

El jueves 7 de agosto, la sala Salamandra se impregnó de esa energía brutal que solo surge cuando el hardcore auténtico golpea directo al pecho. A pesar de ser pleno verano, el calor no solo venía del escenario; al estar la sala bastante llena y en constante movimiento por el mosh pit que se formó, la sala parecía una sauna.
Antes de que saliera Hatebreed, los chicos de Bellako dejaron claro que venían a liarla. El público, cercano y entusiasta, coreó cada estrofa de “Planta Madre”, “El Nieto” y “A Fallo” como himnos propios. Y el bajista no se contuvo; se lanzó al público mientras tocaba, sumándose a vivir la euforia junto al público. Es una gran banda local perfecta para dejar el escenario con bastantes ánimos para lo que se avecinaba.
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Hatebreed, sin miembros clave, pero con toda la potencia intacta. La banda aterrizó en Barcelona en modo guerrero, sin su bajista Chris Beattie (recién expulsado) y su guitarrista Wayne Lozinak (de baja por una operación). En su lugar, Carl Schwartz (First Blood) y Matt Bachand (Shadows Fall) tomaron los instrumentos. El resultado: sonaron fuerte, afilados, fue una descarga inmediata… pero personalmente siento que faltó ese engrase de siempre, esa maquinaria compacta que los caracteriza. Pero a pesar de eso sonaron como se esperaba, con sus riffs pesados y afilados, breakdowns contundentes, batería rápida y machacona. En resumen, una producción pulida pero agresiva.
Antes de sonar “Destroy Everything”, el frontman Jamey Jasta se llevó una sorpresa: la sala entera le cantó “Cumpleaños Feliz“. Quedó muy emocionado y con ganas de seguir disfrutando, que cuando arrancaron el tema, lo hizo con toda la potencia de su voz. Temas como “Perseverance”, “Last Breath” o “I Will Be Heard” retumbaron con esa conexión ritual que ya conocen quienes llevan años sudando en cada acorde, muchos desde los aires haciendo “crowd surfing”, intentando chocar la mano de Jamey, y así como todos cantando los coros hasta quedar sin voz, como lo pedía el mismo Jasta. En fin, un público entregado y energía total. Los pogos fueron intensos y constantes, pura adrenalina colectiva. Además, pese al calor y la locura en el foso, no hubo ni un problema. El sonido estuvo perfecto, sonó limpio, potente y letal.
Resumen fiestero y sudoroso. Bellako puso los ánimos por las nubes; Hatebreed, a base de rabia, riffs y actitud, devolvió la apuesta con una descarga honesta, intensa y visceral. No fue su show definitivo, pero sí un recordatorio de por qué llevan más de tres décadas reinventando la resistencia hardcore-rock.
- Bellako
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- Hatebreed
- Hatebreed
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El jueves 7 de agosto, la sala Salamandra se impregnó de esa energía brutal que solo surge cuando el hardcore auténtico golpea directo al pecho. A pesar de ser pleno verano, el calor no solo venía del escenario; al estar la sala bastante llena y en constante movimiento por el mosh pit que se formó, la sala parecía una sauna.
Antes de que saliera Hatebreed, los chicos de Bellako dejaron claro que venían a liarla. El público, cercano y entusiasta, coreó cada estrofa de “Planta Madre”, “El Nieto” y “A Fallo” como himnos propios. Y el bajista no se contuvo; se lanzó al público mientras tocaba, sumándose a vivir la euforia junto al público. Es una gran banda local perfecta para dejar el escenario con bastantes ánimos para lo que se avecinaba.
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Hatebreed, sin miembros clave, pero con toda la potencia intacta. La banda aterrizó en Barcelona en modo guerrero, sin su bajista Chris Beattie (recién expulsado) y su guitarrista Wayne Lozinak (de baja por una operación). En su lugar, Carl Schwartz (First Blood) y Matt Bachand (Shadows Fall) tomaron los instrumentos. El resultado: sonaron fuerte, afilados, fue una descarga inmediata… pero personalmente siento que faltó ese engrase de siempre, esa maquinaria compacta que los caracteriza. Pero a pesar de eso sonaron como se esperaba, con sus riffs pesados y afilados, breakdowns contundentes, batería rápida y machacona. En resumen, una producción pulida pero agresiva.
Antes de sonar “Destroy Everything”, el frontman Jamey Jasta se llevó una sorpresa: la sala entera le cantó “Cumpleaños Feliz“. Quedó muy emocionado y con ganas de seguir disfrutando, que cuando arrancaron el tema, lo hizo con toda la potencia de su voz. Temas como “Perseverance”, “Last Breath” o “I Will Be Heard” retumbaron con esa conexión ritual que ya conocen quienes llevan años sudando en cada acorde, muchos desde los aires haciendo “crowd surfing”, intentando chocar la mano de Jamey, y así como todos cantando los coros hasta quedar sin voz, como lo pedía el mismo Jasta. En fin, un público entregado y energía total. Los pogos fueron intensos y constantes, pura adrenalina colectiva. Además, pese al calor y la locura en el foso, no hubo ni un problema. El sonido estuvo perfecto, sonó limpio, potente y letal.
Resumen fiestero y sudoroso. Bellako puso los ánimos por las nubes; Hatebreed, a base de rabia, riffs y actitud, devolvió la apuesta con una descarga honesta, intensa y visceral. No fue su show definitivo, pero sí un recordatorio de por qué llevan más de tres décadas reinventando la resistencia hardcore-rock.
- Bellako
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