

El vapor de la ducha empañaba los azulejos y el espejo. Desnudo, con el pelo mojado, un hombre de cincuenta y cinco años, figura blanda, de hombros caídos, cabeza gacha. Pendiente triste que se pierde en un pecho sin orgullo. Vientre flácido, túpers y cervezas. Gafas de pasta de otros tiempos resbalando por la nariz. Ojos marrones de mirada melancólica. Aire de cansancio perpetuo. Resignación.
Soy Mauro, llevo 25 años madrugando y vistiendo de traje. Odio mi vida y mi trabajo. Con un gesto limpio el vapor, el reflejo me devuelve alguien extraño. En el cristal mis hombros están firmes, levantados, un desafío silencioso. Ligera sonrisa dibujada sin mostrar los dientes. Pecho hinchado, vientre tenso. Orgullo. Rebeldía. Ojos marrones que brillan sin gafas. El pelo suelto, salvaje, cae liso y sin ataduras sobre mis hombros, una melena que se niega a la sumisión. Mi barba, bien cuidada y cortada, enmarca un rostro de barbilla levantada, un gesto desafiante en la mirada. Ferocidad latente de una bestia underground. Cuerpo cansado. Alma en llamas.
Día 01: El Encuentro y la Batalla
El calor intenso de Madrid había concedido una pausa. Caminando por Vallecas, saliendo del metro, camiseta de Conan, empoderado, disfruto del ambiente en cada esquina. El barrio rebosa vida. Terrazas llenas. Mezcla de culturas. De olores. De idiomas. El sonido de un ballenato se abre camino entre el murmullo de las conversaciones, un hombre de mediana edad, móvil en la mesa, vacia su tercio mientras charlaba animado con sus amigos. Realidad caótica y hermosa.
Entro a La Trinchera y el aroma a metal golpea mis sentidos. Me siento bien, hogar, santuario. Mientras espero que Metalkas arranque, la sala se queda de golpe muda. Me giro para ver cómo todo el público abre un pasillo desde el escenario hasta la puerta del local. Al fondo, la figura de Pablo “Siempre a foco“, conocido como el mejor fotógrafo de conciertos de Madrid y casi de España, se recorta con la luz del exterior. Todo el mundo centra su mirada en él mientras sonrien y le saludan, algunos le dan golpes en la espalda, otros le chocan la mano, muchos le saludan por su nombre y casi todos muestran un respeto casi reverencial. La envidia me recorre, un golpe fugaz, pero punzante, me sacude mientras pienso que mis fotos no alcanzarán el nivel si el esta en el festival con sus cámaras.
Alto, casi 1,90 cm, llevaba dos cámaras Canon de último modelo en un arnés, espectaculares herramientas que se balanceaban mientras camina por el pasillo. Con sus gafas de sol aún puestas, su aplomo y su seguridad lo envuelven en un halo de autoconfianza. Su expresión corporal, completamente natural, se fusiona con su vestimenta, camiseta de Judas apretada que dejaba ver sus brazos musculados. Los anillos que adornan sus manos brillan tanto como su larguísima melena, rubia, dorada, espectacular.
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Levanto la mano para saludarle con una sonrisa, lo normal entre fotógrafos, sus ojos se posan primero en mi cámara, luego en mí, para acontinuación girar de golpe y darme su espalda como saludo. Perplejo, sentí su frio desprecio.
Justo cuando los golpes de bombo de la banda me golpean para girarme y ver a Driade al completo sobre el escenario. Comenzaba una sesión de terapia a volumen 11. Con sus atmósferas envolventes y sus letras introspectivas, su música resonaba. Las voces de la banda son una pasada y la capacidad vocal de Carmela un deleite. La mezcla de dolor y de furia son marca de la casa. En lugar de encogerme, me sentí afortunado y comencé a fotografiar lo más frontal que pude, queria asegurar fotos de cada miembro y a pesar de que no había mucha luz, el trabajo del técnico fue bueno, permitiendo capturas, especialmente en la parte central con un haz blanco, sin tener que subir mucho la ISO. La barrera de mis dudas se difuminaba en cada acorde, en cada clik de la cámara. Pronto el público comenzo a bailar y los pogos fueron constantes. Destacó la versión de Linkin Park, que redondeó una actuación muy profesional, genial arranque para el festi.
Luego llegó Vertebrae, para obligarnos a rompernos el cuello. Su propuesta era la suma de todo lo anterior, una mezcla de potencia y de complejidad, el metal es la música de la transfiguración, de lo oscuro, de lo profundo. Sus densos y poderosos riffs me llevaron de vuelta a la raíz del género foto a foto. Intenté variar encuadres y ángulos, siempre con la mente puesta en conseguir transmitir la fuerza del grupo. Fue fácil con la actitud de los músicos y la banda en general, algo más complicado con su frontman que no paraba ni un segundo, bastón en mano o simplemente con el mircrófono, fue un ciclón, arrollador, contagioso. El público enloqueció dejando momentazos de entrega, comunión completa con la banda, Vertebrae no solo hacía música; estaban excavando los cimientos de las almas metaleras del festi.
La primera noche cerró con el trash de Kickin’ Kidneys. Su setlist era un puñetazo en la cara y el público, en lugar de recibirlo con violencia, se movía en una fiesta caótica. Es genial cuando el público, sin conocer ni un solo tema, se deja llevar solo por el poder de interpretación de la banda, es la prueba viva de la autenticidad del underground. Me empujaron, me golpearon la cadera, sonreí y vuelta a empezar. Adrenalina que me hacía sentir. La cámara vibraba en mis manos, deseosa de capturar cada momento de pura rabia. El público se entregó a la fuerza y contundencia de la propuesta. La actitud de la banda espectacular, alargando su entrega, ya contrastada, como público de los grupos anteriores. Descamisados guitarrista y bajista no paraban de regalar gestos y poses, una dupla galáctica que regaló momentazos “bajando” al pit. El ritmo de la batería preciso y demoledor. Sin olvidar riffs y solos de guitarra ejecutados con virtuosidad. La calidad técnica general fue muy elevada, especialmente destacable en lo vocal, con muchos registros, gritos, guturales, puro trash. La juventud de la banda me hace tener esperanzas de volver a verlos, les seguiré de cerca porque su descarga me hizo fan instantáneo. Me atrevo a decir que como le paso a la sala entera.
Veo a Pablo “siempre a foco” salir delante de mi. Un cosquilleo me recorre la espalda mientras sueño con llegar a ser la mitad de buen fotógrafo que él. Disfrutaré el camino. Insistiré. Cuerpo cansado. Alma en llamas.


El vapor de la ducha empañaba los azulejos y el espejo. Desnudo, con el pelo mojado, un hombre de cincuenta y cinco años, figura blanda, de hombros caídos, cabeza gacha. Pendiente triste que se pierde en un pecho sin orgullo. Vientre flácido, túpers y cervezas. Gafas de pasta de otros tiempos resbalando por la nariz. Ojos marrones de mirada melancólica. Aire de cansancio perpetuo. Resignación.
Soy Mauro, llevo 25 años madrugando y vistiendo de traje. Odio mi vida y mi trabajo. Con un gesto limpio el vapor, el reflejo me devuelve alguien extraño. En el cristal mis hombros están firmes, levantados, un desafío silencioso. Ligera sonrisa dibujada sin mostrar los dientes. Pecho hinchado, vientre tenso. Orgullo. Rebeldía. Ojos marrones que brillan sin gafas. El pelo suelto, salvaje, cae liso y sin ataduras sobre mis hombros, una melena que se niega a la sumisión. Mi barba, bien cuidada y cortada, enmarca un rostro de barbilla levantada, un gesto desafiante en la mirada. Ferocidad latente de una bestia underground. Cuerpo cansado. Alma en llamas.
Día 01: El Encuentro y la Batalla
El calor intenso de Madrid había concedido una pausa. Caminando por Vallecas, saliendo del metro, camiseta de Conan, empoderado, disfruto del ambiente en cada esquina. El barrio rebosa vida. Terrazas llenas. Mezcla de culturas. De olores. De idiomas. El sonido de un ballenato se abre camino entre el murmullo de las conversaciones, un hombre de mediana edad, móvil en la mesa, vacia su tercio mientras charlaba animado con sus amigos. Realidad caótica y hermosa.
Entro a La Trinchera y el aroma a metal golpea mis sentidos. Me siento bien, hogar, santuario. Mientras espero que Metalkas arranque, la sala se queda de golpe muda. Me giro para ver cómo todo el público abre un pasillo desde el escenario hasta la puerta del local. Al fondo, la figura de Pablo “Siempre a foco“, conocido como el mejor fotógrafo de conciertos de Madrid y casi de España, se recorta con la luz del exterior. Todo el mundo centra su mirada en él mientras sonrien y le saludan, algunos le dan golpes en la espalda, otros le chocan la mano, muchos le saludan por su nombre y casi todos muestran un respeto casi reverencial. La envidia me recorre, un golpe fugaz, pero punzante, me sacude mientras pienso que mis fotos no alcanzarán el nivel si el esta en el festival con sus cámaras.
Alto, casi 1,90 cm, llevaba dos cámaras Canon de último modelo en un arnés, espectaculares herramientas que se balanceaban mientras camina por el pasillo. Con sus gafas de sol aún puestas, su aplomo y su seguridad lo envuelven en un halo de autoconfianza. Su expresión corporal, completamente natural, se fusiona con su vestimenta, camiseta de Judas apretada que dejaba ver sus brazos musculados. Los anillos que adornan sus manos brillan tanto como su larguísima melena, rubia, dorada, espectacular.
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Levanto la mano para saludarle con una sonrisa, lo normal entre fotógrafos, sus ojos se posan primero en mi cámara, luego en mí, para acontinuación girar de golpe y darme su espalda como saludo. Perplejo, sentí su frio desprecio.
Justo cuando los golpes de bombo de la banda me golpean para girarme y ver a Driade al completo sobre el escenario. Comenzaba una sesión de terapia a volumen 11. Con sus atmósferas envolventes y sus letras introspectivas, su música resonaba. Las voces de la banda son una pasada y la capacidad vocal de Carmela un deleite. La mezcla de dolor y de furia son marca de la casa. En lugar de encogerme, me sentí afortunado y comencé a fotografiar lo más frontal que pude, queria asegurar fotos de cada miembro y a pesar de que no había mucha luz, el trabajo del técnico fue bueno, permitiendo capturas, especialmente en la parte central con un haz blanco, sin tener que subir mucho la ISO. La barrera de mis dudas se difuminaba en cada acorde, en cada clik de la cámara. Pronto el público comenzo a bailar y los pogos fueron constantes. Destacó la versión de Linkin Park, que redondeó una actuación muy profesional, genial arranque para el festi.
Luego llegó Vertebrae, para obligarnos a rompernos el cuello. Su propuesta era la suma de todo lo anterior, una mezcla de potencia y de complejidad, el metal es la música de la transfiguración, de lo oscuro, de lo profundo. Sus densos y poderosos riffs me llevaron de vuelta a la raíz del género foto a foto. Intenté variar encuadres y ángulos, siempre con la mente puesta en conseguir transmitir la fuerza del grupo. Fue fácil con la actitud de los músicos y la banda en general, algo más complicado con su frontman que no paraba ni un segundo, bastón en mano o simplemente con el mircrófono, fue un ciclón, arrollador, contagioso. El público enloqueció dejando momentazos de entrega, comunión completa con la banda, Vertebrae no solo hacía música; estaban excavando los cimientos de las almas metaleras del festi.
La primera noche cerró con el trash de Kickin’ Kidneys. Su setlist era un puñetazo en la cara y el público, en lugar de recibirlo con violencia, se movía en una fiesta caótica. Es genial cuando el público, sin conocer ni un solo tema, se deja llevar solo por el poder de interpretación de la banda, es la prueba viva de la autenticidad del underground. Me empujaron, me golpearon la cadera, sonreí y vuelta a empezar. Adrenalina que me hacía sentir. La cámara vibraba en mis manos, deseosa de capturar cada momento de pura rabia. El público se entregó a la fuerza y contundencia de la propuesta. La actitud de la banda espectacular, alargando su entrega, ya contrastada, como público de los grupos anteriores. Descamisados guitarrista y bajista no paraban de regalar gestos y poses, una dupla galáctica que regaló momentazos “bajando” al pit. El ritmo de la batería preciso y demoledor. Sin olvidar riffs y solos de guitarra ejecutados con virtuosidad. La calidad técnica general fue muy elevada, especialmente destacable en lo vocal, con muchos registros, gritos, guturales, puro trash. La juventud de la banda me hace tener esperanzas de volver a verlos, les seguiré de cerca porque su descarga me hizo fan instantáneo. Me atrevo a decir que como le paso a la sala entera.
Veo a Pablo “siempre a foco” salir delante de mi. Un cosquilleo me recorre la espalda mientras sueño con llegar a ser la mitad de buen fotógrafo que él. Disfrutaré el camino. Insistiré. Cuerpo cansado. Alma en llamas.