

El tercer día de Copenhell amaneció con una energía desbordante. La afluencia del público desde muy temprano era tan alta, que apenas logré llegar para los últimos momentos del show de Soulfly. Una verdadera locura que una banda de semejante calibre abriera la jornada, pero la respuesta del público fue clara: no importa la hora, si hay metal, ahí estaremos. Lo que siguió fue una jornada cargada de contrastes, sorpresas y actuaciones memorables que pusieron a prueba los sentidos y el cuerpo bajo el implacable sol de Refshaleøen.
Lo de Trold fue simplemente mágico. Con su folk metal inspirado en los mitos nórdicos, dieron vida a un universo de fábula que convirtió el Hades stage en una fiesta de trolls. Abrieron con “I Skovens Rige” y “Med Høtyv Og Fakkel”, en una entrada escénica muy cuidada, con trajes rasgados, maquillaje ennegrecido y animaciones proyectadas que reforzaban el ambiente fantástico. La flautista invitada, Louise Hjorth, aportó belleza melódica a temas clave como “Utysken” y “Mod Den Endeløse Skov”, este último precedido por un emotivo momento en el que el vocalista Allan Madsen pidió al público encender luces por los trolls perdidos. No faltaron los invitados especiales, como Esben “Esse” Hansen en “Tusind År I Dvale” y René Pedersen (Mercenary) en el cierre con “Sensommerbålet”. Además, el gesto de repartir 100 cervezas al público del foso selló la comunión perfecta entre banda y audiencia. Una actuación redonda, llena de energía, color y camaradería.
Pudimos ver solo un tramo del concierto de Gåte, pero fue suficiente para quedar hipnotizados. La banda noruega, que representó a su país en Eurovisión 2024 con “Ulveham”, demostró en el Pandemonium Stage que su mezcla de folk y rock progresivo no es un mero experimento: es una fórmula poderosa. Gunnhild Sundli se adueñó del escenario con una voz impresionante, que canaliza siglos de tradición y emoción. Lamentablemente, tuvimos que salir corriendo para alcanzar el show de Dream Theater, pero lo poco que vimos fue intensamente prometedor.
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Ver a Dream Theater en vivo es, para muchos, un rito sagrado. La maquinaria prog más legendaria del metal cumplió con casi todo lo esperado en el escenario Helvíti. Abrieron con fuerza gracias a “Night Terror” y encadenaron una lista de temas técnicamente impecables, con Mike Portnoy brillando tras una batería colosal. Las composiciones complicadas y atmosféricas como “Fatal Tragedy” o “Peruvian Skies” fluyeron con precisión matemática, y el set fue una clase magistral de ejecución instrumental. Pero no todo fue perfecto. James LaBrie ofreció una actuación vocal que no estuvo a la altura del resto del grupo. Le faltó potencia, claridad y resistencia, y lo que debía ser un clímax con “Pull Me Under” terminó siendo un cierre frustrante. La entrega del resto de la banda fue de altísimo nivel, pero la voz principal quedó rezagada en un mar de excelencia musical que merecía más.
Brat ofreció uno de los momentos más sorprendentes del festival. Su propuesta “Barbiegrind” puede sonar como una broma en papel, pero en directo resultó ser una mezcla demoledora de grindcore, black metal y estética pop noventera. Liz Selfish, con su micro de diadema al estilo Taylor Swift, alternaba entre cheerleader poseída y líder de secta, dando un show tan brutal como encantador. Aunque visualmente el grupo aún puede afinar su propuesta, musicalmente demostraron que no son solo un concepto viral: son una realidad arrolladora.
Carcass, por su parte, ofreció una clase magistral de cómo mantener la brutalidad con elegancia. Jeff Walker lideró con autoridad y sarcasmo británico, mientras Bill Steer dibujaba sonrisas con sus solos afilados. El repertorio se centró en clásicos de Heartwork y joyas tempranas como “Genital Grinder”, en un set sólido que solo se vio limitado por cierta falta de interacción más directa con el público. Aun así, fue un festín gore servido con precisión quirúrgica.
El thrash alemán encontró a su rey indiscutible en Kreator. Mille Petrozza demostró que sigue teniendo fuego en las venas, y que su guitarra y voz están en plena forma. Desde el arranque con “Violent Revolution” hasta el cierre apoteósico con “Pleasure to Kill”, la banda no dio tregua. Con paredes de fuego, muros de muerte y un público entregado, Kreator no solo rindió homenaje a su legado, sino que demostró por qué siguen siendo una fuerza imparable.
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Stray From The Path trajo energía hardcore y un discurso político que conectó con el espíritu punk del festival. Aunque su fórmula se volvió repetitiva hacia el final del set, temas como “Goodnight Alt-Right” y “Kubrick Stare” fueron auténticos latigazos sónicos. Andrew Dijorio supo mover a las masas como un predicador enfurecido, aunque la intensidad no siempre se mantuvo a lo largo del concierto.
El set de Myrkur fue un bálsamo entre tanto caos. Su fusión de folk nórdico, kulning y black metal atmosférico encontró en el cielo abierto de Copenhell el escenario ideal. Acompañada por el coro del Fredensborg Pigeorkester y una sobria puesta en escena, Myrkur conquistó con delicadeza. Aunque el sonido no fue perfecto, la espiritualidad del momento compensó cualquier defecto técnico. Un viaje místico y profundamente emocional.
El caso de Billy Idol fue más complejo. La nostalgia pesó más que la ejecución. Aunque su presencia aún tiene carisma y actitud, su voz no pudo seguirle el ritmo al resto del cuerpo. Lo más polémico de su set fue que mandó echar a los fotógrafos ya dentro del foso, lo cual dejó mal sabor de boca entre la prensa. A pesar de ello, hits como “Eyes Without a Face” y “Rebel Yell” fueron celebrados por un público entregado que no pedía otra cosa que revivir los 80 con su ídolo, aunque fuera en modo museo viviente.
King Diamond volvió a casa, y eso se notó. Aunque ha cambiado el horror gótico por una versión más entrañable de sí mismo, la calidad musical sigue intocable. Con Andy LaRocque como pilar eterno, y una banda afilada como siempre, ofrecieron un show teatral y nostálgico, aunque menos “oscuro” que en tiempos pasados. “Welcome Home” y “Abigail” brillaron como era de esperar, aunque uno no podía evitar echar de menos a aquel King más peligroso y menos bonachón. Aun así, fue un homenaje digno al legado de una leyenda del metal danés.
Y finalmente, Cabal quedó como ese espectáculo inalcanzable. Desde lo alto, pudimos vislumbrar su muro sonoro y la brutalidad que desplegaron ante un recinto completamente colapsado. El público abarrotaba cada rincón, impidiendo incluso el acceso al área del concierto. Una pena no haber podido vivirlo de cerca, pero un claro indicio del culto que la banda sigue alimentando.



El tercer día de Copenhell amaneció con una energía desbordante. La afluencia del público desde muy temprano era tan alta, que apenas logré llegar para los últimos momentos del show de Soulfly. Una verdadera locura que una banda de semejante calibre abriera la jornada, pero la respuesta del público fue clara: no importa la hora, si hay metal, ahí estaremos. Lo que siguió fue una jornada cargada de contrastes, sorpresas y actuaciones memorables que pusieron a prueba los sentidos y el cuerpo bajo el implacable sol de Refshaleøen.
Lo de Trold fue simplemente mágico. Con su folk metal inspirado en los mitos nórdicos, dieron vida a un universo de fábula que convirtió el Hades stage en una fiesta de trolls. Abrieron con “I Skovens Rige” y “Med Høtyv Og Fakkel”, en una entrada escénica muy cuidada, con trajes rasgados, maquillaje ennegrecido y animaciones proyectadas que reforzaban el ambiente fantástico. La flautista invitada, Louise Hjorth, aportó belleza melódica a temas clave como “Utysken” y “Mod Den Endeløse Skov”, este último precedido por un emotivo momento en el que el vocalista Allan Madsen pidió al público encender luces por los trolls perdidos. No faltaron los invitados especiales, como Esben “Esse” Hansen en “Tusind År I Dvale” y René Pedersen (Mercenary) en el cierre con “Sensommerbålet”. Además, el gesto de repartir 100 cervezas al público del foso selló la comunión perfecta entre banda y audiencia. Una actuación redonda, llena de energía, color y camaradería.
Pudimos ver solo un tramo del concierto de Gåte, pero fue suficiente para quedar hipnotizados. La banda noruega, que representó a su país en Eurovisión 2024 con “Ulveham”, demostró en el Pandemonium Stage que su mezcla de folk y rock progresivo no es un mero experimento: es una fórmula poderosa. Gunnhild Sundli se adueñó del escenario con una voz impresionante, que canaliza siglos de tradición y emoción. Lamentablemente, tuvimos que salir corriendo para alcanzar el show de Dream Theater, pero lo poco que vimos fue intensamente prometedor.
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Ver a Dream Theater en vivo es, para muchos, un rito sagrado. La maquinaria prog más legendaria del metal cumplió con casi todo lo esperado en el escenario Helvíti. Abrieron con fuerza gracias a “Night Terror” y encadenaron una lista de temas técnicamente impecables, con Mike Portnoy brillando tras una batería colosal. Las composiciones complicadas y atmosféricas como “Fatal Tragedy” o “Peruvian Skies” fluyeron con precisión matemática, y el set fue una clase magistral de ejecución instrumental. Pero no todo fue perfecto. James LaBrie ofreció una actuación vocal que no estuvo a la altura del resto del grupo. Le faltó potencia, claridad y resistencia, y lo que debía ser un clímax con “Pull Me Under” terminó siendo un cierre frustrante. La entrega del resto de la banda fue de altísimo nivel, pero la voz principal quedó rezagada en un mar de excelencia musical que merecía más.
Brat ofreció uno de los momentos más sorprendentes del festival. Su propuesta “Barbiegrind” puede sonar como una broma en papel, pero en directo resultó ser una mezcla demoledora de grindcore, black metal y estética pop noventera. Liz Selfish, con su micro de diadema al estilo Taylor Swift, alternaba entre cheerleader poseída y líder de secta, dando un show tan brutal como encantador. Aunque visualmente el grupo aún puede afinar su propuesta, musicalmente demostraron que no son solo un concepto viral: son una realidad arrolladora.
Carcass, por su parte, ofreció una clase magistral de cómo mantener la brutalidad con elegancia. Jeff Walker lideró con autoridad y sarcasmo británico, mientras Bill Steer dibujaba sonrisas con sus solos afilados. El repertorio se centró en clásicos de Heartwork y joyas tempranas como “Genital Grinder”, en un set sólido que solo se vio limitado por cierta falta de interacción más directa con el público. Aun así, fue un festín gore servido con precisión quirúrgica.
El thrash alemán encontró a su rey indiscutible en Kreator. Mille Petrozza demostró que sigue teniendo fuego en las venas, y que su guitarra y voz están en plena forma. Desde el arranque con “Violent Revolution” hasta el cierre apoteósico con “Pleasure to Kill”, la banda no dio tregua. Con paredes de fuego, muros de muerte y un público entregado, Kreator no solo rindió homenaje a su legado, sino que demostró por qué siguen siendo una fuerza imparable.
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Stray From The Path trajo energía hardcore y un discurso político que conectó con el espíritu punk del festival. Aunque su fórmula se volvió repetitiva hacia el final del set, temas como “Goodnight Alt-Right” y “Kubrick Stare” fueron auténticos latigazos sónicos. Andrew Dijorio supo mover a las masas como un predicador enfurecido, aunque la intensidad no siempre se mantuvo a lo largo del concierto.
El set de Myrkur fue un bálsamo entre tanto caos. Su fusión de folk nórdico, kulning y black metal atmosférico encontró en el cielo abierto de Copenhell el escenario ideal. Acompañada por el coro del Fredensborg Pigeorkester y una sobria puesta en escena, Myrkur conquistó con delicadeza. Aunque el sonido no fue perfecto, la espiritualidad del momento compensó cualquier defecto técnico. Un viaje místico y profundamente emocional.
El caso de Billy Idol fue más complejo. La nostalgia pesó más que la ejecución. Aunque su presencia aún tiene carisma y actitud, su voz no pudo seguirle el ritmo al resto del cuerpo. Lo más polémico de su set fue que mandó echar a los fotógrafos ya dentro del foso, lo cual dejó mal sabor de boca entre la prensa. A pesar de ello, hits como “Eyes Without a Face” y “Rebel Yell” fueron celebrados por un público entregado que no pedía otra cosa que revivir los 80 con su ídolo, aunque fuera en modo museo viviente.
King Diamond volvió a casa, y eso se notó. Aunque ha cambiado el horror gótico por una versión más entrañable de sí mismo, la calidad musical sigue intocable. Con Andy LaRocque como pilar eterno, y una banda afilada como siempre, ofrecieron un show teatral y nostálgico, aunque menos “oscuro” que en tiempos pasados. “Welcome Home” y “Abigail” brillaron como era de esperar, aunque uno no podía evitar echar de menos a aquel King más peligroso y menos bonachón. Aun así, fue un homenaje digno al legado de una leyenda del metal danés.
Y finalmente, Cabal quedó como ese espectáculo inalcanzable. Desde lo alto, pudimos vislumbrar su muro sonoro y la brutalidad que desplegaron ante un recinto completamente colapsado. El público abarrotaba cada rincón, impidiendo incluso el acceso al área del concierto. Una pena no haber podido vivirlo de cerca, pero un claro indicio del culto que la banda sigue alimentando.
