


Más allá de los grandes y masivos festivales, que cuentan con propuestas excesivas y extravagantes que llaman la atención del gran público, también hay festivales pequeños con propuestas muy interesantes y hechas a pulmón que vale la pena apoyar.
Tal es el caso del festival Dødsgangen, realizado en la antigua prisión de Albertslund, localidad ubicada en los suburbios de Copenhague. Dicha prisión fue convertida en un centro cultural que cuenta con museos, bares y un patio donde se montó el único escenario.
El espacio estaba armado y decorado de una manera cómoda y acogedora. Los puestos de comida estaban en la entrada, seguidos por los de merch, bebidas y unos DJs vestidos de presos. A su vez, por todo el predio había colgados esqueletos también con uniforme carcelario, un detalle divertido que sumó mucho a la estética del festival.
La agrupación encargada de inaugurar esta edición fue Turbo Moses. Desde Alemania viajaron a Dinamarca para demoler el escenario con una propuesta orientada al sludge. Más específicamente, mezclaron los riffs espirituales y divertidos del stoner con la crudeza y violencia del hardcore más extremo. Este detalle los diferencia de otras bandas del estilo que se apoyan más en la densidad del doom tradicional.
La banda se formó el año pasado y, por lo tanto, solo cuenta con un disco de estudio que fue representado en el setlist. Sonaron contundentes y transmitieron mucha energía, lo que generó una gran respuesta del público. Una apertura sólida para un festival que aún tenía mucho por ofrecer.
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La escena metalera danesa tiene una gran virtud: el apoyo incondicional a las bandas locales. Por lo tanto, las siguientes tres agrupaciones recibieron una respuesta aún mayor e incluso contaron con numerosos fans entre el público.
La segunda banda de la jornada fue Koya, también dentro del estilo sludge, pero con un enfoque más agresivo y violento cercano al hardcore. Con riffs disonantes, un bajo muy grave que junto con la batería marcaban un ritmo preciso —pasando de breakdowns lentos a pasajes más rápidos—, toda esta brutalidad estaba coronada con gritos desgarradores, muy en la vena del hardcore actual.
El sonido fue potente y nítido, sobre todo en el centro del predio, por lo que los más fanáticos que bailaban y hacían pogo disfrutaron del mejor panorama sonoro. El concierto fue una aplanadora, con los músicos dándolo todo y transmitiendo una energía que, como ya se mencionó, fue muy bien retribuida por los asistentes en forma de walls of death y bailes hardcore.
La energía siguió alta con la tercera banda de la jornada, Plaguemace, esta vez con una propuesta enfocada en el death metal actual. Su sonido evitó el abuso de la técnica o de breakdowns, basándose en riffs contundentes y solos de gran gusto.
El show fue una locura de energía y diversión, con la banda incentivando constantemente al público. El verdadero protagonista fue el vocalista Andreas Truelsen, que no dejó de hacer locuras: desde bromas, hasta incentivar pogos, arrojarse al público e incluso ponerse el traje de convicto de uno de los esqueletos de decoración. Estos detalles hicieron que la presentación fuera aún más memorable.
El setlist se basó en su único disco editado en 2023, Reptilian Warlords, además de algunos singles. El sonido fue bueno, aunque por momentos la guitarra líder saturaba y la segunda quedaba sepultada. Un detalle menor que no opacó una gran actuación.
Llegó la hora de uno de los shows más esperados del festival: el de Katla, agrupación de doom metal que está dando mucho que hablar en la escena. Su disco Scandinavian Pain, editado este año, recibió excelentes críticas y fue muy bien acogido por el público. De hecho, este concierto fue especial, ya que interpretaron el álbum completo.
El concierto comenzó con la intro “Don’t Let the Fuckers Get You Down”, narrada en vivo por una chica. Esto sonorizó la entrada de los músicos, que se ubicaron al frente del escenario para desplegar un doom pesado y cavernoso.
El sonido fue brillante, con todos los instrumentos equilibrados y las voces guturales bien al frente. Canciones como “Dead Lovers” o “Taurus” hicieron que el público no parara de mover la cabeza e incluso generaron algún circle pit en las partes más rápidas.
Hubo dos momentos especialmente destacables. El primero fue “Hunab-Ku”, una canción con narración fantástica sobre arpegios de guitarra. Una pieza épica y dramática, que habría ganado aún más si la guitarra hubiera sido tocada en vivo en lugar de usar una pista, y si el sillón del narrador hubiera estado más alto, ya que quedó oculto tras la batería. Aun así, fue un momento muy especial.
El segundo momento fue el gran final con “Castle of Purity”, canción que termina con un coro que reza: “May the sun always shine on your enemies. May your ass always itch, and your arms be too short” (Que el sol siempre le brille a tus enemigos, ojalá que siempre te pique el culo y que tus brazos sean muy cortos). Para ese instante, integrantes de bandas anteriores repartieron papeles con la frase, que fue coreada tanto por el público como por los músicos sobre el escenario. Un cierre perfecto para el mejor show del festival.
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La atmósfera ritual generada por Katla continuó con la presentación de los griegos de Rotting Christ, quienes también buscan crear un ambiente ceremonial y de comunión en sus conciertos. Con los asistentes amontonados en las primeras filas, la ceremonia comenzó con “666” y “P’unchaw Kachun – Tuta Kachun”, pertenecientes al disco Katá ton Daímona Eautoú (2013), base de su sonido actual.
El sonido volvió a ser protagonista: claro y nítido, sin imperfecciones, lo que acompañó de forma ideal la atmósfera ritual. El único detalle que, a mi gusto, atentó contra la experiencia fue la falta de escenografía. Solo había un telón de fondo y los músicos vestidos como metaleros comunes. Creo que sumaría mucho que incluyeran velas u otros elementos que complementen el telón, o al menos alguna vestimenta distinta para determinadas canciones.
El setlist se basó en sus últimos trabajos —lo cual no sorprende, ya que llevan más de 15 años con un nivel discográfico altísimo—, pero también hubo espacio para clásicos de los 90 como la majestuosa “Kings of a Stellar War” o “Societas Satanas”, que desató un gran circle pit.
La respuesta del público fue excelente, disfrutando cada canción y coreando cuando la banda lo pedía. De más está decir que esa devolución de energía era más que merecida, ya que los helenos ofrecieron un show impecable.
El cierre llegó con una de las canciones más festejadas, “Grandis Spiritus Diavolos”, que puso a todos a saltar, y el bis con “Noctis Era”, del disco Aealo (2010).
La primera jornada en la prisión fue para el recuerdo: grandes presentaciones, excelente sonido y una organización de primera. Acompáñennos en la siguiente reseña para conocer lo ocurrido en el segundo día.




Más allá de los grandes y masivos festivales, que cuentan con propuestas excesivas y extravagantes que llaman la atención del gran público, también hay festivales pequeños con propuestas muy interesantes y hechas a pulmón que vale la pena apoyar.
Tal es el caso del festival Dødsgangen, realizado en la antigua prisión de Albertslund, localidad ubicada en los suburbios de Copenhague. Dicha prisión fue convertida en un centro cultural que cuenta con museos, bares y un patio donde se montó el único escenario.
El espacio estaba armado y decorado de una manera cómoda y acogedora. Los puestos de comida estaban en la entrada, seguidos por los de merch, bebidas y unos DJs vestidos de presos. A su vez, por todo el predio había colgados esqueletos también con uniforme carcelario, un detalle divertido que sumó mucho a la estética del festival.
La agrupación encargada de inaugurar esta edición fue Turbo Moses. Desde Alemania viajaron a Dinamarca para demoler el escenario con una propuesta orientada al sludge. Más específicamente, mezclaron los riffs espirituales y divertidos del stoner con la crudeza y violencia del hardcore más extremo. Este detalle los diferencia de otras bandas del estilo que se apoyan más en la densidad del doom tradicional.
La banda se formó el año pasado y, por lo tanto, solo cuenta con un disco de estudio que fue representado en el setlist. Sonaron contundentes y transmitieron mucha energía, lo que generó una gran respuesta del público. Una apertura sólida para un festival que aún tenía mucho por ofrecer.
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La escena metalera danesa tiene una gran virtud: el apoyo incondicional a las bandas locales. Por lo tanto, las siguientes tres agrupaciones recibieron una respuesta aún mayor e incluso contaron con numerosos fans entre el público.
La segunda banda de la jornada fue Koya, también dentro del estilo sludge, pero con un enfoque más agresivo y violento cercano al hardcore. Con riffs disonantes, un bajo muy grave que junto con la batería marcaban un ritmo preciso —pasando de breakdowns lentos a pasajes más rápidos—, toda esta brutalidad estaba coronada con gritos desgarradores, muy en la vena del hardcore actual.
El sonido fue potente y nítido, sobre todo en el centro del predio, por lo que los más fanáticos que bailaban y hacían pogo disfrutaron del mejor panorama sonoro. El concierto fue una aplanadora, con los músicos dándolo todo y transmitiendo una energía que, como ya se mencionó, fue muy bien retribuida por los asistentes en forma de walls of death y bailes hardcore.
La energía siguió alta con la tercera banda de la jornada, Plaguemace, esta vez con una propuesta enfocada en el death metal actual. Su sonido evitó el abuso de la técnica o de breakdowns, basándose en riffs contundentes y solos de gran gusto.
El show fue una locura de energía y diversión, con la banda incentivando constantemente al público. El verdadero protagonista fue el vocalista Andreas Truelsen, que no dejó de hacer locuras: desde bromas, hasta incentivar pogos, arrojarse al público e incluso ponerse el traje de convicto de uno de los esqueletos de decoración. Estos detalles hicieron que la presentación fuera aún más memorable.
El setlist se basó en su único disco editado en 2023, Reptilian Warlords, además de algunos singles. El sonido fue bueno, aunque por momentos la guitarra líder saturaba y la segunda quedaba sepultada. Un detalle menor que no opacó una gran actuación.
Llegó la hora de uno de los shows más esperados del festival: el de Katla, agrupación de doom metal que está dando mucho que hablar en la escena. Su disco Scandinavian Pain, editado este año, recibió excelentes críticas y fue muy bien acogido por el público. De hecho, este concierto fue especial, ya que interpretaron el álbum completo.
El concierto comenzó con la intro “Don’t Let the Fuckers Get You Down”, narrada en vivo por una chica. Esto sonorizó la entrada de los músicos, que se ubicaron al frente del escenario para desplegar un doom pesado y cavernoso.
El sonido fue brillante, con todos los instrumentos equilibrados y las voces guturales bien al frente. Canciones como “Dead Lovers” o “Taurus” hicieron que el público no parara de mover la cabeza e incluso generaron algún circle pit en las partes más rápidas.
Hubo dos momentos especialmente destacables. El primero fue “Hunab-Ku”, una canción con narración fantástica sobre arpegios de guitarra. Una pieza épica y dramática, que habría ganado aún más si la guitarra hubiera sido tocada en vivo en lugar de usar una pista, y si el sillón del narrador hubiera estado más alto, ya que quedó oculto tras la batería. Aun así, fue un momento muy especial.
El segundo momento fue el gran final con “Castle of Purity”, canción que termina con un coro que reza: “May the sun always shine on your enemies. May your ass always itch, and your arms be too short” (Que el sol siempre le brille a tus enemigos, ojalá que siempre te pique el culo y que tus brazos sean muy cortos). Para ese instante, integrantes de bandas anteriores repartieron papeles con la frase, que fue coreada tanto por el público como por los músicos sobre el escenario. Un cierre perfecto para el mejor show del festival.
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La atmósfera ritual generada por Katla continuó con la presentación de los griegos de Rotting Christ, quienes también buscan crear un ambiente ceremonial y de comunión en sus conciertos. Con los asistentes amontonados en las primeras filas, la ceremonia comenzó con “666” y “P’unchaw Kachun – Tuta Kachun”, pertenecientes al disco Katá ton Daímona Eautoú (2013), base de su sonido actual.
El sonido volvió a ser protagonista: claro y nítido, sin imperfecciones, lo que acompañó de forma ideal la atmósfera ritual. El único detalle que, a mi gusto, atentó contra la experiencia fue la falta de escenografía. Solo había un telón de fondo y los músicos vestidos como metaleros comunes. Creo que sumaría mucho que incluyeran velas u otros elementos que complementen el telón, o al menos alguna vestimenta distinta para determinadas canciones.
El setlist se basó en sus últimos trabajos —lo cual no sorprende, ya que llevan más de 15 años con un nivel discográfico altísimo—, pero también hubo espacio para clásicos de los 90 como la majestuosa “Kings of a Stellar War” o “Societas Satanas”, que desató un gran circle pit.
La respuesta del público fue excelente, disfrutando cada canción y coreando cuando la banda lo pedía. De más está decir que esa devolución de energía era más que merecida, ya que los helenos ofrecieron un show impecable.
El cierre llegó con una de las canciones más festejadas, “Grandis Spiritus Diavolos”, que puso a todos a saltar, y el bis con “Noctis Era”, del disco Aealo (2010).
La primera jornada en la prisión fue para el recuerdo: grandes presentaciones, excelente sonido y una organización de primera. Acompáñennos en la siguiente reseña para conocer lo ocurrido en el segundo día.
