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Rock Imperium 2025 – Dia 4: “Riffs Bajo el Sol”
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El cuarto y último día del Rock Imperium Festival 2025 amaneció en Cartagena con el aire espeso de la expectativa y los cuerpos cansados, pero con el espíritu aún encendido. La promesa de una jornada cargada de potencia y emoción flotaba entre los primeros rayos del sol y el murmullo creciente de los asistentes que, poco a poco, volvían a congregarse frente a los escenarios. Lo que estaba por venir no solo cerraría el festival, sino que lo inscribiría en la memoria colectiva como una de esas jornadas míticas que se narran con brillo en los ojos y vértigo en la voz.

Acrónica tuvo el privilegio y el reto de romper el silencio matutino. Los murcianos, con su demo Acrónica Demo (2022) y el reciente Sociedad (2024), entregaron una dosis temprana pero intensa de death melódico, hardcore y thrash. Sus riffs afilados y la voz desgarradora despertaron a la audiencia como un cubo de agua helada, encendiendo el primer estallido de energía del día. No solo cumplieron, sino que dejaron una declaración firme: la escena metalera murciana está más viva que nunca.

La vanguardia y la atmósfera envolvente vinieron de la mano de Lampr3a, que bajo un sol implacable desató un set tan denso como hipnótico. Temas como “MAGLA”, “ROCD” y “KəMFəRT” mostraron su pericia técnica y capacidad para crear paisajes sonoros en los que el público se hundió con devoción. El cierre con “ESnSE” fue un zarpazo final de intensidad contenida y belleza extraña. Una propuesta distinta, que dejó huella.

La intensidad subió con Vendetta FM, también de Murcia, quienes con su octavo álbum Apología del Fracaso como bandera, convirtieron un fallo técnico en una ovación. El vocalista cruzó la valla y se sumó al público mientras se resolvía el problema con la guitarra, logrando un momento de comunión única. Su repertorio, cargado de letras combativas y energía punk-metal, incluyó piezas como “Ecos de un Sueño” y “Ruptura Total”, haciendo temblar los cimientos del recinto.

El thrash legendario de la Bay Area llegó con Death Angel, que inició su asalto con “Mistress of Pain” y no dio tregua con “Voracious Souls”, “I Came for Blood” y “Buried Alive”. La precisión quirúrgica de Rob Cavestany y Ted Aguilar en las guitarras, el bajo atronador de Damien Sisson y la pegada incansable de Will Carroll convirtieron el set en una clase magistral. Durante “Wrath (Bring Fire)”, una inesperada lluvia de mangueras desde el lateral del escenario cayó sobre la audiencia, avivando los pogos y la euforia colectiva. Con “Thrown to the Wolves”, cerraron una actuación que fue puro thrash sin concesiones.

La fiesta del caos la trajo Municipal Waste, que con “Garbage Stomp”, “Sadistic Magician”, “The Art of Partying” y “Born to Party”, hicieron honor a su nombre. El pogo fue constante, los circle pits crecieron con cada riff, y la manguera de agua volvió para refrescar y alimentar aún más la locura. Tony Foresta, con su camiseta psicodélica empapada y bermudas rosadas, bajó entre el público para cantar mano a mano durante la tormenta acuática, fundiendo banda y fans en un torbellino de fiesta crossover.

La propuesta más rockera y teatral vino con D-A-D, quienes entraron al escenario como viejos amigos volviendo a casa. Con “Jihad”, “Girl Nation” y “1st, 2nd & 3rd”, los daneses mostraron por qué son una institución en Europa. Jesper Binzer comandó con carisma absoluto mientras su hermano Jacob pintaba riffs con maestría. El espectáculo visual llegó de la mano de Stig Pedersen, con sus bajos de dos cuerdas de formas imposibles, y Laust Sonne, una auténtica locomotora tras los tambores.

El show siguió subiendo con “Speed of Darkness”, “Grow or Pay” y la emotiva “Everything Glows”. La multitud coreó a pleno pulmón “Bad Craziness” y “Sleeping My Day Away”, pero fue con “It’s After Dark” que la noche cerró en tono de comunión melódica. D-A-D demostró que el rock puede ser una fiesta sin renunciar a la clase ni a la locura escénica.

En la franja más introspectiva del cartel, Soen cambió la energía por una carga emocional profunda. Desde “Sincere” y “Martyrs”, hasta la hipnótica “Savia” y la intensidad progresiva de “Memorial”, la banda sueca sumergió al público en un viaje sonoro lleno de detalles. Martín López, desde la batería, fue el corazón rítmico; Joel Ekelöf puso la piel de gallina con su voz melancólica.

El set fue una escalada de matices: “Lascivious”, “Unbreakable”, “Monarch” y “Illusion” se entrelazaron con maestría. El cierre con “Lotus” fue una catarsis colectiva, antes de regresar al escenario, por demanda popular, para un bis con “Antagonist” y la final “Violence”. Soen no dio un concierto, dio un ritual de introspección y pasión.

Ya entrada la noche, In Flames prendió fuego al Parque El Batel con “Pinball Map” y “The Great Deceiver”. Anders Fridén lideró con una intensidad contagiosa mientras los pogos brotaban como llamaradas. El dúo de guitarras formado por Björn Gelotte y Chris Broderick levantó un muro sónico implacable, mientras la base rítmica con Tanner Wayne y Liam Wilson mantenía todo al rojo vivo.

El concierto de Till Lindemann fue una experiencia difícil de clasificar, entre lo grotesco y lo fascinante. Aunque su proyecto en solitario no convoca multitudes como Rammstein, logró una puesta en escena impactante que no dejó a nadie indiferente. Vestido con un traje militar rojo, rodeado de una banda más teatral que musical, y con imágenes provocadoras como mujeres desnudas o excesos alimenticios, Lindemann ofreció un espectáculo que cruzó todos los límites del buen gusto con una mezcla de teatralidad, provocación y humor negro. Destacó especialmente la emotiva versión de “Entre dos tierras”, donde, por un momento, se apartó del exceso para conectar directamente con el público.

A medida que avanzaba el show, el nivel de provocación crecía: desde lanzar pescado con un bazoka hasta protagonizar escenas bizarras como tartazos al público o tampones voladores. Cada detalle parecía calculado para incomodar, entretener y desafiar los sentidos. El momento en que bajó al público cerró la noche con un gesto inesperado de cercanía. No fue un concierto para cualquiera, pero sí una demostración clara de que Lindemann, con su brutal honestidad escénica, no busca agradar, sino provocar y dejar huella. Una experiencia que solo puede amarse o detestarse, pero nunca pasar desapercibida.

Canciones como “Deliver Us”, “Voices” y “Coerced Coexistence” sacudieron a una audiencia que no paró de gritar, saltar y corear. Con cada breakdown, cada solo melódico, cada gutural de Fridén, In Flames demostró que su fuego sigue ardiendo con fuerza. El cierre, con su habitual mezcla de nostalgia y brutalidad, fue el epílogo perfecto para un festival que nunca dejó de arder.

Así se cerró el Rock Imperium Festival 2025, no solo con una descarga final de energía, sino con la sensación unánime de haber vivido algo irrepetible. Desde la crudeza matinal de Acrónica hasta el éxtasis melódico y brutal de In Flames, fue una jornada que encapsuló toda la gama emocional y sonora del metal. Cartagena vibró, sudó, cantó, se empapó, y sobre todo, se unió bajo el estandarte del metal. Los oídos zumban, los cuerpos duelen, pero el alma… el alma queda encendida.

 

 

 

 

 

 

 

 

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Rock Imperium 2025 – Dia 4: “Riffs Bajo el Sol”
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El cuarto y último día del Rock Imperium Festival 2025 amaneció en Cartagena con el aire espeso de la expectativa y los cuerpos cansados, pero con el espíritu aún encendido. La promesa de una jornada cargada de potencia y emoción flotaba entre los primeros rayos del sol y el murmullo creciente de los asistentes que, poco a poco, volvían a congregarse frente a los escenarios. Lo que estaba por venir no solo cerraría el festival, sino que lo inscribiría en la memoria colectiva como una de esas jornadas míticas que se narran con brillo en los ojos y vértigo en la voz.

Acrónica tuvo el privilegio y el reto de romper el silencio matutino. Los murcianos, con su demo Acrónica Demo (2022) y el reciente Sociedad (2024), entregaron una dosis temprana pero intensa de death melódico, hardcore y thrash. Sus riffs afilados y la voz desgarradora despertaron a la audiencia como un cubo de agua helada, encendiendo el primer estallido de energía del día. No solo cumplieron, sino que dejaron una declaración firme: la escena metalera murciana está más viva que nunca.

La vanguardia y la atmósfera envolvente vinieron de la mano de Lampr3a, que bajo un sol implacable desató un set tan denso como hipnótico. Temas como “MAGLA”, “ROCD” y “KəMFəRT” mostraron su pericia técnica y capacidad para crear paisajes sonoros en los que el público se hundió con devoción. El cierre con “ESnSE” fue un zarpazo final de intensidad contenida y belleza extraña. Una propuesta distinta, que dejó huella.

La intensidad subió con Vendetta FM, también de Murcia, quienes con su octavo álbum Apología del Fracaso como bandera, convirtieron un fallo técnico en una ovación. El vocalista cruzó la valla y se sumó al público mientras se resolvía el problema con la guitarra, logrando un momento de comunión única. Su repertorio, cargado de letras combativas y energía punk-metal, incluyó piezas como “Ecos de un Sueño” y “Ruptura Total”, haciendo temblar los cimientos del recinto.

El thrash legendario de la Bay Area llegó con Death Angel, que inició su asalto con “Mistress of Pain” y no dio tregua con “Voracious Souls”, “I Came for Blood” y “Buried Alive”. La precisión quirúrgica de Rob Cavestany y Ted Aguilar en las guitarras, el bajo atronador de Damien Sisson y la pegada incansable de Will Carroll convirtieron el set en una clase magistral. Durante “Wrath (Bring Fire)”, una inesperada lluvia de mangueras desde el lateral del escenario cayó sobre la audiencia, avivando los pogos y la euforia colectiva. Con “Thrown to the Wolves”, cerraron una actuación que fue puro thrash sin concesiones.

La fiesta del caos la trajo Municipal Waste, que con “Garbage Stomp”, “Sadistic Magician”, “The Art of Partying” y “Born to Party”, hicieron honor a su nombre. El pogo fue constante, los circle pits crecieron con cada riff, y la manguera de agua volvió para refrescar y alimentar aún más la locura. Tony Foresta, con su camiseta psicodélica empapada y bermudas rosadas, bajó entre el público para cantar mano a mano durante la tormenta acuática, fundiendo banda y fans en un torbellino de fiesta crossover.

La propuesta más rockera y teatral vino con D-A-D, quienes entraron al escenario como viejos amigos volviendo a casa. Con “Jihad”, “Girl Nation” y “1st, 2nd & 3rd”, los daneses mostraron por qué son una institución en Europa. Jesper Binzer comandó con carisma absoluto mientras su hermano Jacob pintaba riffs con maestría. El espectáculo visual llegó de la mano de Stig Pedersen, con sus bajos de dos cuerdas de formas imposibles, y Laust Sonne, una auténtica locomotora tras los tambores.

El show siguió subiendo con “Speed of Darkness”, “Grow or Pay” y la emotiva “Everything Glows”. La multitud coreó a pleno pulmón “Bad Craziness” y “Sleeping My Day Away”, pero fue con “It’s After Dark” que la noche cerró en tono de comunión melódica. D-A-D demostró que el rock puede ser una fiesta sin renunciar a la clase ni a la locura escénica.

En la franja más introspectiva del cartel, Soen cambió la energía por una carga emocional profunda. Desde “Sincere” y “Martyrs”, hasta la hipnótica “Savia” y la intensidad progresiva de “Memorial”, la banda sueca sumergió al público en un viaje sonoro lleno de detalles. Martín López, desde la batería, fue el corazón rítmico; Joel Ekelöf puso la piel de gallina con su voz melancólica.

El set fue una escalada de matices: “Lascivious”, “Unbreakable”, “Monarch” y “Illusion” se entrelazaron con maestría. El cierre con “Lotus” fue una catarsis colectiva, antes de regresar al escenario, por demanda popular, para un bis con “Antagonist” y la final “Violence”. Soen no dio un concierto, dio un ritual de introspección y pasión.

Ya entrada la noche, In Flames prendió fuego al Parque El Batel con “Pinball Map” y “The Great Deceiver”. Anders Fridén lideró con una intensidad contagiosa mientras los pogos brotaban como llamaradas. El dúo de guitarras formado por Björn Gelotte y Chris Broderick levantó un muro sónico implacable, mientras la base rítmica con Tanner Wayne y Liam Wilson mantenía todo al rojo vivo.

El concierto de Till Lindemann fue una experiencia difícil de clasificar, entre lo grotesco y lo fascinante. Aunque su proyecto en solitario no convoca multitudes como Rammstein, logró una puesta en escena impactante que no dejó a nadie indiferente. Vestido con un traje militar rojo, rodeado de una banda más teatral que musical, y con imágenes provocadoras como mujeres desnudas o excesos alimenticios, Lindemann ofreció un espectáculo que cruzó todos los límites del buen gusto con una mezcla de teatralidad, provocación y humor negro. Destacó especialmente la emotiva versión de “Entre dos tierras”, donde, por un momento, se apartó del exceso para conectar directamente con el público.

A medida que avanzaba el show, el nivel de provocación crecía: desde lanzar pescado con un bazoka hasta protagonizar escenas bizarras como tartazos al público o tampones voladores. Cada detalle parecía calculado para incomodar, entretener y desafiar los sentidos. El momento en que bajó al público cerró la noche con un gesto inesperado de cercanía. No fue un concierto para cualquiera, pero sí una demostración clara de que Lindemann, con su brutal honestidad escénica, no busca agradar, sino provocar y dejar huella. Una experiencia que solo puede amarse o detestarse, pero nunca pasar desapercibida.

Canciones como “Deliver Us”, “Voices” y “Coerced Coexistence” sacudieron a una audiencia que no paró de gritar, saltar y corear. Con cada breakdown, cada solo melódico, cada gutural de Fridén, In Flames demostró que su fuego sigue ardiendo con fuerza. El cierre, con su habitual mezcla de nostalgia y brutalidad, fue el epílogo perfecto para un festival que nunca dejó de arder.

Así se cerró el Rock Imperium Festival 2025, no solo con una descarga final de energía, sino con la sensación unánime de haber vivido algo irrepetible. Desde la crudeza matinal de Acrónica hasta el éxtasis melódico y brutal de In Flames, fue una jornada que encapsuló toda la gama emocional y sonora del metal. Cartagena vibró, sudó, cantó, se empapó, y sobre todo, se unió bajo el estandarte del metal. Los oídos zumban, los cuerpos duelen, pero el alma… el alma queda encendida.

 

 

 

 

 

 

 

 

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