

Los pasados 1 y 2 de noviembre tuvimos ocasión de disfrutar de una de esas giras que se marcan en el calendario con tinta roja y fuego en el corazón. Los australianos Parkway Drive, junto con Thy Art Is Murder y The Amity Affliction, aterrizaban en Barcelona para celebrar sus veinte años de carrera con un espectáculo que rozó lo legendario. Dos noches consecutivas en el Sant Jordi Club que demostraron por qué la escena australiana se ha convertido en un auténtico referente del metal moderno.
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La tarde la inauguraban los siempre intensos The Amity Affliction, quienes llegaban con una formación renovada tras la reciente incorporación de Jonathan Reeves (ex Kingdom of Giants) en lugar del carismático Ahren Stringer, que durante años fue su bajista y voz melódica. Las expectativas eran altas, y la respuesta del público fue unánime: la banda sonó más sólida que nunca. Desde el primer acorde de “Pittsburgh” quedó claro que Reeves no venía a imitar, sino a dejar su huella. “Drag The Lake” encendió las gargantas del público, y “All That I Remember” sirvió de puente perfecto entre su pasado y su presente. Pese al cambio, el grupo mantuvo intacta esa combinación de agresividad y emotividad que les caracteriza, defendiendo con garra cada uno de los siete temas del repertorio.
Sin apenas descanso, Thy Art Is Murder salían dispuestos a detonar el Sant Jordi Club. Si The Amity Affliction habían puesto el listón alto, los de New South Wales lo pulverizaron. A pesar de la ausencia de CJ McMahon, su icónico vocalista, el nuevo frontman Tyler Miller (ex Aversions Crown) se mostró implacable, liderando un huracán de riffs y breakdowns con una presencia escénica aplastante. El setlist fue una exhibición de poder. “Holy Wars” hizo temblar el suelo desde el inicio, mientras que los cortes más recientes de Godlike, como “Keres” o la propia “Godlike”, mostraron la madurez de una banda que sigue empujando los límites del deathcore. Los moshpits no dieron tregua y el público respondió con una energía salvaje, en un ritual de caos perfectamente controlado. Cuando las luces se apagaron, más de uno necesitó un respiro para asimilar lo vivido.
Y entonces llegó el momento que todos esperaban. Parkway Drive irrumpieron en escena con la imponente “Carrion”, desatando la locura colectiva. Desde ese instante, el Sant Jordi Club se convirtió en un templo del metalcore. Winston McCall, imparable y carismático, comandó un espectáculo que fue mucho más que un concierto: fue una declaración de principios, un repaso a veinte años de historia condensados en casi dos horas de pura intensidad. El repertorio equilibró con maestría la brutalidad de sus primeros trabajos, como Killing with a Smile o Horizons, con la grandilocuencia más reciente de Reverence y Darker Still. Sonaron himnos coreados a pleno pulmón como “Vice Grip”, “Prey” y “Wild Eyes”, intercalados con la épica de “Glitch” y la catarsis de “The Greatest Fear”. La producción, aunque reducida en comparación con las primeras fechas europeas de la gira, se mantuvo espectacular: columnas de fuego, plataformas móviles, una iluminación impecable y un sonido demoledor. Cada detalle estaba pensado para elevar la experiencia al máximo. Winston, con su entrega total, no solo rugió; también habló con el alma. “Barcelona, sois parte de esta familia desde el principio”, gritó antes de “Crushed”, desatando una ovación ensordecedora. El cierre con “Bottom Feeder” fue la puntilla perfecta a una velada que quedará grabada en la memoria de todos los presentes.
A la salida, el ambiente era de incredulidad. Rostros empapados en sudor, sonrisas, abrazos y comentarios del tipo “esto ha sido lo mejor que he visto en mi vida”. Dos noches únicas, irrepetibles, que confirmaron lo que ya sabíamos: Parkway Drive no solo son una banda; son un fenómeno cultural que sigue reescribiendo las reglas del metal moderno.



Los pasados 1 y 2 de noviembre tuvimos ocasión de disfrutar de una de esas giras que se marcan en el calendario con tinta roja y fuego en el corazón. Los australianos Parkway Drive, junto con Thy Art Is Murder y The Amity Affliction, aterrizaban en Barcelona para celebrar sus veinte años de carrera con un espectáculo que rozó lo legendario. Dos noches consecutivas en el Sant Jordi Club que demostraron por qué la escena australiana se ha convertido en un auténtico referente del metal moderno.
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La tarde la inauguraban los siempre intensos The Amity Affliction, quienes llegaban con una formación renovada tras la reciente incorporación de Jonathan Reeves (ex Kingdom of Giants) en lugar del carismático Ahren Stringer, que durante años fue su bajista y voz melódica. Las expectativas eran altas, y la respuesta del público fue unánime: la banda sonó más sólida que nunca. Desde el primer acorde de “Pittsburgh” quedó claro que Reeves no venía a imitar, sino a dejar su huella. “Drag The Lake” encendió las gargantas del público, y “All That I Remember” sirvió de puente perfecto entre su pasado y su presente. Pese al cambio, el grupo mantuvo intacta esa combinación de agresividad y emotividad que les caracteriza, defendiendo con garra cada uno de los siete temas del repertorio.
Sin apenas descanso, Thy Art Is Murder salían dispuestos a detonar el Sant Jordi Club. Si The Amity Affliction habían puesto el listón alto, los de New South Wales lo pulverizaron. A pesar de la ausencia de CJ McMahon, su icónico vocalista, el nuevo frontman Tyler Miller (ex Aversions Crown) se mostró implacable, liderando un huracán de riffs y breakdowns con una presencia escénica aplastante. El setlist fue una exhibición de poder. “Holy Wars” hizo temblar el suelo desde el inicio, mientras que los cortes más recientes de Godlike, como “Keres” o la propia “Godlike”, mostraron la madurez de una banda que sigue empujando los límites del deathcore. Los moshpits no dieron tregua y el público respondió con una energía salvaje, en un ritual de caos perfectamente controlado. Cuando las luces se apagaron, más de uno necesitó un respiro para asimilar lo vivido.
Y entonces llegó el momento que todos esperaban. Parkway Drive irrumpieron en escena con la imponente “Carrion”, desatando la locura colectiva. Desde ese instante, el Sant Jordi Club se convirtió en un templo del metalcore. Winston McCall, imparable y carismático, comandó un espectáculo que fue mucho más que un concierto: fue una declaración de principios, un repaso a veinte años de historia condensados en casi dos horas de pura intensidad. El repertorio equilibró con maestría la brutalidad de sus primeros trabajos, como Killing with a Smile o Horizons, con la grandilocuencia más reciente de Reverence y Darker Still. Sonaron himnos coreados a pleno pulmón como “Vice Grip”, “Prey” y “Wild Eyes”, intercalados con la épica de “Glitch” y la catarsis de “The Greatest Fear”. La producción, aunque reducida en comparación con las primeras fechas europeas de la gira, se mantuvo espectacular: columnas de fuego, plataformas móviles, una iluminación impecable y un sonido demoledor. Cada detalle estaba pensado para elevar la experiencia al máximo. Winston, con su entrega total, no solo rugió; también habló con el alma. “Barcelona, sois parte de esta familia desde el principio”, gritó antes de “Crushed”, desatando una ovación ensordecedora. El cierre con “Bottom Feeder” fue la puntilla perfecta a una velada que quedará grabada en la memoria de todos los presentes.
A la salida, el ambiente era de incredulidad. Rostros empapados en sudor, sonrisas, abrazos y comentarios del tipo “esto ha sido lo mejor que he visto en mi vida”. Dos noches únicas, irrepetibles, que confirmaron lo que ya sabíamos: Parkway Drive no solo son una banda; son un fenómeno cultural que sigue reescribiendo las reglas del metal moderno.














