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Fortress Festival 2025 – Día 2: “El último ritual del abismo”

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Fortress Festival 2025 – Día 2: “El último ritual del abismo”
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La segunda jornada del Fortress Festival comenzó con el clic metálico de la ansiedad colectiva. Los fieles regresaron a Scarborough Spa por el último ritual de este aquelarre musical. El viento del Mar del Norte traía consigo un presagio: hoy sería el juicio final. Las entradas, agotadas de nuevo, confirmaban que la voz de esta bestia sigue expandiéndose más allá de las fronteras británicas.

De nuevo, el descenso por las escaleras del acantilado fue el umbral hacia el inframundo. Allí, en medio de una bruma fría, la multitud vestida de negro aguardaba el toque inicial. Y ese toque fue Abduction.

1. Abduction – El amanecer del caos

El Main Stage estaba sorprendentemente lleno para una apertura. Pero nadie vino a contemplar suavidades. Abduction irrumpió con el frontal impacto de su black metal ritualista. Sus riffs eran cuchillas lanzadas al viento gélido. Desde “To Further the Dreams of Failure” hasta el nuevo repertorio inédito, el quinteto británico arrasó con la solemnidad de un conjuro ancestral.

La voz de A | V rebotaba en las columnas, consumiendo cada respiro. Cada atmósfera era una cerradura para la liberación del caos: un formato regulado, abalado con fuerza y técnica. El pit se expandía sin pausa, y el aire se volvió turbio, cargado de significado: la atmósfera decidió que el abismo no espera, y Abduction cumplió.

2. Belore – Épica cinematográfica

De regreso al Ocean Room, el toque mítico de Belore envolvió el recinto. Como si atravesáramos un paso hacia otro mundo, su black metal sinfónico llamó a relatos fantásticos. Las guitarras melancólicas, los coros que se elevaban en ráfagas rituales y la narrativa épica trasladaron al público a un universo medieval, poblado de bosques nevados y leyendas olvidadas.

Cada tema era un pasaje de una saga, una página convertida en sonido, donde se fundían épica y melancolía. Micrófonos quedaban suspendidos en el eco del coro, y entre el humo se adivinaban batallas olvidadas.

3. Dödsrit – Brutal elegancia

En el Main Stage, una tormenta llegó sin aviso. Dödsrit irrumpió anunciando su black/crust con una precisión quirúrgica digna de un bisturí sónico. Su ejecución fue tan intensa como impecable; riffs furiosos con tempo militar, y una técnica apabullante que sorprendió incluso a los más veteranos del público.

Lo técnico se volvió brutal. Cada tema –deadline, cada compás– estuvo impecablemente ejecutado. La perfección no fue neutra: fue viceral. Dödsrit se alzó como la sorpresa del día, un rayo de brutalidad controlada.

4. Autumn Nostalgie – Sombra y melancolía

La transición hacia el Ocean Room fue una caída suave en un paisaje otoñal. Autumn Nostalgie caminó descalza entre nuestras emociones, dotando al recinto de una atmósfera profunda, casi operística. Su black metal contemplativo, envuelto en un neofolk melancólico, fue un refugio entre la oscuridad del festín de caos.

En su ejecución total del álbum Esse Est Percipi, cada compás narraba una historia de pérdida y contemplación. Las guitarras acústicas, los cuerdas suaves, incluso el viento ululando en los sintetizadores, acentuaban la sensación de caminar por un bosque atemporal.

5. Moonlight Sorcery – Tradición y ritual

El Main Stage se transformó de nuevo con Moonlight Sorcery. Sus miembros, cubiertos de corpse paint impecable, se movían con la solemnidad de sacerdotes de la noche. Su black metal melódico-sinfónico tradicional prestó atención a los pequeños detalles: solos virtuosos, arpegios intensos, exactamente los elementos que alimentan la tradición más pura.

Incluso la presencia escénica, expandida por sintetizadores helados, atrajo la curiosidad de quienes buscaban celebrar esa versión clásica del black metal. Fue un ritual pagano en tributo al frío y la tradición.

6. Aristarchos – Misterio cósmico

La penumbra aumentó al filo cuando Aristarchos inició su set. El dúo escocés proyectó un sonido industrial acuoso, cargado de densidades cósmicas. Con un aura mística, crearon un clima sonoro hipnótico. Voces guturales intercaladas con momentos meditativos, ruidos sintéticos como rituales futuristas.

Era un viaje astral y ritual: un puente entre lo primigenio y lo sideral. Sus estructuras largas permitieron que el público perdiera la noción del tiempo, atrapado en los ecos y resonancias que salían de sus amplificadores.

7. Ulcerate – Horror cósmico técnico

La bestia de Auckland irrumpió en el Main Stage como un huracán nuclear. Ulcerate ejecutó sus temas de Cutting the Throat of God con brutal precisión. No hay hipérbole: su death metal atmosférico es un campo gravitacional que distorsiona las nociones de ritmo y coloca al oyente frente a una pared de sonido disonante.

Cada golpe de batería de Saint Merat fue un ciclón, cada riff de Hoggard una fractura en la realidad. El público se movía en sismógrafo humano, marcando la intensidad sísmica de la performance. La técnica no era frialdad: era una especie de palpitar primigenio, aterradoramente orgánico.

8. Grift – Realms of ancestral sorrow

De vuelta al Ocean Room se dispuso un momento de culto íntimo. Grift, con su set completo de Syner, ofreció una experiencia ritual. No fue música, fue inhabitar un estado de existencia más allá del tiempo: frialdad nórdica, soledad existencial y un canto profundo.

Guitarras acústicas, harmonium y susurros vocales crearon un clima sacro. El público, respetuoso, guardó silencio hasta el último compás. Fue el clímax melancólico del día: un rayo de luz oscura.

9. Forteresse – El regreso triunfal de Quebec

Cuando la legión quebequense emergió en el Main Stage, se sintió un estruendo ancestral. La multitud se entregó en masa a ese black metal épico, cargado de folklore e identidad. Forteresse, tras siete años de silencio, no decepcionó: la ejecución fue impecable, la intensidad palpitante y la interpretación de sus himnos nacionalistas como “Crépuscule d’Octobre” restituyó la comunión colectiva.

La prominencia de la identidad cultural, la conexión con la historia local, hizo que el set se sintiera más que un concierto: fue una reconciliación. Una llamada a la resistencia y al orgullo. Un momento de orgullo para todos los presentes.

10. Fen – Orgullo británico y atmósfera suprema

La atmósfera regresó al Reino Unido con Fen, firmes y envolventes. Su ejecución del debut completo The Malediction Fields fue ejecutada con precisión y solemnidad. Cada tema fue aclamado, como si reverenciáramos una joya nacional.

La conexión que el público británico tiene con Fen fue evidente: aplausos ininterrumpidos, reverencia e incluso lágrimas. No hubo pose ni artificio: solo honestidad sonora y maestría atmosférica.

11. Agalloch – La decepción del día

El ritual final llegó con Agalloch, la banda esperada por muchos, y la única que se veía capaz de elevarnos al clímax espiritual. Pero el desenlace fue frustrante. Apenas iniciaron, mandó un sarcasmo directo desde el escenario sobre el photo pit, un comentario innecesario que cortó la atmósfera.

Luego, los errores de ejecución fueron evidentes: tres fallos de guitarra en un solo corto, errores notables en tres canciones. Lo surreal: una banda acostumbrada a la perfección cometía fallos sonoros. La furia, el dolor, la melancolía quedaron opacados por esas fisuras. El ambiente se tornó frío, decepcionado.

Sin embargo, quedaba un resquicio de belleza: los dos últimos temas lograron recomponer parte del espíritu. El público, golpeado, terminó agradecido, pero con la sensación de que un ritual prometido se había desvanecido.

Epílogo: el viento y el silencio

Cuando las luces se apagaron por última vez y el público reemergió a la fría noche costera, el silencio fue ensordecedor. El murmullo del mar contrastaba con el caos vivido horas antes. Se podía ver, en cada rostro, la huella de un viaje literario en música oscura. El aire estaba lleno de niebla y electricidad.

Fortress Festival 2025 concluyó de manera gloriosa, salvo por el tropiezo final. Pero los ecos del abismo seguirán retumbando hasta el próximo año, cuando retornemos a la costa y volvamos a descender por esas escaleras hacia el corazón gélido del black metal.

Por el momento, este día 2 es un registro de culto: de la euforia de Abduction al desencanto de Agalloch, de Forteresse triunfante a la delicada elegía de Grift. El abismo habló, y esta noche lo escuchamos.

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Fortress Festival 2025 – Día 2: “El último ritual del abismo”
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La segunda jornada del Fortress Festival comenzó con el clic metálico de la ansiedad colectiva. Los fieles regresaron a Scarborough Spa por el último ritual de este aquelarre musical. El viento del Mar del Norte traía consigo un presagio: hoy sería el juicio final. Las entradas, agotadas de nuevo, confirmaban que la voz de esta bestia sigue expandiéndose más allá de las fronteras británicas.

De nuevo, el descenso por las escaleras del acantilado fue el umbral hacia el inframundo. Allí, en medio de una bruma fría, la multitud vestida de negro aguardaba el toque inicial. Y ese toque fue Abduction.

1. Abduction – El amanecer del caos

El Main Stage estaba sorprendentemente lleno para una apertura. Pero nadie vino a contemplar suavidades. Abduction irrumpió con el frontal impacto de su black metal ritualista. Sus riffs eran cuchillas lanzadas al viento gélido. Desde “To Further the Dreams of Failure” hasta el nuevo repertorio inédito, el quinteto británico arrasó con la solemnidad de un conjuro ancestral.

La voz de A | V rebotaba en las columnas, consumiendo cada respiro. Cada atmósfera era una cerradura para la liberación del caos: un formato regulado, abalado con fuerza y técnica. El pit se expandía sin pausa, y el aire se volvió turbio, cargado de significado: la atmósfera decidió que el abismo no espera, y Abduction cumplió.

2. Belore – Épica cinematográfica

De regreso al Ocean Room, el toque mítico de Belore envolvió el recinto. Como si atravesáramos un paso hacia otro mundo, su black metal sinfónico llamó a relatos fantásticos. Las guitarras melancólicas, los coros que se elevaban en ráfagas rituales y la narrativa épica trasladaron al público a un universo medieval, poblado de bosques nevados y leyendas olvidadas.

Cada tema era un pasaje de una saga, una página convertida en sonido, donde se fundían épica y melancolía. Micrófonos quedaban suspendidos en el eco del coro, y entre el humo se adivinaban batallas olvidadas.

3. Dödsrit – Brutal elegancia

En el Main Stage, una tormenta llegó sin aviso. Dödsrit irrumpió anunciando su black/crust con una precisión quirúrgica digna de un bisturí sónico. Su ejecución fue tan intensa como impecable; riffs furiosos con tempo militar, y una técnica apabullante que sorprendió incluso a los más veteranos del público.

Lo técnico se volvió brutal. Cada tema –deadline, cada compás– estuvo impecablemente ejecutado. La perfección no fue neutra: fue viceral. Dödsrit se alzó como la sorpresa del día, un rayo de brutalidad controlada.

4. Autumn Nostalgie – Sombra y melancolía

La transición hacia el Ocean Room fue una caída suave en un paisaje otoñal. Autumn Nostalgie caminó descalza entre nuestras emociones, dotando al recinto de una atmósfera profunda, casi operística. Su black metal contemplativo, envuelto en un neofolk melancólico, fue un refugio entre la oscuridad del festín de caos.

En su ejecución total del álbum Esse Est Percipi, cada compás narraba una historia de pérdida y contemplación. Las guitarras acústicas, los cuerdas suaves, incluso el viento ululando en los sintetizadores, acentuaban la sensación de caminar por un bosque atemporal.

5. Moonlight Sorcery – Tradición y ritual

El Main Stage se transformó de nuevo con Moonlight Sorcery. Sus miembros, cubiertos de corpse paint impecable, se movían con la solemnidad de sacerdotes de la noche. Su black metal melódico-sinfónico tradicional prestó atención a los pequeños detalles: solos virtuosos, arpegios intensos, exactamente los elementos que alimentan la tradición más pura.

Incluso la presencia escénica, expandida por sintetizadores helados, atrajo la curiosidad de quienes buscaban celebrar esa versión clásica del black metal. Fue un ritual pagano en tributo al frío y la tradición.

6. Aristarchos – Misterio cósmico

La penumbra aumentó al filo cuando Aristarchos inició su set. El dúo escocés proyectó un sonido industrial acuoso, cargado de densidades cósmicas. Con un aura mística, crearon un clima sonoro hipnótico. Voces guturales intercaladas con momentos meditativos, ruidos sintéticos como rituales futuristas.

Era un viaje astral y ritual: un puente entre lo primigenio y lo sideral. Sus estructuras largas permitieron que el público perdiera la noción del tiempo, atrapado en los ecos y resonancias que salían de sus amplificadores.

7. Ulcerate – Horror cósmico técnico

La bestia de Auckland irrumpió en el Main Stage como un huracán nuclear. Ulcerate ejecutó sus temas de Cutting the Throat of God con brutal precisión. No hay hipérbole: su death metal atmosférico es un campo gravitacional que distorsiona las nociones de ritmo y coloca al oyente frente a una pared de sonido disonante.

Cada golpe de batería de Saint Merat fue un ciclón, cada riff de Hoggard una fractura en la realidad. El público se movía en sismógrafo humano, marcando la intensidad sísmica de la performance. La técnica no era frialdad: era una especie de palpitar primigenio, aterradoramente orgánico.

8. Grift – Realms of ancestral sorrow

De vuelta al Ocean Room se dispuso un momento de culto íntimo. Grift, con su set completo de Syner, ofreció una experiencia ritual. No fue música, fue inhabitar un estado de existencia más allá del tiempo: frialdad nórdica, soledad existencial y un canto profundo.

Guitarras acústicas, harmonium y susurros vocales crearon un clima sacro. El público, respetuoso, guardó silencio hasta el último compás. Fue el clímax melancólico del día: un rayo de luz oscura.

9. Forteresse – El regreso triunfal de Quebec

Cuando la legión quebequense emergió en el Main Stage, se sintió un estruendo ancestral. La multitud se entregó en masa a ese black metal épico, cargado de folklore e identidad. Forteresse, tras siete años de silencio, no decepcionó: la ejecución fue impecable, la intensidad palpitante y la interpretación de sus himnos nacionalistas como “Crépuscule d’Octobre” restituyó la comunión colectiva.

La prominencia de la identidad cultural, la conexión con la historia local, hizo que el set se sintiera más que un concierto: fue una reconciliación. Una llamada a la resistencia y al orgullo. Un momento de orgullo para todos los presentes.

10. Fen – Orgullo británico y atmósfera suprema

La atmósfera regresó al Reino Unido con Fen, firmes y envolventes. Su ejecución del debut completo The Malediction Fields fue ejecutada con precisión y solemnidad. Cada tema fue aclamado, como si reverenciáramos una joya nacional.

La conexión que el público británico tiene con Fen fue evidente: aplausos ininterrumpidos, reverencia e incluso lágrimas. No hubo pose ni artificio: solo honestidad sonora y maestría atmosférica.

11. Agalloch – La decepción del día

El ritual final llegó con Agalloch, la banda esperada por muchos, y la única que se veía capaz de elevarnos al clímax espiritual. Pero el desenlace fue frustrante. Apenas iniciaron, mandó un sarcasmo directo desde el escenario sobre el photo pit, un comentario innecesario que cortó la atmósfera.

Luego, los errores de ejecución fueron evidentes: tres fallos de guitarra en un solo corto, errores notables en tres canciones. Lo surreal: una banda acostumbrada a la perfección cometía fallos sonoros. La furia, el dolor, la melancolía quedaron opacados por esas fisuras. El ambiente se tornó frío, decepcionado.

Sin embargo, quedaba un resquicio de belleza: los dos últimos temas lograron recomponer parte del espíritu. El público, golpeado, terminó agradecido, pero con la sensación de que un ritual prometido se había desvanecido.

Epílogo: el viento y el silencio

Cuando las luces se apagaron por última vez y el público reemergió a la fría noche costera, el silencio fue ensordecedor. El murmullo del mar contrastaba con el caos vivido horas antes. Se podía ver, en cada rostro, la huella de un viaje literario en música oscura. El aire estaba lleno de niebla y electricidad.

Fortress Festival 2025 concluyó de manera gloriosa, salvo por el tropiezo final. Pero los ecos del abismo seguirán retumbando hasta el próximo año, cuando retornemos a la costa y volvamos a descender por esas escaleras hacia el corazón gélido del black metal.

Por el momento, este día 2 es un registro de culto: de la euforia de Abduction al desencanto de Agalloch, de Forteresse triunfante a la delicada elegía de Grift. El abismo habló, y esta noche lo escuchamos.

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