

Sentado en el banco tiro migas de pan a las palomas. Siento el peso de las horas de cubículo. Levanto la vista. La luz rojiza del atardecer cae sobre mí. Crea una división perfecta entre sombra y brillo. Una figura se para delante mio, el sol no me deja verle. Da un paso y tapa el haz de luz. Quedo paralizado al ver su rostro. Juraría que le conozco pero es imposible. Barba escasa. Gesto serio. Una luz interior que lo ilumina todo.
El extraño me mira a los ojos. Una mirada de las que te desnudan el alma. Levanta la mano y señala a la luz. Su voz ronca, con esa musicalidad que llevan algunas personas mayores: “Mira esto, Mauro. ¿Crees que la belleza está en la luz que lo revela todo o en la sombra que te obliga a buscar?”, se agacha con dolor evidente y se sienta en el banco. Ambos de cara al sol. El atardecer alarga las sombras en el parque. Continua tras ponerme su mano sobre la rodilla: “La vida del hombre, como el retrato, no es planicie. Es contraste. Es la luz que golpea la frente y deja la comisura de la boca en penumbra. Es la profundidad. La textura de la piel que solo se ve al borde de la oscuridad.”
Asentí mientras giraba su cara y con una sonrisa dulce decía: “Si quieres capturar la verdad de las cosas,” continuó levantando los brazos como queriendo abarcarlo todo, “debes amar la oscuridad tanto como la luz. En la sombra está la historia, Mauro y en el contraste, la belleza. Mira, la vida te ofrece el claroscuro en cada esquina.” El mensaje era cristalino: la perfección no está en la claridad absoluta, sino en la danza entre lo que se muestra y lo que se esconde.
Entendiendo el peso de cada palabra. Mi vida de contable es una acuarela plana, sin contraste. Mis fotografías son óleos cargados de tensión. Para que brille uno, necesito al otro. ¿Se valora más la luz cuando has caminado por la sombra? Cuerpo cansado. Mente en llamas.
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La lección de luz me acompaña hasta La Riviera. Voy a fotografiar a The Darkness, una bandaza que lleva la palabra “espectáculo” tatuada en cada acorde. Para calentar Dea Matrona nos dejó su calidad en forma de temas muy rockeros con toques de blues. El cuarteto se sintió muy unido y con tablas. Algunos bailes de coreografías singulares y unas luces que facilitaron las fotos. Pasó rápido y para cuando terminó la sala mostraba una buena entrada aunque alejada del lleno.
Sé que The Darkness es profesional, por trayectoria, presencia en los festivales y temas que han arrasado, siendo para muchos, himnos. Pero lo que viví fue una clase magistral en el arte de interpretar en un escenario. Nos solamente tocaron muy bien sino que todo el bolo fue una lección de conexión con el público. Desde el arranque con “Rock and Roll Party Cowboy” quedó claro que la noche iba a ser una descarga de energía. La energía de Justin Hawkins es un faro que consume todas las miradas. Se notan las tablas como grupo, la compenetración es total; dejan el espacio suficiente para que su frontman se mueva, improvise y reciba toda la atención. Se miran y se entienden. Justin lo hizo con una maestría teatral que justificaba cada milímetro de foso, en ocasiones alargando las improvisaciones hasta cansar pero arropado por ovaciones, aplausos y gritos. Ya fuera con la guitarra o con la voz. Se metió la sala en el bolsillo. Con cada tema la sala completa cantaba y baila. Parejas abrazadas en un beso, grupos de amigos saltando, una sensación de fiesta total. Se veían generaciones mezcladas y vestimentas diversas, rockeros, señoras de gala y varios señores que podían venir de jugar a la petanca. Fue tal la inmersión del público que podrían haber tocado un pasodoble y lo habríamos coreado con la misma entrega.
Musicalmente, no hay peros. El sonido de La Riviera fue perfecto, algo difícil de lograr con tanta guitarra y tanto falsete. Pero fue la iluminación la que me convención, incluyeron 4 torres y algunos aparatos en el suelo. Olvida las luces sencillas; esto era una producción pensada y con diseño. Mezclas de tonos, intensidades y colores que cambiaban la sensación de cada tema.
El setlist me pareció muy bien elegido, con ciertos valles para luego remontar con temas más movidos. Clasicos bien elegidos que saben levantan al público. También se incluyeron algunas versiones que sorprendieron a más de uno. En “Growing on Me”, busqué las sombras de los músicos, permitiendo que solo el brillo de los focos propios de la banda definiera sus siluetas. En “Get Your Hands Off My Woman”, la rabia del tema me permitió buscar primeros planos cargados de sudor y luz dura, capturando la energía brutal del cuarteto. El momento cumbre llegó con la improvisación, larga y gloriosa. Entre el cover de “Fat Bottomed Girls” (Queen) y “The Power of Love” (Jennifer Rush), el tiempo se detuvo, todo se alargó. Se me hizo pesado pero reconozco que para la mayoría funcinó. Busqué la profundidad, el momento en que los músicos se miraban con esa complicidad que solo dan los años en la carretera. El éxtasis con “I Believe in a Thing Called Love” (rematado con el intro de “Thunderstruck”) y el encore con “One Way Ticket” fue el final luminoso que enmarcó toda la noche. La banda fue un 10 redondo.
Salí de La Riviera con los ojos llenos de luz y la mente llena de sombras. El hombre anciano tenía razón. Mi vida no es el traje gris, sino el contraste. El fracaso no es la ausencia de luz, sino la incapacidad de apreciar la sombra. Yo he elegido el óleo cargado de contraste. Cuerpo cansado. Mente en llamas.


Sentado en el banco tiro migas de pan a las palomas. Siento el peso de las horas de cubículo. Levanto la vista. La luz rojiza del atardecer cae sobre mí. Crea una división perfecta entre sombra y brillo. Una figura se para delante mio, el sol no me deja verle. Da un paso y tapa el haz de luz. Quedo paralizado al ver su rostro. Juraría que le conozco pero es imposible. Barba escasa. Gesto serio. Una luz interior que lo ilumina todo.
El extraño me mira a los ojos. Una mirada de las que te desnudan el alma. Levanta la mano y señala a la luz. Su voz ronca, con esa musicalidad que llevan algunas personas mayores: “Mira esto, Mauro. ¿Crees que la belleza está en la luz que lo revela todo o en la sombra que te obliga a buscar?”, se agacha con dolor evidente y se sienta en el banco. Ambos de cara al sol. El atardecer alarga las sombras en el parque. Continua tras ponerme su mano sobre la rodilla: “La vida del hombre, como el retrato, no es planicie. Es contraste. Es la luz que golpea la frente y deja la comisura de la boca en penumbra. Es la profundidad. La textura de la piel que solo se ve al borde de la oscuridad.”
Asentí mientras giraba su cara y con una sonrisa dulce decía: “Si quieres capturar la verdad de las cosas,” continuó levantando los brazos como queriendo abarcarlo todo, “debes amar la oscuridad tanto como la luz. En la sombra está la historia, Mauro y en el contraste, la belleza. Mira, la vida te ofrece el claroscuro en cada esquina.” El mensaje era cristalino: la perfección no está en la claridad absoluta, sino en la danza entre lo que se muestra y lo que se esconde.
Entendiendo el peso de cada palabra. Mi vida de contable es una acuarela plana, sin contraste. Mis fotografías son óleos cargados de tensión. Para que brille uno, necesito al otro. ¿Se valora más la luz cuando has caminado por la sombra? Cuerpo cansado. Mente en llamas.
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La lección de luz me acompaña hasta La Riviera. Voy a fotografiar a The Darkness, una bandaza que lleva la palabra “espectáculo” tatuada en cada acorde. Para calentar Dea Matrona nos dejó su calidad en forma de temas muy rockeros con toques de blues. El cuarteto se sintió muy unido y con tablas. Algunos bailes de coreografías singulares y unas luces que facilitaron las fotos. Pasó rápido y para cuando terminó la sala mostraba una buena entrada aunque alejada del lleno.
Sé que The Darkness es profesional, por trayectoria, presencia en los festivales y temas que han arrasado, siendo para muchos, himnos. Pero lo que viví fue una clase magistral en el arte de interpretar en un escenario. Nos solamente tocaron muy bien sino que todo el bolo fue una lección de conexión con el público. Desde el arranque con “Rock and Roll Party Cowboy” quedó claro que la noche iba a ser una descarga de energía. La energía de Justin Hawkins es un faro que consume todas las miradas. Se notan las tablas como grupo, la compenetración es total; dejan el espacio suficiente para que su frontman se mueva, improvise y reciba toda la atención. Se miran y se entienden. Justin lo hizo con una maestría teatral que justificaba cada milímetro de foso, en ocasiones alargando las improvisaciones hasta cansar pero arropado por ovaciones, aplausos y gritos. Ya fuera con la guitarra o con la voz. Se metió la sala en el bolsillo. Con cada tema la sala completa cantaba y baila. Parejas abrazadas en un beso, grupos de amigos saltando, una sensación de fiesta total. Se veían generaciones mezcladas y vestimentas diversas, rockeros, señoras de gala y varios señores que podían venir de jugar a la petanca. Fue tal la inmersión del público que podrían haber tocado un pasodoble y lo habríamos coreado con la misma entrega.
Musicalmente, no hay peros. El sonido de La Riviera fue perfecto, algo difícil de lograr con tanta guitarra y tanto falsete. Pero fue la iluminación la que me convención, incluyeron 4 torres y algunos aparatos en el suelo. Olvida las luces sencillas; esto era una producción pensada y con diseño. Mezclas de tonos, intensidades y colores que cambiaban la sensación de cada tema.
El setlist me pareció muy bien elegido, con ciertos valles para luego remontar con temas más movidos. Clasicos bien elegidos que saben levantan al público. También se incluyeron algunas versiones que sorprendieron a más de uno. En “Growing on Me”, busqué las sombras de los músicos, permitiendo que solo el brillo de los focos propios de la banda definiera sus siluetas. En “Get Your Hands Off My Woman”, la rabia del tema me permitió buscar primeros planos cargados de sudor y luz dura, capturando la energía brutal del cuarteto. El momento cumbre llegó con la improvisación, larga y gloriosa. Entre el cover de “Fat Bottomed Girls” (Queen) y “The Power of Love” (Jennifer Rush), el tiempo se detuvo, todo se alargó. Se me hizo pesado pero reconozco que para la mayoría funcinó. Busqué la profundidad, el momento en que los músicos se miraban con esa complicidad que solo dan los años en la carretera. El éxtasis con “I Believe in a Thing Called Love” (rematado con el intro de “Thunderstruck”) y el encore con “One Way Ticket” fue el final luminoso que enmarcó toda la noche. La banda fue un 10 redondo.
Salí de La Riviera con los ojos llenos de luz y la mente llena de sombras. El hombre anciano tenía razón. Mi vida no es el traje gris, sino el contraste. El fracaso no es la ausencia de luz, sino la incapacidad de apreciar la sombra. Yo he elegido el óleo cargado de contraste. Cuerpo cansado. Mente en llamas.

















