


El pasado domingo, 28 de septiembre de 2025, la oscuridad se apoderó de Barcelona. Por cuarta vez, el festival Okkult Session reunió a sus fieles en la imponente Carpa del Poble Espanyol para un ritual inolvidable, con un cartel minuciosamente diseñado para guiar a los asistentes en un viaje a través de los sonidos más sombríos del metal.
Para abrir la ceremonia, el grupo español Todomal hizo sonar las campanas que convocaban a la magna celebración de la oscuridad, un llamado a las fuerzas ocultas que guiarían la tarde y la noche dominical. La banda, formada por Javier Fernández Milla y Cristopher Baque Wildman, ofreció una actuación que se sintió como un puñetazo directo al estómago. Con un setlist reducido a lo esencial, Todomal demostró que la fuerza no reside en la cantidad, sino en la intensidad y la convicción.
Haciéndose un nombre en la escena doom desde su concepción en 2020, la agrupación ha confirmado que hay producto nacional de calidad. Con su debut Ultracrepidarian (2021) y el disco A Greater Good (2023), han aportado un sonido atmosférico y sombrío que recuerda al doom clásico, pero con un sello propio.
El caos se desató con “High Time”, un tema que desde el primer golpe de batería estableció un ritmo hipnótico y brutal. Le siguió “Ultracrepidarian”, un muro de sonido que envolvió a la audiencia. La simpleza de su propuesta —bajo distorsionado, batería atronadora y una voz desgarradora— se tradujo en una experiencia visceral y sin adornos.
La energía no decayó ni un segundo. “GODS FUCKING IN THE SKY” se sintió como una declaración de guerra, una explosión de rabia contenida liberada con maestría. Cada nota y cada golpe fueron intencionados, dirigidos a provocar una reacción, a romper la complacencia. El set continuó con la desoladora “Infero Tristi” y la abrasiva “Coalescence”, manteniendo al público en un estado de éxtasis destructivo.
El cierre llegó con “Antichrist of Love”, un himno de destrucción que dejó a la audiencia extasiada y exhausta. Todomal no necesita artificios para dejar huella: su música es cruda, primitiva y honesta, un recordatorio de que en el doom/death metal más minimalista puede hallarse la máxima expresión del caos y la desesperación.
La energía del festival cambió radicalmente con la llegada de Sylvaine, el proyecto en solitario de la multiinstrumentista noruega Kathrine Shepard. La etérea artista tomó el escenario y transportó a todos a un universo de post-black metal atmosférico. Su música, espiritual y envolvente, sirvió como puente perfecto entre los extremos sonoros del cartel, demostrando que la belleza y la fuerza pueden coexistir en armonía.
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Desde el primer acorde, Shepard, con su voz de formación clásica, tejió una atmósfera onírica, fusionando shoegaze y metal en una propuesta potente y profundamente melancólica. El concierto comenzó con “Nova”, un himno que resonó en todo el recinto y evidenció su habilidad para crear paisajes sonoros expansivos. Le siguió la cautivadora “Earthbound”, que mantuvo al público en trance.
Acompañada por una banda impecable, Shepard —quien domina guitarra, bajo, piano y sintetizador— entregó una actuación magistral. Su sonido, influenciado por grupos como Slowdive y Explosions in the Sky, se sintió como una manta sonora cálida y envolvente.
El viaje continuó con “Fortapt”, interpretada en noruego, que añadió intimidad y autenticidad a su propuesta. El setlist nos llevó a la reflexión con “I Close My Eyes So I Can See” y la etérea “Mono No Aware”, donde cada nota parecía flotar en el aire.
El recital fue un recordatorio del inmenso talento de Shepard, primera mujer nominada a un premio Spellemannprisen en la categoría de mejor álbum de metal. Su fusión de folk, black metal y post-rock creó una experiencia que fue tanto concierto como viaje emocional. El ritual concluyó con “Mørklagt”, dejando a la audiencia en contemplación.
La atmósfera del festival se tornó aún más densa con la llegada de Gaahl’s Wyrd. El aire se cargó de una energía cruda y primitiva. Liderado por el carismático Gaahl (ex-Gorgoroth, God Seed), el proyecto ofreció un verdadero ritual de black metal. Lejos de los clichés del género, la banda exploró un terreno introspectivo y atmosférico, sumergiendo al público en trance.
El viaje comenzó con “Ghosts Invited”, del álbum GastiR – Ghosts Invited. Lust Kilman (guitarra), Eld (bajo) y Spektre (batería) construyeron un muro de sonido hipnótico y abrasador. El repertorio incluyó piezas de Gorgoroth, como “Carving a Giant” y “Prosperity and Beauty”, además de homenajes a God Seed (“Aldrande Tre”, “Alt Liv”) y Trelldom (“Høyt opp i dypet”).
Canciones como “Awakening Remains – Before Leaving”, “Braiding the Stories” y “Time and Timeless Timeline” consolidaron su propuesta, distinta y arriesgada. El clímax llegó con “Through and Past and Past” y “Carving the Voices”, sellando un ritual purificador que superó expectativas y dejó a la audiencia extasiada.
La noche avanzó con la presencia monumental de Candlemass, pilares del epic doom metal, que celebraban cuatro décadas de historia. Capitaneados por Leif Edling (bajo) y con Johan Längqvist a la voz, desplegaron un sonido demoledor que evocó las raíces de Black Sabbath, pero elevado con su toque majestuoso.
El setlist incluyó clásicos como “Bewitched”, “Mirror Mirror”, “Under the Oak”, “Dark Reflections” y “Demon’s Gate”, además de la reciente “Sweet Evil Sun”, prueba de su vigencia creativa. El público coreó con fervor el cierre apoteósico con “Solitude”, confirmando el estatus legendario de la banda.
Mientras los últimos acordes resonaban, los fuegos de la Mercè iluminaron el cielo barcelonés, un marco épico para recibir al plato fuerte: My Dying Bride. El Poble Espanyol se transformó en templo de melancolía y grandeza, un lugar idóneo para su ritual sonoro.
La expectación era máxima. La ausencia de Aaron Stainthorpe, vocalista icónico, había sido confirmada por “problemas internos”, según él mismo. Para esta gira, fue reemplazado por Mikko Kotamäki (Swallow the Sun), quien asumió el reto con respeto y convicción.
El concierto abrió con “A Kiss to Remember”, seguida de “My Hope, the Destroyer”, y continuó con joyas como “Like Gods of the Sun” y “The 2nd of Three Bells”, de su más reciente álbum A Mortal Binding. La intensidad creció con “From Darkest Skies”, hasta llegar al momento catártico con “The Cry of Mankind”, que desató la emoción colectiva.
El cierre fue majestuoso con “She Is the Dark” y “The Raven and the Rose”, condensando la dualidad de My Dying Bride: elegancia gótica y poder doom/death. Fue un concierto de catarsis y comunión, confirmando por qué son leyendas vivas del género.
Okkult Session 2025 no fue solo un festival: fue un culto, una ceremonia en la que cada banda aportó su propia sombra para conformar una jornada inolvidable. La Carpa del Poble Espanyol se erigió como templo perfecto de la oscuridad, celebrando un género que sigue más vivo que nunca.



El pasado domingo, 28 de septiembre de 2025, la oscuridad se apoderó de Barcelona. Por cuarta vez, el festival Okkult Session reunió a sus fieles en la imponente Carpa del Poble Espanyol para un ritual inolvidable, con un cartel minuciosamente diseñado para guiar a los asistentes en un viaje a través de los sonidos más sombríos del metal.
Para abrir la ceremonia, el grupo español Todomal hizo sonar las campanas que convocaban a la magna celebración de la oscuridad, un llamado a las fuerzas ocultas que guiarían la tarde y la noche dominical. La banda, formada por Javier Fernández Milla y Cristopher Baque Wildman, ofreció una actuación que se sintió como un puñetazo directo al estómago. Con un setlist reducido a lo esencial, Todomal demostró que la fuerza no reside en la cantidad, sino en la intensidad y la convicción.
Haciéndose un nombre en la escena doom desde su concepción en 2020, la agrupación ha confirmado que hay producto nacional de calidad. Con su debut Ultracrepidarian (2021) y el disco A Greater Good (2023), han aportado un sonido atmosférico y sombrío que recuerda al doom clásico, pero con un sello propio.
El caos se desató con “High Time”, un tema que desde el primer golpe de batería estableció un ritmo hipnótico y brutal. Le siguió “Ultracrepidarian”, un muro de sonido que envolvió a la audiencia. La simpleza de su propuesta —bajo distorsionado, batería atronadora y una voz desgarradora— se tradujo en una experiencia visceral y sin adornos.
La energía no decayó ni un segundo. “GODS FUCKING IN THE SKY” se sintió como una declaración de guerra, una explosión de rabia contenida liberada con maestría. Cada nota y cada golpe fueron intencionados, dirigidos a provocar una reacción, a romper la complacencia. El set continuó con la desoladora “Infero Tristi” y la abrasiva “Coalescence”, manteniendo al público en un estado de éxtasis destructivo.
El cierre llegó con “Antichrist of Love”, un himno de destrucción que dejó a la audiencia extasiada y exhausta. Todomal no necesita artificios para dejar huella: su música es cruda, primitiva y honesta, un recordatorio de que en el doom/death metal más minimalista puede hallarse la máxima expresión del caos y la desesperación.
La energía del festival cambió radicalmente con la llegada de Sylvaine, el proyecto en solitario de la multiinstrumentista noruega Kathrine Shepard. La etérea artista tomó el escenario y transportó a todos a un universo de post-black metal atmosférico. Su música, espiritual y envolvente, sirvió como puente perfecto entre los extremos sonoros del cartel, demostrando que la belleza y la fuerza pueden coexistir en armonía.
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Desde el primer acorde, Shepard, con su voz de formación clásica, tejió una atmósfera onírica, fusionando shoegaze y metal en una propuesta potente y profundamente melancólica. El concierto comenzó con “Nova”, un himno que resonó en todo el recinto y evidenció su habilidad para crear paisajes sonoros expansivos. Le siguió la cautivadora “Earthbound”, que mantuvo al público en trance.
Acompañada por una banda impecable, Shepard —quien domina guitarra, bajo, piano y sintetizador— entregó una actuación magistral. Su sonido, influenciado por grupos como Slowdive y Explosions in the Sky, se sintió como una manta sonora cálida y envolvente.
El viaje continuó con “Fortapt”, interpretada en noruego, que añadió intimidad y autenticidad a su propuesta. El setlist nos llevó a la reflexión con “I Close My Eyes So I Can See” y la etérea “Mono No Aware”, donde cada nota parecía flotar en el aire.
El recital fue un recordatorio del inmenso talento de Shepard, primera mujer nominada a un premio Spellemannprisen en la categoría de mejor álbum de metal. Su fusión de folk, black metal y post-rock creó una experiencia que fue tanto concierto como viaje emocional. El ritual concluyó con “Mørklagt”, dejando a la audiencia en contemplación.
La atmósfera del festival se tornó aún más densa con la llegada de Gaahl’s Wyrd. El aire se cargó de una energía cruda y primitiva. Liderado por el carismático Gaahl (ex-Gorgoroth, God Seed), el proyecto ofreció un verdadero ritual de black metal. Lejos de los clichés del género, la banda exploró un terreno introspectivo y atmosférico, sumergiendo al público en trance.
El viaje comenzó con “Ghosts Invited”, del álbum GastiR – Ghosts Invited. Lust Kilman (guitarra), Eld (bajo) y Spektre (batería) construyeron un muro de sonido hipnótico y abrasador. El repertorio incluyó piezas de Gorgoroth, como “Carving a Giant” y “Prosperity and Beauty”, además de homenajes a God Seed (“Aldrande Tre”, “Alt Liv”) y Trelldom (“Høyt opp i dypet”).
Canciones como “Awakening Remains – Before Leaving”, “Braiding the Stories” y “Time and Timeless Timeline” consolidaron su propuesta, distinta y arriesgada. El clímax llegó con “Through and Past and Past” y “Carving the Voices”, sellando un ritual purificador que superó expectativas y dejó a la audiencia extasiada.
La noche avanzó con la presencia monumental de Candlemass, pilares del epic doom metal, que celebraban cuatro décadas de historia. Capitaneados por Leif Edling (bajo) y con Johan Längqvist a la voz, desplegaron un sonido demoledor que evocó las raíces de Black Sabbath, pero elevado con su toque majestuoso.
El setlist incluyó clásicos como “Bewitched”, “Mirror Mirror”, “Under the Oak”, “Dark Reflections” y “Demon’s Gate”, además de la reciente “Sweet Evil Sun”, prueba de su vigencia creativa. El público coreó con fervor el cierre apoteósico con “Solitude”, confirmando el estatus legendario de la banda.
Mientras los últimos acordes resonaban, los fuegos de la Mercè iluminaron el cielo barcelonés, un marco épico para recibir al plato fuerte: My Dying Bride. El Poble Espanyol se transformó en templo de melancolía y grandeza, un lugar idóneo para su ritual sonoro.
La expectación era máxima. La ausencia de Aaron Stainthorpe, vocalista icónico, había sido confirmada por “problemas internos”, según él mismo. Para esta gira, fue reemplazado por Mikko Kotamäki (Swallow the Sun), quien asumió el reto con respeto y convicción.
El concierto abrió con “A Kiss to Remember”, seguida de “My Hope, the Destroyer”, y continuó con joyas como “Like Gods of the Sun” y “The 2nd of Three Bells”, de su más reciente álbum A Mortal Binding. La intensidad creció con “From Darkest Skies”, hasta llegar al momento catártico con “The Cry of Mankind”, que desató la emoción colectiva.
El cierre fue majestuoso con “She Is the Dark” y “The Raven and the Rose”, condensando la dualidad de My Dying Bride: elegancia gótica y poder doom/death. Fue un concierto de catarsis y comunión, confirmando por qué son leyendas vivas del género.
Okkult Session 2025 no fue solo un festival: fue un culto, una ceremonia en la que cada banda aportó su propia sombra para conformar una jornada inolvidable. La Carpa del Poble Espanyol se erigió como templo perfecto de la oscuridad, celebrando un género que sigue más vivo que nunca.