


Ivory Blacks, miércoles 21 de mayo de 2025. Una noche donde dos bandas con menos de una década de existencia entre ambas logran lo que muchos artistas con años de carrera no consiguen: agotar localidades no solo en esta fecha, sino también el día anterior en Edimburgo. Si esto no es un indicio del potencial que tienen por delante, entonces realmente no sé qué lo sería. Estamos hablando de Castle Rat, banda oriunda de Brooklyn formada en 2019, y de Cwfen, oriundos de Glasgow, activos desde fines de 2022.
Con el cartel de “Sold Out” ya colgado desde hacía semanas, la expectativa era alta. Al llegar al recinto, el murmullo de la multitud era una mezcla de entusiasmo, curiosidad y un tipo especial de electricidad que solo se siente cuando uno sabe que está por presenciar algo memorable. Cwfen abre la noche, y lo hace jugando como local. El público lo sabe y responde en consecuencia: Ivory Blacks está prácticamente lleno antes de que siquiera suene una nota.
La banda aparece en el escenario sin demasiadas vueltas ni poses artificiales. Luego de una ola de aplausos, comienzan los primeros acordes de “Rite”, y de inmediato todo el aire se espesa. Es difícil describir exactamente qué provoca Cwfen, porque lo suyo no se basa en fórmulas sino en atmósferas. Generalmente, durante las primeras tres canciones de un set estoy completamente enfocado en mi cámara, intentando capturar los momentos más visuales. Pero esta vez, sinceramente me costó mantener la concentración: lo que estaba escuchando me sacudía, me inquietaba, me hablaba desde un lugar nuevo. Sentí esa excitación difícil de definir, esa punzada de “acabo de descubrir algo realmente especial”.
Continúan con “Wolfsbane”, canción centrada en el empoderamiento femenino. “The men have had a thousand years to make us quiet wives, tonight we shout and sing”, canta con una mezcla de dulzura, desafío y fuego. Los 6:33 minutos que dura la canción son una verdadera montaña rusa emocional. Hay riffs densos, graves que se arrastran como criaturas de otro mundo, pero también momentos de delicadeza que bordean lo espectral. La voz flota entre registros bajos y penetrantes hasta explosiones de furia visceral. Es hipnótico.
A esa altura, ya no quedaban dudas de que estábamos presenciando algo con un potencial increíble. Le siguieron “Reliks”, “Penance” y “Bodies”, todas ejecutadas con una precisión que no sacrifica ni un gramo de emoción. El cierre llega con “Embers”, una despedida cargada de una melancolía violenta, casi ritual. Es imposible no hacer un paralelismo entre lo que transmiten y lo que alguna vez lograron bandas como Type O Negative, Lacrimas Profundere, incluso Placebo. Pero Cwfen no se limita a replicar. También hay ecos de Siouxsie and the Banshees, The Birthday Party y un dejo de post punk que actúa como columna vertebral de su identidad sonora. Lo suyo es una amalgama oscura y sofisticada que toma influencias, sí, pero no las copia: las transforma.
Como banda emergente, Cwfen ha mostrado una madurez poco común. Su capacidad para generar paisajes sonoros tan densos como envolventes, acompañados de letras introspectivas y poderosas, es testimonio de un proceso creativo sumamente enfocado. En vivo, logran captar tanto al fan del doom como al del goth, al amante del shoegaze y al del metal alternativo. Son, en el mejor sentido, inclasificables.
Es difícil encontrar algo que criticarles. Si acaso un mea culpa por no haberlos descubierto antes. Su primer larga duración sale el 30 de mayo, y ya agotaron las 500 copias en vinilo que pusieron a la venta en la preventa, menos de 24 horas después del anuncio. Pero si estás leyendo esto y querés una copia, hay tiendas que aún tienen stock y podés encontrarlas a través de su perfil de Bandcamp.
Otro aspecto que merece mención es la humildad del grupo. Más allá de lo musical, hay un compromiso genuino con otros artistas: fotógrafos, ilustradores, fans. Te agradecen, comparten tu trabajo, te hacen sentir parte de un todo que claramente está creciendo de forma orgánica pero imparable. Hay una ética en lo que hacen que excede el escenario.
Con semejante comienzo, sería razonable pensar que el resto de la noche corría el riesgo de quedar a la sombra. Pero estamos hablando de Castle Rat, y Castle Rat no defrauda. Ni un poco.
Después de un breve abrazo grupal sobre el escenario, una especie de ritual íntimo entre sus integrantes, desaparecen por un costado. Minutos después, vuelven a aparecer, completamente transformados. Ataviados como salidos de una mezcla entre Conan el Bárbaro, He-Man, Castlevania y, por supuesto, el universo visual de Frank Frazetta, cada uno de sus movimientos parece parte de una coreografía cuidadosamente pensada para sumergirnos en su mundo.
Abren con “Fresh Fur” y “Dagger Dragger”, ambas pertenecientes a su debut Into The Realms. La ovación es inmediata. La respuesta del público es una declaración de amor incondicional. No solo se nota que muchos venían esperando este momento con ansias; también hay asistentes disfrazados, con maquillaje y vestimenta inspirada en la estética de la banda. Un mini universo compartido. La comunión entre artista y audiencia es palpable, auténtica.
Verlos en vivo es como asistir a una mezcla de recital, teatro y ritual místico. Cada canción es una escena, cada pausa un cambio de acto. La narrativa que proponen es parte esencial del show, y su ejecución es impecable. Por momentos, la teatralidad me recordó a King Diamond, aunque con un enfoque más mitológico que satánico, más aventura que horror.
El set continúa con “Cry For Me”, “Red Sands”, “Realm” y “Resurrector”. Es durante esta parte del show que aparece por primera vez el personaje de The Rat Reaperess, la nemesis de The Rat Queen (el alter ego de Riley Pinkerton). Portando una guadaña y moviéndose con una mezcla de solemnidad y amenaza, su presencia en el escenario introduce una tensión narrativa que transforma el show en una especie de ópera doom.
Cada uno de los personajes del lore de la banda hace su entrada: además de The Rat Queen y The Rat Reaperess, tenemos a The Count (guitarra), The Plague Doctor (bajo) y The Druid (batería). Son como avatares de un universo que mezcla lo medieval con lo sobrenatural, la fantasía épica con la estética del metal más oscuro.
Castle Rat ha construido su identidad con una visión artística clara y ambiciosa. Su estética no es solo una pose: es una extensión del mundo que están creando. En cada show, desarrollan su mitología propia, como si fueran una banda sonora viviente de una saga fantástica aún no escrita. Y lo hacen sin perder jamás el eje musical: riffs pesados, estructuras rítmicas poderosas, una voz que equilibra fuerza y dramatismo. Todo está calibrado con precisión.
Hacia el final del recital, asistimos a una verdadera batalla escénica entre The Rat Queen y The Rat Reaperess. Este duelo, dramático y perfectamente coreografiado, culmina con una estocada fatal de la reaperess, robándole la espada a la reina y dejándola aparentemente muerta. Es entonces cuando entra en acción The Plague Doctor, quien con una poción mágica la revive. Entre espasmos y un grito cargado de furia, The Rat Queen se levanta y atraviesa a su enemiga con la misma espada, sellando su destino.
Es entonces cuando suena “Feed The Dream”, el cierre perfecto para una noche que rozó lo cinematográfico. El público explota en gritos, aplausos, brazos en alto. Cuando la banda regresa brevemente al escenario para agradecer, la ovación es ensordecedora. Hay abrazos, hay sonrisas de esas que solo se ven después de una experiencia transformadora.
Lo que pasó en Ivory Blacks esa noche fue una celebración del arte en su forma más pasional y creativa. Fue un recordatorio de que la magia sigue ahí, latiendo en los márgenes de lo independiente, en bandas nuevas que se animan a soñar en grande. Y lo hacen con talento, con visión, con un respeto profundo por el público y por sí mismos.
Ambas bandas —Cwfen y Castle Rat— tienen todo para seguir creciendo. Ya están dejando una marca, y lo mejor es que apenas están comenzando. Lo que vimos anoche fue el inicio de algo importante. Algo que, si se mantiene fiel a sus principios y sigue avanzando con la misma honestidad, puede dejar una huella duradera en la historia del metal contemporáneo.
Keep on headbanging motherfucker!



Ivory Blacks, miércoles 21 de mayo de 2025. Una noche donde dos bandas con menos de una década de existencia entre ambas logran lo que muchos artistas con años de carrera no consiguen: agotar localidades no solo en esta fecha, sino también el día anterior en Edimburgo. Si esto no es un indicio del potencial que tienen por delante, entonces realmente no sé qué lo sería. Estamos hablando de Castle Rat, banda oriunda de Brooklyn formada en 2019, y de Cwfen, oriundos de Glasgow, activos desde fines de 2022.
Con el cartel de “Sold Out” ya colgado desde hacía semanas, la expectativa era alta. Al llegar al recinto, el murmullo de la multitud era una mezcla de entusiasmo, curiosidad y un tipo especial de electricidad que solo se siente cuando uno sabe que está por presenciar algo memorable. Cwfen abre la noche, y lo hace jugando como local. El público lo sabe y responde en consecuencia: Ivory Blacks está prácticamente lleno antes de que siquiera suene una nota.
La banda aparece en el escenario sin demasiadas vueltas ni poses artificiales. Luego de una ola de aplausos, comienzan los primeros acordes de “Rite”, y de inmediato todo el aire se espesa. Es difícil describir exactamente qué provoca Cwfen, porque lo suyo no se basa en fórmulas sino en atmósferas. Generalmente, durante las primeras tres canciones de un set estoy completamente enfocado en mi cámara, intentando capturar los momentos más visuales. Pero esta vez, sinceramente me costó mantener la concentración: lo que estaba escuchando me sacudía, me inquietaba, me hablaba desde un lugar nuevo. Sentí esa excitación difícil de definir, esa punzada de “acabo de descubrir algo realmente especial”.
Continúan con “Wolfsbane”, canción centrada en el empoderamiento femenino. “The men have had a thousand years to make us quiet wives, tonight we shout and sing”, canta con una mezcla de dulzura, desafío y fuego. Los 6:33 minutos que dura la canción son una verdadera montaña rusa emocional. Hay riffs densos, graves que se arrastran como criaturas de otro mundo, pero también momentos de delicadeza que bordean lo espectral. La voz flota entre registros bajos y penetrantes hasta explosiones de furia visceral. Es hipnótico.
A esa altura, ya no quedaban dudas de que estábamos presenciando algo con un potencial increíble. Le siguieron “Reliks”, “Penance” y “Bodies”, todas ejecutadas con una precisión que no sacrifica ni un gramo de emoción. El cierre llega con “Embers”, una despedida cargada de una melancolía violenta, casi ritual. Es imposible no hacer un paralelismo entre lo que transmiten y lo que alguna vez lograron bandas como Type O Negative, Lacrimas Profundere, incluso Placebo. Pero Cwfen no se limita a replicar. También hay ecos de Siouxsie and the Banshees, The Birthday Party y un dejo de post punk que actúa como columna vertebral de su identidad sonora. Lo suyo es una amalgama oscura y sofisticada que toma influencias, sí, pero no las copia: las transforma.
Como banda emergente, Cwfen ha mostrado una madurez poco común. Su capacidad para generar paisajes sonoros tan densos como envolventes, acompañados de letras introspectivas y poderosas, es testimonio de un proceso creativo sumamente enfocado. En vivo, logran captar tanto al fan del doom como al del goth, al amante del shoegaze y al del metal alternativo. Son, en el mejor sentido, inclasificables.
Es difícil encontrar algo que criticarles. Si acaso un mea culpa por no haberlos descubierto antes. Su primer larga duración sale el 30 de mayo, y ya agotaron las 500 copias en vinilo que pusieron a la venta en la preventa, menos de 24 horas después del anuncio. Pero si estás leyendo esto y querés una copia, hay tiendas que aún tienen stock y podés encontrarlas a través de su perfil de Bandcamp.
Otro aspecto que merece mención es la humildad del grupo. Más allá de lo musical, hay un compromiso genuino con otros artistas: fotógrafos, ilustradores, fans. Te agradecen, comparten tu trabajo, te hacen sentir parte de un todo que claramente está creciendo de forma orgánica pero imparable. Hay una ética en lo que hacen que excede el escenario.
Con semejante comienzo, sería razonable pensar que el resto de la noche corría el riesgo de quedar a la sombra. Pero estamos hablando de Castle Rat, y Castle Rat no defrauda. Ni un poco.
Después de un breve abrazo grupal sobre el escenario, una especie de ritual íntimo entre sus integrantes, desaparecen por un costado. Minutos después, vuelven a aparecer, completamente transformados. Ataviados como salidos de una mezcla entre Conan el Bárbaro, He-Man, Castlevania y, por supuesto, el universo visual de Frank Frazetta, cada uno de sus movimientos parece parte de una coreografía cuidadosamente pensada para sumergirnos en su mundo.
Abren con “Fresh Fur” y “Dagger Dragger”, ambas pertenecientes a su debut Into The Realms. La ovación es inmediata. La respuesta del público es una declaración de amor incondicional. No solo se nota que muchos venían esperando este momento con ansias; también hay asistentes disfrazados, con maquillaje y vestimenta inspirada en la estética de la banda. Un mini universo compartido. La comunión entre artista y audiencia es palpable, auténtica.
Verlos en vivo es como asistir a una mezcla de recital, teatro y ritual místico. Cada canción es una escena, cada pausa un cambio de acto. La narrativa que proponen es parte esencial del show, y su ejecución es impecable. Por momentos, la teatralidad me recordó a King Diamond, aunque con un enfoque más mitológico que satánico, más aventura que horror.
El set continúa con “Cry For Me”, “Red Sands”, “Realm” y “Resurrector”. Es durante esta parte del show que aparece por primera vez el personaje de The Rat Reaperess, la nemesis de The Rat Queen (el alter ego de Riley Pinkerton). Portando una guadaña y moviéndose con una mezcla de solemnidad y amenaza, su presencia en el escenario introduce una tensión narrativa que transforma el show en una especie de ópera doom.
Cada uno de los personajes del lore de la banda hace su entrada: además de The Rat Queen y The Rat Reaperess, tenemos a The Count (guitarra), The Plague Doctor (bajo) y The Druid (batería). Son como avatares de un universo que mezcla lo medieval con lo sobrenatural, la fantasía épica con la estética del metal más oscuro.
Castle Rat ha construido su identidad con una visión artística clara y ambiciosa. Su estética no es solo una pose: es una extensión del mundo que están creando. En cada show, desarrollan su mitología propia, como si fueran una banda sonora viviente de una saga fantástica aún no escrita. Y lo hacen sin perder jamás el eje musical: riffs pesados, estructuras rítmicas poderosas, una voz que equilibra fuerza y dramatismo. Todo está calibrado con precisión.
Hacia el final del recital, asistimos a una verdadera batalla escénica entre The Rat Queen y The Rat Reaperess. Este duelo, dramático y perfectamente coreografiado, culmina con una estocada fatal de la reaperess, robándole la espada a la reina y dejándola aparentemente muerta. Es entonces cuando entra en acción The Plague Doctor, quien con una poción mágica la revive. Entre espasmos y un grito cargado de furia, The Rat Queen se levanta y atraviesa a su enemiga con la misma espada, sellando su destino.
Es entonces cuando suena “Feed The Dream”, el cierre perfecto para una noche que rozó lo cinematográfico. El público explota en gritos, aplausos, brazos en alto. Cuando la banda regresa brevemente al escenario para agradecer, la ovación es ensordecedora. Hay abrazos, hay sonrisas de esas que solo se ven después de una experiencia transformadora.
Lo que pasó en Ivory Blacks esa noche fue una celebración del arte en su forma más pasional y creativa. Fue un recordatorio de que la magia sigue ahí, latiendo en los márgenes de lo independiente, en bandas nuevas que se animan a soñar en grande. Y lo hacen con talento, con visión, con un respeto profundo por el público y por sí mismos.
Ambas bandas —Cwfen y Castle Rat— tienen todo para seguir creciendo. Ya están dejando una marca, y lo mejor es que apenas están comenzando. Lo que vimos anoche fue el inicio de algo importante. Algo que, si se mantiene fiel a sus principios y sigue avanzando con la misma honestidad, puede dejar una huella duradera en la historia del metal contemporáneo.
Keep on headbanging motherfucker!