Con sus cuatro primeros álbumes, Black Sabbath habían mostrado las posibilidades detrás de tomar el blues, llenarlo de distorsión y bajarle la velocidad al punto tal de que bien pudiera sonar como música de las películas de terror que los habían inspirado. Pero a menos que hablemos de gente como Pentagram, contemporáneos con los que compartían influencias y que editaron varios singles durante los setentas pero que no tendrían un LP hasta mucho después del cambio de década, la enorme mayoría del heavy metal de esa década exploraría terrenos alejados de la lentitud extrema, mucho más melódico y con estructuras más tradicionales que terminarían derivando en el sonido de la Nueva Ola del Heavy Metal Británico.
A pesar de que no faltaba alguna que otra canción lenta en los grupos pesados de la época, incluso pudiéndose detectar algo de esa atmósfera sabbathera en el debut de 1972 los peruanos Tarkus, bandas como Scorpions, Judas Priest y UFO terminarían representando mejor el sonido general de la música pesada de la época. No sería hasta ya cerca del fin de los setentas y principios de los ochentas que empezarían a aparecer muchas más bandas que tomaran la posta de los cuatro de Birmingham e hicieran de los riffs lentos y distorsionados una parte fundamental y base de su estilo, dando inicio a esto que se terminarían llamando “doom metal”.
Inglaterra, la cuna del estilo, tendría sus representantes como Witchfinder General y los ocultistas Pagan Altar (más allá de las sospechas de si estos últimos de verdad se habían formado por esa época), tradicionalmente agrupados dentro de la NWOBHM aunque era claro que contrastaban mucho con el estilo general de esa escena, incluso si ya de por si esta era un rejunte bastante variado de grupos. También habría músicos tomando la iniciativa del otro lado del Atlántico, con Saint Vitus, The Obsessed y los cristianos Trouble haciendo lo suyo desde diferentes puntos de la tierra del Tío Sam. Además, se sumarían un par de grupos de lugares mucho menos tradicionales como Italia, con los experimentales Death SS y los progresivos Black Hole, y Suecia, que daría origen a una banda que terminó siendo una de las más grandes influencias en el género por fuera de lo hecho por Tony Iommi y compañía.
La historia comienza varios años antes de su formación, con un adolescente de 16 años llamado Leif Edling. Habiendo crecido escuchando a Uriah Heep, Deep Purple, Bachman-Turner Overdrive y, obviamente, Black Sabbath, en 1979 el sueco formó el grupo de hard rock Trilogy, un primer proyecto musical con el que no llegaría a grabar pero daría lugar a la trivia de haber compartido banda con el baterista Ian Haugland, que a mediados de los ochentas se uniría a los hardrockeros Europe y continuaría en ese puesto hasta el día de hoy. Lo mismo pasaría con Witchcraft, otro proyecto efímero con el que supuestamente editó un demo del que no hay mayor información más allá de haber salido en 1981.
No sería hasta 1982 que Edling pudo formar su primer grupo estable: Nemesis. Con el bajista encargándose de las voces y acompañado de los guitarristas Anders Wallin y Christian Weberyd y el baterista Anders Waltersson, el cuarteto grabó el EP The Day of Retribution en 1983, editándolo al año siguiente por Fingerprint Records, uno de los sellos pioneros del metal sueco.
Según dijo Edling como parte de la reedición del disco en 2011, Nemesis “era una banda bastante mala e ingenua de chicos de secundaria que no podía tocar sus instrumentos de manera correcta”, pero incluso con las características amateur del grupo es claro que ya para este momento el norte de la banda estaba puesto en el doom metal, con los riffs y las canciones avanzando a paso lento pero seguro y nunca pasando del medio tiempo. Edling terminaría regrabando varias canciones de esta etapa de Nemesis con mucho mejor sonido e interpretación, demostrando la fe que le tenía a las composiciones y también dejando estas primeras versiones más como curiosidades que otra cosa.
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Nemesis llegaría a su fin poco después de la salida de este EP, gracias a una cadena de productos electrónicos del sur de Suecia también llamada Nemesis, que de manera muy cortés amenazó con demandar a la banda si continuaban usando ese nombre. Sin embargo, estos problemas legales le darían la oportunidad a los suecos de adoptar un nombre mucho más característico y particular: Candlemass, inspirado en la Fiesta de la Candelaria del rito católico.
Con este nuevo nombre, Candlemass grabaría un par de demos durante 1985, probando nuevos músicos a medida que todos los miembros aparte de Edling se iban del grupo, una situación que seguiría marcando la historia futura del grupo. Ya con el guitarrista rítmico Mats “Mappe” Björkman y el baterista Mats Ekström seguros en su puesto, los suecos entraron a los estudios Thunderload para grabar el que sería su álbum debut.
Editado el 10 de junio de 1986 por el sello francés Black Dragon Records, Epicus Doomicus Metallicus terminaría siendo un antes y un después en la historia del doom metal, al punto tal de que es un tanto complicado hablar de él sin sentir el peso de su legado, de la misma manera que me imagino que debe ser complicado hacer una reseña de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, Pet Sounds o Unknown Pleasures sin pensar en la influencia y la enorme cantidad de imitadores que terminarían generando. Pero en pos de este especial, vamos a intentar dejar eso para más tarde y centrarnos en el álbum, para ver cómo logra sostenerse a pesar de las décadas de publicidad y alabanzas detrás de él.
“Solitude” abre una guitarra acústica a la que se le suman unos teclados sencillos y una introducción que ya se puede definir como clásica: “Estoy sentido solo aquí en la oscuridad / esperando a ser libre / Solitario y abandonado estoy llorando / Anhelo el momento de mi partida / La muerte sólo significa vida / Por favor dejen que muera en soledad”, dando paso a un riff bien lento y apesadumbrado. Es una canción muy oscura, algo que se también se verá en las otras cinco canciones de Epicus Doomicus Metallicus pero que acá es más obvia al no tener una estética de fantasía tan prominente, pero es acá donde entra en juego la voz de Johan Längquist, a quien Edling delegó las labores detrás del micrófono para enfocarse en el bajo.
A pesar de que Längquist no era miembro oficial de la banda y participó de las grabaciones del álbum como músico de sesión (tener a un sesionista como cantante principal en un álbum de heavy metal o incluso de rock es una situación que sería muy difícil de ver en estos días), es su voz la que termina por unir todos los elementos que hacen al disco. El reverb agrega bastante a su performance, con esa atmósfera de estar cantando en una caverna, pero de la misma manera que el Autotune no funciona sin algo de talento detrás, Längquist tiene lo que se necesita para elevar estas canciones. Esto es más que evidente si uno escucha los demos con el líder de Candlemass en las voces: Edling no parece tener entrenamiento vocal o algo distintivo más allá de sonar competente, mientras que Längquist tiene el timbre dramático y el rango que las composiciones necesitas, al punto de dar forma a sus versiones definitivas, más allá de que la canción “Under The Oak” fuera regrabada años después.
La voz de Edling no está del todo ausente en Epicus Doomicus Metallicus, ya que se lo puede escuchar al inicio de la siguiente “Demons Gate”, pasada por efectos de estudio y acompañada de teclados para darle ese toque demoníaco. Esta canción, inspirada en la película de terror italiana …E tu vivrai nel terrore! L’aldilà de 1981 y la más larga del álbum, tiene un gran solo de guitarra de Klas Bergwall, músico de sesión que participó como guitarrista líder en todo el álbum. Sus solos marcan varios de los mejores momentos del disco, y es sinceramente una pena que no se pueda encontrar más de su carrera posterior que su participación en Grace, grupo pop sueco que tuvo su único éxito con una canción llamada “Ingen kan älska som vi”, parte de la banda sonora de la película del mismo nombre, y nada más.
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Volviendo al disco, hay que hablar de los tres músicos que si formaban parte de Candlemass. Edling no es un bajista súper técnico yno busca serlo: la corta sección donde el bajo queda solo con la batería justo a la mitad de “Demons Gate” está en las antípodas de poder llamarse un “solo de bajo”. Pero las canciones no lo necesitan, no es que estemos hablando de algo a lo Primus: sus líneas de bajo hacen el trabajo de sonar pesadas, acompañar a las guitarras de Mappe Björkman en los riffs y proveer de una base fuerte durante los solos, algo que Edling y el baterista Mats Ekström hacen a la perfección.
El papel de Edling no está tanto en lo bien que toque las cuatro cuerdas, sino en su composición. Y a lo largo de los casi 43 minutos de Epicus Doomicus Metallicus, se nota que ese es su fuerte: las sombrías introducciones de guitarra de “Solitude” y “A Sorcerer’s Pledge”, la manera en la que los versos se conectan con los estribillos sin sonar descolgados en “Crystal Ball”, el riff hipnótico de “Black Stone Wielder”, la manera en la que “Under The Oak” baja la velocidad hasta un nivel casi de marcha fúnebre y pone al frente la guitarra acústica y los teclados antes de que los gritos desesperados de Längquist marquen el comienzo del solo. Todos estos momentos son los que hacen al disco, y son los que permiten que canciones de un promedio de siete minutos no aburran, combinando diferentes ideas para formar un todo, un estilo que la banda podía llamar propio.
La producción es decente para lo que es el metal de los ochentas: es más que obvio que Candlemass no tenían el presupuesto de Iron Maiden como para ir a grabar a las Bahamas, pero Ragne Wahlquist hizo un gran trabajo en su papel de coproductor e ingeniero de sonido. El excantante y guitarrista de Heavy Load logró que las canciones suenen poderosas sin recurrir a la sobredosis de reverb que dejaría anticuada a tanta música de los ochentas, y la mezcla final deja bien parados a todos los instrumentos.
A pesar de que Candlemass no fue la primera banda de doom metal en meterle más melodía a su estilo (hay varios momentos que no sonarían fuera de lugar en Psalm 9 de los antes mencionados Trouble, lanzado en 1984), es innegable lo que Candlemass habían construido en Epicus Doomicus Metallicus: el estilo limpio de canto de Längquist que contrastaba con la técnica más aguerrida por la que optaban casi todos los cantantes del género hasta ese momento, las guitarras tirando riffs que serían dignos de Iron Maiden o de Mercyful Fate si fueran al doble de velocidad, los teclados ocasionales y estética de fantasía.
Tampoco hay que pasar por alto el título del álbum, uno que bautizó a todo un nuevo estilo. Aunque al día de hoy se puedan encontrar algunos comentarios acerca de cómo el nombre del álbum raya en lo kitsch, el término “doom metal épico” terminaría estableciéndose entre los fans y los círculos de periodistas, dándole nombre así a este sonido que bien podría ser el punto medio entre el Black Sabbath de Ozzy Osbourne y el Black Sabbath de Dio. Edling y compañía no se quedarían en la gloria de primer álbum, y ya para el siguiente Nightfall (1987) tendrían en sus filas al legendario cantante Messiah Marcolin, con quien pasarían el resto de los ochentas perfeccionando la fórmula del doom épico e influenciando a una enormidad de bandas en el camino: grupos de lugares tan variados como los suecos Sorcerer, los ingleses Solstice, los estadounidenses Solitude Aeturnus, los alemanes Atlantean Kodex, los rusos Scald, los italianos DoomSword y los chilenos Procession, entre muchísimos más, pueden citar a Candlemass entre sus influencias y rastrear las raíces de su sonido tanto hasta Epicus Doomicus Metallicus como a los discos que le siguieron, algo que continúa hasta el día de hoy.
Como dato de color, Johan Längquist seguiría apareciendo como invitado en varios recitales de Candlemass, uniéndose al grupo para interpretar canciones de este álbum, e incluso audicionó varias veces para sumarse como cantante principal. Sin embargo no sería hasta 2018, con la salida del cantante Mats Levén, que Längquist se terminaría entrando a Candlemass como miembro oficial, dando su primer recital completo con la banda ese mismo año. En 2019, Candlemass editó su decimosegundo trabajo The Door To Doom, el primero con Längquist después de 33 años, y uno que les valió una nominación para Mejor Interpretación de Heavy Metal por “Astorolus – The Great Octopus”, donde está como invitado Tony Iommi de Black Sabbath, en los Premios Grammy. Serían apenas el segundo grupo sueco en ser nominado en la categoría, perdiendo contra “7empest” de Tool. Y a pesar de la falta de relevancia que tienen los Grammy para el panorama general del heavy metal y la carrera de Candlemass en particular, no está mal tener una historia donde al final todo vuelve a los orígenes, como si cerráramos un círculo en el tiempo.
Con sus cuatro primeros álbumes, Black Sabbath habían mostrado las posibilidades detrás de tomar el blues, llenarlo de distorsión y bajarle la velocidad al punto tal de que bien pudiera sonar como música de las películas de terror que los habían inspirado. Pero a menos que hablemos de gente como Pentagram, contemporáneos con los que compartían influencias y que editaron varios singles durante los setentas pero que no tendrían un LP hasta mucho después del cambio de década, la enorme mayoría del heavy metal de esa década exploraría terrenos alejados de la lentitud extrema, mucho más melódico y con estructuras más tradicionales que terminarían derivando en el sonido de la Nueva Ola del Heavy Metal Británico.
A pesar de que no faltaba alguna que otra canción lenta en los grupos pesados de la época, incluso pudiéndose detectar algo de esa atmósfera sabbathera en el debut de 1972 los peruanos Tarkus, bandas como Scorpions, Judas Priest y UFO terminarían representando mejor el sonido general de la música pesada de la época. No sería hasta ya cerca del fin de los setentas y principios de los ochentas que empezarían a aparecer muchas más bandas que tomaran la posta de los cuatro de Birmingham e hicieran de los riffs lentos y distorsionados una parte fundamental y base de su estilo, dando inicio a esto que se terminarían llamando “doom metal”.
Inglaterra, la cuna del estilo, tendría sus representantes como Witchfinder General y los ocultistas Pagan Altar (más allá de las sospechas de si estos últimos de verdad se habían formado por esa época), tradicionalmente agrupados dentro de la NWOBHM aunque era claro que contrastaban mucho con el estilo general de esa escena, incluso si ya de por si esta era un rejunte bastante variado de grupos. También habría músicos tomando la iniciativa del otro lado del Atlántico, con Saint Vitus, The Obsessed y los cristianos Trouble haciendo lo suyo desde diferentes puntos de la tierra del Tío Sam. Además, se sumarían un par de grupos de lugares mucho menos tradicionales como Italia, con los experimentales Death SS y los progresivos Black Hole, y Suecia, que daría origen a una banda que terminó siendo una de las más grandes influencias en el género por fuera de lo hecho por Tony Iommi y compañía.
La historia comienza varios años antes de su formación, con un adolescente de 16 años llamado Leif Edling. Habiendo crecido escuchando a Uriah Heep, Deep Purple, Bachman-Turner Overdrive y, obviamente, Black Sabbath, en 1979 el sueco formó el grupo de hard rock Trilogy, un primer proyecto musical con el que no llegaría a grabar pero daría lugar a la trivia de haber compartido banda con el baterista Ian Haugland, que a mediados de los ochentas se uniría a los hardrockeros Europe y continuaría en ese puesto hasta el día de hoy. Lo mismo pasaría con Witchcraft, otro proyecto efímero con el que supuestamente editó un demo del que no hay mayor información más allá de haber salido en 1981.
No sería hasta 1982 que Edling pudo formar su primer grupo estable: Nemesis. Con el bajista encargándose de las voces y acompañado de los guitarristas Anders Wallin y Christian Weberyd y el baterista Anders Waltersson, el cuarteto grabó el EP The Day of Retribution en 1983, editándolo al año siguiente por Fingerprint Records, uno de los sellos pioneros del metal sueco.
Según dijo Edling como parte de la reedición del disco en 2011, Nemesis “era una banda bastante mala e ingenua de chicos de secundaria que no podía tocar sus instrumentos de manera correcta”, pero incluso con las características amateur del grupo es claro que ya para este momento el norte de la banda estaba puesto en el doom metal, con los riffs y las canciones avanzando a paso lento pero seguro y nunca pasando del medio tiempo. Edling terminaría regrabando varias canciones de esta etapa de Nemesis con mucho mejor sonido e interpretación, demostrando la fe que le tenía a las composiciones y también dejando estas primeras versiones más como curiosidades que otra cosa.
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Nemesis llegaría a su fin poco después de la salida de este EP, gracias a una cadena de productos electrónicos del sur de Suecia también llamada Nemesis, que de manera muy cortés amenazó con demandar a la banda si continuaban usando ese nombre. Sin embargo, estos problemas legales le darían la oportunidad a los suecos de adoptar un nombre mucho más característico y particular: Candlemass, inspirado en la Fiesta de la Candelaria del rito católico.
Con este nuevo nombre, Candlemass grabaría un par de demos durante 1985, probando nuevos músicos a medida que todos los miembros aparte de Edling se iban del grupo, una situación que seguiría marcando la historia futura del grupo. Ya con el guitarrista rítmico Mats “Mappe” Björkman y el baterista Mats Ekström seguros en su puesto, los suecos entraron a los estudios Thunderload para grabar el que sería su álbum debut.
Editado el 10 de junio de 1986 por el sello francés Black Dragon Records, Epicus Doomicus Metallicus terminaría siendo un antes y un después en la historia del doom metal, al punto tal de que es un tanto complicado hablar de él sin sentir el peso de su legado, de la misma manera que me imagino que debe ser complicado hacer una reseña de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, Pet Sounds o Unknown Pleasures sin pensar en la influencia y la enorme cantidad de imitadores que terminarían generando. Pero en pos de este especial, vamos a intentar dejar eso para más tarde y centrarnos en el álbum, para ver cómo logra sostenerse a pesar de las décadas de publicidad y alabanzas detrás de él.
“Solitude” abre una guitarra acústica a la que se le suman unos teclados sencillos y una introducción que ya se puede definir como clásica: “Estoy sentido solo aquí en la oscuridad / esperando a ser libre / Solitario y abandonado estoy llorando / Anhelo el momento de mi partida / La muerte sólo significa vida / Por favor dejen que muera en soledad”, dando paso a un riff bien lento y apesadumbrado. Es una canción muy oscura, algo que se también se verá en las otras cinco canciones de Epicus Doomicus Metallicus pero que acá es más obvia al no tener una estética de fantasía tan prominente, pero es acá donde entra en juego la voz de Johan Längquist, a quien Edling delegó las labores detrás del micrófono para enfocarse en el bajo.
A pesar de que Längquist no era miembro oficial de la banda y participó de las grabaciones del álbum como músico de sesión (tener a un sesionista como cantante principal en un álbum de heavy metal o incluso de rock es una situación que sería muy difícil de ver en estos días), es su voz la que termina por unir todos los elementos que hacen al disco. El reverb agrega bastante a su performance, con esa atmósfera de estar cantando en una caverna, pero de la misma manera que el Autotune no funciona sin algo de talento detrás, Längquist tiene lo que se necesita para elevar estas canciones. Esto es más que evidente si uno escucha los demos con el líder de Candlemass en las voces: Edling no parece tener entrenamiento vocal o algo distintivo más allá de sonar competente, mientras que Längquist tiene el timbre dramático y el rango que las composiciones necesitas, al punto de dar forma a sus versiones definitivas, más allá de que la canción “Under The Oak” fuera regrabada años después.
La voz de Edling no está del todo ausente en Epicus Doomicus Metallicus, ya que se lo puede escuchar al inicio de la siguiente “Demons Gate”, pasada por efectos de estudio y acompañada de teclados para darle ese toque demoníaco. Esta canción, inspirada en la película de terror italiana …E tu vivrai nel terrore! L’aldilà de 1981 y la más larga del álbum, tiene un gran solo de guitarra de Klas Bergwall, músico de sesión que participó como guitarrista líder en todo el álbum. Sus solos marcan varios de los mejores momentos del disco, y es sinceramente una pena que no se pueda encontrar más de su carrera posterior que su participación en Grace, grupo pop sueco que tuvo su único éxito con una canción llamada “Ingen kan älska som vi”, parte de la banda sonora de la película del mismo nombre, y nada más.
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Volviendo al disco, hay que hablar de los tres músicos que si formaban parte de Candlemass. Edling no es un bajista súper técnico yno busca serlo: la corta sección donde el bajo queda solo con la batería justo a la mitad de “Demons Gate” está en las antípodas de poder llamarse un “solo de bajo”. Pero las canciones no lo necesitan, no es que estemos hablando de algo a lo Primus: sus líneas de bajo hacen el trabajo de sonar pesadas, acompañar a las guitarras de Mappe Björkman en los riffs y proveer de una base fuerte durante los solos, algo que Edling y el baterista Mats Ekström hacen a la perfección.
El papel de Edling no está tanto en lo bien que toque las cuatro cuerdas, sino en su composición. Y a lo largo de los casi 43 minutos de Epicus Doomicus Metallicus, se nota que ese es su fuerte: las sombrías introducciones de guitarra de “Solitude” y “A Sorcerer’s Pledge”, la manera en la que los versos se conectan con los estribillos sin sonar descolgados en “Crystal Ball”, el riff hipnótico de “Black Stone Wielder”, la manera en la que “Under The Oak” baja la velocidad hasta un nivel casi de marcha fúnebre y pone al frente la guitarra acústica y los teclados antes de que los gritos desesperados de Längquist marquen el comienzo del solo. Todos estos momentos son los que hacen al disco, y son los que permiten que canciones de un promedio de siete minutos no aburran, combinando diferentes ideas para formar un todo, un estilo que la banda podía llamar propio.
La producción es decente para lo que es el metal de los ochentas: es más que obvio que Candlemass no tenían el presupuesto de Iron Maiden como para ir a grabar a las Bahamas, pero Ragne Wahlquist hizo un gran trabajo en su papel de coproductor e ingeniero de sonido. El excantante y guitarrista de Heavy Load logró que las canciones suenen poderosas sin recurrir a la sobredosis de reverb que dejaría anticuada a tanta música de los ochentas, y la mezcla final deja bien parados a todos los instrumentos.
A pesar de que Candlemass no fue la primera banda de doom metal en meterle más melodía a su estilo (hay varios momentos que no sonarían fuera de lugar en Psalm 9 de los antes mencionados Trouble, lanzado en 1984), es innegable lo que Candlemass habían construido en Epicus Doomicus Metallicus: el estilo limpio de canto de Längquist que contrastaba con la técnica más aguerrida por la que optaban casi todos los cantantes del género hasta ese momento, las guitarras tirando riffs que serían dignos de Iron Maiden o de Mercyful Fate si fueran al doble de velocidad, los teclados ocasionales y estética de fantasía.
Tampoco hay que pasar por alto el título del álbum, uno que bautizó a todo un nuevo estilo. Aunque al día de hoy se puedan encontrar algunos comentarios acerca de cómo el nombre del álbum raya en lo kitsch, el término “doom metal épico” terminaría estableciéndose entre los fans y los círculos de periodistas, dándole nombre así a este sonido que bien podría ser el punto medio entre el Black Sabbath de Ozzy Osbourne y el Black Sabbath de Dio. Edling y compañía no se quedarían en la gloria de primer álbum, y ya para el siguiente Nightfall (1987) tendrían en sus filas al legendario cantante Messiah Marcolin, con quien pasarían el resto de los ochentas perfeccionando la fórmula del doom épico e influenciando a una enormidad de bandas en el camino: grupos de lugares tan variados como los suecos Sorcerer, los ingleses Solstice, los estadounidenses Solitude Aeturnus, los alemanes Atlantean Kodex, los rusos Scald, los italianos DoomSword y los chilenos Procession, entre muchísimos más, pueden citar a Candlemass entre sus influencias y rastrear las raíces de su sonido tanto hasta Epicus Doomicus Metallicus como a los discos que le siguieron, algo que continúa hasta el día de hoy.
Como dato de color, Johan Längquist seguiría apareciendo como invitado en varios recitales de Candlemass, uniéndose al grupo para interpretar canciones de este álbum, e incluso audicionó varias veces para sumarse como cantante principal. Sin embargo no sería hasta 2018, con la salida del cantante Mats Levén, que Längquist se terminaría entrando a Candlemass como miembro oficial, dando su primer recital completo con la banda ese mismo año. En 2019, Candlemass editó su decimosegundo trabajo The Door To Doom, el primero con Längquist después de 33 años, y uno que les valió una nominación para Mejor Interpretación de Heavy Metal por “Astorolus – The Great Octopus”, donde está como invitado Tony Iommi de Black Sabbath, en los Premios Grammy. Serían apenas el segundo grupo sueco en ser nominado en la categoría, perdiendo contra “7empest” de Tool. Y a pesar de la falta de relevancia que tienen los Grammy para el panorama general del heavy metal y la carrera de Candlemass en particular, no está mal tener una historia donde al final todo vuelve a los orígenes, como si cerráramos un círculo en el tiempo.