

Ni la tormenta ni los acoples pudieron frenar a los verdaderos fanáticos del heavy metal. Mientras en Buenos Aires muchos eventos fueron suspendidos por el temporal que azotó todo el fin de semana, una multitud se reunió el pasado 17 de mayo en El Teatrito con un único objetivo: ver a Tim “Ripper” Owens, una de las voces más icónicas del metal mundial. Lo que prometía ser una noche gloriosa tuvo grandes momentos, pero también muchas fallas técnicas que le restaron contundencia al evento.
Con el recinto lleno y el público coreando su nombre antes de aparecer en escena, Owens subió al escenario acompañado por músicos brasileños: Fabio Carito en bajo, Bruno Luiz y Wander Cunha en guitarras, y Marcus Dotta en batería. El arranque fue prometedor, con “Jugulator”, la audiencia se encendió junto a ese sonido agresivo que caracterizó aquella oscura etapa en los ingleses Judas Priest. Sin embargo, los problemas técnicos aparecieron desde temprano, la mezcla desbalanceada, acoples, volumen bajo en el micrófono y un bajo que directamente quedó fuera de juego en algunos tramos hizo que Owens no pudiera ocultar su molestia tanto que se lo notó incómodo e incluso desconectado en algunos pasajes.
Más allá de eso, el repertorio tuvo varios momentos memorables: sonaron “Scream Machine” (Beyond Fear), “When the Eagle Cries” (Iced Earth) con un tono emotivo, “Hell is Home” del álbum Demolition y un guiño a Paul Di’Anno antes de “Wrathchild”. También presentó “Hellfire Thunderbolt” del proyecto KK’s Priest, y mostró su capacidad vocal intacta en “Beyond the Realms of Death” que fue coreada y aplaudida por todos los asistentes. El trinomio compuesto por “Electric Eye”, “Living After Midnight” y “One by One” cerraron con furia una noche que tuvo tanto luces como sombras.
Si bien el público acompañó con entusiasmo todo el show, no dejó de percibir la irregularidad del concierto. El setlist se apoyó casi por completo en su paso por Judas Priest, con poca presencia de su carrera solista. Tampoco hubo mucha interacción más allá de frases sueltas, y el ritmo se vio interrumpido por varios problemas de sonido. Aun así, muchos quedaron fascinados con la voz de Owens, que sigue siendo tan poderosa como siempre.
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Previamente al acto principal, el bloque nacional fue extenso y mostró la diversidad del heavy argentino. Llegué justo cuando terminaba el show de Noches Enfermas, y luego subieron In-Dios, que lamentablemente fueron los primeros en sufrir problemas de sonido, especialmente en la voz de Dani Medina, que luchó toda su presentación con los retornos y el volumen del micrófono. A pesar de eso, el grupo se mantuvo firme y cerró con aplausos merecidos. Ícaro, desde Burzaco, trajo sus 25 años de historia en un show sólido y bien sonorizado (al menos en comparación). Fieles a su estilo, repasaron clásicos como “Muerte al falso metal” y “Heavy metal”, que hicieron vibrar a sus seguidores. El cierre del bloque nacional estuvo a cargo de Patán, emblema del heavy/power metal argentino. Es de público conocimiento que a lo largo de su historia han atravesado distintos cambios de formación, y aquella noche, por fin pude verlos con Cristian “Bestia” Ramírez, su vocalista quien, si bien no es nuevo en la agrupación, recurrió a la lectura de las letras en varios pasajes del show, restando algo de espontaneidad a su performance. Mientras tanto, la potencia instrumental de Pablo Iacono y Maxi Flores en guitarras marcó la diferencia. Sin concesiones ni rellenos pero, obviamente, con los problemas ya nombrados. Patán ofreció lo que sabe hacer, heavy metal directo al hueso con sus más de tres décadas de historia a cuestas. Cerraron su participación con “El auténtico Patán”, himno infaltable de su álbum Acero (2005).
En lo personal, salí del show con una mezcla de sensaciones. Como fan, fue emocionante escuchar en vivo esos temas que marcaron una etapa poco valorada pero intensa de Judas Priest, etapa que la propia banda le dio la espalda. La voz de Ripper sigue siendo una fuerza de la naturaleza, y eso no es poca cosa, pero como cronista, no puedo dejar de lamentar lo que pudo haber sido y no fue. El entusiasmo del público fue genuino, pero se vio opacado por fallas que no deberían suceder en un show de este calibre. Ripper merecía despedirse de Buenos Aires con el triunfo… pero con suerte rescató un punto de visitante.
Fotos de Martin DarkSoul


Ni la tormenta ni los acoples pudieron frenar a los verdaderos fanáticos del heavy metal. Mientras en Buenos Aires muchos eventos fueron suspendidos por el temporal que azotó todo el fin de semana, una multitud se reunió el pasado 17 de mayo en El Teatrito con un único objetivo: ver a Tim “Ripper” Owens, una de las voces más icónicas del metal mundial. Lo que prometía ser una noche gloriosa tuvo grandes momentos, pero también muchas fallas técnicas que le restaron contundencia al evento.
Con el recinto lleno y el público coreando su nombre antes de aparecer en escena, Owens subió al escenario acompañado por músicos brasileños: Fabio Carito en bajo, Bruno Luiz y Wander Cunha en guitarras, y Marcus Dotta en batería. El arranque fue prometedor, con “Jugulator”, la audiencia se encendió junto a ese sonido agresivo que caracterizó aquella oscura etapa en los ingleses Judas Priest. Sin embargo, los problemas técnicos aparecieron desde temprano, la mezcla desbalanceada, acoples, volumen bajo en el micrófono y un bajo que directamente quedó fuera de juego en algunos tramos hizo que Owens no pudiera ocultar su molestia tanto que se lo notó incómodo e incluso desconectado en algunos pasajes.
Más allá de eso, el repertorio tuvo varios momentos memorables: sonaron “Scream Machine” (Beyond Fear), “When the Eagle Cries” (Iced Earth) con un tono emotivo, “Hell is Home” del álbum Demolition y un guiño a Paul Di’Anno antes de “Wrathchild”. También presentó “Hellfire Thunderbolt” del proyecto KK’s Priest, y mostró su capacidad vocal intacta en “Beyond the Realms of Death” que fue coreada y aplaudida por todos los asistentes. El trinomio compuesto por “Electric Eye”, “Living After Midnight” y “One by One” cerraron con furia una noche que tuvo tanto luces como sombras.
Si bien el público acompañó con entusiasmo todo el show, no dejó de percibir la irregularidad del concierto. El setlist se apoyó casi por completo en su paso por Judas Priest, con poca presencia de su carrera solista. Tampoco hubo mucha interacción más allá de frases sueltas, y el ritmo se vio interrumpido por varios problemas de sonido. Aun así, muchos quedaron fascinados con la voz de Owens, que sigue siendo tan poderosa como siempre.
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Previamente al acto principal, el bloque nacional fue extenso y mostró la diversidad del heavy argentino. Llegué justo cuando terminaba el show de Noches Enfermas, y luego subieron In-Dios, que lamentablemente fueron los primeros en sufrir problemas de sonido, especialmente en la voz de Dani Medina, que luchó toda su presentación con los retornos y el volumen del micrófono. A pesar de eso, el grupo se mantuvo firme y cerró con aplausos merecidos. Ícaro, desde Burzaco, trajo sus 25 años de historia en un show sólido y bien sonorizado (al menos en comparación). Fieles a su estilo, repasaron clásicos como “Muerte al falso metal” y “Heavy metal”, que hicieron vibrar a sus seguidores. El cierre del bloque nacional estuvo a cargo de Patán, emblema del heavy/power metal argentino. Es de público conocimiento que a lo largo de su historia han atravesado distintos cambios de formación, y aquella noche, por fin pude verlos con Cristian “Bestia” Ramírez, su vocalista quien, si bien no es nuevo en la agrupación, recurrió a la lectura de las letras en varios pasajes del show, restando algo de espontaneidad a su performance. Mientras tanto, la potencia instrumental de Pablo Iacono y Maxi Flores en guitarras marcó la diferencia. Sin concesiones ni rellenos pero, obviamente, con los problemas ya nombrados. Patán ofreció lo que sabe hacer, heavy metal directo al hueso con sus más de tres décadas de historia a cuestas. Cerraron su participación con “El auténtico Patán”, himno infaltable de su álbum Acero (2005).
En lo personal, salí del show con una mezcla de sensaciones. Como fan, fue emocionante escuchar en vivo esos temas que marcaron una etapa poco valorada pero intensa de Judas Priest, etapa que la propia banda le dio la espalda. La voz de Ripper sigue siendo una fuerza de la naturaleza, y eso no es poca cosa, pero como cronista, no puedo dejar de lamentar lo que pudo haber sido y no fue. El entusiasmo del público fue genuino, pero se vio opacado por fallas que no deberían suceder en un show de este calibre. Ripper merecía despedirse de Buenos Aires con el triunfo… pero con suerte rescató un punto de visitante.