

Van algunos minutos después de las 10 de la noche en el foro 907 de la Ciudad de Guadalajara. Cena de Negros y Catarshit, las bandas fuereñas que telonearon el evento ya han terminado sus sets y de a poco los miembros de ambas empiezan a tomar su lugar entre el público pues la misa está por comenzar. Esta ocasión es especial, pues este sábado 12 de marzo es la presentación en vivo oficial de su tercer álbum, Fiusha, un guiño a los clásicos discos ‘White’ de Los Beatles o el Black de Metallica. Sin demasiada ceremonia, cada uno de los cinco integrantes toma su lugar y comienzan a tocar.
Los Rucos de la Terraza es un proyecto con historia en la ciudad. Formado durante la década pasada, la agrupación actual solo conserva a Siddharta Martínez (voz) como único miembro original, sin embargo, el resto de la banda conformada por Masturberto a los teclados, Pablo Favela a la guitarra, Pablito Arteaga al bajo y Herminio Arteaga a la batería ya es considerada la alineación clásica con casi una década de antigüedad formando parte de este proyecto que no se ha limitado a la música, llegando a hostear su propio programa de radio online, así como numerosos sketches y decenas de páginas oficiales de shitpost que sistemáticamente han sido dadas de baja en Facebook.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Soen en Guadalajara: “La gira imperial de Soen en Guadalajara”
Presenciar uno de sus eventos en vivo siempre es una experiencia. Es un sitio extraño en el que se reúnen punks, metaleros, bikers, roqueros y múltiple gente ñera a presenciar un evento plagado de acontecimientos, pues cada canción en su repertorio incluye algo especial y temático, esto aunado a una creciente leyenda en torno a la intensidad de sus presentaciones, en ocasiones llegando a pasar del boca en boca la vez en que alguien se mató haciendo parkúr desde el pretil del escenario.
Para esta presentación, el set se compuso de dos partes; la primera, formada por el repertorio y los actos más clásicos de la banda incluyendo, como ya es costumbre, cabezas de cerdos, alcohol, una virgen masturbada y una cabeza en un machete; la segunda, el nuevo disco en su totalidad, ataviados con trajes de gala rosas para la ocasión. La conjunción de todos elementos es algo sumamente importante para este proyecto, llegando a ser un elemento imprescindible para la experiencia. Los Rucos consideran su show una catarsis en donde la gente acude a desquiciarse y ser parte de una misa negra del rock, combinando show, concierto y ritual.
No importa si se trata de un pollo crucificado y despedazado por el público, un torito de fuegos artificiales en forma de pene o la simulación de una felación al micrófono, la provocación está a la orden del día. El punto es reflejar las bajos mundos tapatíos al grito de “obscenidad y vicio”, asegurando que lejos de hacer una apología al asesinato, la violación o la venta de drogas (temas recurrentes en sus cumbiancheras letras), se trata de una sátira de esta vida y un espacio lejos de los ojos de la sociedad para abrazar la podredumbre que nos rodea.
Mientras al frente del escenario el público alterna entre el mosh y el pasito clásico de rocanrol utilizado para las cumbias en México, resulta imposible no maravillarse ante la evolución sónica y performativa del “rock” en Guadalajara. Es posible establecer una línea del tiempo con este tipo de actos que cautivan a la vez que repelen a la escena actual, que bien podría incluir la intensidad de Los Garigoles en los noventa, las irreverentes letras de El Personal a finales de los ochenta o el art rock de Toncho Pilatos en los setenta y que apropósito de estos últimos se desprende el particular nombre de la banda, pues nos cuenta Siddartha que cuando el proyecto era feto ingeniero, uno de los miembros fundadores era sobrino de aquel mítico Lalo el Optimista (sí, el de la canción) y que cuando dicho personaje se juntaba a chupar, maldecir y cantar rock con sus amigotes, su abuelita le comentaba: “no pases por esa terraza en donde están los rucos”, no fuera a ser que se le pegara lo malviviente. Ups.


Van algunos minutos después de las 10 de la noche en el foro 907 de la Ciudad de Guadalajara. Cena de Negros y Catarshit, las bandas fuereñas que telonearon el evento ya han terminado sus sets y de a poco los miembros de ambas empiezan a tomar su lugar entre el público pues la misa está por comenzar. Esta ocasión es especial, pues este sábado 12 de marzo es la presentación en vivo oficial de su tercer álbum, Fiusha, un guiño a los clásicos discos ‘White’ de Los Beatles o el Black de Metallica. Sin demasiada ceremonia, cada uno de los cinco integrantes toma su lugar y comienzan a tocar.
Los Rucos de la Terraza es un proyecto con historia en la ciudad. Formado durante la década pasada, la agrupación actual solo conserva a Siddharta Martínez (voz) como único miembro original, sin embargo, el resto de la banda conformada por Masturberto a los teclados, Pablo Favela a la guitarra, Pablito Arteaga al bajo y Herminio Arteaga a la batería ya es considerada la alineación clásica con casi una década de antigüedad formando parte de este proyecto que no se ha limitado a la música, llegando a hostear su propio programa de radio online, así como numerosos sketches y decenas de páginas oficiales de shitpost que sistemáticamente han sido dadas de baja en Facebook.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Soen en Guadalajara: “La gira imperial de Soen en Guadalajara”
Presenciar uno de sus eventos en vivo siempre es una experiencia. Es un sitio extraño en el que se reúnen punks, metaleros, bikers, roqueros y múltiple gente ñera a presenciar un evento plagado de acontecimientos, pues cada canción en su repertorio incluye algo especial y temático, esto aunado a una creciente leyenda en torno a la intensidad de sus presentaciones, en ocasiones llegando a pasar del boca en boca la vez en que alguien se mató haciendo parkúr desde el pretil del escenario.
Para esta presentación, el set se compuso de dos partes; la primera, formada por el repertorio y los actos más clásicos de la banda incluyendo, como ya es costumbre, cabezas de cerdos, alcohol, una virgen masturbada y una cabeza en un machete; la segunda, el nuevo disco en su totalidad, ataviados con trajes de gala rosas para la ocasión. La conjunción de todos elementos es algo sumamente importante para este proyecto, llegando a ser un elemento imprescindible para la experiencia. Los Rucos consideran su show una catarsis en donde la gente acude a desquiciarse y ser parte de una misa negra del rock, combinando show, concierto y ritual.
No importa si se trata de un pollo crucificado y despedazado por el público, un torito de fuegos artificiales en forma de pene o la simulación de una felación al micrófono, la provocación está a la orden del día. El punto es reflejar las bajos mundos tapatíos al grito de “obscenidad y vicio”, asegurando que lejos de hacer una apología al asesinato, la violación o la venta de drogas (temas recurrentes en sus cumbiancheras letras), se trata de una sátira de esta vida y un espacio lejos de los ojos de la sociedad para abrazar la podredumbre que nos rodea.
Mientras al frente del escenario el público alterna entre el mosh y el pasito clásico de rocanrol utilizado para las cumbias en México, resulta imposible no maravillarse ante la evolución sónica y performativa del “rock” en Guadalajara. Es posible establecer una línea del tiempo con este tipo de actos que cautivan a la vez que repelen a la escena actual, que bien podría incluir la intensidad de Los Garigoles en los noventa, las irreverentes letras de El Personal a finales de los ochenta o el art rock de Toncho Pilatos en los setenta y que apropósito de estos últimos se desprende el particular nombre de la banda, pues nos cuenta Siddartha que cuando el proyecto era feto ingeniero, uno de los miembros fundadores era sobrino de aquel mítico Lalo el Optimista (sí, el de la canción) y que cuando dicho personaje se juntaba a chupar, maldecir y cantar rock con sus amigotes, su abuelita le comentaba: “no pases por esa terraza en donde están los rucos”, no fuera a ser que se le pegara lo malviviente. Ups.