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Crónica: Nerea Fernández Corte El segundo día del festival Copenhell dejó claro que Dinamarca no solo sabe hacer buen metal, sino también abrir espacio para todas sus vertientes, desde la […]

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Eagles Of Death Metal en Barcelona: “Una Religión como Alimento para el Alma”
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La noche del 24 de junio de 2025, la Sala Razzmatazz de Barcelona se convirtió en el epicentro de un auténtico vendaval de rock ‘n’ roll desenfadado, cortesía de los inigualables Eagles of Death Metal. La música es sinónimo de libertad, de tocar lo que quieras y como quieras, siempre que sea bueno y tenga pasión, que la música sea el alimento del alma. La banda, fundada en 1998 por Jesse Hughes y Josh Homme, es célebre por su sonido irreverente y enérgico, una explosiva fusión de rock setentero con toques de hard rock y metal que desmiente su nombre engañoso. Su misma concepción, nacida de una broma de Homme sobre una hipotética fusión de The Eagles con Death Metal, ya presagiaba la actitud despreocupada y el sentido del humor que los caracteriza.

A pesar del trágico atentado en la sala Bataclan de París en 2015, la banda ha mantenido su compromiso inquebrantable con la música, eligiendo cada concierto como una celebración de la vida y el poder del rock. Este espíritu de resiliencia y vitalidad fue palpable desde el primer momento en Barcelona.

Entre gritos, vitoreos y una gran ovación, Jesse Hughes y la banda junto a Leah Bluestein en la batería, Scott Shiflett y Rex Roulette en las guitarras, y Jennie Vee en el bajo, hicieron su entrada triunfal al ritmo del icónico “We Are Family” de Sister Sledge. La euforia era instantánea. Jesse apareció en el escenario cual Elvis, ataviado con una capa de superhéroe del rock, y se dirigió directamente a las primeras filas, saludando de la mano y lanzando besos al público. Incluso, el autor de esta crónica tuvo el privilegio de intercambiar un apretón de manos con él desde el foso, un gesto que evocó con nostalgia su visita anterior a la ciudad. Sin apenas preámbulos, y en menos de un minuto, el público ya estaba entregado por completo. La velada se inauguró guitarra en mano con la potente “I Only Want You”, el tema que abre su primer disco, desatando de inmediato pogos frenéticos en las primeras filas y una descarga de adrenalina que marcaría el tono de la noche.

El ritmo no decayó con “Don’t Speak (I Came to Make a Bang!)” y “Anything ‘Cept the Truth”, que mantuvieron la sala en un estado de ebullición constante. La energía se mantuvo alta con “I Got a Feelin (Just Nineteen)”, preparando el terreno para las sorpresas de la noche.

La primera de las destacadas versiones de la noche llegó con “Complexity”, un explosivo cover de Boots Electric que sonó rotundo y que el público abrazó con fervor, sumándose al desenfreno general. Tras ella, la banda mantuvo la llama con “Save a Prayer” de Duran Duran, una interpretación solvente que demostró la versatilidad del grupo para reinterpretar himnos de otras épocas a su estilo inconfundible. Durante este tema, Jesse Hughes se lanzó valientemente a las primeras filas, acercándose al público para cantar con ellos, creando una comunión mágica que electrizó aún más el ambiente.

El setlist continuó su progresión ascendente con “Silverlake (K.S.O.F.M.)”, antes de que la contagiosa “Heart On” contribuye a mantener el ambiente de fiesta. La atmósfera se mantuvo vibrante a través de “Secret Plans”, “Flames Go Higher” y “Now I’m a Fool”, cada una aportando su propia chispa al espectáculo.

Uno de los puntos álgidos de la noche fue, sin duda, la interpretación de “Cherry Cola”, donde Jesse Hughes volvió a demostrar por qué es un frontman como pocos. La festiva melodía puso patas arriba al personal, con Jesse instigando una competición de decibelios entre chicas y chicos que provocó una explosión de gritos y vitoreos. Su carisma es magnético: lanzando corazones con sus manos, besos volados y guiños de ojos a cada rincón de la sala, supo cómo meterse al público en el bolsillo por la vía rápida.

El tramo final del concierto antes del bis se mantuvo electrizante con “I Like to Move in the Night”, un tema potente que mantuvo la garra. Luego, llegó el momento de la icónica “I Want You So Hard (Boy’s Bad News)”. Desde los primeros acordes, la sala Razzmatazz estalló en un frenesí. Este himno al rock descarado y pegadizo, con su riff inconfundible y la voz característica de Hughes, se erigió como uno de los momentos cumbres de la noche. La multitud coreó cada verso con una pasión desbordante, transformando la sala en un mar de brazos levantados y cabezas moviéndose al ritmo. La energía cruda y la alegría contagiosa de la banda alcanzaron su máxima expresión, demostrando por qué esta canción es un clásico instantáneo de su repertorio y un verdadero motor en sus directos.

Tras este arrebato de pura potencia, la irreverente “Whorehoppin’ (Shit, Goddamn)” preparó el terreno para el broche de oro antes del encore. Seguidamente, la banda comenzó a tocar “I Love You All the Time”, proveniente de su álbum “Zipper Down” (2015). Durante este tema, la intensidad fue tal que la baterista Leah Bluestein fue alcanzada a duras penas por una astilla de su propia baqueta. Rápidamente, Jesse Hughes se percató del incidente y, con un gesto de preocupación y cariño, la envió a camerinos para que pudiera solucionar el asunto. La pausa fue breve, y Leah regresó al escenario para el tramo final, momento en el que Jesse, para asegurar que no ocurriera otro altercado y que el concierto no corriera peligro, le ofreció sus propias gafas, un gesto que el público celebró con una ovación.

El esperado cover de “Moonage Daydream” de David Bowie fue resuelto con una gran solvencia, dejando una vez más a Hughes como el líder absoluto y un gentleman hasta el infinito en su particular homenaje al Duque Blanco. En este tema, fue especialmente notable el virtuosismo de Leah Bluestein en la batería, cuyo ritmo impecable y poderoso dio vida a la icónica pieza de Bowie, demostrando su increíble habilidad y precisión. Cabe destacar el trabajo impecable de toda la banda: las mil y una guitarras de Scott Shiflett y Rex Roulette fueron atronadoras, con riffs que perforaban la sala, y el bajo de Jennie Vee fue absolutamente impecable, demostrando su destreza en cada línea.

Después de un merecido y breve descanso, la banda regresó al escenario para el esperado bis. La noche culminó con la poderosa “Speaking in Tongues”, un broche de oro que finiquitó una noche de puro rock ‘n’ roll que fue recibida como agua de mayo por los asistentes. En un momento de pura electricidad, Jesse Hughes y Scott Shiflett se apostaron sobre las barras laterales de la sala, enfrascándose en un duelo a muerte de riffs y solos electrizantes que subió la temperatura de la Razzmatazz a niveles insospechados. Estos temas potentes y con garra confirmaron una vez más que Eagles of Death Metal funciona a la perfección, con Jesse Hughes al frente, llevando la bandera de un sonido directo y sin artificios.

La formación actual en esta gira, demostró ser una máquina perfectamente engrasada, entregando un espectáculo lleno de energía, humor y esa actitud irreverente que hace de Eagles of Death Metal una banda única. Barcelona fue testigo de una auténtica fiesta, un recordatorio visceral de que el espíritu del rock ‘n’ roll sigue vivo y coleando.

Al acabar el show, y tras un breve receso, los pocos valientes que decidieron esperar, acompañados por el reconfortante sonido de unas cervezas y el humo pecaminoso del cigarro, tuvieron su recompensa. Lograron capturar fotos, videos y obtener autógrafos del simpático Jesse Hughes, quien recuerda cada una de sus visitas con una cercanía asombrosa, como si cada una fuera la última. Como muestra de su peculiar y personal carisma, en el setlist que me firmó, en lugar de su rúbrica habitual, añadió su timbre en tinta y estampó un significativo “Great Photos”, un gesto muy personal que subraya su conexión con los fans. A pesar de la tragedia vivida por la banda, noches como esta demuestran que el rock and roll, en su esencia más pura, sigue curando las heridas del alma.

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Eagles Of Death Metal en Barcelona: “Una Religión como Alimento para el Alma”
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La noche del 24 de junio de 2025, la Sala Razzmatazz de Barcelona se convirtió en el epicentro de un auténtico vendaval de rock ‘n’ roll desenfadado, cortesía de los inigualables Eagles of Death Metal. La música es sinónimo de libertad, de tocar lo que quieras y como quieras, siempre que sea bueno y tenga pasión, que la música sea el alimento del alma. La banda, fundada en 1998 por Jesse Hughes y Josh Homme, es célebre por su sonido irreverente y enérgico, una explosiva fusión de rock setentero con toques de hard rock y metal que desmiente su nombre engañoso. Su misma concepción, nacida de una broma de Homme sobre una hipotética fusión de The Eagles con Death Metal, ya presagiaba la actitud despreocupada y el sentido del humor que los caracteriza.

A pesar del trágico atentado en la sala Bataclan de París en 2015, la banda ha mantenido su compromiso inquebrantable con la música, eligiendo cada concierto como una celebración de la vida y el poder del rock. Este espíritu de resiliencia y vitalidad fue palpable desde el primer momento en Barcelona.

Entre gritos, vitoreos y una gran ovación, Jesse Hughes y la banda junto a Leah Bluestein en la batería, Scott Shiflett y Rex Roulette en las guitarras, y Jennie Vee en el bajo, hicieron su entrada triunfal al ritmo del icónico “We Are Family” de Sister Sledge. La euforia era instantánea. Jesse apareció en el escenario cual Elvis, ataviado con una capa de superhéroe del rock, y se dirigió directamente a las primeras filas, saludando de la mano y lanzando besos al público. Incluso, el autor de esta crónica tuvo el privilegio de intercambiar un apretón de manos con él desde el foso, un gesto que evocó con nostalgia su visita anterior a la ciudad. Sin apenas preámbulos, y en menos de un minuto, el público ya estaba entregado por completo. La velada se inauguró guitarra en mano con la potente “I Only Want You”, el tema que abre su primer disco, desatando de inmediato pogos frenéticos en las primeras filas y una descarga de adrenalina que marcaría el tono de la noche.

El ritmo no decayó con “Don’t Speak (I Came to Make a Bang!)” y “Anything ‘Cept the Truth”, que mantuvieron la sala en un estado de ebullición constante. La energía se mantuvo alta con “I Got a Feelin (Just Nineteen)”, preparando el terreno para las sorpresas de la noche.

La primera de las destacadas versiones de la noche llegó con “Complexity”, un explosivo cover de Boots Electric que sonó rotundo y que el público abrazó con fervor, sumándose al desenfreno general. Tras ella, la banda mantuvo la llama con “Save a Prayer” de Duran Duran, una interpretación solvente que demostró la versatilidad del grupo para reinterpretar himnos de otras épocas a su estilo inconfundible. Durante este tema, Jesse Hughes se lanzó valientemente a las primeras filas, acercándose al público para cantar con ellos, creando una comunión mágica que electrizó aún más el ambiente.

El setlist continuó su progresión ascendente con “Silverlake (K.S.O.F.M.)”, antes de que la contagiosa “Heart On” contribuye a mantener el ambiente de fiesta. La atmósfera se mantuvo vibrante a través de “Secret Plans”, “Flames Go Higher” y “Now I’m a Fool”, cada una aportando su propia chispa al espectáculo.

Uno de los puntos álgidos de la noche fue, sin duda, la interpretación de “Cherry Cola”, donde Jesse Hughes volvió a demostrar por qué es un frontman como pocos. La festiva melodía puso patas arriba al personal, con Jesse instigando una competición de decibelios entre chicas y chicos que provocó una explosión de gritos y vitoreos. Su carisma es magnético: lanzando corazones con sus manos, besos volados y guiños de ojos a cada rincón de la sala, supo cómo meterse al público en el bolsillo por la vía rápida.

El tramo final del concierto antes del bis se mantuvo electrizante con “I Like to Move in the Night”, un tema potente que mantuvo la garra. Luego, llegó el momento de la icónica “I Want You So Hard (Boy’s Bad News)”. Desde los primeros acordes, la sala Razzmatazz estalló en un frenesí. Este himno al rock descarado y pegadizo, con su riff inconfundible y la voz característica de Hughes, se erigió como uno de los momentos cumbres de la noche. La multitud coreó cada verso con una pasión desbordante, transformando la sala en un mar de brazos levantados y cabezas moviéndose al ritmo. La energía cruda y la alegría contagiosa de la banda alcanzaron su máxima expresión, demostrando por qué esta canción es un clásico instantáneo de su repertorio y un verdadero motor en sus directos.

Tras este arrebato de pura potencia, la irreverente “Whorehoppin’ (Shit, Goddamn)” preparó el terreno para el broche de oro antes del encore. Seguidamente, la banda comenzó a tocar “I Love You All the Time”, proveniente de su álbum “Zipper Down” (2015). Durante este tema, la intensidad fue tal que la baterista Leah Bluestein fue alcanzada a duras penas por una astilla de su propia baqueta. Rápidamente, Jesse Hughes se percató del incidente y, con un gesto de preocupación y cariño, la envió a camerinos para que pudiera solucionar el asunto. La pausa fue breve, y Leah regresó al escenario para el tramo final, momento en el que Jesse, para asegurar que no ocurriera otro altercado y que el concierto no corriera peligro, le ofreció sus propias gafas, un gesto que el público celebró con una ovación.

El esperado cover de “Moonage Daydream” de David Bowie fue resuelto con una gran solvencia, dejando una vez más a Hughes como el líder absoluto y un gentleman hasta el infinito en su particular homenaje al Duque Blanco. En este tema, fue especialmente notable el virtuosismo de Leah Bluestein en la batería, cuyo ritmo impecable y poderoso dio vida a la icónica pieza de Bowie, demostrando su increíble habilidad y precisión. Cabe destacar el trabajo impecable de toda la banda: las mil y una guitarras de Scott Shiflett y Rex Roulette fueron atronadoras, con riffs que perforaban la sala, y el bajo de Jennie Vee fue absolutamente impecable, demostrando su destreza en cada línea.

Después de un merecido y breve descanso, la banda regresó al escenario para el esperado bis. La noche culminó con la poderosa “Speaking in Tongues”, un broche de oro que finiquitó una noche de puro rock ‘n’ roll que fue recibida como agua de mayo por los asistentes. En un momento de pura electricidad, Jesse Hughes y Scott Shiflett se apostaron sobre las barras laterales de la sala, enfrascándose en un duelo a muerte de riffs y solos electrizantes que subió la temperatura de la Razzmatazz a niveles insospechados. Estos temas potentes y con garra confirmaron una vez más que Eagles of Death Metal funciona a la perfección, con Jesse Hughes al frente, llevando la bandera de un sonido directo y sin artificios.

La formación actual en esta gira, demostró ser una máquina perfectamente engrasada, entregando un espectáculo lleno de energía, humor y esa actitud irreverente que hace de Eagles of Death Metal una banda única. Barcelona fue testigo de una auténtica fiesta, un recordatorio visceral de que el espíritu del rock ‘n’ roll sigue vivo y coleando.

Al acabar el show, y tras un breve receso, los pocos valientes que decidieron esperar, acompañados por el reconfortante sonido de unas cervezas y el humo pecaminoso del cigarro, tuvieron su recompensa. Lograron capturar fotos, videos y obtener autógrafos del simpático Jesse Hughes, quien recuerda cada una de sus visitas con una cercanía asombrosa, como si cada una fuera la última. Como muestra de su peculiar y personal carisma, en el setlist que me firmó, en lugar de su rúbrica habitual, añadió su timbre en tinta y estampó un significativo “Great Photos”, un gesto muy personal que subraya su conexión con los fans. A pesar de la tragedia vivida por la banda, noches como esta demuestran que el rock and roll, en su esencia más pura, sigue curando las heridas del alma.

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