

Madrid, 18 de julio de 2025 – La Sala Revi Live de Madrid se convirtió en el destino de los más metaleros, ávidos de la furia y oscuridad, con una jornada dedicada al Death Metal en sus diversas encarnaciones. Cuatro bandas, cada una con su sello distintivo, se encargaron de calentar la atmósfera, haciendo vibrar los cimientos de la sala y dejando a un público entregado y hambriento de riffs devastadores, voces profundas y ritmos frenéticos. Una noche que reafirmó la vitalidad del género y la pasión de una comunidad metalera en ebullición.
Los nipones Invictus, en formato de power trío, fueron los encargados de inaugurar la velada. Su propuesta de Death Metal convencional, pesado y contundente, sentó las bases para lo que sería una noche de pura intensidad. La alternancia vocal fue uno de sus puntos fuertes, con la voz grave y áspera del bajista complementándose a la perfección con los screams del guitarrista, quien también se atrevía con pasajes más profundos. Los frecuentes “blegs” (golpes secos y abruptos) antes de los cambios de ritmo o los solos de guitarra demostraron una precisión calculada.
El batería, una máquina constante de ritmo, permaneció casi oculto tras su maraña de platos, un desafío para las fotos, pero una pieza clave en la solidez del sonido. La complicidad entre los tres músicos era palpable: sonrisas y gestos de aprobación fluían libremente, transmitiendo una energía contagiosa al escaso pero entusiasta público que comenzaba a llenar la sala. Con una iluminación variada y un sonido generalmente bueno, salvo algunos picos vocales, Invictus dejó al público con el cuello ya caliente, listo para la brutalidad venidera.
Desde Bielorrusia, el quinteto Deathbringer irrumpió con una propuesta de Death Metal técnico y progresivo que los distingue claramente del sonido clásico. El escenario, adornado con una variedad de instrumentos esperando su turno, anticipaba la riqueza sonora que estaba por venir. Con una habilidad impresionante, los músicos cambiaron afinaciones y exploraron pasajes instrumentales extensos, a menudo acompañados de elementos orquestales pregrabados que añadían una capa extra de complejidad. Los solos, espectaculares y llenos de virtuosismo, fueron recibidos con melenas al viento y puños alzados.
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El ritmo de Deathbringer fue mayormente lento y pesado, apoyado por una batería contundente que no escatimó en rellenos, engordando aún más el sonido de la banda. Los breakdowns fueron constantes y bien ejecutados, potenciados por una voz gutural trabajada, de una profundidad “aguda” que evocaba directamente los infiernos. Las variaciones de tempo, con tramos vertiginosos y otros arrastrados, mantuvieron al público en vilo. El sonido, meticulosamente trabajado desde la mesa, permitió apreciar cada matiz instrumental y la voz, siempre presente. Deathbringer fue, sin duda, una banda que invitaba a la escucha repetida para desentrañar los detalles de sus temas complejos y llenos de particularidades.
La entrada de Massacre fue una declaración de intenciones. Con la fuerza y la personalidad que solo se adquieren tras décadas de conciertos, la banda de Florida arrasó con su actitud. A pesar de algunos fallos iniciales en el retorno de monitores para el guitarrista, clavaron el tema de apertura, desatando una fiesta ininterrumpida de clásicos del Death Metal. El pit no cesó un segundo, y la avalancha de cuerpos empujó las vallas unos centímetros, provocando un buen susto a los fotógrafos del foso.
El público, con los pulmones en la mano, coreó cada línea, demostrando un interés inquebrantable por revivir y arropar a la banda. Los circle pits fueron salvajes, pero siempre con camaradería hacia los caídos y el disfrute se reflejaba en los rostros sonrientes de los presentes. La capacidad vocal de Kam Lee fue espectacular, ejecutando todo tipo de técnicas sin apenas pausas entre temas. Aunque él mismo bromeó sobre su forma física, su entrega fue total. Con sus inseparables gafas de sol, Lee dejó la mayor parte del “palique” al guitarrista de orígenes españoles, quien sorprendió a muchos con un exquisito acento andaluz. La banda concedió un bis y se extendió 15 minutos más de su horario previsto, un detalle que no afectó el resto del evento gracias a la situación con Malevolent Creation.
La actuación de Malevolent Creation estuvo marcada por la triste noticia de la grave enfermedad de su guitarrista, internado en la UCI durante el tramo francés de la gira. Tras el primer tema, la banda pidió un aplauso y mandó ánimos a su compañero, un gesto emotivo que resonó en la sala. A partir de ese momento, la banda se centró en descargar su Death Metal sin miramientos. Se les notó con la energía justa, profesionales hasta la médula, pero comedidos y concentrados en ejecutar con precisión y a toda velocidad.
La Revi estaba a reventar, con una afluencia de metaleros como hacía tiempo no se veía, y el pit disfrutó cada momento. Melenas al viento, voces coreando y cabezas moviéndose al ritmo crearon un ambiente de comunión y camaradería. El sonido, impecable, permitió distinguir cada instrumento y la voz. Las luces, con sus haces y tonos bien ajustados, ofrecieron fondos perfectos para las fotos. Fue un concierto corto, como la propia banda confirmó antes de la última canción, “estamos muy cansados y tenemos mucha gira por delante”. Un testimonio de su compromiso a pesar de las circunstancias.
En resumen, la noche del 18 de julio en la Sala Revi Live fue una celebración del Death Metal en todas sus facetas. Cuatro bandas, cada una con su personalidad marcada, pero la misma esencia bruta, demostraron por qué este género sigue siendo un pilar fundamental del metal extremo. Para cualquier metalero, noches como esta son un sueño hecho realidad, y solo queda esperar seguir fotografiando y viviendo muchas más.


Madrid, 18 de julio de 2025 – La Sala Revi Live de Madrid se convirtió en el destino de los más metaleros, ávidos de la furia y oscuridad, con una jornada dedicada al Death Metal en sus diversas encarnaciones. Cuatro bandas, cada una con su sello distintivo, se encargaron de calentar la atmósfera, haciendo vibrar los cimientos de la sala y dejando a un público entregado y hambriento de riffs devastadores, voces profundas y ritmos frenéticos. Una noche que reafirmó la vitalidad del género y la pasión de una comunidad metalera en ebullición.
Los nipones Invictus, en formato de power trío, fueron los encargados de inaugurar la velada. Su propuesta de Death Metal convencional, pesado y contundente, sentó las bases para lo que sería una noche de pura intensidad. La alternancia vocal fue uno de sus puntos fuertes, con la voz grave y áspera del bajista complementándose a la perfección con los screams del guitarrista, quien también se atrevía con pasajes más profundos. Los frecuentes “blegs” (golpes secos y abruptos) antes de los cambios de ritmo o los solos de guitarra demostraron una precisión calculada.
El batería, una máquina constante de ritmo, permaneció casi oculto tras su maraña de platos, un desafío para las fotos, pero una pieza clave en la solidez del sonido. La complicidad entre los tres músicos era palpable: sonrisas y gestos de aprobación fluían libremente, transmitiendo una energía contagiosa al escaso pero entusiasta público que comenzaba a llenar la sala. Con una iluminación variada y un sonido generalmente bueno, salvo algunos picos vocales, Invictus dejó al público con el cuello ya caliente, listo para la brutalidad venidera.
Desde Bielorrusia, el quinteto Deathbringer irrumpió con una propuesta de Death Metal técnico y progresivo que los distingue claramente del sonido clásico. El escenario, adornado con una variedad de instrumentos esperando su turno, anticipaba la riqueza sonora que estaba por venir. Con una habilidad impresionante, los músicos cambiaron afinaciones y exploraron pasajes instrumentales extensos, a menudo acompañados de elementos orquestales pregrabados que añadían una capa extra de complejidad. Los solos, espectaculares y llenos de virtuosismo, fueron recibidos con melenas al viento y puños alzados.
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El ritmo de Deathbringer fue mayormente lento y pesado, apoyado por una batería contundente que no escatimó en rellenos, engordando aún más el sonido de la banda. Los breakdowns fueron constantes y bien ejecutados, potenciados por una voz gutural trabajada, de una profundidad “aguda” que evocaba directamente los infiernos. Las variaciones de tempo, con tramos vertiginosos y otros arrastrados, mantuvieron al público en vilo. El sonido, meticulosamente trabajado desde la mesa, permitió apreciar cada matiz instrumental y la voz, siempre presente. Deathbringer fue, sin duda, una banda que invitaba a la escucha repetida para desentrañar los detalles de sus temas complejos y llenos de particularidades.
La entrada de Massacre fue una declaración de intenciones. Con la fuerza y la personalidad que solo se adquieren tras décadas de conciertos, la banda de Florida arrasó con su actitud. A pesar de algunos fallos iniciales en el retorno de monitores para el guitarrista, clavaron el tema de apertura, desatando una fiesta ininterrumpida de clásicos del Death Metal. El pit no cesó un segundo, y la avalancha de cuerpos empujó las vallas unos centímetros, provocando un buen susto a los fotógrafos del foso.
El público, con los pulmones en la mano, coreó cada línea, demostrando un interés inquebrantable por revivir y arropar a la banda. Los circle pits fueron salvajes, pero siempre con camaradería hacia los caídos y el disfrute se reflejaba en los rostros sonrientes de los presentes. La capacidad vocal de Kam Lee fue espectacular, ejecutando todo tipo de técnicas sin apenas pausas entre temas. Aunque él mismo bromeó sobre su forma física, su entrega fue total. Con sus inseparables gafas de sol, Lee dejó la mayor parte del “palique” al guitarrista de orígenes españoles, quien sorprendió a muchos con un exquisito acento andaluz. La banda concedió un bis y se extendió 15 minutos más de su horario previsto, un detalle que no afectó el resto del evento gracias a la situación con Malevolent Creation.
La actuación de Malevolent Creation estuvo marcada por la triste noticia de la grave enfermedad de su guitarrista, internado en la UCI durante el tramo francés de la gira. Tras el primer tema, la banda pidió un aplauso y mandó ánimos a su compañero, un gesto emotivo que resonó en la sala. A partir de ese momento, la banda se centró en descargar su Death Metal sin miramientos. Se les notó con la energía justa, profesionales hasta la médula, pero comedidos y concentrados en ejecutar con precisión y a toda velocidad.
La Revi estaba a reventar, con una afluencia de metaleros como hacía tiempo no se veía, y el pit disfrutó cada momento. Melenas al viento, voces coreando y cabezas moviéndose al ritmo crearon un ambiente de comunión y camaradería. El sonido, impecable, permitió distinguir cada instrumento y la voz. Las luces, con sus haces y tonos bien ajustados, ofrecieron fondos perfectos para las fotos. Fue un concierto corto, como la propia banda confirmó antes de la última canción, “estamos muy cansados y tenemos mucha gira por delante”. Un testimonio de su compromiso a pesar de las circunstancias.
En resumen, la noche del 18 de julio en la Sala Revi Live fue una celebración del Death Metal en todas sus facetas. Cuatro bandas, cada una con su personalidad marcada, pero la misma esencia bruta, demostraron por qué este género sigue siendo un pilar fundamental del metal extremo. Para cualquier metalero, noches como esta son un sueño hecho realidad, y solo queda esperar seguir fotografiando y viviendo muchas más.