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Russian Circles en Barcelona: “El rock después del rock”
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Antes de que Russian Circles inundara la sala con su mar de sonido, los chicagoanos Rezn nos sumergieron en un vórtice de riffs pesados y texturas psicodélicas. Con una energía desbordante, la banda nos impactó con temas como “Instinct” y “Chasm” de su último álbum, Burden. Sus riffs, como martillos neumáticos, se entrelazaban con atmósferas densas y envolventes, creando un tapiz sonoro que nos transportaba a dimensiones desconocidas. La inclusión del saxofón de Spencer Ouellette aportó un toque de melancolía y experimentación, enriqueciendo aún más su propuesta. REZN nos preparó así para el viaje que nos esperaba, demostrando que el post-rock y el heavy psych pueden coexistir en perfecta armonía.

Hablar de Russian Circles es describir una banda instrumental de post-rock/post-metal fundada en Chicago, Illinois, en 2004. Su nombre proviene de una jugada de hockey sobre hielo, tan fría como una noche otoñal de noviembre, una imagen perfecta para esta nueva cita con el público catalán. Todo estaba dispuesto en la penumbra para que el trío formado por Mike Sullivan (guitarra), Brian Cook (bajo) y Dave Turncrantz (batería) tomara el escenario por asalto, como un rayo de energía sobre nuestras cabezas.

TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Russian Circles en Buenos Aires: “La sangre circula caliente”

La banda está en pleno reconocimiento; si sus discos son una bocanada de aire fresco en el tedioso panorama del post-rock, su presencia en directo nos impresionó a todos. Aunque en el cénit del concierto se notó cierta repetición de patrones —sobre todo en la batería— y fórmulas que resultan evidentes en vivo, esto no fue obstáculo para que ofrecieran un gran espectáculo. La brutal pegada del baterista, la maestría en el uso de pedales de su guitarrista, quien ejecuta cada pieza con aparente facilidad, y la pasión del bajista, que afina y modula sus líneas con un toque personal, convierten a Russian Circles en un perfecto animal escénico en el que pulmones, cerebro y corazón funcionan con la precisión de un metrónomo.

El repertorio fue un recorrido por la mayor parte de su discografía, excluyendo únicamente su álbum Memorial (2015). La tormenta perfecta de “309”, del disco Empros, dio el despegue para un viaje sin gravedad, flotando en el aire de su música instrumental, con melodías que parecen resonar en la mente. La turbulencia de “Harper Lewis” y la intensidad de “Conduit” nos sumergieron en un mar de sonido, donde los efectos y sintetizadores creaban remolinos de emoción. La iluminación, como un faro en la noche, guiaba nuestros sentidos hacia un universo sonoro oscuro y misterioso, un destello atmosférico que el trío sabe irradiar.

En este punto, destacó una vez más “Quartered”, del álbum Blood Year, que despertó al público, quien, pegado al suelo, seguía cada nota. Cook, en su isla personal a la izquierda del escenario, y Turncrantz, resguardado en la batería bajo luces estroboscópicas, respondían a los potentes acordes de Sullivan, quien daba vida a cada tema con su parafernalia de pedales. Lograron así unificar cada canción, dando al concierto una sensación de continuidad sin tregua.

TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: MONO en Buenos Aires: “Como luchar contra las olas”

Llegado el ecuador del espectáculo, “Mota”, del álbum Guidance, aunó lo mejor de las distintas facetas de Russian Circles en poco más de seis minutos de intensidad. Los asistentes seguían embelesados con los impresionantes juegos de luces que acompañaban su contundente discurso musical. No faltaron clásicos como “Geneva” y temas como “Gnosis” y “Betrayal” —también de su último álbum homónimo— en los que la banda cumplió casi escrupulosamente con las reglas fundacionales del post-rock, combinando intensidad, virtuosismo y paisajes sonoros envolventes.

Lamentablemente, algunas conversaciones del público distrajeron de la inmersión sonora que la banda había creado. Sin embargo, la mayoría de los asistentes se entregaron por completo a la música, formando una masa vibrante que se movía al unísono. Cuando tocaron el éxito “Youngblood”, se despertó el entusiasmo de algunos fans, desatando un tsunami de pogo y mosh que nos apretó contra el escenario.

Las arrebatadoras melodías de la imprescindible “Mlàdek” desataron el frenesí y una epidemia de headbanging entre el público, cerrando así un sólido repertorio que no incluyó bises, quizá por ser el final de la gira en Barcelona. En fin, el éxito merecido y la multitud que llenó la sala hablan de la conexión y el crecimiento de esta banda, que sigue ofreciendo una experiencia de concierto altamente recomendada, consolidando la legión de seguidores de Russian Circles a lo largo de las últimas dos décadas.

 

 

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Russian Circles en Barcelona: “El rock después del rock”
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Antes de que Russian Circles inundara la sala con su mar de sonido, los chicagoanos Rezn nos sumergieron en un vórtice de riffs pesados y texturas psicodélicas. Con una energía desbordante, la banda nos impactó con temas como “Instinct” y “Chasm” de su último álbum, Burden. Sus riffs, como martillos neumáticos, se entrelazaban con atmósferas densas y envolventes, creando un tapiz sonoro que nos transportaba a dimensiones desconocidas. La inclusión del saxofón de Spencer Ouellette aportó un toque de melancolía y experimentación, enriqueciendo aún más su propuesta. REZN nos preparó así para el viaje que nos esperaba, demostrando que el post-rock y el heavy psych pueden coexistir en perfecta armonía.

Hablar de Russian Circles es describir una banda instrumental de post-rock/post-metal fundada en Chicago, Illinois, en 2004. Su nombre proviene de una jugada de hockey sobre hielo, tan fría como una noche otoñal de noviembre, una imagen perfecta para esta nueva cita con el público catalán. Todo estaba dispuesto en la penumbra para que el trío formado por Mike Sullivan (guitarra), Brian Cook (bajo) y Dave Turncrantz (batería) tomara el escenario por asalto, como un rayo de energía sobre nuestras cabezas.

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El repertorio fue un recorrido por la mayor parte de su discografía, excluyendo únicamente su álbum Memorial (2015). La tormenta perfecta de “309”, del disco Empros, dio el despegue para un viaje sin gravedad, flotando en el aire de su música instrumental, con melodías que parecen resonar en la mente. La turbulencia de “Harper Lewis” y la intensidad de “Conduit” nos sumergieron en un mar de sonido, donde los efectos y sintetizadores creaban remolinos de emoción. La iluminación, como un faro en la noche, guiaba nuestros sentidos hacia un universo sonoro oscuro y misterioso, un destello atmosférico que el trío sabe irradiar.

En este punto, destacó una vez más “Quartered”, del álbum Blood Year, que despertó al público, quien, pegado al suelo, seguía cada nota. Cook, en su isla personal a la izquierda del escenario, y Turncrantz, resguardado en la batería bajo luces estroboscópicas, respondían a los potentes acordes de Sullivan, quien daba vida a cada tema con su parafernalia de pedales. Lograron así unificar cada canción, dando al concierto una sensación de continuidad sin tregua.

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