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Megadeth y Disturbed en Glasgow: “una noche de fuego, precisión y locura”
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Texto por John Morton

El pasado 29 de octubre, el OVO Hydro de Glasgow fue testigo de una de esas noches que quedan grabadas en la memoria colectiva del metal. Dos titanes de distintas generaciones —Megadeth y Disturbed— compartieron escenario para ofrecer un espectáculo de potencia, historia y entrega total. En el marco de la gira por el 25º aniversario de The Sickness, los de Chicago decidieron interpretar el álbum completo, acompañado de una selección de sus mayores éxitos. Por su parte, Megadeth demostró que, después de casi cuatro décadas de carrera, su fuego creativo sigue intacto, y que el metal técnico, cuando se ejecuta con precisión quirúrgica, sigue siendo una fuerza imposible de detener.

Megadeth: la máquina thrash que nunca se detiene

A pesar de ocupar el papel de banda soporte, Megadeth tomó el escenario con la autoridad de quien no necesita presentación. Muchos podrían haber discutido el orden del cartel —después de todo, se trata de una de las agrupaciones más influyentes del metal—, pero desde los primeros segundos quedó claro que Dave Mustaine y compañía no estaban allí para “abrir”, sino para arrasar.

El rugido inicial de “Skin O’ My Teeth”, clásico de Countdown to Extinction (1992), encendió de inmediato los motores del público. Las primeras filas se convirtieron en un hervidero de energía: pogos, cabezas agitadas al unísono y un eco ensordecedor que hacía vibrar las paredes del recinto. El sonido fue sólido y potente; la mezcla equilibró a la perfección la agresividad del riff con la claridad de los solos y la contundencia de la batería.

A lo largo del set, la banda ofreció un recorrido impecable por su discografía: desde los himnos ochenteros hasta los cortes más recientes. Temas como “Peace Sells” y “Sweating Bullets” fueron recibidos con auténticos rugidos de euforia, confirmando que el vínculo entre Megadeth y su público sigue siendo indestructible. No hubo altibajos ni momentos de respiro; cada tema sonó con la misma precisión y ferocidad que los ha convertido en leyenda.

TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Megadeth anuncia su despedida con disco y gira mundial

Uno de los elementos más celebrados de la actual formación es la presencia de Teemu Mäntysaari, guitarrista finlandés que se unió a la banda tras la salida de Kiko Loureiro. Su desempeño fue extraordinario: técnica impecable, ejecución limpia y un carisma que se ganó a la audiencia desde el primer solo. Incorporarlo a Megadeth ha sido, sin duda, una decisión brillante. Su estilo recuerda a los años dorados de la banda, cuando Marty Friedman elevó el sonido del grupo a un nivel de virtuosismo y melodía pocas veces igualado. La química entre Teemu y Mustaine en escena fue inmediata, alternando solos y armonías con precisión quirúrgica.

La interpretación de “She-Wolf” destacó especialmente por la energía vocal de Mustaine, quien demostró que, pese al paso del tiempo, sigue rugiendo con la fuerza de siempre. Su voz conserva ese tono filoso y amenazante, perfecto para los relatos de guerra, política y venganza que han marcado la lírica de Megadeth. El público acompañó cada estribillo, transformando el Hydro en un coro masivo de devotos del thrash.

Entre los nuevos temas, destacó “Tipping Point”, primer adelanto de su próximo disco —según Mustaine, titulado simplemente Megadeth “porque no se nos ocurrió un mejor nombre”, comentó entre risas—. La canción mantiene la esencia cruda y directa de la banda, con pasajes técnicos, cambios de ritmo vertiginosos y un sonido de batería que rozó la perfección.

Cerca del final del set, la aparición de Vic Rattlehead —la icónica mascota del grupo— generó un estallido de entusiasmo. Un performer disfrazado del personaje recorrió el escenario, interactuando con los músicos y desatando una ola de nostalgia y diversión. Fue un guiño al legado visual de la banda, un recordatorio de cuántas generaciones crecieron con ese símbolo grabado en camisetas y portadas.

El cierre llegó con un clásico inamovible: “Holy Wars… The Punishment Due”. Desde los primeros acordes, el público supo que estaba ante el clímax. Mustaine descargó uno de sus riffs más emblemáticos mientras Teemu desplegaba un solo de precisión quirúrgica. La multitud rugió con tanta fuerza que llegó a tapar por momentos el sonido de las guitarras —una mezcla imperfecta en el recinto, pero que no empañó la intensidad del momento—. El último acorde resonó como una declaración: Megadeth sigue siendo una fuerza viva, una banda que, lejos de vivir de su pasado, sigue escribiendo su presente con la misma rabia que en sus inicios.

Y ojalá, cuando ese nuevo disco finalmente vea la luz, Megadeth regrese a Glasgow como artista principal, porque si algo quedó claro esta noche es que no hay razón alguna para que una banda de su calibre toque detrás de nadie.

Tras un breve cambio de escenario, la oscuridad cayó sobre el Hydro y las pantallas comenzaron a proyectar un video retrospectivo: imágenes de giras, entrevistas, y fragmentos de The Sickness a lo largo de los años. Era el prólogo de una celebración. Cuando la cortina se levantó, David Draiman apareció sobre una camilla, enfundado en un mono naranja y con una máscara al estilo Hannibal Lecter. Sin previo aviso, “Voices” detonó el arranque de The Sickness en orden completo, y el público respondió con la misma ferocidad que si fuera 2000 otra vez.

TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Disturbed en Copenhague: “Una noche en el loquero”

Los moshpits se abrieron al instante. Disturbed, con su mezcla característica de groove, riffs densos y coros pegadizos, llenó el recinto con un sonido demoledor. La puesta en escena fue impresionante: estructuras metálicas, pantallas verticales proyectando visuales minimalistas, y columnas de fuego que estallaban al compás de “Stupify”, tiñendo el recinto de un naranja incandescente.

Draiman se mostró en control absoluto. Cada gesto suyo encontraba respuesta inmediata en el público; cada pausa, cada grito, era seguido por un eco de miles de voces. Su interpretación de “Down With the Sickness” fue, como era de esperar, el punto de ebullición de la primera parte del show. El rugido gutural del inicio desató la locura: un mar de cuerpos en movimiento, saltos sincronizados y una energía que pareció no tener límite.

El resto de The Sickness se desarrolló con igual intensidad. La banda sonó cohesionada y contundente, mostrando una conexión que solo se consigue tras años de giras y escenarios compartidos. El cierre del bloque llegó con “Meaning of Life”, pero no sin antes una de las puestas más teatrales de la noche: mientras resonaban truenos y lluvia artificial, una voz pregrabada narraba la “ejecución” de Draiman. Un técnico apareció en escena, colocó una silla eléctrica frente al público y, entre chispas y destellos, el vocalista simuló recibir una descarga letal. Un final cinematográfico que arrancó aplausos y gritos de asombro a partes iguales.

Tras esa primera parte, el show entró en un intermedio de veinte minutos, acompañado por imágenes de archivo de la banda durante la era de The Sickness. Una mirada nostálgica pero también reivindicativa de lo que significó aquel álbum para toda una generación.

La segunda mitad del concierto comenzó con el más reciente sencillo del grupo, “I Will Not Break”, lanzado a principios de año. Disturbed aprovechó este tramo para repasar otros hitos de su catálogo, como “Ten Thousand Fists”, “The Light” y “Indestructible”, manteniendo el pulso firme entre lo pesado y lo melódico.

Pero el momento más emotivo de la noche llegó con su ya célebre versión de “The Sound of Silence” de Simon & Garfunkel. El escenario se transformó: luces bajas, un piano de cola cubierto por decenas de pequeñas velas, y un silencio absoluto que precedió a la voz profunda de Draiman. Cada palabra resonó con solemnidad, mientras el público acompañaba con respeto y asombro. Fue un instante de pausa dentro del caos, un recordatorio del poder emocional que una banda de metal puede alcanzar cuando combina fuerza y vulnerabilidad. El cierre de la canción, con las velas reflejadas en los instrumentos, fue uno de esos momentos que definen un concierto.

TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Messa: “Sentimos que The Spin describía perfectamente lo que queríamos expresar con este disco.”

La recta final mantuvo el nivel en lo más alto. “Inside the Fire” y “Stricken” sirvieron como último impulso de energía antes del cierre definitivo. Cuando las luces se encendieron y Draiman agradeció a la multitud, la sensación era unánime: Disturbed había ofrecido un espectáculo total, equilibrando teatralidad, técnica y emoción.

La noche en el OVO Hydro fue un encuentro entre dos eras del metal. Megadeth, con su virtuosismo intacto, su capacidad de renovación y la incorporación magistral de Teemu Mäntysaari, recordó por qué son parte del ADN del género. Disturbed, con su despliegue escénico monumental y su interpretación completa de The Sickness, demostró que el nu metal, cuando se ejecuta con convicción, sigue siendo una fuerza arrolladora.

Una noche para la historia. Una noche en la que Glasgow volvió a rugir.

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Megadeth y Disturbed en Glasgow: “una noche de fuego, precisión y locura”
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Texto por John Morton

El pasado 29 de octubre, el OVO Hydro de Glasgow fue testigo de una de esas noches que quedan grabadas en la memoria colectiva del metal. Dos titanes de distintas generaciones —Megadeth y Disturbed— compartieron escenario para ofrecer un espectáculo de potencia, historia y entrega total. En el marco de la gira por el 25º aniversario de The Sickness, los de Chicago decidieron interpretar el álbum completo, acompañado de una selección de sus mayores éxitos. Por su parte, Megadeth demostró que, después de casi cuatro décadas de carrera, su fuego creativo sigue intacto, y que el metal técnico, cuando se ejecuta con precisión quirúrgica, sigue siendo una fuerza imposible de detener.

Megadeth: la máquina thrash que nunca se detiene

A pesar de ocupar el papel de banda soporte, Megadeth tomó el escenario con la autoridad de quien no necesita presentación. Muchos podrían haber discutido el orden del cartel —después de todo, se trata de una de las agrupaciones más influyentes del metal—, pero desde los primeros segundos quedó claro que Dave Mustaine y compañía no estaban allí para “abrir”, sino para arrasar.

El rugido inicial de “Skin O’ My Teeth”, clásico de Countdown to Extinction (1992), encendió de inmediato los motores del público. Las primeras filas se convirtieron en un hervidero de energía: pogos, cabezas agitadas al unísono y un eco ensordecedor que hacía vibrar las paredes del recinto. El sonido fue sólido y potente; la mezcla equilibró a la perfección la agresividad del riff con la claridad de los solos y la contundencia de la batería.

A lo largo del set, la banda ofreció un recorrido impecable por su discografía: desde los himnos ochenteros hasta los cortes más recientes. Temas como “Peace Sells” y “Sweating Bullets” fueron recibidos con auténticos rugidos de euforia, confirmando que el vínculo entre Megadeth y su público sigue siendo indestructible. No hubo altibajos ni momentos de respiro; cada tema sonó con la misma precisión y ferocidad que los ha convertido en leyenda.

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Uno de los elementos más celebrados de la actual formación es la presencia de Teemu Mäntysaari, guitarrista finlandés que se unió a la banda tras la salida de Kiko Loureiro. Su desempeño fue extraordinario: técnica impecable, ejecución limpia y un carisma que se ganó a la audiencia desde el primer solo. Incorporarlo a Megadeth ha sido, sin duda, una decisión brillante. Su estilo recuerda a los años dorados de la banda, cuando Marty Friedman elevó el sonido del grupo a un nivel de virtuosismo y melodía pocas veces igualado. La química entre Teemu y Mustaine en escena fue inmediata, alternando solos y armonías con precisión quirúrgica.

La interpretación de “She-Wolf” destacó especialmente por la energía vocal de Mustaine, quien demostró que, pese al paso del tiempo, sigue rugiendo con la fuerza de siempre. Su voz conserva ese tono filoso y amenazante, perfecto para los relatos de guerra, política y venganza que han marcado la lírica de Megadeth. El público acompañó cada estribillo, transformando el Hydro en un coro masivo de devotos del thrash.

Entre los nuevos temas, destacó “Tipping Point”, primer adelanto de su próximo disco —según Mustaine, titulado simplemente Megadeth “porque no se nos ocurrió un mejor nombre”, comentó entre risas—. La canción mantiene la esencia cruda y directa de la banda, con pasajes técnicos, cambios de ritmo vertiginosos y un sonido de batería que rozó la perfección.

Cerca del final del set, la aparición de Vic Rattlehead —la icónica mascota del grupo— generó un estallido de entusiasmo. Un performer disfrazado del personaje recorrió el escenario, interactuando con los músicos y desatando una ola de nostalgia y diversión. Fue un guiño al legado visual de la banda, un recordatorio de cuántas generaciones crecieron con ese símbolo grabado en camisetas y portadas.

El cierre llegó con un clásico inamovible: “Holy Wars… The Punishment Due”. Desde los primeros acordes, el público supo que estaba ante el clímax. Mustaine descargó uno de sus riffs más emblemáticos mientras Teemu desplegaba un solo de precisión quirúrgica. La multitud rugió con tanta fuerza que llegó a tapar por momentos el sonido de las guitarras —una mezcla imperfecta en el recinto, pero que no empañó la intensidad del momento—. El último acorde resonó como una declaración: Megadeth sigue siendo una fuerza viva, una banda que, lejos de vivir de su pasado, sigue escribiendo su presente con la misma rabia que en sus inicios.

Y ojalá, cuando ese nuevo disco finalmente vea la luz, Megadeth regrese a Glasgow como artista principal, porque si algo quedó claro esta noche es que no hay razón alguna para que una banda de su calibre toque detrás de nadie.

Tras un breve cambio de escenario, la oscuridad cayó sobre el Hydro y las pantallas comenzaron a proyectar un video retrospectivo: imágenes de giras, entrevistas, y fragmentos de The Sickness a lo largo de los años. Era el prólogo de una celebración. Cuando la cortina se levantó, David Draiman apareció sobre una camilla, enfundado en un mono naranja y con una máscara al estilo Hannibal Lecter. Sin previo aviso, “Voices” detonó el arranque de The Sickness en orden completo, y el público respondió con la misma ferocidad que si fuera 2000 otra vez.

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Los moshpits se abrieron al instante. Disturbed, con su mezcla característica de groove, riffs densos y coros pegadizos, llenó el recinto con un sonido demoledor. La puesta en escena fue impresionante: estructuras metálicas, pantallas verticales proyectando visuales minimalistas, y columnas de fuego que estallaban al compás de “Stupify”, tiñendo el recinto de un naranja incandescente.

Draiman se mostró en control absoluto. Cada gesto suyo encontraba respuesta inmediata en el público; cada pausa, cada grito, era seguido por un eco de miles de voces. Su interpretación de “Down With the Sickness” fue, como era de esperar, el punto de ebullición de la primera parte del show. El rugido gutural del inicio desató la locura: un mar de cuerpos en movimiento, saltos sincronizados y una energía que pareció no tener límite.

El resto de The Sickness se desarrolló con igual intensidad. La banda sonó cohesionada y contundente, mostrando una conexión que solo se consigue tras años de giras y escenarios compartidos. El cierre del bloque llegó con “Meaning of Life”, pero no sin antes una de las puestas más teatrales de la noche: mientras resonaban truenos y lluvia artificial, una voz pregrabada narraba la “ejecución” de Draiman. Un técnico apareció en escena, colocó una silla eléctrica frente al público y, entre chispas y destellos, el vocalista simuló recibir una descarga letal. Un final cinematográfico que arrancó aplausos y gritos de asombro a partes iguales.

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La segunda mitad del concierto comenzó con el más reciente sencillo del grupo, “I Will Not Break”, lanzado a principios de año. Disturbed aprovechó este tramo para repasar otros hitos de su catálogo, como “Ten Thousand Fists”, “The Light” y “Indestructible”, manteniendo el pulso firme entre lo pesado y lo melódico.

Pero el momento más emotivo de la noche llegó con su ya célebre versión de “The Sound of Silence” de Simon & Garfunkel. El escenario se transformó: luces bajas, un piano de cola cubierto por decenas de pequeñas velas, y un silencio absoluto que precedió a la voz profunda de Draiman. Cada palabra resonó con solemnidad, mientras el público acompañaba con respeto y asombro. Fue un instante de pausa dentro del caos, un recordatorio del poder emocional que una banda de metal puede alcanzar cuando combina fuerza y vulnerabilidad. El cierre de la canción, con las velas reflejadas en los instrumentos, fue uno de esos momentos que definen un concierto.

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La recta final mantuvo el nivel en lo más alto. “Inside the Fire” y “Stricken” sirvieron como último impulso de energía antes del cierre definitivo. Cuando las luces se encendieron y Draiman agradeció a la multitud, la sensación era unánime: Disturbed había ofrecido un espectáculo total, equilibrando teatralidad, técnica y emoción.

La noche en el OVO Hydro fue un encuentro entre dos eras del metal. Megadeth, con su virtuosismo intacto, su capacidad de renovación y la incorporación magistral de Teemu Mäntysaari, recordó por qué son parte del ADN del género. Disturbed, con su despliegue escénico monumental y su interpretación completa de The Sickness, demostró que el nu metal, cuando se ejecuta con convicción, sigue siendo una fuerza arrolladora.

Una noche para la historia. Una noche en la que Glasgow volvió a rugir.

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