

Pese a coincidir en fecha con dos titanes del calendario festivalero como son el Resurrection Fest y el Rock Imperium, el concierto de Eagles of Death Metal en Madrid no solo no se resintió: demostró que la experiencia del rock más visceral se vive mejor en salas repletas de alma que en grandes escenarios de cartón piedra.
El ambiente estaba cargado de energía desde el primer segundo en el que abrieron las puertas de la sala, sobre eso de las siete y media (adelantando la hora por el calor sofocante). Sin banda telonera ni introducciones vacías, Jesse Hughes —embutido en un pantalón y camiseta blancas, que centraban toda la atención en sus tirantes negros y esas gafas de sol tan características que le daban el aire de un predicador sureño— apareció solo en el escenario coreando “We Are Family” de Sister Sledge, en una apertura tan desconcertante como efectiva: un guiño a la complicidad que estaba a punto de generarse entre banda y público.
Apenas unos segundos después, el resto del grupo irrumpió con fuerza para arrancar con ‘I Only Want You’, que encendió la mecha con su energía infecciosa. El público, entregado desde el primer acorde, respondió con saltos y gritos, dando paso a una noche donde la honestidad y el sudor serían los grandes protagonistas.
Con Jesse Hughes como líder indiscutible y alma del grupo, llevando el peso del espectáculo con su carisma desbordante y su entrega vocal y gestual. Acompañado de Jennie Vee al bajo, aportando una base rítmica firme y elegante, además de presencia escénica sobria pero magnética y muy llamativa, con su sombrero y ropa vaquera en un tono rojo radiante; Scott Shiflett a la guitarra, encargado de revestir cada tema con riffs sólidos y llenos de actitud; y Leah Bluestein a la batería, que con precisión y contundencia sostuvo el pulso del concierto de principio a fin. Aunque Josh Homme no estuvo presente —como es habitual en los directos del grupo—, la banda demostró una cohesión escénica impecable, sosteniendo la intensidad sin fisuras en cada momento del show.
Visualmente, el escenario era simple: una única lona al fondo con el nombre del grupo, sin proyecciones ni decorado. Solo instrumentos, cables y actitud. El cóctel perfecto para triunfar en la sala Mon que gracias a su minimalismo, en lugar de distraer, centraba toda la atención en los músicos, en su entrega física y emocional, y en la conexión directa con el público. Porque cuando tienes a Jesse desgañitándose y a la banda sonando con la fuerza de una locomotora sureña, no necesitas más.
Con una dinámica potente, el grupo siguió con ‘Make a Bang’, que logró encender aún más el ambiente con su actitud irreverente y guitarras rabiosas, mientras ‘Anything ’Cept the Truth’ nos arrastró a un territorio más denso, con un sonido sucio y profundo que hizo vibrar el suelo de la sala. La fiesta no se detuvo ahí. Temas como ‘Complexity’ y ‘Just 19’ se intercalaron con una energía frenética.
El primer momento realmente emotivo llegó con ‘Save a Prayer’ que se ha convertido en parte esencial del legado emocional de EoDM. Interpretada con respeto y contención, sirvió de pausa íntima dentro de un concierto acalorado.
Las interpretaciones de ‘Secret Plans’ y ‘Silverlake (K.S.O.F.M.)’ añadieron matices al repertorio, con juegos de dinámicas, sarcasmo y una solidez instrumental que a menudo se subestima en el discurso general sobre la banda.
La intensidad de nuevo bajó momentáneamente con ‘Now I’m a Fool’, una de las piezas más atípicas del repertorio. Con un tono soul-rock pausado y una instrumentación más limpia y melódica, la canción ofreció un inesperado momento de introspección. Jesse adoptó un registro más suave, casi confesional, dejando atrás la pose desenfadada para mostrarse vulnerable. La sala, hasta entonces dominada por el frenesí, quedó suspendida en un silencio atento. Fue una pausa delicada entre el caos.
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‘Cherry Cole’, con su groove rebelde y relajado, ofreció un respiro al público, pero sin perder la esencia de EoDM: divertida, juguetona y algo oscura. El tema se destacó por su atmósfera tranquila, que contrastaba con la energía de otras piezas, pero manteniendo la esencia de la banda.
‘Boys Bad News’ y ‘Whorehopping’ llegaron para reavivar la llama. ‘Boys Bad News’ brilló con su tono sarcástico y un riff pegajoso que desbordó de energía, mientras que ‘Whorehopping’ sumergió a la sala en un sonido más sucio y crudo, acelerando el frenesí del público, que ya se encontraba en un estado de éxtasis.
Y le llegó el turno a ‘I Love You All the Time’, que aportó un tono melódico y casi romántico al repertorio. Con su cadencia envolvente y su estribillo pegadizo, fue uno de los temas que mejor representó el lado más pop-rock del grupo sin perder la esencia retro y desenfadada. Jesse, carismático, la interpretó con una mezcla de sinceridad y teatralidad.
‘Moonage Daydream’, el clásico de David Bowie. Esta interpretación no fue simplemente una versión más: fue una rendición salvaje y reverencial, adaptada al estilo de EoDM pero manteniendo intacta la magia glam del original.
Cuando ya parecía que todo estaba dicho, la banda regresó con el bis: ‘Speaking in Tongues’, una de sus canciones más intensas. Lo verdaderamente inolvidable ocurrió cuando el cantante subió por un lado del recinto, rodeado de gente. Sin previo aviso, se dirigió hasta la parte más alta de la sala, instalándose en el balcón y tocando su guitarra mientras el público lo acompañaba.
Eagles of Death Metal no ofrecieron un concierto perfecto en términos técnicos, pero sí absolutamente memorable emocionalmente.
Con un setlist sólido, un líder carismático que conecta desde el primer segundo y una banda que domina el caos con precisión, lo que vivimos en Madrid fue mucho más que música: fue comunión, fue catarsis, fue rock con alma.
Y para quienes los vimos por primera vez, queda claro que no será la última.


Pese a coincidir en fecha con dos titanes del calendario festivalero como son el Resurrection Fest y el Rock Imperium, el concierto de Eagles of Death Metal en Madrid no solo no se resintió: demostró que la experiencia del rock más visceral se vive mejor en salas repletas de alma que en grandes escenarios de cartón piedra.
El ambiente estaba cargado de energía desde el primer segundo en el que abrieron las puertas de la sala, sobre eso de las siete y media (adelantando la hora por el calor sofocante). Sin banda telonera ni introducciones vacías, Jesse Hughes —embutido en un pantalón y camiseta blancas, que centraban toda la atención en sus tirantes negros y esas gafas de sol tan características que le daban el aire de un predicador sureño— apareció solo en el escenario coreando “We Are Family” de Sister Sledge, en una apertura tan desconcertante como efectiva: un guiño a la complicidad que estaba a punto de generarse entre banda y público.
Apenas unos segundos después, el resto del grupo irrumpió con fuerza para arrancar con ‘I Only Want You’, que encendió la mecha con su energía infecciosa. El público, entregado desde el primer acorde, respondió con saltos y gritos, dando paso a una noche donde la honestidad y el sudor serían los grandes protagonistas.
Con Jesse Hughes como líder indiscutible y alma del grupo, llevando el peso del espectáculo con su carisma desbordante y su entrega vocal y gestual. Acompañado de Jennie Vee al bajo, aportando una base rítmica firme y elegante, además de presencia escénica sobria pero magnética y muy llamativa, con su sombrero y ropa vaquera en un tono rojo radiante; Scott Shiflett a la guitarra, encargado de revestir cada tema con riffs sólidos y llenos de actitud; y Leah Bluestein a la batería, que con precisión y contundencia sostuvo el pulso del concierto de principio a fin. Aunque Josh Homme no estuvo presente —como es habitual en los directos del grupo—, la banda demostró una cohesión escénica impecable, sosteniendo la intensidad sin fisuras en cada momento del show.
Visualmente, el escenario era simple: una única lona al fondo con el nombre del grupo, sin proyecciones ni decorado. Solo instrumentos, cables y actitud. El cóctel perfecto para triunfar en la sala Mon que gracias a su minimalismo, en lugar de distraer, centraba toda la atención en los músicos, en su entrega física y emocional, y en la conexión directa con el público. Porque cuando tienes a Jesse desgañitándose y a la banda sonando con la fuerza de una locomotora sureña, no necesitas más.
Con una dinámica potente, el grupo siguió con ‘Make a Bang’, que logró encender aún más el ambiente con su actitud irreverente y guitarras rabiosas, mientras ‘Anything ’Cept the Truth’ nos arrastró a un territorio más denso, con un sonido sucio y profundo que hizo vibrar el suelo de la sala. La fiesta no se detuvo ahí. Temas como ‘Complexity’ y ‘Just 19’ se intercalaron con una energía frenética.
El primer momento realmente emotivo llegó con ‘Save a Prayer’ que se ha convertido en parte esencial del legado emocional de EoDM. Interpretada con respeto y contención, sirvió de pausa íntima dentro de un concierto acalorado.
Las interpretaciones de ‘Secret Plans’ y ‘Silverlake (K.S.O.F.M.)’ añadieron matices al repertorio, con juegos de dinámicas, sarcasmo y una solidez instrumental que a menudo se subestima en el discurso general sobre la banda.
La intensidad de nuevo bajó momentáneamente con ‘Now I’m a Fool’, una de las piezas más atípicas del repertorio. Con un tono soul-rock pausado y una instrumentación más limpia y melódica, la canción ofreció un inesperado momento de introspección. Jesse adoptó un registro más suave, casi confesional, dejando atrás la pose desenfadada para mostrarse vulnerable. La sala, hasta entonces dominada por el frenesí, quedó suspendida en un silencio atento. Fue una pausa delicada entre el caos.
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‘Cherry Cole’, con su groove rebelde y relajado, ofreció un respiro al público, pero sin perder la esencia de EoDM: divertida, juguetona y algo oscura. El tema se destacó por su atmósfera tranquila, que contrastaba con la energía de otras piezas, pero manteniendo la esencia de la banda.
‘Boys Bad News’ y ‘Whorehopping’ llegaron para reavivar la llama. ‘Boys Bad News’ brilló con su tono sarcástico y un riff pegajoso que desbordó de energía, mientras que ‘Whorehopping’ sumergió a la sala en un sonido más sucio y crudo, acelerando el frenesí del público, que ya se encontraba en un estado de éxtasis.
Y le llegó el turno a ‘I Love You All the Time’, que aportó un tono melódico y casi romántico al repertorio. Con su cadencia envolvente y su estribillo pegadizo, fue uno de los temas que mejor representó el lado más pop-rock del grupo sin perder la esencia retro y desenfadada. Jesse, carismático, la interpretó con una mezcla de sinceridad y teatralidad.
‘Moonage Daydream’, el clásico de David Bowie. Esta interpretación no fue simplemente una versión más: fue una rendición salvaje y reverencial, adaptada al estilo de EoDM pero manteniendo intacta la magia glam del original.
Cuando ya parecía que todo estaba dicho, la banda regresó con el bis: ‘Speaking in Tongues’, una de sus canciones más intensas. Lo verdaderamente inolvidable ocurrió cuando el cantante subió por un lado del recinto, rodeado de gente. Sin previo aviso, se dirigió hasta la parte más alta de la sala, instalándose en el balcón y tocando su guitarra mientras el público lo acompañaba.
Eagles of Death Metal no ofrecieron un concierto perfecto en términos técnicos, pero sí absolutamente memorable emocionalmente.
Con un setlist sólido, un líder carismático que conecta desde el primer segundo y una banda que domina el caos con precisión, lo que vivimos en Madrid fue mucho más que música: fue comunión, fue catarsis, fue rock con alma.
Y para quienes los vimos por primera vez, queda claro que no será la última.