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This Will Destroy You en Buenos Aires: “Dejar el alma sin palabras”
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Cuando Nick, uno de los guitarristas, me señaló desde el escenario para hacerme el gesto de que le gustaba mi remera de Townes Van Zandt, confirmé lo acertado de mi elección de atuendo. Es que This Will Destroy You (TWDY), banda oriunda de Texas (actualmente con base en Los Ángeles), hace una música que, si bien puede alcanzar cimas de intensidad monumental, siempre transmite una gran melancolía tendiente a la introspección. Pocos artistas hay tan melancólicos como el gran Trovador de Texas que llevaba en mi prenda importada de Estados Unidos, fabricada por Lex, cantante de Sunrot. Yo de Texas solamente pisé los aeropuertos de Dallas y Houston, pero mis recorridos por otras zonas del sur del país alimentaron mi persistente fascinación por las expresiones más oscuras de la música country, y me hicieron captar más de los escenarios geográficos, sociales y culturales que lo inspiraron.

Al terminar el show, me quedé para sacarme algunas fotos con la banda, y conversamos un poco sobre estas cuestiones con dos integrantes más del grupo que, cada uno individualmente, volvió a felicitarme por la remera. Esos códigos de las comunidades musicales que conmueven de tan sencillos y potentes. Debo decir que son personas muy agradables.

TWDY, con una trayectoria de dos décadas, llegó en el marco de su primera gira sudamericana, para tocar, sobre todo, su aclamado segundo disco homónimo, un hito en la historia del post-rock, una obra majestuosa de una emotividad desbordante. Una vez más, la productora encargada de darnos esta gran oportunidad fue Noiseground, y como era de esperarse, el show tuvo lugar en “el coloso del Abasto”: el querido Uniclub.

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Los horarios se cumplieron con puntualidad, y el lugar se fue llenando de a poco. La banda soporte local fue .MAR, un joven power trío, con mucho talento, dando sus primeros grandes pasos, teloneando a bandas internacionales como Gojira, Trivium y Alcest, y con un álbum debut y un reciente EP editados. Tocan una mezcla de post-rock, post-metal y metal progresivo que todavía necesita maduración: deberán trabajar más en la propuesta que se nota que están buscando, tanto como que les sobran las condiciones para encontrarla. Brindaron un show a la altura de las circunstancias y fue una buena elección dentro del line-up. Es bueno que grupos nuevos puedan tener más espacio.

Les siguió Jesse Beaman, músico también oriundo de Texas, actualmente residente en México. Se lo notaba muy contento y entusiasmado por la posibilidad de traer su concierto unipersonal e intimista a Buenos Aires. Con un teclado, controladores MIDI, dos toms y un plato de batería con sus respectivas baquetas y escobillas, estaba todo armado para desplegar su universo sonoro minimalista pero expansivo y envolvente. Tras pedirle a la gente que se acercara lo más posible al escenario, invitando a la comunión física, dio comienzo a un concierto más que apropiado para anteceder al principal en una noche maravillosa de música instrumental. Me permito hacer dos observaciones: había bastante público extranjero, varias remeras de los cordobeses de IAH (otra banda que bien podría haber estado presente) y fue el mismo Jesse quien, al terminar su show, se fue al puesto de merch a ocuparse de las ventas de sus remeras y las de TWDY.

No tiene sentido recorrer el setlist porque, en efecto, se enfocaron en la ejecución de su primer LP completo, más cuatro composiciones de otros trabajos de su discografía: “The World Is Our _“, “Dustism“, “New Topia” y “Little Smoke“. Todo se desarrolló a lo largo de casi una hora y media. Aquí me permito una reflexión sobre el post-rock. ¿De qué se trata? Lo básico es el uso de la instrumentación típica de la banda de rock (guitarra, bajo, batería, teclado, etc.) pero para hacer música que suele prescindir del canto (o reducirlo al mínimo) y, por lo tanto, del formato canción. Esto supone una liberación de las restricciones temporales y de las estructuras compositivas tradicionales. De esta manera, se promueve una actitud experimental en la indagación sonora, rescatando, más allá de los instrumentos, el ímpetu de rebeldía original del rock, que con el tiempo se fosilizó en múltiples estilos. Más que vender, se busca conmover, por eso es un movimiento más indie, distante del mainstream.

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El guitarrista original de la banda, Jeremy Galindo, permaneció sentado en una silla durante todo el concierto, siempre a cargo de esos punteos melódicos que flotaban en el aire atravesando los cuerpos, aparte de rasguear los acordes desgarradores en los tramos más contundentes. En el medio del escenario, el bajista y tecladista, Ethan Billips, y a su lado, Nicholas Huft, el guitarrista responsable de esos trémolos tan increíbles para generar estremecedoras texturas. Detrás de ellos, el baterista, Johnnie McBryde, de precisión alquímica en su despliegue. Todos parecían extasiados conjurando la magia del encuentro. La verdad es que su entrega arriba del escenario fue absoluta. Cerraban los ojos tanto como yo escuchando su música, se sacudían, a veces hasta extremos paroxísticos. Nick, en particular, cuando tocaron la impresionante “Little Smoke”, terminó golpeando con el puño su guitarra y literalmente arrancado dos cuerdas. Parecía poseído por una energía incontenible. Pensé que estaba a punto de destrozar su instrumento contra el piso. Cuando ese objeto había sido convertido en una pura fuente de ruido, comenzó a manipular los pedales frenéticamente, también los controles del amplificador, como en un rapto de locura estética.

Fue un concierto fantástico, todo un viaje al interior de cada ser participando de una comunidad. ¿Quién sabrá a dónde iba cada persona? Al cerrar mis ojos yo volvía a Tennessee, a sus autopistas, a las montañas sobrevoladas por águilas, a los puentes sobre los ríos, a esos cementerios dispersos por todas partes, incluso a los costados de los caminos, que de noche brillan con baratas luces artificiales cargadas con energía solar y que parecen fuegos fatuos capitalistas… También rostros de seres queridos, en fin, cada viaje es íntimo. Después de haber visto a Russian Circles también en Uniclub (solamente por nombrar a otra banda instrumental), expreso mi agradecimiento a Noiseground por la oportunidad de ver a TWDY, algo que tampoco esperaba que sucediera en Buenos Aires. Otra velada dejando el alma al desnudo, más allá de las palabras.

Fotos: Facundo Rodríguez

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This Will Destroy You en Buenos Aires: “Dejar el alma sin palabras”
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Cuando Nick, uno de los guitarristas, me señaló desde el escenario para hacerme el gesto de que le gustaba mi remera de Townes Van Zandt, confirmé lo acertado de mi elección de atuendo. Es que This Will Destroy You (TWDY), banda oriunda de Texas (actualmente con base en Los Ángeles), hace una música que, si bien puede alcanzar cimas de intensidad monumental, siempre transmite una gran melancolía tendiente a la introspección. Pocos artistas hay tan melancólicos como el gran Trovador de Texas que llevaba en mi prenda importada de Estados Unidos, fabricada por Lex, cantante de Sunrot. Yo de Texas solamente pisé los aeropuertos de Dallas y Houston, pero mis recorridos por otras zonas del sur del país alimentaron mi persistente fascinación por las expresiones más oscuras de la música country, y me hicieron captar más de los escenarios geográficos, sociales y culturales que lo inspiraron.

Al terminar el show, me quedé para sacarme algunas fotos con la banda, y conversamos un poco sobre estas cuestiones con dos integrantes más del grupo que, cada uno individualmente, volvió a felicitarme por la remera. Esos códigos de las comunidades musicales que conmueven de tan sencillos y potentes. Debo decir que son personas muy agradables.

TWDY, con una trayectoria de dos décadas, llegó en el marco de su primera gira sudamericana, para tocar, sobre todo, su aclamado segundo disco homónimo, un hito en la historia del post-rock, una obra majestuosa de una emotividad desbordante. Una vez más, la productora encargada de darnos esta gran oportunidad fue Noiseground, y como era de esperarse, el show tuvo lugar en “el coloso del Abasto”: el querido Uniclub.

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Les siguió Jesse Beaman, músico también oriundo de Texas, actualmente residente en México. Se lo notaba muy contento y entusiasmado por la posibilidad de traer su concierto unipersonal e intimista a Buenos Aires. Con un teclado, controladores MIDI, dos toms y un plato de batería con sus respectivas baquetas y escobillas, estaba todo armado para desplegar su universo sonoro minimalista pero expansivo y envolvente. Tras pedirle a la gente que se acercara lo más posible al escenario, invitando a la comunión física, dio comienzo a un concierto más que apropiado para anteceder al principal en una noche maravillosa de música instrumental. Me permito hacer dos observaciones: había bastante público extranjero, varias remeras de los cordobeses de IAH (otra banda que bien podría haber estado presente) y fue el mismo Jesse quien, al terminar su show, se fue al puesto de merch a ocuparse de las ventas de sus remeras y las de TWDY.

No tiene sentido recorrer el setlist porque, en efecto, se enfocaron en la ejecución de su primer LP completo, más cuatro composiciones de otros trabajos de su discografía: “The World Is Our _“, “Dustism“, “New Topia” y “Little Smoke“. Todo se desarrolló a lo largo de casi una hora y media. Aquí me permito una reflexión sobre el post-rock. ¿De qué se trata? Lo básico es el uso de la instrumentación típica de la banda de rock (guitarra, bajo, batería, teclado, etc.) pero para hacer música que suele prescindir del canto (o reducirlo al mínimo) y, por lo tanto, del formato canción. Esto supone una liberación de las restricciones temporales y de las estructuras compositivas tradicionales. De esta manera, se promueve una actitud experimental en la indagación sonora, rescatando, más allá de los instrumentos, el ímpetu de rebeldía original del rock, que con el tiempo se fosilizó en múltiples estilos. Más que vender, se busca conmover, por eso es un movimiento más indie, distante del mainstream.

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El guitarrista original de la banda, Jeremy Galindo, permaneció sentado en una silla durante todo el concierto, siempre a cargo de esos punteos melódicos que flotaban en el aire atravesando los cuerpos, aparte de rasguear los acordes desgarradores en los tramos más contundentes. En el medio del escenario, el bajista y tecladista, Ethan Billips, y a su lado, Nicholas Huft, el guitarrista responsable de esos trémolos tan increíbles para generar estremecedoras texturas. Detrás de ellos, el baterista, Johnnie McBryde, de precisión alquímica en su despliegue. Todos parecían extasiados conjurando la magia del encuentro. La verdad es que su entrega arriba del escenario fue absoluta. Cerraban los ojos tanto como yo escuchando su música, se sacudían, a veces hasta extremos paroxísticos. Nick, en particular, cuando tocaron la impresionante “Little Smoke”, terminó golpeando con el puño su guitarra y literalmente arrancado dos cuerdas. Parecía poseído por una energía incontenible. Pensé que estaba a punto de destrozar su instrumento contra el piso. Cuando ese objeto había sido convertido en una pura fuente de ruido, comenzó a manipular los pedales frenéticamente, también los controles del amplificador, como en un rapto de locura estética.

Fue un concierto fantástico, todo un viaje al interior de cada ser participando de una comunidad. ¿Quién sabrá a dónde iba cada persona? Al cerrar mis ojos yo volvía a Tennessee, a sus autopistas, a las montañas sobrevoladas por águilas, a los puentes sobre los ríos, a esos cementerios dispersos por todas partes, incluso a los costados de los caminos, que de noche brillan con baratas luces artificiales cargadas con energía solar y que parecen fuegos fatuos capitalistas… También rostros de seres queridos, en fin, cada viaje es íntimo. Después de haber visto a Russian Circles también en Uniclub (solamente por nombrar a otra banda instrumental), expreso mi agradecimiento a Noiseground por la oportunidad de ver a TWDY, algo que tampoco esperaba que sucediera en Buenos Aires. Otra velada dejando el alma al desnudo, más allá de las palabras.

Fotos: Facundo Rodríguez

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