

El Sant Jordi Club vivió anoche una de esas noches en las que el rock demuestra que sigue teniendo algo que decir. Tres bandas, tres generaciones y tres formas distintas de entender las guitarras compartieron escenario en una cita que fue creciendo en intensidad con cada actuación. La juventud provocadora de Witch Fever, la elegancia atemporal de Bush y la potencia melódica de Volbeat dejaron claro que el género sigue respirando con fuerza y emoción.
El inicio quedó en manos de Witch Fever, un cuarteto que convirtió su breve paso por el escenario en una auténtica sacudida. Sin artificios ni discursos, su actitud bastó para ganarse al público. La cantante y la bajista no pararon de moverse, dominando el escenario con una mezcla de rabia y seguridad contagiosa. Su sonido, a medio camino entre el grunge oscuro y el metal alternativo, combinó peso y melodía con naturalidad. Fue un arranque directo, crudo y honesto, que consiguió encender al público desde el primer minuto.
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El relevo lo tomaron Bush, que ofrecieron un concierto impecable, equilibrando nostalgia y presente. Gavin Rossdale apareció con una energía que pocos esperarían a su edad y una voz que sigue sonando reconocible y poderosa. Sin poses ni artificios, se movió por la pasarela con la seguridad de quien lleva tres décadas sabiendo cómo comunicarse con su público. En un gesto de cercanía, colocó su micrófono al borde del escenario, acercando aún más las canciones a los fans de las primeras filas.
El setlist repasó varias etapas de su carrera, recordando que el tiempo no ha apagado la chispa de temas que definieron una época. Con una banda precisa y un sonido limpio, Bush ofrecieron una actuación sobria y elegante, sin necesidad de grandes artificios. Fue una demostración de oficio, de esas que se ganan con años de carretera y respeto por lo que se hace.
Cuando llegó el turno de Volbeat, el recinto se vino abajo. Los daneses no tardaron en imponer su estilo: guitarras afiladas, melodías irresistibles y una puesta en escena tan cuidada como efectiva. “The Devil’s Bleeding Crown” abrió la descarga y, a partir de ahí, el público fue parte del espectáculo. Michael Poulsen, carismático como pocos, se mostró cercano, simpático y con ese punto de humor que lo convierte en un líder natural. Entre canción y canción compartió bromas, dedicaciones y frases que arrancaron sonrisas, especialmente cuando presentó “Sad Man’s Tongue” con su guiño a Johnny Cash o dedicó “Fallen” a su padre.
El momento más emotivo llegó con “For Evigt”, cuando el público, sin dudar, acompañó a la banda cantando en danés. Poulsen observaba sorprendido y emocionado, consciente de que estaba viviendo algo especial. “Puede que no habléis inglés, ¡pero danés sí!”, soltó entre risas, antes de encarar un final apoteósico con “Still Counting” y “A Warrior’s Call / Pool of Booze, Booze, Booza”. Volbeat demostraron que no solo dominan el escenario: también saben convertir un concierto en una celebración colectiva. Una noche redonda para quienes siguen creyendo que el rock no necesita reinventarse para seguir emocionando.


El Sant Jordi Club vivió anoche una de esas noches en las que el rock demuestra que sigue teniendo algo que decir. Tres bandas, tres generaciones y tres formas distintas de entender las guitarras compartieron escenario en una cita que fue creciendo en intensidad con cada actuación. La juventud provocadora de Witch Fever, la elegancia atemporal de Bush y la potencia melódica de Volbeat dejaron claro que el género sigue respirando con fuerza y emoción.
El inicio quedó en manos de Witch Fever, un cuarteto que convirtió su breve paso por el escenario en una auténtica sacudida. Sin artificios ni discursos, su actitud bastó para ganarse al público. La cantante y la bajista no pararon de moverse, dominando el escenario con una mezcla de rabia y seguridad contagiosa. Su sonido, a medio camino entre el grunge oscuro y el metal alternativo, combinó peso y melodía con naturalidad. Fue un arranque directo, crudo y honesto, que consiguió encender al público desde el primer minuto.
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El relevo lo tomaron Bush, que ofrecieron un concierto impecable, equilibrando nostalgia y presente. Gavin Rossdale apareció con una energía que pocos esperarían a su edad y una voz que sigue sonando reconocible y poderosa. Sin poses ni artificios, se movió por la pasarela con la seguridad de quien lleva tres décadas sabiendo cómo comunicarse con su público. En un gesto de cercanía, colocó su micrófono al borde del escenario, acercando aún más las canciones a los fans de las primeras filas.
El setlist repasó varias etapas de su carrera, recordando que el tiempo no ha apagado la chispa de temas que definieron una época. Con una banda precisa y un sonido limpio, Bush ofrecieron una actuación sobria y elegante, sin necesidad de grandes artificios. Fue una demostración de oficio, de esas que se ganan con años de carretera y respeto por lo que se hace.
Cuando llegó el turno de Volbeat, el recinto se vino abajo. Los daneses no tardaron en imponer su estilo: guitarras afiladas, melodías irresistibles y una puesta en escena tan cuidada como efectiva. “The Devil’s Bleeding Crown” abrió la descarga y, a partir de ahí, el público fue parte del espectáculo. Michael Poulsen, carismático como pocos, se mostró cercano, simpático y con ese punto de humor que lo convierte en un líder natural. Entre canción y canción compartió bromas, dedicaciones y frases que arrancaron sonrisas, especialmente cuando presentó “Sad Man’s Tongue” con su guiño a Johnny Cash o dedicó “Fallen” a su padre.
El momento más emotivo llegó con “For Evigt”, cuando el público, sin dudar, acompañó a la banda cantando en danés. Poulsen observaba sorprendido y emocionado, consciente de que estaba viviendo algo especial. “Puede que no habléis inglés, ¡pero danés sí!”, soltó entre risas, antes de encarar un final apoteósico con “Still Counting” y “A Warrior’s Call / Pool of Booze, Booze, Booza”. Volbeat demostraron que no solo dominan el escenario: también saben convertir un concierto en una celebración colectiva. Una noche redonda para quienes siguen creyendo que el rock no necesita reinventarse para seguir emocionando.

















