

Texto y Fotografías: Suso Pardal
La brisa marina del viernes 16 de mayo no solo refrescó la costa levantina: trajo consigo una descarga eléctrica de punk rock con casi medio siglo de historia. La Marina Norte de València, más habituada a ritmos urbanos y luces de neón, se rindió ante la contundencia, la integridad y la lucidez lírica de Bad Religion, que celebraron su gira “45 Years Doing What You Want” con una potencia intacta. En medio del ambiente festivo y del ruido habitual de la noche valenciana, el grito del punk encontró su espacio y sonó más alto que nunca.
La jornada arrancó puntual, a las 19:00 h, con los canadienses Belvedere, que marcaron el tono desde el primer acorde. Su skate punk veloz y sin filtros fue el pistoletazo de salida para los primeros asistentes que ya comenzaban a llenar el recinto. Luego subieron al escenario los catalanes Crim, que supieron conectar con el público gracias a sus letras combativas y un sonido crudo, sin artificios. Para entonces, el ambiente ya era de concierto grande: cerveza en alto, puños al aire y las primeras voces coreando estribillos.
El siguiente en subir fue Strung Out, que elevó aún más la temperatura. Su mezcla de hardcore melódico y técnica afilada, junto a la entrega total de su vocalista Jason Cruz, generó una conexión inmediata. Fue uno de los momentos más intensos del primer tramo del cartel, con el público cada vez más entregado.
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A las 21:40 h llegó uno de los nombres más esperados: Agnostic Front, leyendas del hardcore neoyorquino. Roger Miret lideró con solvencia, pero fue Vinnie Stigma quien se llevó todas las miradas: saltó, corrió, sonrió y agitó al público como si el tiempo no pasara por él. Fue el encargado de desatar los primeros pogos serios de la noche, especialmente en los momentos más crudos del repertorio. Canciones como “My Life My Way” y “Old New York” sacudieron al público, pero el verdadero clímax llegó con “Gotta Go”, coreada a pulmón por todo el recinto, en uno de esos instantes en que el punk trasciende la música y se convierte en comunión. Cerraron su actuación con una versión salvaje del “Blitzkrieg Bop” de los Ramones, que unió a todos en un grito compartido de celebración y memoria.
Pasadas las 23:00 h, llegó el turno de los protagonistas: Bad Religion. Y lo hicieron sin rodeos: abrieron con “Recipe for Hate” y no soltaron el acelerador en toda la hora que siguió. Durante su actuación repasaron buena parte de su trayectoria, intercalando himnos generacionales con cortes que siguen resonando con urgencia hoy. Sonaron clásicos como “You”, “Infected” o “21st Century (Digital Boy)”, todos recibidos con fervor por un público completamente entregado.
Tras un primer tramo demoledor, el set se cerró momentáneamente con “Cease” y “Anesthesia”. La pausa fue breve. Volvieron al escenario para un bis final y cerrar la noche con dos himnos que resumen su legado de lucha e inteligencia crítica: “Sorrow” y “American Jesus”. La conexión con el público fue total, las voces se unieron a los coros y la emoción flotaba en el aire. No solo fue un final potente: fue un acto colectivo de resistencia.
En un espacio poco habitual para este tipo de propuestas, entre el bullicio habitual de la noche valenciana, el punk se hizo fuerte y dejó una huella profunda. Bad Religion, respaldados por un cartel de lujo, ofrecieron algo más que un concierto: fue una celebración del inconformismo, una reafirmación colectiva, un recordatorio necesario de que el punk no solo sigue vivo, sino que sigue siendo urgente.


Texto y Fotografías: Suso Pardal
La brisa marina del viernes 16 de mayo no solo refrescó la costa levantina: trajo consigo una descarga eléctrica de punk rock con casi medio siglo de historia. La Marina Norte de València, más habituada a ritmos urbanos y luces de neón, se rindió ante la contundencia, la integridad y la lucidez lírica de Bad Religion, que celebraron su gira “45 Years Doing What You Want” con una potencia intacta. En medio del ambiente festivo y del ruido habitual de la noche valenciana, el grito del punk encontró su espacio y sonó más alto que nunca.
La jornada arrancó puntual, a las 19:00 h, con los canadienses Belvedere, que marcaron el tono desde el primer acorde. Su skate punk veloz y sin filtros fue el pistoletazo de salida para los primeros asistentes que ya comenzaban a llenar el recinto. Luego subieron al escenario los catalanes Crim, que supieron conectar con el público gracias a sus letras combativas y un sonido crudo, sin artificios. Para entonces, el ambiente ya era de concierto grande: cerveza en alto, puños al aire y las primeras voces coreando estribillos.
El siguiente en subir fue Strung Out, que elevó aún más la temperatura. Su mezcla de hardcore melódico y técnica afilada, junto a la entrega total de su vocalista Jason Cruz, generó una conexión inmediata. Fue uno de los momentos más intensos del primer tramo del cartel, con el público cada vez más entregado.
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Pasadas las 23:00 h, llegó el turno de los protagonistas: Bad Religion. Y lo hicieron sin rodeos: abrieron con “Recipe for Hate” y no soltaron el acelerador en toda la hora que siguió. Durante su actuación repasaron buena parte de su trayectoria, intercalando himnos generacionales con cortes que siguen resonando con urgencia hoy. Sonaron clásicos como “You”, “Infected” o “21st Century (Digital Boy)”, todos recibidos con fervor por un público completamente entregado.
Tras un primer tramo demoledor, el set se cerró momentáneamente con “Cease” y “Anesthesia”. La pausa fue breve. Volvieron al escenario para un bis final y cerrar la noche con dos himnos que resumen su legado de lucha e inteligencia crítica: “Sorrow” y “American Jesus”. La conexión con el público fue total, las voces se unieron a los coros y la emoción flotaba en el aire. No solo fue un final potente: fue un acto colectivo de resistencia.
En un espacio poco habitual para este tipo de propuestas, entre el bullicio habitual de la noche valenciana, el punk se hizo fuerte y dejó una huella profunda. Bad Religion, respaldados por un cartel de lujo, ofrecieron algo más que un concierto: fue una celebración del inconformismo, una reafirmación colectiva, un recordatorio necesario de que el punk no solo sigue vivo, sino que sigue siendo urgente.