecho. Me congelo, me derrito, formo un charco y me evaporo. Soy Mauro, llevo 25 años madrugando y vistiendo de traje. Odio mi vida (cada día un poco menos) y mi trabajo (cada día un poco más). Cuerpo cansado. Mente en llamas.
Induction es la primera banda. Se corta la música y la sala queda casi a oscuras. Miro a María con súplica. Quiero seguir charlando y recuperar el tiempo. Pero la banda no espera y las fotos tampoco. Toco el Photopass y le guiño el ojo mientras entro al foso. Su rostro es comprensivo a la vez que muestra sorpresa. La banda ya está mostrando su lección de técnica y virtuosismo. La sala tiene muy buenas luces y quiero aprovecharlo al máximo. Con el angular trato de acercarme lo más que puedo, como siempre quiero una o dos fotos correctas de cada miembro. Pronto compruebo que no va a ser complicado, son un elenco que se entrega, desde la vestimenta, algo steampunk, a sus gestos, movimientos y cambios constantes de posición. La banda se sintió super compenetrada y era evidente su comunicación no verbal para las pausas, entradas de estribillos o solos de guitarra. Su frontman fue el más comunicativo y se atrevió con el castellano. Nos contó que a la banda le encanta España, pero curiosamente era la primera vez que tocaban en nuestro país. Bromeó con la traducción del nombre al lenguaje de Cervantes: “Inducción”, dijo que le encantaba su sonoridad, mucho más contundente que en su idioma natal, pero un redoble del batería y sus aspavientos dejaban claro que eso no iba a pasar. Musicalmente Induction me pareció talentosa, con músicos muy buenos capaces de dar espectáculo al tiempo que clavan su interpretación. Si bien debo reconocer que me resultó bastante repetitivo en cuanto a estructuras y tempos.
Interpretaron temas de su nuevo disco y el público se entrego a cantar, incluso las menos conocidas. Se generó un muy buen ambiente, posteriormente consolidado en la “percha” con charlas y fotos para todo el que se acercó. El sonido, como siempre en La Revi, fue perfecto con ambos grupos, dejando disfrutar de los instrumentos sin perder nada de la voz. Con la pausa para el cambio de escenario comencé a buscar entre el público la melena rizada de María. Cuando la vi, su mirada ya estaba clavada en mi. “¿Desde cuando haces fotos?” me pregunta con tono divertido. “Algo menos de dos meses. Después de la siguiente banda te cuento, si te apetece” contesto, rogando. No puedo evitarlo, acerco mi cuerpo al suyo. Pongo mi mano en la cámara, comienzo a acariciarla. “No sé si lo hago bien, pero me da la vida”.
Luego llega All For Metal. Esto no es un concierto, es un campo de batalla. Si Induction es la técnica, All For Metal es el juramento, el músculo, la teatralidad guerrera. La atmósfera cambia radicalmente. Puños al aire. Cada miembro va vestido como personajes arquetípicos de fantasía. El frontman, el guerrero, es un muro de carisma. Todo lo alto y fuerte que es, trasmite simpatía. Reparte sonrisas mientras sus músculos brillan o se mueven al ritmo de la música. Me centro en el foco selectivo: el haz de luz se clava en la figura, una mole que comanda la sala. El vestuario, las poses, el movimiento coreografiado con los guitarristas, todo está diseñado para la fotografía épica. Me enfrento a la espectacularidad controlada, saltos, espadas, lanzas, mandobles, martillo de guerra… Dos momentos me robaron la sonrisa. Las dos veces que tomó en volandas a sus compañeros, primero a la guitarrista durante un solo y luego a su colega en las voces, rematando la pose con los dos “sacando molla”, la ovación fue atronadora.
Con All For Metal no importa la canción; importa el himno. Su Power Metal es directo, pesado, pensado para la hermandad y cumple lo que promete. No se paró de corear los temas. Llenos de lemas épicos y coros en los que deleitarte. Hubo tiempo para todo en su set list, incluso una clase de cardio con los miembros de la banda como profesores en el pit. Temas lentos cantados a una voz y guitarra con las luces muy bien ajustadas en dos haces y fondo anaranjado. Canciones para darlo todo en el pit como “Run” o “Raise your hammer”, este último con pequeños martillos de guerra vistos entre el público. A partes más teatralizadas dando sentido a las letras posteriores. Espectacular en ejecución el solo de bajo, condimentado con risas locas, contagiosas y muy aplaudidas. Las dos columnas de humo así como algunos aparatos de luz más los alzadores hablan muy bien de la producción de la banda. Un proyecto que se siente auténtico y desarrollado con pasión. Sin duda todos los presentes disfrutaron de una noche de martes a tope de epicidad, tanta, que no creo que entrara más ni en la enorme Revi.
Según termina el concierto vuelo para buscar a María, quiero enseñarle las fotos, hablarle de mi vida, preguntarle por la suya. Cuando doy con ella lleva dos tercios. Los levanta a modo de invitación. Una sonrisa enorme. María. Nos apoyamos en un barril y comenzamos a hablar. Parece que nunca nos hubiéramos separado. Cada línea de mi vida sigue con una de la suya. Quedamos en vernos en el siguiente concierto y seguir en contacto. Cuando nos despedimos me agarra la mano, deja algo en ella. Se acerca para darme un beso en la mejilla y me susurra. “Es un colgante que me encanta”, me estremezo al sentirla tan cerca. Qué bien huele. “Te lo regalo por si vuelves a desaparecer” me sonríe a la vez que acaricia mi brazo, “llévalo con orgullo”. Flojera de piernas. Subidón de temperatura. Tengo 16 otra vez. Cuerpo cansado. Mente en llamas.

















