


Candlemass, la banda que le dio nombre y forma al doom metal épico, regresó a Buenos Aires después de 9 años, para celebrar las cuatro décadas de su disco fundacional, “Epicus Doomicus Metallicus“, con una formación que hizo latir con fuerza el corazón de los puristas: el regreso definitivo del vocalista original Johan Längqvist.
La velada comenzó con la actuación de Ararat, el proyecto stoner/doom de Sergio Ch (ex Los Natas). Llegué al venue unos 25 minutos antes de que el dúo se subiera al escenario. Si bien esos riffs pesados del bajo y la voz cavernosa de Sergio fueron sólidos, no terminaron de atraparme. Reconozco la calidad en el escenario, pero la vibra simplemente no resonó con mi oído. Aproveché los últimos momentos de esos 40 que duró su set para deambular por la barra, cambiar impresiones con otros colegas y saludar a algunos de los ya clásicos “personajes de la noche metalera” que siempre dan ese color único y familiar a las salas porteñas.
Tras un intervalo de unos 30 minutos, con esa tensión previa que electriza el aire, las luces finalmente se apagaron, las cortinas se abrieron y el público estalló, Candlemass estaba sobre las tablas. La formación actual de la agrupación combina lo mejor de su historia, el regreso del vocalista original —quien dejó la banda tras el lanzamiento del álbum debut y permaneció alejado del metal durante décadas, hasta su regreso oficial en 2019—, junto al cerebro compositor y alma de la banda, Leif Edling en el bajo; Mats “Mappe” Björkman en la guitarra rítmica; Lars “Lasse” Johansson en la guitarra líder; y Jan Lindh en la batería. Esta es prácticamente la misma formación que grabó los álbumes más importantes de la banda, con la notable y emocionante excepción de que Längqvist reemplazó al carismático Messiah Marcolin.
El show fue magnífico, aunque no estuvo exento de pequeños problemas técnicos al inicio, ya que hubo algunos acoples que generaron cierta tensión, sin embargo, una vez resueltos, todo fluyó de lujo. El carisma del cantante es innegable: a pesar de los años transcurridos, demostró que su voz sigue siendo una herramienta poderosa y que su presencia escénica no ha perdido fuerza. El profesionalismo de cada uno de los veteranos integrantes que tocaron en aquel prestigioso disco, fue evidente desde el primer acorde. Decidieron salir a homenajear aquella obra maestra del año 86 y a pesar del tiempo transcurrido, la química entre ellos es incuestionable, fruto de décadas de experiencia.
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Leif Edling, visible en el escenario después de años de problemas de salud que lo mantuvieron alejado de los shows en vivo, se mostró sólido y concentrado. Su presencia es fundamental no solo musicalmente sino también simbólicamente, es el arquitecto de este sonido. Lars Johansson brilló particularmente durante los solos, demostrando por qué es considerado uno de los guitarristas líderes más subestimados del metal, con un estilo crudo y distintivo que elevó cada tema.
El setlist fue un viaje entre épocas, canciones de “Nightfall“, “Ancient Dreams” y “Tales of Creation” se alternaron con material proveniente desde “Sweet Evil Sun“, pero el corazón de la noche fue el tributo al “Epicus…”. Escuchar en vivo “A Sorcerer’s Pledge”, “Demon’s Gate” y “Crystal Ball” fue como entrar en un túnel del tiempo donde cada acorde tiene peso propio. Cerrar con “Solitude” fue un momento de catarsis colectiva, el público coreaba cada palabra y cada riffs junto a la voz de Johan flotando en el aire.
Lo más impresionante de la noche no fue solo la ejecución técnica, impecable, sino el aura que desplegaron: camaradería entre los músicos, comunicación con el público, ese balance perfecto entre solemnidad y celebración. Ver a Candlemass en vivo es recordar por qué el doom metal existe como género independiente. Mientras sus contemporáneos de los 80’s buscaban velocidad, ellos eligieron el peso, la atmósfera y la densidad emocional. Candlemass volvió a recordarnos por qué el doom no necesita de artilugios ni solos ejecutados a 1000 rpm para ser devastador. Cada nota tenía el peso de la historia.
Salir del venue después del último acorde de “Solitude” no era terminar un concierto, era haber sido testigo de un ritual de 40 años de legado metalero, intacto y vigente. Para quienes estuvimos presentes, fue la confirmación de que ciertos grupos trascienden las modas y los años.



Candlemass, la banda que le dio nombre y forma al doom metal épico, regresó a Buenos Aires después de 9 años, para celebrar las cuatro décadas de su disco fundacional, “Epicus Doomicus Metallicus“, con una formación que hizo latir con fuerza el corazón de los puristas: el regreso definitivo del vocalista original Johan Längqvist.
La velada comenzó con la actuación de Ararat, el proyecto stoner/doom de Sergio Ch (ex Los Natas). Llegué al venue unos 25 minutos antes de que el dúo se subiera al escenario. Si bien esos riffs pesados del bajo y la voz cavernosa de Sergio fueron sólidos, no terminaron de atraparme. Reconozco la calidad en el escenario, pero la vibra simplemente no resonó con mi oído. Aproveché los últimos momentos de esos 40 que duró su set para deambular por la barra, cambiar impresiones con otros colegas y saludar a algunos de los ya clásicos “personajes de la noche metalera” que siempre dan ese color único y familiar a las salas porteñas.
Tras un intervalo de unos 30 minutos, con esa tensión previa que electriza el aire, las luces finalmente se apagaron, las cortinas se abrieron y el público estalló, Candlemass estaba sobre las tablas. La formación actual de la agrupación combina lo mejor de su historia, el regreso del vocalista original —quien dejó la banda tras el lanzamiento del álbum debut y permaneció alejado del metal durante décadas, hasta su regreso oficial en 2019—, junto al cerebro compositor y alma de la banda, Leif Edling en el bajo; Mats “Mappe” Björkman en la guitarra rítmica; Lars “Lasse” Johansson en la guitarra líder; y Jan Lindh en la batería. Esta es prácticamente la misma formación que grabó los álbumes más importantes de la banda, con la notable y emocionante excepción de que Längqvist reemplazó al carismático Messiah Marcolin.
El show fue magnífico, aunque no estuvo exento de pequeños problemas técnicos al inicio, ya que hubo algunos acoples que generaron cierta tensión, sin embargo, una vez resueltos, todo fluyó de lujo. El carisma del cantante es innegable: a pesar de los años transcurridos, demostró que su voz sigue siendo una herramienta poderosa y que su presencia escénica no ha perdido fuerza. El profesionalismo de cada uno de los veteranos integrantes que tocaron en aquel prestigioso disco, fue evidente desde el primer acorde. Decidieron salir a homenajear aquella obra maestra del año 86 y a pesar del tiempo transcurrido, la química entre ellos es incuestionable, fruto de décadas de experiencia.
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Leif Edling, visible en el escenario después de años de problemas de salud que lo mantuvieron alejado de los shows en vivo, se mostró sólido y concentrado. Su presencia es fundamental no solo musicalmente sino también simbólicamente, es el arquitecto de este sonido. Lars Johansson brilló particularmente durante los solos, demostrando por qué es considerado uno de los guitarristas líderes más subestimados del metal, con un estilo crudo y distintivo que elevó cada tema.
El setlist fue un viaje entre épocas, canciones de “Nightfall“, “Ancient Dreams” y “Tales of Creation” se alternaron con material proveniente desde “Sweet Evil Sun“, pero el corazón de la noche fue el tributo al “Epicus…”. Escuchar en vivo “A Sorcerer’s Pledge”, “Demon’s Gate” y “Crystal Ball” fue como entrar en un túnel del tiempo donde cada acorde tiene peso propio. Cerrar con “Solitude” fue un momento de catarsis colectiva, el público coreaba cada palabra y cada riffs junto a la voz de Johan flotando en el aire.
Lo más impresionante de la noche no fue solo la ejecución técnica, impecable, sino el aura que desplegaron: camaradería entre los músicos, comunicación con el público, ese balance perfecto entre solemnidad y celebración. Ver a Candlemass en vivo es recordar por qué el doom metal existe como género independiente. Mientras sus contemporáneos de los 80’s buscaban velocidad, ellos eligieron el peso, la atmósfera y la densidad emocional. Candlemass volvió a recordarnos por qué el doom no necesita de artilugios ni solos ejecutados a 1000 rpm para ser devastador. Cada nota tenía el peso de la historia.
Salir del venue después del último acorde de “Solitude” no era terminar un concierto, era haber sido testigo de un ritual de 40 años de legado metalero, intacto y vigente. Para quienes estuvimos presentes, fue la confirmación de que ciertos grupos trascienden las modas y los años.












