


El viernes 27 de junio no fue una fecha cualquiera en el calendario del Rock Imperium: fue una auténtica prueba de fuego. El sol castigaba sin tregua y el público respondió con un fervor desbordante. La afluencia superó la jornada inaugural y la expectación se palpaba en el ambiente.
DrunkSkull, desde Granada, fueron los primeros en salir al ruedo cuando el cielo apenas insinuaba el mediodía. Su descarga de thrash técnico fue implacable: cada riff y golpe de batería exudaba respeto por los clásicos, pero con una energía actual que atrapaba al instante. El vocalista fue directo: “Esta canción es para los que provocan las guerras, pero sobre todo para los que las sufrimos: nosotros”. Ese mensaje, envuelto en distorsión y rabia, encontró eco inmediato. “Cave of the Snake” justificó con creces la camiseta de Coroner del bajista, mientras que “Ghost of Misanthropy” ofreció una atmósfera densa, casi hipnótica. Remataron con una versión que fue un verdadero puñetazo sonoro. Thrash con alma y músculo, que se impuso incluso al calor.
Poco después, Oniric Prison tomó el relevo. También granadinos, también thrashers, pero con una entrega aún más frontal. A esa hora infernal, solo unos pocos valientes estaban ya frente al escenario, y sin embargo se creó una conexión genuina, casi tribal. Reiteraron el mensaje contra la guerra con la misma frase lapidaria, reafirmando su compromiso lírico y social. “Cave of the Snake” volvió a relucir y “Ghost of Misanthropy” sonó como un himno subterráneo. La banda ofreció un recital sólido, directo, solo empañado por una pregunta inevitable: ¿era necesario empezar tan temprano?
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La tarde trajo una de las sorpresas más refrescantes del festival: Head Phones President. La banda japonesa, liderada por la magnética Anza Ohyama, ofreció una mezcla impactante de metal alternativo, progresivo y sensibilidad visual. Su escenografía se vio limitada por el montaje de Scorpions, pero su energía lo compensó. Temas como “The Moon Chases Me” y “Stand in the World” envolvieron al público en una atmósfera emocional e intensa. Hiro, el guitarrista, deslumbró con solos llenos de técnica, y la conexión con la audiencia fue inmediata, incluso en un idioma distinto. Fue un set brillante que sorteó obstáculos con arte y convicción.
91 Suite volvieron a Cartagena por tercera vez y demostraron por qué son un estandarte del festival. Su hard rock pulido, con Jesús Espin al frente, es pura elegancia y oficio. Se mueven con naturalidad entre el castellano y el inglés, y cada tema destila profesionalismo. “Seal It with a Kiss” y “Times They Change” confirmaron su sello inconfundible. El cierre con “Perfect Run”, “Wings of Fire” y su nuevo sencillo “See the Light” mostró una banda en forma, aunque su presencia constante en el cartel tal vez merezca una mejor rotación para no saturar.
Amaranthe protagonizó sin dudas el gran despliegue escénico del día. Desde la intro distópica hasta la última explosión de “Drop Dead Cynical”, todo fue un espectáculo meticulosamente coreografiado. Su fuerza no solo reside en el arrollador sonido moderno, sino en la sinergia perfecta entre sus tres vocalistas: Elize, Nils y Michael. El show fue una combinación de precisión técnica, energía y tecnología. “Fearless”, “Viral”, “Damnation Flame” y “The Catalyst” encendieron al público. “Amaranthine” puso el toque emotivo justo antes de una recta final vertiginosa. Amaranthe es una máquina bien engrasada, sin egos y con un concepto claro: llevar el metal al futuro sin olvidar el corazón.
Stryper ofreció un recital poderoso en el Thunder Bitch bajo el sol de la tarde. Con su clásica estética amarillo y negro, los veteranos del metal cristiano mostraron que siguen siendo una fuerza vital. Abrieron con “Sing-Along Song” y rápidamente encendieron a la audiencia con “Calling on You” y “Free”. Michael Sweet continúa siendo un líder carismático, vocalmente impecable. Oz Fox brilló con sus solos melódicos, y Robert Sweet aportó el show visual tras la batería. El icónico lanzamiento de biblias no faltó, como parte del ritual. “The Rock That Makes Me Roll”, “Surrender”, “Always There for You” y “To Hell With the Devil” sellaron un concierto memorable, lleno de mensaje, virtuosismo y conexión sincera.
La llegada de Scorpions fue la culminación perfecta. Celebrando su 60 aniversario, los alemanes demostraron que siguen en la cima con un setlist que abarcó toda su historia. Desde la apertura con “Coming Home” hasta la explosión final con “Rock You Like a Hurricane”, ofrecieron un viaje épico de hard rock. Klaus Meine mostró que su voz sigue intacta, mientras Schenker y Jabs se lucieron con riffs que marcaron generaciones. “The Zoo”, “Make It Real”, “Coast to Coast” y un medley de clásicos dejaron al público extasiado. “Send Me an Angel” y “Wind of Change” fueron momentos de comunión pura, con miles de luces de móviles iluminando el cielo. La emotiva “Still Loving You” y la demoledora “Blackout” prepararon el terreno para el cierre apoteósico. Fue más que un concierto: fue una declaración de permanencia y legado.
Gloryhammer cerró la jornada con un espectáculo que es tanto ópera como concierto. Cada tema avanza una narrativa cósmica, entre héroes, villanos y unicornios. Desde la introducción lúdica con “Delilah” hasta la llegada triunfal de “Holy Flaming Hammer of Unholy Cosmic Frost”, todo fue grandilocuencia y humor autoparódico. “Angus McFife”, “Questlords of Inverness” y “Wasteland Warrior Hoots Patrol” fueron coreados como himnos. Su set combinó épica, teatralidad y diversión sin complejos. El final con “Universe on Fire”, “Hootsforce” y la inevitable “The Unicorn Invasion of Dundee” fue una avalancha de euforia colectiva. Gloryhammer no solo tocó: narró, representó y celebró el poder del metal fantástico.




El viernes 27 de junio no fue una fecha cualquiera en el calendario del Rock Imperium: fue una auténtica prueba de fuego. El sol castigaba sin tregua y el público respondió con un fervor desbordante. La afluencia superó la jornada inaugural y la expectación se palpaba en el ambiente.
DrunkSkull, desde Granada, fueron los primeros en salir al ruedo cuando el cielo apenas insinuaba el mediodía. Su descarga de thrash técnico fue implacable: cada riff y golpe de batería exudaba respeto por los clásicos, pero con una energía actual que atrapaba al instante. El vocalista fue directo: “Esta canción es para los que provocan las guerras, pero sobre todo para los que las sufrimos: nosotros”. Ese mensaje, envuelto en distorsión y rabia, encontró eco inmediato. “Cave of the Snake” justificó con creces la camiseta de Coroner del bajista, mientras que “Ghost of Misanthropy” ofreció una atmósfera densa, casi hipnótica. Remataron con una versión que fue un verdadero puñetazo sonoro. Thrash con alma y músculo, que se impuso incluso al calor.
Poco después, Oniric Prison tomó el relevo. También granadinos, también thrashers, pero con una entrega aún más frontal. A esa hora infernal, solo unos pocos valientes estaban ya frente al escenario, y sin embargo se creó una conexión genuina, casi tribal. Reiteraron el mensaje contra la guerra con la misma frase lapidaria, reafirmando su compromiso lírico y social. “Cave of the Snake” volvió a relucir y “Ghost of Misanthropy” sonó como un himno subterráneo. La banda ofreció un recital sólido, directo, solo empañado por una pregunta inevitable: ¿era necesario empezar tan temprano?
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La tarde trajo una de las sorpresas más refrescantes del festival: Head Phones President. La banda japonesa, liderada por la magnética Anza Ohyama, ofreció una mezcla impactante de metal alternativo, progresivo y sensibilidad visual. Su escenografía se vio limitada por el montaje de Scorpions, pero su energía lo compensó. Temas como “The Moon Chases Me” y “Stand in the World” envolvieron al público en una atmósfera emocional e intensa. Hiro, el guitarrista, deslumbró con solos llenos de técnica, y la conexión con la audiencia fue inmediata, incluso en un idioma distinto. Fue un set brillante que sorteó obstáculos con arte y convicción.
91 Suite volvieron a Cartagena por tercera vez y demostraron por qué son un estandarte del festival. Su hard rock pulido, con Jesús Espin al frente, es pura elegancia y oficio. Se mueven con naturalidad entre el castellano y el inglés, y cada tema destila profesionalismo. “Seal It with a Kiss” y “Times They Change” confirmaron su sello inconfundible. El cierre con “Perfect Run”, “Wings of Fire” y su nuevo sencillo “See the Light” mostró una banda en forma, aunque su presencia constante en el cartel tal vez merezca una mejor rotación para no saturar.
Amaranthe protagonizó sin dudas el gran despliegue escénico del día. Desde la intro distópica hasta la última explosión de “Drop Dead Cynical”, todo fue un espectáculo meticulosamente coreografiado. Su fuerza no solo reside en el arrollador sonido moderno, sino en la sinergia perfecta entre sus tres vocalistas: Elize, Nils y Michael. El show fue una combinación de precisión técnica, energía y tecnología. “Fearless”, “Viral”, “Damnation Flame” y “The Catalyst” encendieron al público. “Amaranthine” puso el toque emotivo justo antes de una recta final vertiginosa. Amaranthe es una máquina bien engrasada, sin egos y con un concepto claro: llevar el metal al futuro sin olvidar el corazón.
Stryper ofreció un recital poderoso en el Thunder Bitch bajo el sol de la tarde. Con su clásica estética amarillo y negro, los veteranos del metal cristiano mostraron que siguen siendo una fuerza vital. Abrieron con “Sing-Along Song” y rápidamente encendieron a la audiencia con “Calling on You” y “Free”. Michael Sweet continúa siendo un líder carismático, vocalmente impecable. Oz Fox brilló con sus solos melódicos, y Robert Sweet aportó el show visual tras la batería. El icónico lanzamiento de biblias no faltó, como parte del ritual. “The Rock That Makes Me Roll”, “Surrender”, “Always There for You” y “To Hell With the Devil” sellaron un concierto memorable, lleno de mensaje, virtuosismo y conexión sincera.
La llegada de Scorpions fue la culminación perfecta. Celebrando su 60 aniversario, los alemanes demostraron que siguen en la cima con un setlist que abarcó toda su historia. Desde la apertura con “Coming Home” hasta la explosión final con “Rock You Like a Hurricane”, ofrecieron un viaje épico de hard rock. Klaus Meine mostró que su voz sigue intacta, mientras Schenker y Jabs se lucieron con riffs que marcaron generaciones. “The Zoo”, “Make It Real”, “Coast to Coast” y un medley de clásicos dejaron al público extasiado. “Send Me an Angel” y “Wind of Change” fueron momentos de comunión pura, con miles de luces de móviles iluminando el cielo. La emotiva “Still Loving You” y la demoledora “Blackout” prepararon el terreno para el cierre apoteósico. Fue más que un concierto: fue una declaración de permanencia y legado.
Gloryhammer cerró la jornada con un espectáculo que es tanto ópera como concierto. Cada tema avanza una narrativa cósmica, entre héroes, villanos y unicornios. Desde la introducción lúdica con “Delilah” hasta la llegada triunfal de “Holy Flaming Hammer of Unholy Cosmic Frost”, todo fue grandilocuencia y humor autoparódico. “Angus McFife”, “Questlords of Inverness” y “Wasteland Warrior Hoots Patrol” fueron coreados como himnos. Su set combinó épica, teatralidad y diversión sin complejos. El final con “Universe on Fire”, “Hootsforce” y la inevitable “The Unicorn Invasion of Dundee” fue una avalancha de euforia colectiva. Gloryhammer no solo tocó: narró, representó y celebró el poder del metal fantástico.
