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Ethel Cain
Perverts (2025)
Daughters of Cain Records

TRACKLIST
1. Perverts
2. Punish
3. Houseofpsychoticwomn
4. Vacillator
5. Onanist
6. Pulldrone
7. Etienne
8. Thatorchia
9. Amber Waves

Ethel Cain está dando mucho que hablar en medio del ascenso de la ultraderecha en los Estados Unidos. Para quienes no la conocen, se trata de una mujer trans, cantante, compositora, productora y modelo, oriunda de la Florida, que hasta el lanzamiento de este nuevo disco, venía haciendo una música que combinaba folk, rock y ambient, con un estilo slowcore de espíritu gótico sureño. Hija de un pastor bautista, fue criada dentro de una familia, una ciudad y un estado conservadores. Fue educada en su hogar, cantaba en el coro de la iglesia y aprendió a tocar el piano, la armónica y la guitarra, con una inevitable influencia devocional cristiana. En su pubertad se declaró gay y abandonó la iglesia que lideraba su padre. A los veinte años declaró su identidad femenina y comenzó su transición, además de afirmar que es bisexual y se encuentra dentro del espectro autista.

Su obra se centra en temáticas muy propias de la vida en el sur de los Estados Unidos, como el fanatismo religioso, la pobreza que se pretende digna, el abuso de sustancias, la endogamia y la violencia doméstica. Tras haber usado otros pseudónimos (White Silas, Atlas), Ethel Cain lanzó tres EPs, Carpet Bed (2019), Golden Age (2019) e Inbred (2021), y su disco debut, Preacher’s Daughter, en 2022, estos dos últimos con excelente recepción de la crítica y a través de su propio sello, Daughters of Cain. A partir de allí, “Mother Cain” empezó a congregar un culto tras su figura.

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Ahora, Cain vuelve con un trabajo mucho más oscuro que todo lo que había hecho hasta el momento (algo ya evidente en el arte de tapa), de influencias harsh noise, drone e industriales, y con una actitud pública totalmente agresiva en contra del establishment de su país, algo que está dejando muy claro con sus declaraciones en redes sociales. Denuncia la perversión de las empresas de medicina prepaga (sobre todo tras el asesinato de un CEO), del genocidio en Palestina, y de las amenazas contra la comunidad LGBTQ del nuevo gobierno americano. Quizás por eso esta nueva obra se llama Perverts. Además, como buena chica sureña, se fotografía usando rifles.

El primer track, homónimo al disco, es tétrico y extremadamente denso, con samples de voces y una reverberación corrosiva. Parece la grabación obtenida a partir de una incursión en alguna ominosa dimensión alternativa al estilo David Lynch. Luego, “Punish”, que tuvo su propio videoclip, es una melancólica canción basada en el piano, que retoma la vena dream pop que Cain domina muy bien, con esa atmósfera entre etérea y de mórbido erotismo, como una Taylor Swift con una alta dosis de heroína. La guitarra distorsionada que suena hacia el final es espesa como el petróleo.

“Houseofpsychoticwomn” vuelve a sumergirnos en otro disonante estado confusional, entre hipnótico y aversivo. Una voz espectral resuena a lo lejos, a la vez que unos susurros pronuncian un críptico mensaje. A continuación, “Vacillator” empieza con una batería de ritmo lento sobre la que luego sobrevuelan el dulce canto y una guitarra con varios arreglos de enorme delicadeza. Los tramos en los que la voz aparece duplicada son exquisitos. Nos encontramos ante una expresión de hermosa tristeza.

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Las referencias religiosas se hacen notar en el nombre “Onanist” dado a un track de piano con unos efectos que hacen que parezca provenir de un portal abierto hacia el pasado, como ecos de Erik Satie. Se incorpora el canto y después una guitarra otra vez visceral, de una opacidad pantanosa. Ethel Cain parece estar canalizando fuerzas demoníacas mediante la magia negra. Por si hacía falta explicitar la decisión de inclinarse hacia el drone, hay un track llamado “Pulldrone”: el registro sonoro de un discurso de un existencialismo asfixiante, sobre un fondo que va poblándose de ásperas texturas y ruidos punzantes. La religiosidad es un conflicto irresoluble y una fuente de sufrimiento que nutre la creatividad. En algunos tramos, el disco se torna desafiante, hay que decirlo. Puede atraer y repeler en proporciones equiparables.

En “Etienne” vuelve el piano, sonando grave, pesado, angustiante. Una melodía empieza a dibujarse sobre la pared cubierta de polvo. Un rayo de luz se vuelve notable por las partículas contaminantes flotando en el aire. Sorprenden los acordes de una guitarra acústica acompañando la carga que recae sobre cada tecla. Al final aparece un sample vocal. Vale la pena repetirlo: este álbum es una manifestación honesta, genuina, de un alma atormentada por los tiempos que corren, y eso está haciendo que mucha más gente la ame, y otra tanta la odie. Como decía Johnny Cash: “es bueno saber quiénes te odian, y es bueno ser odiado por la gente correcta”.

“Thatorchia” es un nuevo trance ácido, un mal viaje, como ver las noticias por TV o las redes sociales teniendo conciencia de clase. Ese vértigo de no saber hacia dónde ir pero desear, indudablemente, estar en otro lugar, otro mundo, tal vez. Un coro de ángeles en desgracia se lamenta por nuestra inmovilidad, o nos despide, si nos animamos a marchar. Retorna la guitarra desgarradora. Es increíble cómo algo tan simple puede sonar tan glorioso dado el contexto. “Amber Waves” es un manto envolvente de piedad marginal. La ternura del canto, el punteo sutil de las cuerdas, la ondulación suave que se va formando, llevándonos hacia la disolución con la inmensidad, como un río que desemboca en el océano. Llámenme loco, pero este disco condensa tanto significado estético, ético y político que ya se ganó su lugar en mi incipiente lista de lo mejor del año.

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Ethel Cain
Perverts (2025)
Daughters of Cain Records

TRACKLIST
1. Perverts
2. Punish
3. Houseofpsychoticwomn
4. Vacillator
5. Onanist
6. Pulldrone
7. Etienne
8. Thatorchia
9. Amber Waves




Ethel Cain está dando mucho que hablar en medio del ascenso de la ultraderecha en los Estados Unidos. Para quienes no la conocen, se trata de una mujer trans, cantante, compositora, productora y modelo, oriunda de la Florida, que hasta el lanzamiento de este nuevo disco, venía haciendo una música que combinaba folk, rock y ambient, con un estilo slowcore de espíritu gótico sureño. Hija de un pastor bautista, fue criada dentro de una familia, una ciudad y un estado conservadores. Fue educada en su hogar, cantaba en el coro de la iglesia y aprendió a tocar el piano, la armónica y la guitarra, con una inevitable influencia devocional cristiana. En su pubertad se declaró gay y abandonó la iglesia que lideraba su padre. A los veinte años declaró su identidad femenina y comenzó su transición, además de afirmar que es bisexual y se encuentra dentro del espectro autista.

Su obra se centra en temáticas muy propias de la vida en el sur de los Estados Unidos, como el fanatismo religioso, la pobreza que se pretende digna, el abuso de sustancias, la endogamia y la violencia doméstica. Tras haber usado otros pseudónimos (White Silas, Atlas), Ethel Cain lanzó tres EPs, Carpet Bed (2019), Golden Age (2019) e Inbred (2021), y su disco debut, Preacher’s Daughter, en 2022, estos dos últimos con excelente recepción de la crítica y a través de su propio sello, Daughters of Cain. A partir de allí, “Mother Cain” empezó a congregar un culto tras su figura.

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Ahora, Cain vuelve con un trabajo mucho más oscuro que todo lo que había hecho hasta el momento (algo ya evidente en el arte de tapa), de influencias harsh noise, drone e industriales, y con una actitud pública totalmente agresiva en contra del establishment de su país, algo que está dejando muy claro con sus declaraciones en redes sociales. Denuncia la perversión de las empresas de medicina prepaga (sobre todo tras el asesinato de un CEO), del genocidio en Palestina, y de las amenazas contra la comunidad LGBTQ del nuevo gobierno americano. Quizás por eso esta nueva obra se llama Perverts. Además, como buena chica sureña, se fotografía usando rifles.

El primer track, homónimo al disco, es tétrico y extremadamente denso, con samples de voces y una reverberación corrosiva. Parece la grabación obtenida a partir de una incursión en alguna ominosa dimensión alternativa al estilo David Lynch. Luego, “Punish”, que tuvo su propio videoclip, es una melancólica canción basada en el piano, que retoma la vena dream pop que Cain domina muy bien, con esa atmósfera entre etérea y de mórbido erotismo, como una Taylor Swift con una alta dosis de heroína. La guitarra distorsionada que suena hacia el final es espesa como el petróleo.

“Houseofpsychoticwomn” vuelve a sumergirnos en otro disonante estado confusional, entre hipnótico y aversivo. Una voz espectral resuena a lo lejos, a la vez que unos susurros pronuncian un críptico mensaje. A continuación, “Vacillator” empieza con una batería de ritmo lento sobre la que luego sobrevuelan el dulce canto y una guitarra con varios arreglos de enorme delicadeza. Los tramos en los que la voz aparece duplicada son exquisitos. Nos encontramos ante una expresión de hermosa tristeza.

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Las referencias religiosas se hacen notar en el nombre “Onanist” dado a un track de piano con unos efectos que hacen que parezca provenir de un portal abierto hacia el pasado, como ecos de Erik Satie. Se incorpora el canto y después una guitarra otra vez visceral, de una opacidad pantanosa. Ethel Cain parece estar canalizando fuerzas demoníacas mediante la magia negra. Por si hacía falta explicitar la decisión de inclinarse hacia el drone, hay un track llamado “Pulldrone”: el registro sonoro de un discurso de un existencialismo asfixiante, sobre un fondo que va poblándose de ásperas texturas y ruidos punzantes. La religiosidad es un conflicto irresoluble y una fuente de sufrimiento que nutre la creatividad. En algunos tramos, el disco se torna desafiante, hay que decirlo. Puede atraer y repeler en proporciones equiparables.

En “Etienne” vuelve el piano, sonando grave, pesado, angustiante. Una melodía empieza a dibujarse sobre la pared cubierta de polvo. Un rayo de luz se vuelve notable por las partículas contaminantes flotando en el aire. Sorprenden los acordes de una guitarra acústica acompañando la carga que recae sobre cada tecla. Al final aparece un sample vocal. Vale la pena repetirlo: este álbum es una manifestación honesta, genuina, de un alma atormentada por los tiempos que corren, y eso está haciendo que mucha más gente la ame, y otra tanta la odie. Como decía Johnny Cash: “es bueno saber quiénes te odian, y es bueno ser odiado por la gente correcta”.

“Thatorchia” es un nuevo trance ácido, un mal viaje, como ver las noticias por TV o las redes sociales teniendo conciencia de clase. Ese vértigo de no saber hacia dónde ir pero desear, indudablemente, estar en otro lugar, otro mundo, tal vez. Un coro de ángeles en desgracia se lamenta por nuestra inmovilidad, o nos despide, si nos animamos a marchar. Retorna la guitarra desgarradora. Es increíble cómo algo tan simple puede sonar tan glorioso dado el contexto. “Amber Waves” es un manto envolvente de piedad marginal. La ternura del canto, el punteo sutil de las cuerdas, la ondulación suave que se va formando, llevándonos hacia la disolución con la inmensidad, como un río que desemboca en el océano. Llámenme loco, pero este disco condensa tanto significado estético, ético y político que ya se ganó su lugar en mi incipiente lista de lo mejor del año.

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