

En una jornada marcada por un calor sofocante, Destroy Boys, la agrupación californiana desembarcó en Buenos Aires para reafirmar por qué es la voz de una nueva generación. Junto a Hombre 2000 y Garbage People, la fecha organizada por Noiseground fue una muestra de los nuevos rumbos del rock alternativo y la identidad no binaria.
Bajo un sol que castigaba la ciudad con 31 grados, me acerqué hasta Uniclub que, según el sensor humano y celular, la temperatura arañaba los 38°, nos sumergimos en una jornada que poco tuvo que ver con los pogos de la vieja guardia, pero mucho con la urgencia y la visibilidad del presente.
La tarde comenzó con la presentación de la joven banda Hombre 2000. Si tuviera que definirlos para quienes no conocen su propuesta, podría decir que son una mezcla interesante entre la desprolijidad de El Otro Yo y las melodías gancheras de Arctic Monkeys. Con una formación clásica de bajo, guitarra y batería, sumada a un teclado que escupía samplers, su sonido se abarca en esos paisajes alternativos que tanto resuenan en el nicho actual.
El vocalista desplegó una actitud de rockstar clásico: torso desnudo con tirantes, gafas y cigarrillo en mano, contrastando con una audiencia donde el glitter, los pelos multicolores y las orejas de elfo marcaban el ritmo visual de la jornada. Si bien el pogo fue apenas un destello de quince segundos —lejos de las batallas campales que supimos ver en este mismo antro con Napalm Death, Crypta o Tiamat—, la conexión con su público fue genuina. Fue, en definitiva, la bienvenida a un show con una impronta marcadamente palermitana pero con la energía del rock más visceral.
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Pasadas las 20, y bajo una amalgama de sonidos difíciles de encasillar, fue el turno de Garbage People. El trío ofreció un set aceptable de aproximadamente 20 minutos, aunque se vio empañado por dificultades técnicas persistentes. Los problemas en los ajustes de la guitarra y una mezcla que tapaba la voz dificultaron la apreciación total de su propuesta, la cual navega por aguas “a lo Radiohead”, alternando pasajes melódicos con riffs de mayor intensidad.
A pesar de los baches entre canciones, donde quizás hubiese sido oportuno comunicar más sobre el proyecto, se percibe que es una banda con futuro dentro de su ámbito una vez que logren pulir la dinámica del vivo. El momento de mayor impacto llegó cuando Alexia Roditis (vocalista de DB) subió para colaborar en las últimas estrofas. El cierre fue puramente punk: todes les músiques se retiraron del escenario tirando sus instrumentos y dejándolos acoplando, una imagen clásica de caos que preparó el terreno para lo que vendría.
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A las 21:15, con un Uniclub al 50% de su capacidad pero con una densidad de calor que obligaba a hidratarse constantemente, el plato fuerte hizo su entrada. Para quienes no les conocen, Destroy Boys es una banda formada en Sacramento, California que se ha convertido en un referente ineludible del punk rock contemporáneo. Con una fuerte conexión con la comunidad LGBTQ+, promovida por sus letras queer y su apoyo incondicional a los espacios seguros, la banda es hoy un faro para jóvenes y disidencias que buscan verse representades en el escenario.
Alexia Roditis, la mente maestra detrás de la banda, suele denominar su visión artística como “Rock Lunar”, una etiqueta que le permite escapar de los corsés del punk tradicional para explorar una sensibilidad más amplia. En su debut en Buenos Aires, la conexión con sus raíces latinas fue inmediata. Con un “están listas, listos, listes“, la banda arrancó su set con “Shadow (I’m Breaking Down)”, desatando una energía que hizo olvidar el cansancio del domingo veraniego.
El mensaje de Alexia fue claro y profesional: pidió al público que hicieran pogo, pero con la advertencia de que si alguien molestaba a las chicas, seguridad se encargaría de sacarle del lugar de forma poco amigable. “¿Cómo están mis no binaries, mis transgéneros?”
“Esta canción se lo dedico a nosotres“, disparó antes de dedicar temas específicamente a las comunidades lesbianas y bisexuales.
La banda demostró tener solidez y fueron ejecutando canciones que pusieron a saltar, poguear y hasta hubo algún stage diving suelto. Pasaron por temas como “Amor divino”, donde los cambios de instrumentos fluyeron con naturalidad, y la “Te llevo conmigo”, una canción que Alexia dedicó a sus ancestras. El setlist, apoyado en sus trabajos como Funeral Soundtrack #4, Make Room y Open Mouth, Open Heart, fue una montaña rusa de punk rock crudo y melodías que invitaban al amor libre.
A pesar de la brecha generacional de quien escribe —siendo uno de los pocos adultos mayores en un mar de jóvenes de entre 18 y 25 años—, fue imposible no destacar la conducta ejemplar de les asistentes. Ver a pibes acercarse a la barra para dejar las latas vacías, evitando el revoleo simiesco habitual de otros eventos, habla de una nueva forma de habitar el espacio del rock.
Destroy Boys no solo trajo música; trajo un espacio seguro donde la vulnerabilidad se transformó en fuerza.


En una jornada marcada por un calor sofocante, Destroy Boys, la agrupación californiana desembarcó en Buenos Aires para reafirmar por qué es la voz de una nueva generación. Junto a Hombre 2000 y Garbage People, la fecha organizada por Noiseground fue una muestra de los nuevos rumbos del rock alternativo y la identidad no binaria.
Bajo un sol que castigaba la ciudad con 31 grados, me acerqué hasta Uniclub que, según el sensor humano y celular, la temperatura arañaba los 38°, nos sumergimos en una jornada que poco tuvo que ver con los pogos de la vieja guardia, pero mucho con la urgencia y la visibilidad del presente.
La tarde comenzó con la presentación de la joven banda Hombre 2000. Si tuviera que definirlos para quienes no conocen su propuesta, podría decir que son una mezcla interesante entre la desprolijidad de El Otro Yo y las melodías gancheras de Arctic Monkeys. Con una formación clásica de bajo, guitarra y batería, sumada a un teclado que escupía samplers, su sonido se abarca en esos paisajes alternativos que tanto resuenan en el nicho actual.
El vocalista desplegó una actitud de rockstar clásico: torso desnudo con tirantes, gafas y cigarrillo en mano, contrastando con una audiencia donde el glitter, los pelos multicolores y las orejas de elfo marcaban el ritmo visual de la jornada. Si bien el pogo fue apenas un destello de quince segundos —lejos de las batallas campales que supimos ver en este mismo antro con Napalm Death, Crypta o Tiamat—, la conexión con su público fue genuina. Fue, en definitiva, la bienvenida a un show con una impronta marcadamente palermitana pero con la energía del rock más visceral.
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Pasadas las 20, y bajo una amalgama de sonidos difíciles de encasillar, fue el turno de Garbage People. El trío ofreció un set aceptable de aproximadamente 20 minutos, aunque se vio empañado por dificultades técnicas persistentes. Los problemas en los ajustes de la guitarra y una mezcla que tapaba la voz dificultaron la apreciación total de su propuesta, la cual navega por aguas “a lo Radiohead”, alternando pasajes melódicos con riffs de mayor intensidad.
A pesar de los baches entre canciones, donde quizás hubiese sido oportuno comunicar más sobre el proyecto, se percibe que es una banda con futuro dentro de su ámbito una vez que logren pulir la dinámica del vivo. El momento de mayor impacto llegó cuando Alexia Roditis (vocalista de DB) subió para colaborar en las últimas estrofas. El cierre fue puramente punk: todes les músiques se retiraron del escenario tirando sus instrumentos y dejándolos acoplando, una imagen clásica de caos que preparó el terreno para lo que vendría.
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A las 21:15, con un Uniclub al 50% de su capacidad pero con una densidad de calor que obligaba a hidratarse constantemente, el plato fuerte hizo su entrada. Para quienes no les conocen, Destroy Boys es una banda formada en Sacramento, California que se ha convertido en un referente ineludible del punk rock contemporáneo. Con una fuerte conexión con la comunidad LGBTQ+, promovida por sus letras queer y su apoyo incondicional a los espacios seguros, la banda es hoy un faro para jóvenes y disidencias que buscan verse representades en el escenario.
Alexia Roditis, la mente maestra detrás de la banda, suele denominar su visión artística como “Rock Lunar”, una etiqueta que le permite escapar de los corsés del punk tradicional para explorar una sensibilidad más amplia. En su debut en Buenos Aires, la conexión con sus raíces latinas fue inmediata. Con un “están listas, listos, listes“, la banda arrancó su set con “Shadow (I’m Breaking Down)”, desatando una energía que hizo olvidar el cansancio del domingo veraniego.
El mensaje de Alexia fue claro y profesional: pidió al público que hicieran pogo, pero con la advertencia de que si alguien molestaba a las chicas, seguridad se encargaría de sacarle del lugar de forma poco amigable. “¿Cómo están mis no binaries, mis transgéneros?”
“Esta canción se lo dedico a nosotres“, disparó antes de dedicar temas específicamente a las comunidades lesbianas y bisexuales.
La banda demostró tener solidez y fueron ejecutando canciones que pusieron a saltar, poguear y hasta hubo algún stage diving suelto. Pasaron por temas como “Amor divino”, donde los cambios de instrumentos fluyeron con naturalidad, y la “Te llevo conmigo”, una canción que Alexia dedicó a sus ancestras. El setlist, apoyado en sus trabajos como Funeral Soundtrack #4, Make Room y Open Mouth, Open Heart, fue una montaña rusa de punk rock crudo y melodías que invitaban al amor libre.
A pesar de la brecha generacional de quien escribe —siendo uno de los pocos adultos mayores en un mar de jóvenes de entre 18 y 25 años—, fue imposible no destacar la conducta ejemplar de les asistentes. Ver a pibes acercarse a la barra para dejar las latas vacías, evitando el revoleo simiesco habitual de otros eventos, habla de una nueva forma de habitar el espacio del rock.
Destroy Boys no solo trajo música; trajo un espacio seguro donde la vulnerabilidad se transformó en fuerza.





