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No Fun at All en Barcelona: “Con mucha diversión”

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Fermín Muguruza en Barcelona: “Nunca rendirse, retroceder jamás”

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SonicBlast Fest, Día 4: “Monumento al riff”
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Sábado 12

Comenzábamos el sábado en el SonicBlast con la energía justa, al menos en ese momento de la mañana… Nos hicieron falta un par de cafés para ponernos a funcionar y volver a mirar por enésima vez el programa, como diría la gente de bien. Uno de los principales alicientes de la primera hora eran los italianos Black Rainbows, hijos pródigos de Heavy Psych Sounds, ocupando el main stage para presentar su nuevo trabajo: Superskull. Mucho big muff y buena onda que sirvió para terminar de despertar.

Otro café no hubiese venido mal, y es que sintiéndolo mucho, Earthless siguen haciéndoseme pesados en directo. Es una banda que escucho en disco y me gusta mucho, la disfruto casi en su totalidad hasta que llego al directo y no termino de encontrar el discurso ni las intenciones. Los encuentro monótonos y sin mucha sorpresa. Un sonido increíble, eso sí, potente y cuidado, no les pongo ni un pero en ese aspecto.

Y precisamente, viniendo de Earthless, nos encontramos con la grandísima sorpresa (o no, pues intuíamos algo) que nos regalaron A Place to Bury Strangers. Una banda un tanto extraña que juega entre el post-punk y lo alternativo/experimental. Mucha gente no veía que tuviese cabida en este festival, pero si en algo coincidirá el 100% del público es que la liaron bien liada… Más show que concierto, en el buen sentido. Hicieron que la multitud permaneciese atenta a cualquier movimiento, nunca sabes cuándo se va a reventar una guitarra si desde la primera canción ya empiezan a volar astillas. Alguna dificultad de sonido seguramente debida a las secuelas de algún mal golpe pero nada que no pudiesen arreglar bajando del escenario y tocándose unos temas entre el público. Sin duda para recordar, fue una de las actuaciones más divertidas y memorables que he visto.

TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: SonicBlast Fest, Días 1 y 2: “Fuzz y furia”

Todavía con el sol en la frente llegaba el turno de la veteranía de Eyehategod. El sludge-doom más estridente y pesado que ocupaba este año el cartel del festival no dejó a nadie indiferente. Los de New Orleans dieron un conciertazo de los que apetece estirar. Se sintió como un bofetón violento y seco que nos puso en el suelo para no dejar que nos levantásemos hasta que terminaron, y aún desconcertados nos miramos con la palabra NOLA escrita en la frente. ¡Qué brutalidad! Menos mal que tuvimos unos minutos para reponernos y prepararnos para los que sin duda eran la principal atracción del sábado.

The Black Angels, desde Austin, Texas, dieron toda una lección de equilibrio y saber estar. Un sonido más que notable y unas proyecciones que en todo momento ayudaban a perderte por los senderos de la psicodelia. Presentando su último álbum, Wilderness of Mirrors, salido a ultimísimos del 2022, no solo lograron el lleno en el recinto, sino también aunar a la gran mayoría de asistentes a través de himnos más que celebrados como Entrance Song y Young Men Dead. A pesar de ser cabezas de cartel y dejar buen sabor de boca, no me dio la sensación de que supusiesen lo que el año pasado vimos con Electric Wizard u Orange Goblin, salvando obviamente las distancias de género, pero haciendo la comparativa de artista más potente/mainstream del día. Creo que el balance general fue que estuvo bien verles pero ya está.

En cambio, la actuación que vino después demostró que sí había gente con muchas ganas y mucha pasión, entregada y ya abandonada a lo que deparaba el final de la noche. Church of Misery, desde Japón, dieron un auténtico espectáculo para un público más de nicho que en The Black Angels, pero como decía, mucho más entregado y que sin duda disfrutó más. No es habitual que grupos de este estilo vengan desde tan lejos y era momento para darlo todo. La banda de Tokyo fue cercana a más no poder, prueba de ello el photocall improvisado que se montó en el merch durante la tarde. Derrocharon fuerza y ritmos pesados, me sonó todo mucho más doom y me encantó disfrutar por primera vez temas de su último disco, que confieso no había escuchado y el directo me dejó muchas ganas de analizarlo de arriba a abajo. Church of Misery completaron un set directo y sin mucha concesión rozando la medianoche.

TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: SonicBlast Fest, Día 3: “Psicodelia y distorsión”

Eran las Dozer menos veinte y llegaba el turno para la banda sueca, recientemente renombrada, Monster Truck. Tommi Holappa salió al escenario como una auténtica leyenda, nada que ver con el placement que había mostrado con Greenleaf, mucho más perfil bajo y en un segundo plano. Esto solo podía significar que nos encontrábamos ante un concierto grande con una banda que tiene más poder del que a priori nos imaginábamos y que iba a cerrar por todo lo alto coronándose como lo más disfrutado del último día del SonicBlast. Dozer ya me gustaban antes de verlos y es una banda que esporádicamente he ido escuchando a lo largo de su más que amplia trayectoria, pero después de lo vivido en Âncora solo tuve más ganas de escucharlos al volver a casa. Fueron la sorpresa que no esperaba y con la que poca gente contaba. Preveíamos un concierto correcto y ya, pero estuve moviendo la cabeza hipnotizado hasta que concluyeron con la es-pec-ta-cu-lar Mutation/Transformation de su último álbum Drifting In the Endless Void. Un concierto en familia donde no faltaron las colaboraciones de Arvid Jonsson de Greenleaf y una cantidad ingente de personas elevadas entre la multitud para despedir a la gran banda que esperábamos ver esa noche.

Tras Dozer, y con el cuerpo prácticamente anestesiado, repetía la banda andaluza Lunavieja. Literalmente hasta repetía escenario, pero esta vez con ayuda de la noche para que ritual y performance estuviesen algo más soportados. No termino de enganchar con esta banda que por pasajes me recuerda a Monolord y de repente me saca completamente cuando se entremezcla con el folklore y los conjuros. Con nostalgia recordaba que ese mismo slot lo ocupó Weedeater el pasado año. A nivel de sonido y puesta en escena me pareció mucho mejor que el pasado año, la atmósfera era la adecuada y la gente que aún tenía fuerzas para continuar la noche decidió adentrarse en el bosque sin saber lo que les depararía la experiencia.

Tras la banda malagueña nos pusimos las túnicas para recibir a El Altar del Holocausto. Los charros se sacaban la espina de la cancelación del pasado año prácticamente en las mismas condiciones que se esperaba su actuación de 2022. El sonido bíblico conquistó sin duda a devotos y no tan devotos del género para ayudarles a resucitar. El post-rock más espiritual cerraba una edición del SonicBlast con muchas luces y pocas sombras.

Y aunque hemos agradecido la nueva zona de descanso, sí que es cierto que se llega a hacer algo duro pasarse tantas horas de pie y al sol. Me hubiese gustado que la disposición de los escenarios fuese opuesta o estuviesen en lugares diferentes por el embudo que se forma en el cambio de bandas. Creo que se necesita urgentemente algo más de amplitud en las instalaciones, pues tiene pinta de que la afluencia seguirá creciendo año a año y no vendría mal crecer a lo ancho dejando más aire en los laterales para no acumular a toda la gente frente a los escenarios. La agilidad en las barras y el poco tiempo de espera no era el mismo para conseguir los tokens, quizás más personal o incorporar un sistema cashless como han hecho ya la gran mayoría de festivales mejoraría con creces la experiencia. En cuanto a las bandas, lo más comentado sin duda fueron los horarios. Había casos que realmente chirriaban y hacían de la experiencia óptima algo totalmente distinto. Entendemos que cada banda tiene su agenda y sus exigencias y es algo que no va más allá del berrinche inicial…

Sí que he de decir, y esto es algo totalmente subjetivo, que el cartel se me quedó un poco descafeinado y eché de menos a muchas bandas que me hubiese gustado ver. Los rumores de las confirmaciones para este año se quedaron en nada, supongo que por la absurda subida de cachés y por razones ajenas al festival. Como comentaba al principio, se me vienen a la cabeza muchos momentos épicos de la pasada edición y creo que esta no me ha llegado a tocar tanto. 

Todo esto son cosas muy secundarias que para nada empañan la experiencia que nos ofrece el SonicBlast. Hay puntos muy positivos como la constante limpieza de aseos, los puntos de merchandising, comida para todos los públicos, precios lógicos, acceso fluido y sobre todo una gran sensación de cercanía que se respira en todo el recinto.

El ya consolidado festival para amantes de la vida lenta, edición tras edición ha adquirido otro significado. Desde que te subes al coche no solo piensas en estar sacudiendo la cabeza pocas horas después, sino que te acuerdas de los encuentros de año a año con personas que viven lejos, planeas desvirtualizar caras de colegas afines y entre sidras y abrazos ocurre todo mientras toca Nick Oliveri, que suponemos volverá el próximo año.

Bromas aparte, digo todo esto por lo que supone el festival, por lo que entraña y lo que transmite. Cualquier persona que asista al SonicBlast, sea ajena o habitual, notará desde el primer momento lo que se respira. Todo sucede con una familiaridad y cercanía envidiables y de esto deberían aprender otros festivales. A nadie le molesta esperar su turno para pedir una cerveza cuando sabe que no le van a cobrar doce euros. Tener una playa al lado y foodtrucks con opciones veganas deliciosas quizás me lo acercan mucho más al corazón. Por todo esto y mucho más, SonicBlast, te lo concedemos. Siempre nos ganas.

 

 

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SonicBlast Fest, Día 4: “Monumento al riff”
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Sábado 12

Comenzábamos el sábado en el SonicBlast con la energía justa, al menos en ese momento de la mañana… Nos hicieron falta un par de cafés para ponernos a funcionar y volver a mirar por enésima vez el programa, como diría la gente de bien. Uno de los principales alicientes de la primera hora eran los italianos Black Rainbows, hijos pródigos de Heavy Psych Sounds, ocupando el main stage para presentar su nuevo trabajo: Superskull. Mucho big muff y buena onda que sirvió para terminar de despertar.

Otro café no hubiese venido mal, y es que sintiéndolo mucho, Earthless siguen haciéndoseme pesados en directo. Es una banda que escucho en disco y me gusta mucho, la disfruto casi en su totalidad hasta que llego al directo y no termino de encontrar el discurso ni las intenciones. Los encuentro monótonos y sin mucha sorpresa. Un sonido increíble, eso sí, potente y cuidado, no les pongo ni un pero en ese aspecto.

Y precisamente, viniendo de Earthless, nos encontramos con la grandísima sorpresa (o no, pues intuíamos algo) que nos regalaron A Place to Bury Strangers. Una banda un tanto extraña que juega entre el post-punk y lo alternativo/experimental. Mucha gente no veía que tuviese cabida en este festival, pero si en algo coincidirá el 100% del público es que la liaron bien liada… Más show que concierto, en el buen sentido. Hicieron que la multitud permaneciese atenta a cualquier movimiento, nunca sabes cuándo se va a reventar una guitarra si desde la primera canción ya empiezan a volar astillas. Alguna dificultad de sonido seguramente debida a las secuelas de algún mal golpe pero nada que no pudiesen arreglar bajando del escenario y tocándose unos temas entre el público. Sin duda para recordar, fue una de las actuaciones más divertidas y memorables que he visto.

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Todavía con el sol en la frente llegaba el turno de la veteranía de Eyehategod. El sludge-doom más estridente y pesado que ocupaba este año el cartel del festival no dejó a nadie indiferente. Los de New Orleans dieron un conciertazo de los que apetece estirar. Se sintió como un bofetón violento y seco que nos puso en el suelo para no dejar que nos levantásemos hasta que terminaron, y aún desconcertados nos miramos con la palabra NOLA escrita en la frente. ¡Qué brutalidad! Menos mal que tuvimos unos minutos para reponernos y prepararnos para los que sin duda eran la principal atracción del sábado.

The Black Angels, desde Austin, Texas, dieron toda una lección de equilibrio y saber estar. Un sonido más que notable y unas proyecciones que en todo momento ayudaban a perderte por los senderos de la psicodelia. Presentando su último álbum, Wilderness of Mirrors, salido a ultimísimos del 2022, no solo lograron el lleno en el recinto, sino también aunar a la gran mayoría de asistentes a través de himnos más que celebrados como Entrance Song y Young Men Dead. A pesar de ser cabezas de cartel y dejar buen sabor de boca, no me dio la sensación de que supusiesen lo que el año pasado vimos con Electric Wizard u Orange Goblin, salvando obviamente las distancias de género, pero haciendo la comparativa de artista más potente/mainstream del día. Creo que el balance general fue que estuvo bien verles pero ya está.

En cambio, la actuación que vino después demostró que sí había gente con muchas ganas y mucha pasión, entregada y ya abandonada a lo que deparaba el final de la noche. Church of Misery, desde Japón, dieron un auténtico espectáculo para un público más de nicho que en The Black Angels, pero como decía, mucho más entregado y que sin duda disfrutó más. No es habitual que grupos de este estilo vengan desde tan lejos y era momento para darlo todo. La banda de Tokyo fue cercana a más no poder, prueba de ello el photocall improvisado que se montó en el merch durante la tarde. Derrocharon fuerza y ritmos pesados, me sonó todo mucho más doom y me encantó disfrutar por primera vez temas de su último disco, que confieso no había escuchado y el directo me dejó muchas ganas de analizarlo de arriba a abajo. Church of Misery completaron un set directo y sin mucha concesión rozando la medianoche.

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Eran las Dozer menos veinte y llegaba el turno para la banda sueca, recientemente renombrada, Monster Truck. Tommi Holappa salió al escenario como una auténtica leyenda, nada que ver con el placement que había mostrado con Greenleaf, mucho más perfil bajo y en un segundo plano. Esto solo podía significar que nos encontrábamos ante un concierto grande con una banda que tiene más poder del que a priori nos imaginábamos y que iba a cerrar por todo lo alto coronándose como lo más disfrutado del último día del SonicBlast. Dozer ya me gustaban antes de verlos y es una banda que esporádicamente he ido escuchando a lo largo de su más que amplia trayectoria, pero después de lo vivido en Âncora solo tuve más ganas de escucharlos al volver a casa. Fueron la sorpresa que no esperaba y con la que poca gente contaba. Preveíamos un concierto correcto y ya, pero estuve moviendo la cabeza hipnotizado hasta que concluyeron con la es-pec-ta-cu-lar Mutation/Transformation de su último álbum Drifting In the Endless Void. Un concierto en familia donde no faltaron las colaboraciones de Arvid Jonsson de Greenleaf y una cantidad ingente de personas elevadas entre la multitud para despedir a la gran banda que esperábamos ver esa noche.

Tras Dozer, y con el cuerpo prácticamente anestesiado, repetía la banda andaluza Lunavieja. Literalmente hasta repetía escenario, pero esta vez con ayuda de la noche para que ritual y performance estuviesen algo más soportados. No termino de enganchar con esta banda que por pasajes me recuerda a Monolord y de repente me saca completamente cuando se entremezcla con el folklore y los conjuros. Con nostalgia recordaba que ese mismo slot lo ocupó Weedeater el pasado año. A nivel de sonido y puesta en escena me pareció mucho mejor que el pasado año, la atmósfera era la adecuada y la gente que aún tenía fuerzas para continuar la noche decidió adentrarse en el bosque sin saber lo que les depararía la experiencia.

Tras la banda malagueña nos pusimos las túnicas para recibir a El Altar del Holocausto. Los charros se sacaban la espina de la cancelación del pasado año prácticamente en las mismas condiciones que se esperaba su actuación de 2022. El sonido bíblico conquistó sin duda a devotos y no tan devotos del género para ayudarles a resucitar. El post-rock más espiritual cerraba una edición del SonicBlast con muchas luces y pocas sombras.

Y aunque hemos agradecido la nueva zona de descanso, sí que es cierto que se llega a hacer algo duro pasarse tantas horas de pie y al sol. Me hubiese gustado que la disposición de los escenarios fuese opuesta o estuviesen en lugares diferentes por el embudo que se forma en el cambio de bandas. Creo que se necesita urgentemente algo más de amplitud en las instalaciones, pues tiene pinta de que la afluencia seguirá creciendo año a año y no vendría mal crecer a lo ancho dejando más aire en los laterales para no acumular a toda la gente frente a los escenarios. La agilidad en las barras y el poco tiempo de espera no era el mismo para conseguir los tokens, quizás más personal o incorporar un sistema cashless como han hecho ya la gran mayoría de festivales mejoraría con creces la experiencia. En cuanto a las bandas, lo más comentado sin duda fueron los horarios. Había casos que realmente chirriaban y hacían de la experiencia óptima algo totalmente distinto. Entendemos que cada banda tiene su agenda y sus exigencias y es algo que no va más allá del berrinche inicial…

Sí que he de decir, y esto es algo totalmente subjetivo, que el cartel se me quedó un poco descafeinado y eché de menos a muchas bandas que me hubiese gustado ver. Los rumores de las confirmaciones para este año se quedaron en nada, supongo que por la absurda subida de cachés y por razones ajenas al festival. Como comentaba al principio, se me vienen a la cabeza muchos momentos épicos de la pasada edición y creo que esta no me ha llegado a tocar tanto. 

Todo esto son cosas muy secundarias que para nada empañan la experiencia que nos ofrece el SonicBlast. Hay puntos muy positivos como la constante limpieza de aseos, los puntos de merchandising, comida para todos los públicos, precios lógicos, acceso fluido y sobre todo una gran sensación de cercanía que se respira en todo el recinto.

El ya consolidado festival para amantes de la vida lenta, edición tras edición ha adquirido otro significado. Desde que te subes al coche no solo piensas en estar sacudiendo la cabeza pocas horas después, sino que te acuerdas de los encuentros de año a año con personas que viven lejos, planeas desvirtualizar caras de colegas afines y entre sidras y abrazos ocurre todo mientras toca Nick Oliveri, que suponemos volverá el próximo año.

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