

Estamos acostumbrados a que las propuestas más notorias de los géneros extremos provengan de países europeos —principalmente del norte— o de Norteamérica, pero en este caso, una de las bandas más interesantes del death metal actual llega desde Oceanía. Hablamos de Ulcerate, grupo originario de Nueva Zelanda, que ejecuta un death metal experimental extremadamente complejo. Con su último trabajo, Cutting the Throat of God, editado el año pasado, cosecharon excelentes reseñas. Incluso, muchos medios lo han destacado como el mejor disco del 2024, por lo cual había grandes expectativas por verlos en directo, algo que pudimos concretar el pasado 29 de mayo en Copenhague.
Los encargados de abrir el escenario fueron los franceses de Fange, quienes ofrecieron un sludge metal industrial, con gran énfasis en el hardcore y momentos disonantes. Lo primero que llamó la atención fue la ausencia de un baterista, ya que las percusiones estaban sampleadas y reproducidas por pista. Este detalle dificultó, al principio, conectar con la banda, pero una vez superado ese escollo, la presentación se transformó en un viaje alocado y violento. El bajo se encargaba de las bases y los acentos graves, perfectamente coordinados con la pista de percusión, mientras que una guitarra generaba ruidos y bases muy sucias, y la otra aportaba arreglos y color a las canciones. Todo esto ocurría mientras el cantante gritaba desaforadamente y recorría el escenario moviéndose como un poseso. Aunque el sonido fue bueno, la falta de un juego de luces más dinámico y la escasa interacción con la audiencia hicieron que parte del público decidiera abandonar el show. Se podría decir que la reacción fue mixta: muchos se retiraron a fumar o a tomar algo, mientras que otros —como nosotros— se sumergieron de lleno en la propuesta y disfrutaron de su caótica música. Al finalizar su frenético set, la banda se despidió con un saludo cordial pero distante.
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Con una sala mucho más concurrida —aunque no completamente llena—, las luces se apagaron y una música oscura y envolvente se apoderó del ambiente. Los tres músicos de Ulcerate tomaron posición, y el show comenzó con “To Flow Through Ashen Hearts“, al igual que en su último álbum. Desde el primer minuto notamos que el sonido era brutal: extremadamente claro y nítido. Y los músicos, unos verdaderos prodigios. Primero, hablemos del bajista y vocalista Paul Kelland, quien sostiene las bases con su bajo mientras vomita las complejas y filosóficas letras con una voz gutural grave y profunda. El guitarrista Michael Hoggard tiene un rol fundamental, ya que, como único miembro a cargo de las seis cuerdas, se encarga tanto de los riffs principales como de los arreglos y detalles. Sin un solo minuto de descanso, carga con toda la estructura de las canciones sobre sus hombros, y lo hace de manera sobresaliente. Cabe aclarar que las composiciones del grupo son particularmente complejas, para quienes aún no los hayan escuchado. Y finalmente, el monstruo tras los parches: Jamie Saint Merat, sin duda uno de los mejores bateristas que hemos visto en vivo. Colorea cada momento de las canciones con algún fill de batería o arreglos en los platillos, manteniendo el ritmo sin desviarse ni un segundo. Su técnica de doble bombo es exquisita, y la independencia de sus extremidades, admirable.
El set estuvo compuesto mayormente por temas del álbum que vinieron a presentar, aunque también hubo momentos para recordar sus trabajos anteriores: Stare Into Death and Be Still, con la interpretación de su tema homónimo “Stare Into Death and Be Still” hacia el final de la primera parte, y The Destroyers of All, con “Dead Oceans” como parte del bis. Con un público extasiado y feliz, los neozelandeses saludaron y se retiraron del escenario como verdaderos triunfadores.
Ulcerate ofreció un concierto brutal en todos los sentidos: un sonido impecable, músicos de un nivel casi sobrehumano y composiciones sofisticadas y absorbentes. El único punto mejorable sería la inversión en escenografía y un juego de luces más ambicioso, que eleve aún más la experiencia visual. Con estos ajustes, estaríamos frente a una monstruosidad sonora digna de ser comparada con Meshuggah. Bien por Ulcerate: tienen un presente sólido y un futuro más que prometedor.



Estamos acostumbrados a que las propuestas más notorias de los géneros extremos provengan de países europeos —principalmente del norte— o de Norteamérica, pero en este caso, una de las bandas más interesantes del death metal actual llega desde Oceanía. Hablamos de Ulcerate, grupo originario de Nueva Zelanda, que ejecuta un death metal experimental extremadamente complejo. Con su último trabajo, Cutting the Throat of God, editado el año pasado, cosecharon excelentes reseñas. Incluso, muchos medios lo han destacado como el mejor disco del 2024, por lo cual había grandes expectativas por verlos en directo, algo que pudimos concretar el pasado 29 de mayo en Copenhague.
Los encargados de abrir el escenario fueron los franceses de Fange, quienes ofrecieron un sludge metal industrial, con gran énfasis en el hardcore y momentos disonantes. Lo primero que llamó la atención fue la ausencia de un baterista, ya que las percusiones estaban sampleadas y reproducidas por pista. Este detalle dificultó, al principio, conectar con la banda, pero una vez superado ese escollo, la presentación se transformó en un viaje alocado y violento. El bajo se encargaba de las bases y los acentos graves, perfectamente coordinados con la pista de percusión, mientras que una guitarra generaba ruidos y bases muy sucias, y la otra aportaba arreglos y color a las canciones. Todo esto ocurría mientras el cantante gritaba desaforadamente y recorría el escenario moviéndose como un poseso. Aunque el sonido fue bueno, la falta de un juego de luces más dinámico y la escasa interacción con la audiencia hicieron que parte del público decidiera abandonar el show. Se podría decir que la reacción fue mixta: muchos se retiraron a fumar o a tomar algo, mientras que otros —como nosotros— se sumergieron de lleno en la propuesta y disfrutaron de su caótica música. Al finalizar su frenético set, la banda se despidió con un saludo cordial pero distante.
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Con una sala mucho más concurrida —aunque no completamente llena—, las luces se apagaron y una música oscura y envolvente se apoderó del ambiente. Los tres músicos de Ulcerate tomaron posición, y el show comenzó con “To Flow Through Ashen Hearts“, al igual que en su último álbum. Desde el primer minuto notamos que el sonido era brutal: extremadamente claro y nítido. Y los músicos, unos verdaderos prodigios. Primero, hablemos del bajista y vocalista Paul Kelland, quien sostiene las bases con su bajo mientras vomita las complejas y filosóficas letras con una voz gutural grave y profunda. El guitarrista Michael Hoggard tiene un rol fundamental, ya que, como único miembro a cargo de las seis cuerdas, se encarga tanto de los riffs principales como de los arreglos y detalles. Sin un solo minuto de descanso, carga con toda la estructura de las canciones sobre sus hombros, y lo hace de manera sobresaliente. Cabe aclarar que las composiciones del grupo son particularmente complejas, para quienes aún no los hayan escuchado. Y finalmente, el monstruo tras los parches: Jamie Saint Merat, sin duda uno de los mejores bateristas que hemos visto en vivo. Colorea cada momento de las canciones con algún fill de batería o arreglos en los platillos, manteniendo el ritmo sin desviarse ni un segundo. Su técnica de doble bombo es exquisita, y la independencia de sus extremidades, admirable.
El set estuvo compuesto mayormente por temas del álbum que vinieron a presentar, aunque también hubo momentos para recordar sus trabajos anteriores: Stare Into Death and Be Still, con la interpretación de su tema homónimo “Stare Into Death and Be Still” hacia el final de la primera parte, y The Destroyers of All, con “Dead Oceans” como parte del bis. Con un público extasiado y feliz, los neozelandeses saludaron y se retiraron del escenario como verdaderos triunfadores.
Ulcerate ofreció un concierto brutal en todos los sentidos: un sonido impecable, músicos de un nivel casi sobrehumano y composiciones sofisticadas y absorbentes. El único punto mejorable sería la inversión en escenografía y un juego de luces más ambicioso, que eleve aún más la experiencia visual. Con estos ajustes, estaríamos frente a una monstruosidad sonora digna de ser comparada con Meshuggah. Bien por Ulcerate: tienen un presente sólido y un futuro más que prometedor.
