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Ripollet Rock 2025: “un hogar forjado en acero”
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La noche se cierne sobre Ripollet, no con el manto plomizo del olvido, sino con la promesa de una sinfonía de acero. El Ripollet Rock, un faro en la escena del metal, enciende sus luces para una nueva edición. Pero esta no es una simple fecha en el calendario, es un ritual. Un encuentro en el que miles de almas sedientas de distorsión y épica se congregan en un acto de fe. Lo que distingue a este festival no es solo su cartel, es su pulso. Un corazón que late con la misma intensidad que un doble bombo, pero con la cercanía de un abrazo familiar. Aquí, los límites entre el público y el artista se desdibujan, y cada nota se convierte en un eco compartido.

El recinto, lejos de ser un simple espacio, se transforma en un organismo vivo. Cada rincón cuenta una historia. Desde las incesantes colas en los puestos de comida hasta el fluir constante de los “mochileros”, ángeles con alas de cerveza que mantienen al público hidratado sin tener que peregrinar a las barras. La innovación de los códigos QR, una pequeña revolución digital, agiliza la sed y demuestra que la experiencia del metal también puede ser fluida. No se trata solo de escuchar música, sino de habitar el espacio, de ser parte de un ecosistema que funciona con precisión quirúrgica.

El festival nos tenía guardada una sorpresa de última hora, un giro que, lejos de perjudicar, enriqueció la noche. A tan solo diez días de su celebración, se confirmó que Shiraz Lane no podría actuar por problemas de salud de su cantante. Desde la organización, que siempre demuestra un compromiso impecable, se movieron rápido y, afortunadamente, anunciaron un fichaje que resultó ser una de las mejores decisiones: la banda italiana de Power Metal Sinfónico, Moonlight Haze.

El sol aún lucha por no ceder su puesto al crepúsculo cuando Trayax salta al escenario. Su misión no es otra que la de calentar motores, pero lo hacen con un ímpetu que trasciende la mera formalidad. Como una banda sonora para los primeros curiosos y los fieles incondicionales, su heavy metal clásico resuena en el aire, una invitación a un viaje en el tiempo a la era dorada del género. La energía en el escenario es palpable, un torrente de ilusión que se refleja en cada riff y en cada grito. Su tributo a Ozzy Osbourne con “Crazy Train” es más que una versión; es una declaración de intenciones. Un puente entre el pasado y el presente que demuestra que la savia nueva en la escena local no solo respeta sus raíces, sino que las celebra con un fervor contagioso.

El ambiente se transformó de manera abrupta, casi visceral. Justo cuando el sol se ponía, un velo de oscuridad y de densidad se cierne sobre el festival. Noctem no salió al escenario, lo conquistó. Los valencianos llegaron para ser la fuerza más pesada de la noche, una tormenta sónica que se comió el Ripollet.

Su black metal extremo no es simplemente música; es una experiencia inmersiva. Un muro de sonido denso y abrasivo envolvió a la multitud en un abrazo oscuro y desafiante. La banda no buscaba complacer, sino impactar, y lo lograron con una propuesta tan afilada como una guadaña que se adentra en las entrañas de la noche.

Cada tema que tocaron fue un conjuro, una ceremonia pagana en la que incluso los no iniciados en el género se vieron inmersos. La ferocidad de “The Black Consecration” abrió la noche con una contundencia brutal. Le siguieron la oscuridad y agresividad de “CREDO CERTE NE CRAS” y “The Submission Discipline”, que resonaron en el aire, demostrando que la belleza también puede encontrarse en lo brutal.

El setlist continuó con temas que elevaron la intensidad a un punto de no retorno. La crudeza de “THE PALE MOON RITE” y la fuerza de “Sulphur” fueron la prueba de que el sonido de Noctem era lo más pesado que se escucharía en el festival. La banda no solo tocaba, oficiaba un rito con el público que nos preparaba para el final de la noche.

Los valencianos cerraron su ritual con la potencia de “We Are Omega”, “Let That Is Dead Sleep Forever” y la épica “A Cruce Salus”. Fue una actuación que dejó una huella en el Ripollet Rock. Noctem no solo dejó su huella, dejó claro que su black metal extremo es una fuerza de la naturaleza que no pide permiso, simplemente conquista.

La oscuridad de Noctem aún flotaba en el ambiente, pero justo cuando el drama parecía apoderarse del escenario, un rayo de luz irrumpió en el Ripollet Rock 2025. Los italianos Moonlight Haze llegaron para ser el contrapunto perfecto, demostrando que incluso un fichaje de última hora puede convertirse en la sorpresa más grata del festival. Su metal sinfónico, lleno de elegancia y color, fue un soplo de aire fresco que se sintió como una caricia en la piel.

Con Chiara Tricarico (una auténtica estrella, con su experiencia en Avantasia y Temperance) como una vocalista magnética y carismática, la banda se adueñó del escenario desde el primer momento. El setlist que nos regalaron fue un viaje vibrante, un auténtico himno a la melodía que dejó claro que la magia del metal también reside en la capacidad de emocionar.

La actuación comenzó con la prometedora “Beyond”, que abrió las puertas a un universo de melodía y fantasía. Le siguieron la poderosa “Tame the Storm” y la emotiva “To the Moon and Back”, que resonó en el público y voló a través del recinto. Con “Chase the Light” y “Ad Astra”, los talentosos músicos, con experiencia en bandas como Elvenking, demostraron su virtuosismo.

El punto álgido de la noche llegó con “The Rabbit of the Moon”, un momento lleno de diversión y energía donde Chiara nos animó a saltar como conejos, creando una conexión única con la multitud. La banda continuó con la contundente “D.N.A. (Do Not Apologize)” y la épica “Awakening”, que prepararon el terreno para un final inolvidable. El concierto culminó con “It’s Insane” y la emotiva “We’ll Be Free”, un broche de oro que confirmó el acierto de este fichaje.

El paso de Moonlight Haze por el Ripollet Rock no fue un simple parche; fue una confirmación de que la magia del metal está en su capacidad de reinventarse y emocionar. Dejaron una huella imborrable, demostrando que, incluso a última hora, un golpe de suerte puede ofrecer una de las actuaciones más memorables de la noche.

Sin lugar a dudas, Sonata Arctica no fue solo el cabeza de cartel del Ripollet Rock 2025; fue la estrella que brilló con más fuerza en la noche. Los finlandeses llegaron con la reputación de ser maestros del power metal melódico, y no decepcionaron. Su nombre ya es una promesa de grandeza, y en el Parc dels Pinetons, la cumplieron con creces.

la expectativa por Sonata Arctica era palpable en el ambiente. El festival había sido increíble hasta ese momento, pero la energía que se sentía en el Parc dels Pinetons era diferente. Y cuando por fin, Tony Kakko y los suyos subieron al escenario, supe que no me decepcionaron.

Desde las primeras notas de “First in Line”, el recinto entero se convirtió en una sola voz. La conexión entre la banda y el público fue instantánea, una familiaridad que solo se logra con años de lealtad. Ver a Tony Kakko, con esa mezcla de carisma y nostalgia en su voz, me hizo recordar por qué me enamoré del power metal. A su lado, Elias Viljanen en la guitarra, con sus riffs y solos tan precisos, era un espectáculo visual. Y la base rítmica de Pasi Kauppinen en el bajo y Tommy Portimo en la batería nos hacía vibrar a todos.

El setlist fue una obra de arte, un viaje a través de su historia que me llevó a mis años de adolescencia. Canté a todo pulmón con ellos “Dark Empath” y salté como loco con “Flag in the Ground”. Pero hubo un momento que me tocó el alma, y fue cuando sonaron las primeras notas de “Tallulah”. Miles de personas encendieron sus móviles para crear un cielo de estrellas, y la balada se convirtió en un coro colectivo de pura emoción. Fue un instante de intimidad que compartimos todos, banda y público.

La intensidad volvió con fuerza con “Replica” y me arrastró en un torbellino de euforia. No podía creer la energía que desprendían en el escenario. Después de clásicos como “San Sebastian” y “My Land”, pensé que no podían superarse. Pero claro, llegaron los bises. “Wolf & Raven” fue una locura total, el grito de guerra que necesitábamos, y la épica “Don’t Say a Word” con su mítico outro de “Vodka” selló una noche que recordaré por mucho tiempo.

Al final, cuando las luces del escenario se apagaron, un vacío quedó en el recinto. Pero era un vacío reconfortante. El Ripollet Rock nos había recordado a todos por qué amamos la música, y por qué Sonata Arctica es una banda que, con el tiempo, se ha ganado un lugar en la memoria colectiva de todos los amantes del metal. Fue más que un concierto, fue una celebración de la música, de la amistad y de las emociones compartidas.

El parque dels Pinetons se había vaciado casi por completo. La gran estampida se produjo justo después de la actuación de Sonata Arctica. Muchos habían venido solo por el cabeza de cartel, y una vez que los finlandeses se despidieron, la prisa por volver a casa fue evidente en el éxodo masivo que presenciamos. Pero en ese silencio, en ese hueco que quedó, me sentí en el lugar correcto. Solo nos quedamos los verdaderos amantes del heavy, los que venimos a festivales como el Ripollet Rock por la música, no solo por un nombre. Y fue entonces cuando Xtasy subió al escenario.

No eran los cabezas de cartel, pero esa noche se sintieron como tal. Desde el primer riff de “Perfect Strangers”, me quedó claro que este era el heavy metal melódico en su estado más puro. La banda de Pamplona nos regaló una dosis de adrenalina que revivió a los que quedamos. Silvia Idoate, con su voz que llenó el espacio que antes ocupaban miles de personas, nos hizo sentir que estábamos en un concierto privado, íntimo y potente.

La energía fue en aumento con temas como “Nowhere to Run” y “Welcome to My World”. Era una auténtica celebración, un ritual para los fieles que habíamos decidido quedarnos. La banda tenía una conexión increíble, y se notaba en cada nota que tocaban. La incorporación de Javi Herrero a la batería fue un acierto. Su ritmo dio una fuerza brutal a canciones como “Play With Fire” y “Flesh & Blood”. El solo de batería que se marcó fue uno de los momentos más épicos de la noche, una demostración de talento que no dejó indiferente a nadie.

Y, como habían prometido, nos dieron una sorpresa: un adelanto de su nuevo disco. Escuchar ese tema inédito en directo fue un privilegio que solo los que nos quedamos pudimos disfrutar. La noche culminó con un medley de su setlist que incluyó “The War”, “Into the Fire” y “Eye of the Storm”, antes de cerrar con el potente himno “Die Young”. Cuando la última nota se desvaneció, el aplauso de los que estábamos allí fue más que un simple agradecimiento; fue el reconocimiento a una banda que lo dio todo.

El telón cayó, pero la sinfonía continuó en las conversaciones. El Ripollet Rock demostró, una vez más, que no se trata de tamaño, sino de alma. Con una organización impecable y un cartel que sabe combinar la tradición con la sorpresa, el festival se reafirma como un pilar en la escena del metal. No es solo un evento, es una celebración. Un lugar donde la pasión por el metal se vive de la manera más pura y genuina. La noche en Ripollet no es solo un concierto; es un himno de acero y pasión que, al amanecer, deja huella, especialmente en los que nos atrevimos a quedarnos.

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Ripollet Rock 2025: “un hogar forjado en acero”
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La noche se cierne sobre Ripollet, no con el manto plomizo del olvido, sino con la promesa de una sinfonía de acero. El Ripollet Rock, un faro en la escena del metal, enciende sus luces para una nueva edición. Pero esta no es una simple fecha en el calendario, es un ritual. Un encuentro en el que miles de almas sedientas de distorsión y épica se congregan en un acto de fe. Lo que distingue a este festival no es solo su cartel, es su pulso. Un corazón que late con la misma intensidad que un doble bombo, pero con la cercanía de un abrazo familiar. Aquí, los límites entre el público y el artista se desdibujan, y cada nota se convierte en un eco compartido.

El recinto, lejos de ser un simple espacio, se transforma en un organismo vivo. Cada rincón cuenta una historia. Desde las incesantes colas en los puestos de comida hasta el fluir constante de los “mochileros”, ángeles con alas de cerveza que mantienen al público hidratado sin tener que peregrinar a las barras. La innovación de los códigos QR, una pequeña revolución digital, agiliza la sed y demuestra que la experiencia del metal también puede ser fluida. No se trata solo de escuchar música, sino de habitar el espacio, de ser parte de un ecosistema que funciona con precisión quirúrgica.

El festival nos tenía guardada una sorpresa de última hora, un giro que, lejos de perjudicar, enriqueció la noche. A tan solo diez días de su celebración, se confirmó que Shiraz Lane no podría actuar por problemas de salud de su cantante. Desde la organización, que siempre demuestra un compromiso impecable, se movieron rápido y, afortunadamente, anunciaron un fichaje que resultó ser una de las mejores decisiones: la banda italiana de Power Metal Sinfónico, Moonlight Haze.

El sol aún lucha por no ceder su puesto al crepúsculo cuando Trayax salta al escenario. Su misión no es otra que la de calentar motores, pero lo hacen con un ímpetu que trasciende la mera formalidad. Como una banda sonora para los primeros curiosos y los fieles incondicionales, su heavy metal clásico resuena en el aire, una invitación a un viaje en el tiempo a la era dorada del género. La energía en el escenario es palpable, un torrente de ilusión que se refleja en cada riff y en cada grito. Su tributo a Ozzy Osbourne con “Crazy Train” es más que una versión; es una declaración de intenciones. Un puente entre el pasado y el presente que demuestra que la savia nueva en la escena local no solo respeta sus raíces, sino que las celebra con un fervor contagioso.

El ambiente se transformó de manera abrupta, casi visceral. Justo cuando el sol se ponía, un velo de oscuridad y de densidad se cierne sobre el festival. Noctem no salió al escenario, lo conquistó. Los valencianos llegaron para ser la fuerza más pesada de la noche, una tormenta sónica que se comió el Ripollet.

Su black metal extremo no es simplemente música; es una experiencia inmersiva. Un muro de sonido denso y abrasivo envolvió a la multitud en un abrazo oscuro y desafiante. La banda no buscaba complacer, sino impactar, y lo lograron con una propuesta tan afilada como una guadaña que se adentra en las entrañas de la noche.

Cada tema que tocaron fue un conjuro, una ceremonia pagana en la que incluso los no iniciados en el género se vieron inmersos. La ferocidad de “The Black Consecration” abrió la noche con una contundencia brutal. Le siguieron la oscuridad y agresividad de “CREDO CERTE NE CRAS” y “The Submission Discipline”, que resonaron en el aire, demostrando que la belleza también puede encontrarse en lo brutal.

El setlist continuó con temas que elevaron la intensidad a un punto de no retorno. La crudeza de “THE PALE MOON RITE” y la fuerza de “Sulphur” fueron la prueba de que el sonido de Noctem era lo más pesado que se escucharía en el festival. La banda no solo tocaba, oficiaba un rito con el público que nos preparaba para el final de la noche.

Los valencianos cerraron su ritual con la potencia de “We Are Omega”, “Let That Is Dead Sleep Forever” y la épica “A Cruce Salus”. Fue una actuación que dejó una huella en el Ripollet Rock. Noctem no solo dejó su huella, dejó claro que su black metal extremo es una fuerza de la naturaleza que no pide permiso, simplemente conquista.

La oscuridad de Noctem aún flotaba en el ambiente, pero justo cuando el drama parecía apoderarse del escenario, un rayo de luz irrumpió en el Ripollet Rock 2025. Los italianos Moonlight Haze llegaron para ser el contrapunto perfecto, demostrando que incluso un fichaje de última hora puede convertirse en la sorpresa más grata del festival. Su metal sinfónico, lleno de elegancia y color, fue un soplo de aire fresco que se sintió como una caricia en la piel.

Con Chiara Tricarico (una auténtica estrella, con su experiencia en Avantasia y Temperance) como una vocalista magnética y carismática, la banda se adueñó del escenario desde el primer momento. El setlist que nos regalaron fue un viaje vibrante, un auténtico himno a la melodía que dejó claro que la magia del metal también reside en la capacidad de emocionar.

La actuación comenzó con la prometedora “Beyond”, que abrió las puertas a un universo de melodía y fantasía. Le siguieron la poderosa “Tame the Storm” y la emotiva “To the Moon and Back”, que resonó en el público y voló a través del recinto. Con “Chase the Light” y “Ad Astra”, los talentosos músicos, con experiencia en bandas como Elvenking, demostraron su virtuosismo.

El punto álgido de la noche llegó con “The Rabbit of the Moon”, un momento lleno de diversión y energía donde Chiara nos animó a saltar como conejos, creando una conexión única con la multitud. La banda continuó con la contundente “D.N.A. (Do Not Apologize)” y la épica “Awakening”, que prepararon el terreno para un final inolvidable. El concierto culminó con “It’s Insane” y la emotiva “We’ll Be Free”, un broche de oro que confirmó el acierto de este fichaje.

El paso de Moonlight Haze por el Ripollet Rock no fue un simple parche; fue una confirmación de que la magia del metal está en su capacidad de reinventarse y emocionar. Dejaron una huella imborrable, demostrando que, incluso a última hora, un golpe de suerte puede ofrecer una de las actuaciones más memorables de la noche.

Sin lugar a dudas, Sonata Arctica no fue solo el cabeza de cartel del Ripollet Rock 2025; fue la estrella que brilló con más fuerza en la noche. Los finlandeses llegaron con la reputación de ser maestros del power metal melódico, y no decepcionaron. Su nombre ya es una promesa de grandeza, y en el Parc dels Pinetons, la cumplieron con creces.

la expectativa por Sonata Arctica era palpable en el ambiente. El festival había sido increíble hasta ese momento, pero la energía que se sentía en el Parc dels Pinetons era diferente. Y cuando por fin, Tony Kakko y los suyos subieron al escenario, supe que no me decepcionaron.

Desde las primeras notas de “First in Line”, el recinto entero se convirtió en una sola voz. La conexión entre la banda y el público fue instantánea, una familiaridad que solo se logra con años de lealtad. Ver a Tony Kakko, con esa mezcla de carisma y nostalgia en su voz, me hizo recordar por qué me enamoré del power metal. A su lado, Elias Viljanen en la guitarra, con sus riffs y solos tan precisos, era un espectáculo visual. Y la base rítmica de Pasi Kauppinen en el bajo y Tommy Portimo en la batería nos hacía vibrar a todos.

El setlist fue una obra de arte, un viaje a través de su historia que me llevó a mis años de adolescencia. Canté a todo pulmón con ellos “Dark Empath” y salté como loco con “Flag in the Ground”. Pero hubo un momento que me tocó el alma, y fue cuando sonaron las primeras notas de “Tallulah”. Miles de personas encendieron sus móviles para crear un cielo de estrellas, y la balada se convirtió en un coro colectivo de pura emoción. Fue un instante de intimidad que compartimos todos, banda y público.

La intensidad volvió con fuerza con “Replica” y me arrastró en un torbellino de euforia. No podía creer la energía que desprendían en el escenario. Después de clásicos como “San Sebastian” y “My Land”, pensé que no podían superarse. Pero claro, llegaron los bises. “Wolf & Raven” fue una locura total, el grito de guerra que necesitábamos, y la épica “Don’t Say a Word” con su mítico outro de “Vodka” selló una noche que recordaré por mucho tiempo.

Al final, cuando las luces del escenario se apagaron, un vacío quedó en el recinto. Pero era un vacío reconfortante. El Ripollet Rock nos había recordado a todos por qué amamos la música, y por qué Sonata Arctica es una banda que, con el tiempo, se ha ganado un lugar en la memoria colectiva de todos los amantes del metal. Fue más que un concierto, fue una celebración de la música, de la amistad y de las emociones compartidas.

El parque dels Pinetons se había vaciado casi por completo. La gran estampida se produjo justo después de la actuación de Sonata Arctica. Muchos habían venido solo por el cabeza de cartel, y una vez que los finlandeses se despidieron, la prisa por volver a casa fue evidente en el éxodo masivo que presenciamos. Pero en ese silencio, en ese hueco que quedó, me sentí en el lugar correcto. Solo nos quedamos los verdaderos amantes del heavy, los que venimos a festivales como el Ripollet Rock por la música, no solo por un nombre. Y fue entonces cuando Xtasy subió al escenario.

No eran los cabezas de cartel, pero esa noche se sintieron como tal. Desde el primer riff de “Perfect Strangers”, me quedó claro que este era el heavy metal melódico en su estado más puro. La banda de Pamplona nos regaló una dosis de adrenalina que revivió a los que quedamos. Silvia Idoate, con su voz que llenó el espacio que antes ocupaban miles de personas, nos hizo sentir que estábamos en un concierto privado, íntimo y potente.

La energía fue en aumento con temas como “Nowhere to Run” y “Welcome to My World”. Era una auténtica celebración, un ritual para los fieles que habíamos decidido quedarnos. La banda tenía una conexión increíble, y se notaba en cada nota que tocaban. La incorporación de Javi Herrero a la batería fue un acierto. Su ritmo dio una fuerza brutal a canciones como “Play With Fire” y “Flesh & Blood”. El solo de batería que se marcó fue uno de los momentos más épicos de la noche, una demostración de talento que no dejó indiferente a nadie.

Y, como habían prometido, nos dieron una sorpresa: un adelanto de su nuevo disco. Escuchar ese tema inédito en directo fue un privilegio que solo los que nos quedamos pudimos disfrutar. La noche culminó con un medley de su setlist que incluyó “The War”, “Into the Fire” y “Eye of the Storm”, antes de cerrar con el potente himno “Die Young”. Cuando la última nota se desvaneció, el aplauso de los que estábamos allí fue más que un simple agradecimiento; fue el reconocimiento a una banda que lo dio todo.

El telón cayó, pero la sinfonía continuó en las conversaciones. El Ripollet Rock demostró, una vez más, que no se trata de tamaño, sino de alma. Con una organización impecable y un cartel que sabe combinar la tradición con la sorpresa, el festival se reafirma como un pilar en la escena del metal. No es solo un evento, es una celebración. Un lugar donde la pasión por el metal se vive de la manera más pura y genuina. La noche en Ripollet no es solo un concierto; es un himno de acero y pasión que, al amanecer, deja huella, especialmente en los que nos atrevimos a quedarnos.

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