

Kat Von D encarna a la perfección el concepto de artista multidisciplinar. Nacida en México y criada en Estados Unidos, ha construido una carrera que va más allá de su fama inicial como tatuadora televisiva en L.A. Ink. Con millones de seguidores en redes sociales, ha sabido consolidarse como una figura influyente en el mundo del tatuaje, la moda, la cosmética y, más recientemente, la música. Su último trabajo discográfico, My Side of the Mountain, ha sido señalado como una de las referencias internacionales del año en el terreno del pop oscuro y electrónico.
Su reciente paso por España con conciertos en Madrid y Barcelona permitió al público descubrir su faceta musical en directo. Acompañada de la guitarrista y teclista Sammi Doll, y con el respaldo visual de un escenario sobrio con dos pantallas y un logo brillante, Kat presentó un espectáculo gótico-electrónico que bebía directamente de la estética y el sonido new wave de los años 80. Temas como “With You”, “Vampire Love” o “Illusion” demostraron su capacidad para construir atmósferas densas y melancólicas, aunque la puesta en escena, demasiado encorsetada por los samplers y la programación, ofrecía una experiencia algo fría y contenida.
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El repertorio, centrado casi por completo en su nuevo álbum, dejó fuera cualquier intento de sorpresa o improvisación. Aun así, momentos destacados como “H.A.T.E.”, “Truth in Reverse” o “I Am a Machine” —con la presencia virtual de Alissa White-Gluz en las pantallas— subrayaron la eficacia de su propuesta sonora, claramente inspirada en el goth ochentero y el darkwave. El uso del negro como código visual y la presencia puntual de su esposo, el artista Leafer Seyer (Prayers), añadieron un matiz íntimo a un show que, pese a su impecable estética, se percibió algo limitado en duración y dinamismo.
El cierre con “Dead” y una segunda aparición de Seyer para un último gesto de complicidad amorosa entre sombras, redondeó un concierto breve —apenas 50 minutos—, que dejó sensaciones encontradas. Por un lado, se agradece la coherencia artística y visual de Kat Von D, cuyo universo oscuro está perfectamente construido; por otro, su directo se resintió por la rigidez técnica y la falta de espontaneidad, en una noche que pedía algo más de calor y conexión con el público.


Kat Von D encarna a la perfección el concepto de artista multidisciplinar. Nacida en México y criada en Estados Unidos, ha construido una carrera que va más allá de su fama inicial como tatuadora televisiva en L.A. Ink. Con millones de seguidores en redes sociales, ha sabido consolidarse como una figura influyente en el mundo del tatuaje, la moda, la cosmética y, más recientemente, la música. Su último trabajo discográfico, My Side of the Mountain, ha sido señalado como una de las referencias internacionales del año en el terreno del pop oscuro y electrónico.
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El cierre con “Dead” y una segunda aparición de Seyer para un último gesto de complicidad amorosa entre sombras, redondeó un concierto breve —apenas 50 minutos—, que dejó sensaciones encontradas. Por un lado, se agradece la coherencia artística y visual de Kat Von D, cuyo universo oscuro está perfectamente construido; por otro, su directo se resintió por la rigidez técnica y la falta de espontaneidad, en una noche que pedía algo más de calor y conexión con el público.