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Exhorder en Barcelona: “Profanadores de Tumbas”
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Los norteamericanos Exhorder pisaron por primera vez nuestros escenarios hace un par de temporadas, acompañando a Overkill. Ahora regresan en solitario, con toda la potencia de su nuevo álbum bajo el brazo: Defectum Omnium, editado el año pasado, reafirmando su estatus como pioneros del groove metal.

Antes de abrazar a ese ángel de la muerte que protagoniza la portada del cuarto álbum de los de Louisiana, tengo el placer de ver, por fin, a los catalanes Violblast. Perfectamente pertrechados de negro integral y con un escenario decorado con una tabla que lleva el nombre de la banda, así como un entresijo de redes de camuflaje visual cubriendo los monitores, se preparan para una voraz sesión de blackened thrash metal, como ellos mismos se autodefinen.

Eso, desde que dejaron atrás su etapa de versiones bajo el nombre de Betrayer y, en 2014, se sacaron de la manga Permanent Hate, para transformarse en esta oscura maquinaria metálica que, recientemente, ha reemplazado algunas piezas con la incorporación del guitarrista Chris Pérez y del baterista Pol Esteban, en lugar de Sergio Moreno.

Abrieron fuego a toda mecha y a doble pedal con material de su primer álbum, Conflict, el cual atesora su sonido más “Slaytanic”, con temazos como “Individuality” y “Wielders of Fear”. Más adelante sonarían “Paths of Aggression”, “Bearing Witness” y, como avasallador final, “Conflict”, rematando un aguerrido e inhumano preludio de treinta minutos: bien exprimidos y cero compasivos, tal como lo evidenciaba el bajo de Andrés, con trazas de sudor recorriendo el cuerpo del instrumento.

Un setlist completado por un par de cortes de los anteriores discos, así como del relativamente nuevo EP Ruins, del cual nos presentaron, como muestra, la pieza homónima de este trabajo editado en marzo de 2024 por esta intratable hermandad.

TAMBIEN TE PUEDE INTERESAR: Exhorder en Madrid: “Arde la capital”

Un rato después llegaba el turno de la banda liderada por Kyle Thomas, vocalista de Exhorder, que en 1986 fue sustituido fugazmente por Phil Anselmo, y qué en 2020, tras la marcha de Vinnie LaBella, decidió colgarse una guitarra al hombro y convertirse en guitarrista rítmico, y ocasionalmente solista, de los de New Orleans.

A pesar de no contar con el guitarrista fundador ni con otros miembros originales, como Chris Nail o Andy Villafarra, el bueno de Kyle ha reclutado un fantástico lineup: el espectacular baterista Sasha Horn; el bajista de Cincinnati Jason Viebrooks (ex-Heathen, ex-Die Krupps, ex-Grip Inc.); y, finalmente, ocupando la plaza de guitarra solista, el portentoso y conflictivo Pat O’Brien, ex-Chastain y ex-Nevermore, aunque mayormente conocido por su larga estancia en Cannibal Corpse durante casi veinte años, O’Brien quedó marcado por una noche fatídica en la que fue detenido por robo, agresión, y un incendio de la casa donde vivía. En su interior se halló un auténtico arsenal: unos setenta rifles y escopetas, veinte pistolas, lanzallamas, y abundante munición, que le llevó una temporada a la sombra.

Pero vamos con el concierto, que comenzó como Dios manda: con ese “Padre nuestro” introductorio que precede al tema que da título a su magistral Slaughter in the Vatican (1990). Un disco en el que siguen basando buena parte de sus directos, a pesar de haber publicado un par de potentes nuevos álbumes durante esta nueva singladura. Un trabajo del que, al parecer, no quedaron del todo satisfechos. Y es que Roadrunner Records, no contentos con el resultado inicial junto al productor de moda por aquel entonces, Scott Burns, en los Morrisound Studios de Tampa (Florida), les obligó a grabarlo de nuevo. Además, impusieron un cambio en la portada, sustituyendo la explícita imagen original de su demo de 1987 por una versión algo más suave y comercial.

De buenas a primeras, vimos que Viebrooks no estaba de muy buen humor. Empezó moviendo repetidamente su monitor, y se pasó todo el concierto con mala cara, sin salir de su rincón. Todo lo contrario que Kyle, que —una vez superadas las tres primeras canciones, durante las cuales los fotógrafos fusilan a los músicos a disparos— saludó al público en castellano antes de atacar con “Unforgiven”: “¡Hola Barcelona, ¿cómo estáis todos?!”, mientras tanto, Sasha se despojaba de su camiseta para empezar a usarla como toalla durante el resto del set.

Tras esta reliquia rescatada de su segundo álbum, The Law (1992), y que ya figuraba en su maqueta de 1986, Get Rude, dedicada a los que fueron a misa el domingo. Kyle anunció un par de temas del nuevo disco, bromeando sobre si estábamos en el año de la serpiente… o de qué animal exactamente, para acabar afirmando que es “el año de la cabra”, porque “somos carneros” (rams), diría, antes de tocar “The Year of the Goat”. Aunque, para los puristas del horóscopo chino, eso fue en 2015… y no volverá a serlo hasta 2027.

Kyle pidió un recuerdo para todos los seres queridos que se fueron durante la epidemia del Covid, justo antes de retorcerse con la profunda “The Tale of Unsound Minds”. Tras un sentido “gracias, amigos”, anunció que era el turno de dos alegres canciones de su disco debut: “Death in Vain” y una brutal “Legions of Death”, precedida por los cánticos de un público entregado, que coreó el nombre de la banda en varias ocasiones. Todo ello, secundado por el bombo del pequeño gran baterista que es Sasha Horn, que por momentos parecía tener más de dos brazos y dos piernas. Impresionante.

TAMBIEN TE PUEDE INTERESAR: Warrant en Barcelona: “Tortura y calvario teutón”

Tras presentar a la alineación actual, Kyle preguntó si alguien tenía pensado ponerse enfermo para no ir a trabajar mañana. Alguno respondió que sí, provocando risas, antes de lanzarse con la veloz y pegadiza “My Time”, único corte rescatado de su excelente tercer trabajo: Mourn the Southern Skies (2019).

Forever and Beyond, Despair” fluye a toda velocidad, pasando como una exhalación. Gritos de “¡Exhorder, Exhorder!” inundan la sala, a los que Kyle responde pidiendo un aplauso para los chicos de Violblast. Durante unos segundos, los cerca de doscientos metalheads presentes se animan a corear el nombre de la banda invitada de la noche… hasta que el frontman los hace callar, sonriendo picaramente. Es entonces cuando llega el momento de volver a recordar el disco The Law, con la excelente versión del “Into the Void” de Black Sabbath, que añadieron a su segundo álbum. Un corte del que se dice que lo grabaron a regañadientes, pero que, treinta años después, han decidido recuperar e incluir con orgullo en esta gira mundial.

La última de las novedades por masacrar fue “Divide and Conquer”, para la que Thomas pidió un wall of death, que acabaría convirtiéndose en un reducido circle pit. Un pequeño discurso para llegar al final del show, como no, con un par de clásicas, agradeciendo a todos los que apoyan a la banda en lo posible, exhortándonos a adquirir algún LP, parche o camiseta, así como a toda la comunidad del metal.

Cruzarían definitivamente el umbral con la corporativa “Exhorder”, único momento en el que Jason interactuó con alguno de sus compañeros, concretamente con Kyle, quien colocó sus dedos sobre el mástil del bajo. Para cerrar herméticamente el ataúd, tras setenta y cinco minutos de demoledor groove thrash metal, nos dejaron con la execradora y blasfema “Desecrator”, también desde su álbum debut, ¡y despidiéndose de nosotros con un sincero “We fuckin’ love you!”.


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Exhorder en Barcelona: “Profanadores de Tumbas”
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Los norteamericanos Exhorder pisaron por primera vez nuestros escenarios hace un par de temporadas, acompañando a Overkill. Ahora regresan en solitario, con toda la potencia de su nuevo álbum bajo el brazo: Defectum Omnium, editado el año pasado, reafirmando su estatus como pioneros del groove metal.

Antes de abrazar a ese ángel de la muerte que protagoniza la portada del cuarto álbum de los de Louisiana, tengo el placer de ver, por fin, a los catalanes Violblast. Perfectamente pertrechados de negro integral y con un escenario decorado con una tabla que lleva el nombre de la banda, así como un entresijo de redes de camuflaje visual cubriendo los monitores, se preparan para una voraz sesión de blackened thrash metal, como ellos mismos se autodefinen.

Eso, desde que dejaron atrás su etapa de versiones bajo el nombre de Betrayer y, en 2014, se sacaron de la manga Permanent Hate, para transformarse en esta oscura maquinaria metálica que, recientemente, ha reemplazado algunas piezas con la incorporación del guitarrista Chris Pérez y del baterista Pol Esteban, en lugar de Sergio Moreno.

Abrieron fuego a toda mecha y a doble pedal con material de su primer álbum, Conflict, el cual atesora su sonido más “Slaytanic”, con temazos como “Individuality” y “Wielders of Fear”. Más adelante sonarían “Paths of Aggression”, “Bearing Witness” y, como avasallador final, “Conflict”, rematando un aguerrido e inhumano preludio de treinta minutos: bien exprimidos y cero compasivos, tal como lo evidenciaba el bajo de Andrés, con trazas de sudor recorriendo el cuerpo del instrumento.

Un setlist completado por un par de cortes de los anteriores discos, así como del relativamente nuevo EP Ruins, del cual nos presentaron, como muestra, la pieza homónima de este trabajo editado en marzo de 2024 por esta intratable hermandad.

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A pesar de no contar con el guitarrista fundador ni con otros miembros originales, como Chris Nail o Andy Villafarra, el bueno de Kyle ha reclutado un fantástico lineup: el espectacular baterista Sasha Horn; el bajista de Cincinnati Jason Viebrooks (ex-Heathen, ex-Die Krupps, ex-Grip Inc.); y, finalmente, ocupando la plaza de guitarra solista, el portentoso y conflictivo Pat O’Brien, ex-Chastain y ex-Nevermore, aunque mayormente conocido por su larga estancia en Cannibal Corpse durante casi veinte años, O’Brien quedó marcado por una noche fatídica en la que fue detenido por robo, agresión, y un incendio de la casa donde vivía. En su interior se halló un auténtico arsenal: unos setenta rifles y escopetas, veinte pistolas, lanzallamas, y abundante munición, que le llevó una temporada a la sombra.

Pero vamos con el concierto, que comenzó como Dios manda: con ese “Padre nuestro” introductorio que precede al tema que da título a su magistral Slaughter in the Vatican (1990). Un disco en el que siguen basando buena parte de sus directos, a pesar de haber publicado un par de potentes nuevos álbumes durante esta nueva singladura. Un trabajo del que, al parecer, no quedaron del todo satisfechos. Y es que Roadrunner Records, no contentos con el resultado inicial junto al productor de moda por aquel entonces, Scott Burns, en los Morrisound Studios de Tampa (Florida), les obligó a grabarlo de nuevo. Además, impusieron un cambio en la portada, sustituyendo la explícita imagen original de su demo de 1987 por una versión algo más suave y comercial.

De buenas a primeras, vimos que Viebrooks no estaba de muy buen humor. Empezó moviendo repetidamente su monitor, y se pasó todo el concierto con mala cara, sin salir de su rincón. Todo lo contrario que Kyle, que —una vez superadas las tres primeras canciones, durante las cuales los fotógrafos fusilan a los músicos a disparos— saludó al público en castellano antes de atacar con “Unforgiven”: “¡Hola Barcelona, ¿cómo estáis todos?!”, mientras tanto, Sasha se despojaba de su camiseta para empezar a usarla como toalla durante el resto del set.

Tras esta reliquia rescatada de su segundo álbum, The Law (1992), y que ya figuraba en su maqueta de 1986, Get Rude, dedicada a los que fueron a misa el domingo. Kyle anunció un par de temas del nuevo disco, bromeando sobre si estábamos en el año de la serpiente… o de qué animal exactamente, para acabar afirmando que es “el año de la cabra”, porque “somos carneros” (rams), diría, antes de tocar “The Year of the Goat”. Aunque, para los puristas del horóscopo chino, eso fue en 2015… y no volverá a serlo hasta 2027.

Kyle pidió un recuerdo para todos los seres queridos que se fueron durante la epidemia del Covid, justo antes de retorcerse con la profunda “The Tale of Unsound Minds”. Tras un sentido “gracias, amigos”, anunció que era el turno de dos alegres canciones de su disco debut: “Death in Vain” y una brutal “Legions of Death”, precedida por los cánticos de un público entregado, que coreó el nombre de la banda en varias ocasiones. Todo ello, secundado por el bombo del pequeño gran baterista que es Sasha Horn, que por momentos parecía tener más de dos brazos y dos piernas. Impresionante.

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