

Tras 16 años de ausencia, Tiamat, la entidad sueca liderada por Johan Edlund, regresó a Buenos Aires para ofrecer un ritual donde la introspección y el legado del metal gótico se fundieron en una noche de profunda emoción. Junto a ellos, Avernal reafirmó que su vigencia en el metal extremo permanece intacta tras 30 años de carrera.
La memoria del público metalero argentino es, quizás, una de las más fieles y resistentes del circuito global. Hay fechas que quedan grabadas no por el despliegue técnico, sino por la profundidad del vacío que vienen a llenar. Aquel viernes 12 de diciembre, en Uniclub, en el corazón de Almagro, se convirtió en el epicentro de un reencuentro que demandó 16 años de espera. Desde aquel recordado 2009, la figura de Tiamat había quedado con una cuenta pendiente con los fanáticos. Finalmente, en el marco de su gira latinoamericana 2025, la banda regresó para reclamar su trono como los arquitectos definitivos del doom y el metal gótico europeo.
Si bien el cartel original incluía Gatecreeper, días previos la banda anunció vía redes sociales que no serían de la partida en la gira por Latam por lo cual, la apertura de la jornada estuvo a cargo de los locales Avernal, una elección que no fue casual. La banda, que hoy ostenta una de las trayectorias más coherentes y respetadas del metal extremo sudamericano, salió a escena con la seguridad de quien juega de local. El quinteto desplegó un setlist enfocado en las composiciones de su reciente placa, Ekpyrosis.
Con un sonido general muy bueno —sobre todo considerando el estigma histórico de que las bandas soporte suelen sonar mal en este país— y la voz de Cristian en excelente forma, la agrupación repasó aquellas canciones que mezclan la brutalidad técnica con un groove oscuro. El público, que se acercó temprano al local, respondió con respeto y aplausos a una banda que atraviesa un nivel excepcional.
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Cerca de las nueve de la noche, el aire en Uniclub cambió. Las luces mutaron hacia tonos oscuros, oscilando entre rojas y azules, mientras sonaban de fondo distintas piezas de Pink Floyd para acondicionar el ambiente.
Con una puesta en escena simple, apoyada en las pantallas del lugar que proyectaban los diferentes logos que tuvo la banda a lo largo de su trayectoria, los integrantes de Tiamat tomaron sus posiciones y dieron el puntapie inicial con “Church of Tiamat”, abriendo la noche a un trance de más de 90 minutos. La voz de Johan Edlund, lejos de la pulcritud de los registros de estudio, se presentó cruda y marcada por el paso de los años.
Casi sin respiro, la banda se sumergió en su etapa fundacional con un bloque dedicado a Clouds (1992). “In a Dream”, “Clouds” y la bella “The Sleeping Beauty” desataron los primeros gritos de euforia en el público. Fue en este tramo donde se percibió la capacidad de la banda para transmutar la pesadez del doom en una atmósfera casi cinematográfica. A pesar de algunos leves inconvenientes técnicos con la afinación de las guitarras en los primeros minutos y cierta saturación en el micrófono del legendario vocalista, la solidez del baterista Lars Sköld y el pulso grave del bajo mantuvieron el ritmo de la noche.
Uno de los puntos más comentados fue, sin duda, la presencia de Johan Edlund. El líder siempre ha sido una figura enigmática; un artista que esquiva los clichés del frontman tradicional. Durante el show en Buenos Aires, fue notorio el cansancio del músico sueco. En diversos pasajes del concierto, Edlund optó por sentarse en el escenario para recuperar el aliento e incluso se retiró brevemente al finalizar algunas canciones.
Sin embargo, para el público presente, esto no fue interpretado como una falta de profesionalismo, sino como un acto de honestidad brutal. Edlund compensó su estado físico con una calidez humana inusual, agachándose repetidamente para estrechar manos con los seguidores de la primera fila y agradeciendo, con visible emoción, el afecto recibido. Su uso de recursos orgánicos, como un silbato de agua para emular cantos de aves en piezas como “Phantasma De Luxe”, aportó esa cuota de psicodelia y misticismo que definió su carrera artística.
El show avanzaba y alcanzaba su punto más alto cuando sonaron las canciones de uno de sus discos fundamentales: Wildhoney (1994), aquel álbum que redefinió los límites del metal a mediados de los noventa. Entre otras, sonaron “Visionaire”, “The Ar” y “Do You Dream of Me?”.
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Antes de entrar en la recta final, sonó uno de esos temas de los suecos que puso a cantar, saltar y gozar a todo aquel que estuvo presente en el venue: “Cold Seed”. Aquella emblemática canción perteneciente a A Deeper Kind of Slumber (1997) marcaría que el show, lamentablemente estaba pronto a concluir.
Hacia el final de la noche, el hilo narrativo nos condujo hacia el encore conformado por “Vote for Love”, que le dio lugar a “25th Floor” antes del cierre definitivo, que llegó de la mano de “Gaia”. La canción cerró el ritual de manera perfecta; fue un retorno a las raíces, a la tierra, a lo esencial.
Nos fuimos de Uniclub con la satisfacción de haber presenciado un evento que superó lo estrictamente musical para convertirse en una experiencia humana. Tiamat no solo volvió a la Argentina, sino que volvió para recordarnos por qué, en la oscuridad, siempre es posible encontrar una extraña y necesaria belleza.
Agradecimientos a la familia Noiseground por darnos la posibilidad de realizar la cobertura del show y cumplir otro sueño: el de ver a una de esas legendarias bandas que marcaron nuestras vidas.


Tras 16 años de ausencia, Tiamat, la entidad sueca liderada por Johan Edlund, regresó a Buenos Aires para ofrecer un ritual donde la introspección y el legado del metal gótico se fundieron en una noche de profunda emoción. Junto a ellos, Avernal reafirmó que su vigencia en el metal extremo permanece intacta tras 30 años de carrera.
La memoria del público metalero argentino es, quizás, una de las más fieles y resistentes del circuito global. Hay fechas que quedan grabadas no por el despliegue técnico, sino por la profundidad del vacío que vienen a llenar. Aquel viernes 12 de diciembre, en Uniclub, en el corazón de Almagro, se convirtió en el epicentro de un reencuentro que demandó 16 años de espera. Desde aquel recordado 2009, la figura de Tiamat había quedado con una cuenta pendiente con los fanáticos. Finalmente, en el marco de su gira latinoamericana 2025, la banda regresó para reclamar su trono como los arquitectos definitivos del doom y el metal gótico europeo.
Si bien el cartel original incluía Gatecreeper, días previos la banda anunció vía redes sociales que no serían de la partida en la gira por Latam por lo cual, la apertura de la jornada estuvo a cargo de los locales Avernal, una elección que no fue casual. La banda, que hoy ostenta una de las trayectorias más coherentes y respetadas del metal extremo sudamericano, salió a escena con la seguridad de quien juega de local. El quinteto desplegó un setlist enfocado en las composiciones de su reciente placa, Ekpyrosis.
Con un sonido general muy bueno —sobre todo considerando el estigma histórico de que las bandas soporte suelen sonar mal en este país— y la voz de Cristian en excelente forma, la agrupación repasó aquellas canciones que mezclan la brutalidad técnica con un groove oscuro. El público, que se acercó temprano al local, respondió con respeto y aplausos a una banda que atraviesa un nivel excepcional.
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Cerca de las nueve de la noche, el aire en Uniclub cambió. Las luces mutaron hacia tonos oscuros, oscilando entre rojas y azules, mientras sonaban de fondo distintas piezas de Pink Floyd para acondicionar el ambiente.
Con una puesta en escena simple, apoyada en las pantallas del lugar que proyectaban los diferentes logos que tuvo la banda a lo largo de su trayectoria, los integrantes de Tiamat tomaron sus posiciones y dieron el puntapie inicial con “Church of Tiamat”, abriendo la noche a un trance de más de 90 minutos. La voz de Johan Edlund, lejos de la pulcritud de los registros de estudio, se presentó cruda y marcada por el paso de los años.
Casi sin respiro, la banda se sumergió en su etapa fundacional con un bloque dedicado a Clouds (1992). “In a Dream”, “Clouds” y la bella “The Sleeping Beauty” desataron los primeros gritos de euforia en el público. Fue en este tramo donde se percibió la capacidad de la banda para transmutar la pesadez del doom en una atmósfera casi cinematográfica. A pesar de algunos leves inconvenientes técnicos con la afinación de las guitarras en los primeros minutos y cierta saturación en el micrófono del legendario vocalista, la solidez del baterista Lars Sköld y el pulso grave del bajo mantuvieron el ritmo de la noche.
Uno de los puntos más comentados fue, sin duda, la presencia de Johan Edlund. El líder siempre ha sido una figura enigmática; un artista que esquiva los clichés del frontman tradicional. Durante el show en Buenos Aires, fue notorio el cansancio del músico sueco. En diversos pasajes del concierto, Edlund optó por sentarse en el escenario para recuperar el aliento e incluso se retiró brevemente al finalizar algunas canciones.
Sin embargo, para el público presente, esto no fue interpretado como una falta de profesionalismo, sino como un acto de honestidad brutal. Edlund compensó su estado físico con una calidez humana inusual, agachándose repetidamente para estrechar manos con los seguidores de la primera fila y agradeciendo, con visible emoción, el afecto recibido. Su uso de recursos orgánicos, como un silbato de agua para emular cantos de aves en piezas como “Phantasma De Luxe”, aportó esa cuota de psicodelia y misticismo que definió su carrera artística.
El show avanzaba y alcanzaba su punto más alto cuando sonaron las canciones de uno de sus discos fundamentales: Wildhoney (1994), aquel álbum que redefinió los límites del metal a mediados de los noventa. Entre otras, sonaron “Visionaire”, “The Ar” y “Do You Dream of Me?”.
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Antes de entrar en la recta final, sonó uno de esos temas de los suecos que puso a cantar, saltar y gozar a todo aquel que estuvo presente en el venue: “Cold Seed”. Aquella emblemática canción perteneciente a A Deeper Kind of Slumber (1997) marcaría que el show, lamentablemente estaba pronto a concluir.
Hacia el final de la noche, el hilo narrativo nos condujo hacia el encore conformado por “Vote for Love”, que le dio lugar a “25th Floor” antes del cierre definitivo, que llegó de la mano de “Gaia”. La canción cerró el ritual de manera perfecta; fue un retorno a las raíces, a la tierra, a lo esencial.
Nos fuimos de Uniclub con la satisfacción de haber presenciado un evento que superó lo estrictamente musical para convertirse en una experiencia humana. Tiamat no solo volvió a la Argentina, sino que volvió para recordarnos por qué, en la oscuridad, siempre es posible encontrar una extraña y necesaria belleza.
Agradecimientos a la familia Noiseground por darnos la posibilidad de realizar la cobertura del show y cumplir otro sueño: el de ver a una de esas legendarias bandas que marcaron nuestras vidas.





