


La tercera jornada del Rock Imperium 2025 fue una montaña rusa emocional y sonora que selló en Cartagena uno de los días más intensos y memorables del festival. Bajo un sol inclemente que castigó sin tregua y una noche que se tornó ritual, el Parque El Batel se convirtió en el escenario de un desfile de estilos, generaciones y mitologías musicales. Desde el metal técnico y progresivo hasta el glam-punk, el hard rock clásico y la fantasía sinfónica, el público vivió una odisea donde cada banda dejó su huella en carne y alma.
La jornada arrancó con Punto y Final, que inauguró el escenario local con crudeza, pasión y mucha honestidad. Su actuación, a pesar del castigo solar, fue recibida con calidez y entusiasmo, demostrando que la escena cartagenera tiene pulso y garra.
Inxight siguió con precisión quirúrgica, combinando metal melódico con toques personales y versiones que sorprendieron, como una electrizante adaptación de “Beat It”. Su puesta en escena transmitió tanto músculo como emoción.
Luego llegó Mind Rock, que envolvió al público en una propuesta introspectiva y atmosférica. Con canciones como “Pond” y “Moth”, ofrecieron una experiencia sonora envolvente, donde técnica y sentimiento se entrelazaron con fluidez hipnótica.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Paleface Swiss anuncia una nueva y extensa gira europea en 2026
Strangers, con la potente voz de Celia Barloz, fue uno de los nombres destacados del escenario secundario. “Héroes” y “Never Stop” conectaron con un público que valoró tanto la energía como el carisma que desprendieron. Su directo sólido y equilibrado confirma que están viviendo un momento de crecimiento claro.
FM, celebrando cuatro décadas de carrera, entregó una clase magistral de hard rock británico. Con clásicos como “I Belong to the Night” o “That Girl”, ofrecieron un espectáculo elegante, ejecutado con el oficio de quien domina su lenguaje y su historia.
La electricidad estalló con Michael Monroe, que convirtió el escenario en un torbellino glam-punk. El ex Hanoi Rocks no dejó títere con cabeza: subidas a la estructura, saltos, carisma salvaje y versiones incendiarias. Su actuación fue adrenalina en estado puro, un show desbordante de actitud.
Leprous cambió por completo el tono con su habitual carga emocional y profundidad técnica. El set, centrado en su álbum Melodies of Atonement, demostró una vez más la capacidad de Einar Solberg para conectar desde lo emocional, rodeado por una banda en estado de gracia. Una actuación cargada de sensibilidad y sofisticación.
La noche entró en su tramo más épico con Blind Guardian, que transformó Cartagena en un reino de fantasía. Hansi Kürsch, maestro de ceremonias, guio a miles de voces en un viaje que cruzó batallas, leyendas élficas y mundos imposibles. Himnos como “Blood of the Elves”, “Nightfall” o “Time Stands Still (at the Iron Hill)” desataron un mar de coros que convirtieron la explanada en un campo de batalla mítico.
La puesta en escena, sobria pero efectiva, fue reforzada por una ejecución impecable: el virtuosismo incombustible de André Olbrich, el peso firme de Marcus Siepen y la potencia rítmica de Frederik Ehmke junto al bajo preciso de Johan van Stratum tejieron una muralla sonora sin fisuras. Cuando llegó “The Bard’s Song”, todo se detuvo: un instante de comunión total, casi espiritual, con móviles al aire y ojos cerrados. El cierre con “Lord of the Rings”, “Valhalla” y “Mirror Mirror” fue una explosión de emoción compartida, con el público entregado hasta el último aliento. Fue, sin lugar a dudas, uno de los conciertos más legendarios que ha presenciado el festival.
El turno de The Cult marcó un cambio radical de atmósfera, introduciendo una espiritualidad oscura y magnetismo ritual. Abrieron con “In the Clouds”, una bruma densa que se despejó con la energía contagiosa de “Rise”. Ian Astbury, imponente y chamánico, y Billy Duffy, con riffs densos como relámpagos, mantuvieron una conexión constante y poderosa con el público. Entre lo nuevo, como “Hollow Man”, y joyas del pasado, como una desgarradora versión acústica de “Edie (Ciao Baby)”, la banda tejió un repertorio que sedujo tanto a nostálgicos como a neófitos.
El clímax llegó con “She Sells Sanctuary”, donde miles corearon como poseídos, seguido por un encore encendido: “Fire Woman” y “Love Removal Machine”. En medio del frenesí, Astbury se cortó la mano con la pandereta, usó su sangre para pintarse la cara y ofreció un gesto tan visceral como simbólico: una suerte de protesta ritual que convirtió el final en un acto primitivo, casi chamánico, que desató una catarsis colectiva irrepetible.
Rhapsody of Fire fue otro de los grandes protagonistas de la jornada. Desde los primeros acordes de “The Dark Secret”, el grupo liderado por Alex Staropoli y el vocalista Giacomo Voli desplegó una sinfonía de dragones, guerras celestiales y magia ancestral. La teatralidad del show, potenciada por coros grandilocuentes y una iluminación cinematográfica, atrapó al público en un universo épico y absorbente.
Con temas como “Unholy Warcry”, “The Magic of the Wizard’s Dream” y “The March of the Swordmaster”, lograron que la fantasía no fuera solo estética, sino también profundamente emocional. El final fue apoteósico: “A New Saga Begins”, “Land of Immortals” y “Emerald Sword” desataron una celebración total. El público, con los puños en alto y los ojos encendidos, respondió con fervor casi religioso, demostrando que el power metal sinfónico sigue teniendo un poder de convocatoria inmenso cuando se ejecuta con esta precisión y pasión.
El cierre estuvo a cargo de Manticora, que ofreció una descarga oscura y contundente de power metal progresivo con tintes thrash. Temas como “Twisted Mind” y “Kill the Pain Away” sirvieron como broche agresivo y técnico a una jornada intensa, terminando con una ovación ganada a pulso por su fuerza escénica y musical.
En resumen, el tercer día del Rock Imperium 2025 fue un mosaico de emociones, estilos y momentos inolvidables. Desde las bandas locales que abrieron con dignidad y energía, hasta los titanes que cerraron con fuego, sangre y fantasía, la jornada consolidó lo que ya se sospechaba: este festival no es solo una cita musical, sino una experiencia transformadora. Cartagena vivió una noche de comunión, catarsis y celebración que quedará grabada a fuego en la memoria colectiva de todos los que estuvieron allí.




La tercera jornada del Rock Imperium 2025 fue una montaña rusa emocional y sonora que selló en Cartagena uno de los días más intensos y memorables del festival. Bajo un sol inclemente que castigó sin tregua y una noche que se tornó ritual, el Parque El Batel se convirtió en el escenario de un desfile de estilos, generaciones y mitologías musicales. Desde el metal técnico y progresivo hasta el glam-punk, el hard rock clásico y la fantasía sinfónica, el público vivió una odisea donde cada banda dejó su huella en carne y alma.
La jornada arrancó con Punto y Final, que inauguró el escenario local con crudeza, pasión y mucha honestidad. Su actuación, a pesar del castigo solar, fue recibida con calidez y entusiasmo, demostrando que la escena cartagenera tiene pulso y garra.
Inxight siguió con precisión quirúrgica, combinando metal melódico con toques personales y versiones que sorprendieron, como una electrizante adaptación de “Beat It”. Su puesta en escena transmitió tanto músculo como emoción.
Luego llegó Mind Rock, que envolvió al público en una propuesta introspectiva y atmosférica. Con canciones como “Pond” y “Moth”, ofrecieron una experiencia sonora envolvente, donde técnica y sentimiento se entrelazaron con fluidez hipnótica.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Paleface Swiss anuncia una nueva y extensa gira europea en 2026
Strangers, con la potente voz de Celia Barloz, fue uno de los nombres destacados del escenario secundario. “Héroes” y “Never Stop” conectaron con un público que valoró tanto la energía como el carisma que desprendieron. Su directo sólido y equilibrado confirma que están viviendo un momento de crecimiento claro.
FM, celebrando cuatro décadas de carrera, entregó una clase magistral de hard rock británico. Con clásicos como “I Belong to the Night” o “That Girl”, ofrecieron un espectáculo elegante, ejecutado con el oficio de quien domina su lenguaje y su historia.
La electricidad estalló con Michael Monroe, que convirtió el escenario en un torbellino glam-punk. El ex Hanoi Rocks no dejó títere con cabeza: subidas a la estructura, saltos, carisma salvaje y versiones incendiarias. Su actuación fue adrenalina en estado puro, un show desbordante de actitud.
Leprous cambió por completo el tono con su habitual carga emocional y profundidad técnica. El set, centrado en su álbum Melodies of Atonement, demostró una vez más la capacidad de Einar Solberg para conectar desde lo emocional, rodeado por una banda en estado de gracia. Una actuación cargada de sensibilidad y sofisticación.
La noche entró en su tramo más épico con Blind Guardian, que transformó Cartagena en un reino de fantasía. Hansi Kürsch, maestro de ceremonias, guio a miles de voces en un viaje que cruzó batallas, leyendas élficas y mundos imposibles. Himnos como “Blood of the Elves”, “Nightfall” o “Time Stands Still (at the Iron Hill)” desataron un mar de coros que convirtieron la explanada en un campo de batalla mítico.
La puesta en escena, sobria pero efectiva, fue reforzada por una ejecución impecable: el virtuosismo incombustible de André Olbrich, el peso firme de Marcus Siepen y la potencia rítmica de Frederik Ehmke junto al bajo preciso de Johan van Stratum tejieron una muralla sonora sin fisuras. Cuando llegó “The Bard’s Song”, todo se detuvo: un instante de comunión total, casi espiritual, con móviles al aire y ojos cerrados. El cierre con “Lord of the Rings”, “Valhalla” y “Mirror Mirror” fue una explosión de emoción compartida, con el público entregado hasta el último aliento. Fue, sin lugar a dudas, uno de los conciertos más legendarios que ha presenciado el festival.
El turno de The Cult marcó un cambio radical de atmósfera, introduciendo una espiritualidad oscura y magnetismo ritual. Abrieron con “In the Clouds”, una bruma densa que se despejó con la energía contagiosa de “Rise”. Ian Astbury, imponente y chamánico, y Billy Duffy, con riffs densos como relámpagos, mantuvieron una conexión constante y poderosa con el público. Entre lo nuevo, como “Hollow Man”, y joyas del pasado, como una desgarradora versión acústica de “Edie (Ciao Baby)”, la banda tejió un repertorio que sedujo tanto a nostálgicos como a neófitos.
El clímax llegó con “She Sells Sanctuary”, donde miles corearon como poseídos, seguido por un encore encendido: “Fire Woman” y “Love Removal Machine”. En medio del frenesí, Astbury se cortó la mano con la pandereta, usó su sangre para pintarse la cara y ofreció un gesto tan visceral como simbólico: una suerte de protesta ritual que convirtió el final en un acto primitivo, casi chamánico, que desató una catarsis colectiva irrepetible.
Rhapsody of Fire fue otro de los grandes protagonistas de la jornada. Desde los primeros acordes de “The Dark Secret”, el grupo liderado por Alex Staropoli y el vocalista Giacomo Voli desplegó una sinfonía de dragones, guerras celestiales y magia ancestral. La teatralidad del show, potenciada por coros grandilocuentes y una iluminación cinematográfica, atrapó al público en un universo épico y absorbente.
Con temas como “Unholy Warcry”, “The Magic of the Wizard’s Dream” y “The March of the Swordmaster”, lograron que la fantasía no fuera solo estética, sino también profundamente emocional. El final fue apoteósico: “A New Saga Begins”, “Land of Immortals” y “Emerald Sword” desataron una celebración total. El público, con los puños en alto y los ojos encendidos, respondió con fervor casi religioso, demostrando que el power metal sinfónico sigue teniendo un poder de convocatoria inmenso cuando se ejecuta con esta precisión y pasión.
El cierre estuvo a cargo de Manticora, que ofreció una descarga oscura y contundente de power metal progresivo con tintes thrash. Temas como “Twisted Mind” y “Kill the Pain Away” sirvieron como broche agresivo y técnico a una jornada intensa, terminando con una ovación ganada a pulso por su fuerza escénica y musical.
En resumen, el tercer día del Rock Imperium 2025 fue un mosaico de emociones, estilos y momentos inolvidables. Desde las bandas locales que abrieron con dignidad y energía, hasta los titanes que cerraron con fuego, sangre y fantasía, la jornada consolidó lo que ya se sospechaba: este festival no es solo una cita musical, sino una experiencia transformadora. Cartagena vivió una noche de comunión, catarsis y celebración que quedará grabada a fuego en la memoria colectiva de todos los que estuvieron allí.
