


Muchos artistas se hacen conocidos debido a proyectos conjuntos que adquieren cierta relevancia. Un claro ejemplo es el de Wednesday 13, quien fue vocalista de Murderdolls, grupo encabezado por el mencionado cantante y Joey Jordison en la guitarra, conocido por haber sido baterista y fundador de Slipknot. La propuesta del grupo está encasillada en el horror punk, pero lo novedoso fue la incorporación de influencias de metal industrial o dark de los noventa, especialmente de Marilyn Manson, artista que en 2002 —año en que Murderdolls editó su primer álbum— estaba en un muy buen momento. El grupo tuvo una carrera muy espaciada, debido a la agenda de Joey, y entre medio Wednesday emprendió su carrera solista, con un sonido muy similar al de la banda. Desafortunadamente, tras el fallecimiento del guitarrista, la banda se separó, pero por suerte Wednesday siguió en camino.
Al llegar a la sala Pumpehuset y notar que, debido a la poca venta de entradas, el concierto se realizaría en el escenario pequeño, muchas dudas se sembraron en el ambiente, con miradas de extrañeza y desconcierto. A las 20 horas en punto, la banda telonera Sister subió a escena y se ubicaron como pudieron. El escenario era muy chico y detrás estaba la batería de la banda principal, por lo que los músicos se alinearon en fila y no tuvieron mucho espacio.
A su vez, el sonido fue confuso: la voz estaba muy al frente y clara, pero la batería tapaba la guitarra y el bajo retumbaba, por lo que se escuchaba un sonido grave detrás que estorbaba la apreciación de los demás instrumentos. Uno podría pensar que en estas condiciones iba a haber un concierto desastroso, pero la verdad es que la banda, a fuerza de mucho carisma y mucha interacción con el público, revirtió la situación. Desde el comienzo arengaron a la gente, pidiendo que canten, que salten, que griten y hasta que se amontonen frente al escenario.
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Si bien el espacio era reducido, como comenté, se las arreglaron para moverse, intercambiar posiciones y hacer sentir que estaban tocando en un escenario enorme frente a miles de personas. Todo el desconcierto que había en el aire fue transformado en alegría y diversión gracias a una entrega total. Con una lista que repasó todos sus álbumes de estudio, canciones que saldrán en un disco que se editará en noviembre de 2025 y el gran final con una versión de “Rock Out” de Motörhead, el público completamente entregado coreó el nombre de la banda. Los músicos se tomaron una foto y se retiraron triunfantes del escenario, ya que dieron un gran inicio a una noche que no contaba con expectativas altas.
Con un clima más encendido, los músicos subieron a escena y comenzaron a tocar “Bats Dragged In”. Pasado su comienzo instrumental, Wednesday 13 entró al escenario y el público estalló en un grito eufórico. Ya desde el instante en que pisó el escenario, notamos que íbamos a ver otro concierto donde la entrega de la banda era total. Los músicos, sin descuidar su labor, recorrieron el pequeño escenario y no pararon de interactuar con los emocionados fans. Pero, obviamente, el centro de las miradas era el vocalista, quien no paró de correr, saltar, acercarse a la gente y contagiar una energía poderosa. Tan poderosa que hasta causó un pequeño pogo en canciones de Murderdolls, como por ejemplo la rabiosa “197666” y la ganchera, dulce y emotiva “Summertime Suicide”.
Que no se malinterprete: si bien por una cuestión nostálgica la reacción fue mayor en las canciones del recordado grupo, los temas propios fueron muy festejados y cantados. De hecho, estos fueron mayoría, y honestamente no hubo necesidad de seguir recordando el pasado. Sus canciones solistas mostraron solidez y hasta hacen preguntar cómo un grupo con tanta energía en directo y buenas canciones tiene tan poca convocatoria.
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El sonido de la presentación fue bueno, pero un detalle es que la voz estaba un punto más baja de lo que me hubiera gustado, aunque se llegaba a apreciar. Una característica de la presentación fue la ausencia de pausas, ya que tocaban las canciones pegadas y, en las breves pausas, sonaba una pista. Esa elección de que siempre haya algo sonando me pareció muy acertada, ya que en ningún momento te desconectabas del espectáculo.
Un momento muy interesante fue el del solo de batería, a cargo de Jason West. Él se dedicó a tocar sobre pistas de canciones de películas de terror, y luego a hacer solos que hacían que el público participe. Una manera muy original de gestionar la necesaria pausa que el resto de la banda necesitaba.
Luego de momentos emotivos como “Nowhere” y “I Walked with a Zombie”, llegó el turno de los bises. En ese momento aprovecharon para agradecer y prometer un retorno a la ciudad en un futuro no muy lejano. Pasado el discurso, “Bad Things” dio inicio al final del show, pero la última canción fue un clásico del artista, “I Love to Say Fuck”, donde sacó un paraguas que tenía dibujada una mano levantando el dedo medio y su nombre.
Tras este final a toda potencia, los músicos agradecieron, repartieron púas, dieron apretones de manos y dejaron el escenario con una gran ovación que musicalizó el lugar por unos minutos.
Muchas veces la industria es injusta y no premia con masividad a grupos con propuestas originales y con hambre de conquistar el mundo. Por suerte, hay mucha gente que se adentra en el underground y hace posible que este tipo de propuestas existan. Y estos grupos, que ofrecen espectáculos excelentes, llenos de energía y contenido, hacen que pagar una entrada y asistir a un concierto sea una experiencia genial que está lejos de desaparecer.




Muchos artistas se hacen conocidos debido a proyectos conjuntos que adquieren cierta relevancia. Un claro ejemplo es el de Wednesday 13, quien fue vocalista de Murderdolls, grupo encabezado por el mencionado cantante y Joey Jordison en la guitarra, conocido por haber sido baterista y fundador de Slipknot. La propuesta del grupo está encasillada en el horror punk, pero lo novedoso fue la incorporación de influencias de metal industrial o dark de los noventa, especialmente de Marilyn Manson, artista que en 2002 —año en que Murderdolls editó su primer álbum— estaba en un muy buen momento. El grupo tuvo una carrera muy espaciada, debido a la agenda de Joey, y entre medio Wednesday emprendió su carrera solista, con un sonido muy similar al de la banda. Desafortunadamente, tras el fallecimiento del guitarrista, la banda se separó, pero por suerte Wednesday siguió en camino.
Al llegar a la sala Pumpehuset y notar que, debido a la poca venta de entradas, el concierto se realizaría en el escenario pequeño, muchas dudas se sembraron en el ambiente, con miradas de extrañeza y desconcierto. A las 20 horas en punto, la banda telonera Sister subió a escena y se ubicaron como pudieron. El escenario era muy chico y detrás estaba la batería de la banda principal, por lo que los músicos se alinearon en fila y no tuvieron mucho espacio.
A su vez, el sonido fue confuso: la voz estaba muy al frente y clara, pero la batería tapaba la guitarra y el bajo retumbaba, por lo que se escuchaba un sonido grave detrás que estorbaba la apreciación de los demás instrumentos. Uno podría pensar que en estas condiciones iba a haber un concierto desastroso, pero la verdad es que la banda, a fuerza de mucho carisma y mucha interacción con el público, revirtió la situación. Desde el comienzo arengaron a la gente, pidiendo que canten, que salten, que griten y hasta que se amontonen frente al escenario.
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Con un clima más encendido, los músicos subieron a escena y comenzaron a tocar “Bats Dragged In”. Pasado su comienzo instrumental, Wednesday 13 entró al escenario y el público estalló en un grito eufórico. Ya desde el instante en que pisó el escenario, notamos que íbamos a ver otro concierto donde la entrega de la banda era total. Los músicos, sin descuidar su labor, recorrieron el pequeño escenario y no pararon de interactuar con los emocionados fans. Pero, obviamente, el centro de las miradas era el vocalista, quien no paró de correr, saltar, acercarse a la gente y contagiar una energía poderosa. Tan poderosa que hasta causó un pequeño pogo en canciones de Murderdolls, como por ejemplo la rabiosa “197666” y la ganchera, dulce y emotiva “Summertime Suicide”.
Que no se malinterprete: si bien por una cuestión nostálgica la reacción fue mayor en las canciones del recordado grupo, los temas propios fueron muy festejados y cantados. De hecho, estos fueron mayoría, y honestamente no hubo necesidad de seguir recordando el pasado. Sus canciones solistas mostraron solidez y hasta hacen preguntar cómo un grupo con tanta energía en directo y buenas canciones tiene tan poca convocatoria.
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Un momento muy interesante fue el del solo de batería, a cargo de Jason West. Él se dedicó a tocar sobre pistas de canciones de películas de terror, y luego a hacer solos que hacían que el público participe. Una manera muy original de gestionar la necesaria pausa que el resto de la banda necesitaba.
Luego de momentos emotivos como “Nowhere” y “I Walked with a Zombie”, llegó el turno de los bises. En ese momento aprovecharon para agradecer y prometer un retorno a la ciudad en un futuro no muy lejano. Pasado el discurso, “Bad Things” dio inicio al final del show, pero la última canción fue un clásico del artista, “I Love to Say Fuck”, donde sacó un paraguas que tenía dibujada una mano levantando el dedo medio y su nombre.
Tras este final a toda potencia, los músicos agradecieron, repartieron púas, dieron apretones de manos y dejaron el escenario con una gran ovación que musicalizó el lugar por unos minutos.
Muchas veces la industria es injusta y no premia con masividad a grupos con propuestas originales y con hambre de conquistar el mundo. Por suerte, hay mucha gente que se adentra en el underground y hace posible que este tipo de propuestas existan. Y estos grupos, que ofrecen espectáculos excelentes, llenos de energía y contenido, hacen que pagar una entrada y asistir a un concierto sea una experiencia genial que está lejos de desaparecer.

















