

Con el corazón lleno de polvo, niebla y dolor, aún recuerdo despertarme cada uno de los días que duró esta edición pensando si todo se sucedería de forma tan especial.
Y es que este SonicBlast 2025 nos golpeó fuerte, pero bonito, dejándonos jornadas que llevaremos siempre en la memoria.
Si el cartel ya prometía, y el contexto, entorno y emplazamiento nos enamoran cada año, puedo garantizaros que cerramos esta edición superando, y por mucho, todas las expectativas.
La semana en Vila Praia de Âncora nunca se hizo tan corta como esta. Playa de arena blanca, noches frescas y una vecindad del todo acogedora hacen que este festival deje uno de los mayores bajones postvacacionales que he sentido en mi vida. Estaréis de acuerdo conmigo en esto: el domingo cuesta mucho decir adiós.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: SonicBlast Fest 2024 – Día 4: “Iluminados por el fuego”
Desde que se anunció la traca final del cartel, deseábamos que llegase ese miércoles 6 de agosto para reencontrarnos con la arena y la oscuridad propias de tamaño evento. Aunque fuimos previsores y madrugamos para tener los deberes hechos, acudimos al recinto como si necesitásemos hacer cola, víctimas de la ansiedad. Lo primero que nos encontramos fue un mural en honor a Black Sabbath que nos encogió un poco el pecho, a pocos días del fallecimiento de su eterno líder, Ozzy Osbourne. Allí terminaba el peregrinaje, comenzaban las fotos y la recta final hasta pisar de nuevo el suelo desértico y la duna de piedra donde patinarían, surfearían y descansarían (a ojo) casi cinco mil personas, aunque nos parecieron muchas más.
En la pre-party, como el pasado año, ya notamos demasiada gente y nos temíamos lo peor para los días que venían. Colas interminables para pulserear, las barras abiertas a la mitad, tapones entre la entrada/salida y los baños… ¡Y solo era la previa al festival! Se nos hizo prácticamente imposible pasar de la zona de foodtrucks para acercarnos al Stage 3. Aun así, vamos a tratar de comentar lo que podamos de este día.
Inauguraban la noche los locales Overcrooks, con un punk rock muy divertido. Sonaba a principios de los 2000, y eso siempre nos gusta. Si me dicen que alguna canción salía en el Tony Hawk me lo hubiese creído. Un rollito salido de fusionar a Suicidal Tendencies con Millencolin.
La banda encargada de recoger el testigo de las once de la noche era Daily Thompson, aunque más bien Yearly Thompson, puesto que repetían en día y escenario respecto al pasado año. Un sonido muy Fu Manchu, con esos cencerros y esa voz tan característica de banda que articula cada canción en torno a un par de riffs. Funcionar, les funciona. Hicieron que toda persona allí agrupada moviese la cabeza y repitiese cada estribillo. La banda alemana cumplió con lo que se le pedía.
Con la noche ya cerrada llegó el turno de Nerve Agent, banda de Birmingham que en disco me recordaba a Biohazard o Terror, y que en directo se me hicieron mucho más thrashers. Me divirtieron mucho, aunque quizás la voz estaba algo alta. No sé si les hubiese beneficiado un escenario más grande para sonar con un poquito más de definición.
Por último, al menos para este señor mayor que escribe, pude disfrutar de la propuesta de Castle Rat. No estaba familiarizado con la fantasía medieval más allá de los libros, por lo que me llevé una grata sorpresa con la performance de la banda neoyorquina. Un doom a caballo (y esta vez es literal) entre un castillo y un aquelarre. No sé si fue la banda que más me gustó de la noche, pero al menos fue la que más cosas divertidas llevaba en la cabeza.
Dia 1:
El jueves, primer día oficial del festival, se presentaba como uno de los principales pilares de esta edición. Contar con Amenra y Fu Manchu en dos slots seguidos era algo complicado de gestionar emocionalmente. Por si fuera poco, la niebla quiso sumarse y cubrió Âncora, generando un clima perfecto: tapó el sol y llenó todo de misterio.
Comenzamos el día con Bøw, banda local que dio el salto del Stage 3 del pasado año a un Main en este. Era muy pronto para descargar la energía que íbamos a necesitar hasta el final de la noche, así que optamos por ver a la banda desde una posición discreta, pero con buena línea de visión. Un punk por momentos grunge y por momentos hardcore, que consiguió despertar a la gente aletargada y hacer sudar a quien ya venía con unos cuantos cafés en el cuerpo. No mentiré: alguno me tomé dentro del recinto.
Mientras, Hoover III comenzaban la sobremesa ofreciéndonos una mezcla de psych y prog. Lo poco que sabía de esta banda es que entró como sustituta de Jjuujjuu, y después me enteré de que están como support de The Black Angels. Me gustaron lo justo para ver todo el concierto, pero no fue lo que más me llenó de la tarde.
Tras la banda angelina, pudimos disfrutar de una de las formaciones que mejor cartel traían. No es que lo haya visto en ningún lado, pero por algún motivo, todas las personas con las que hablé venían con muchísimas ganas de Slomosa. Una propuesta sin salirse del marco jurídico del stoner, con pocas cosas nuevas, pero con un sonido bastante notable. Venían de sacar disco a finales del pasado año y de estar en Âncora en 2022, así que entiendo el hype. Un directo bastante sólido donde se nota la experiencia y las influencias de la fría Noruega. Se hicieron con el trofeo de antes del anochecer para el público más conservador.
Pero para mí, si alguien merece ese trofeo, es Ditz. La banda de Brighton y su estilo irreverente y macarra me dieron justo lo que necesitaba, cuando lo necesitaba. Con una actitud de llevar décadas llenando salas, la joven banda que nos sorprendió en 2022 con The Great Regression se hizo con la parte más ecléctica del recinto. Supieron agitar conciencias y vasos, derramaron fluidos y no fueron cuidadosos con nada. Un post-punk de calle, con la puntualidad británica de no llegar tarde nunca, pero tampoco temprano; una mezcla de los primeros Shame y los últimos Idles, un cóctel en The Joker y un vestido veraniego fue lo que pudimos presenciar a las puertas del ocaso.
Comenzó a caer el sol, y llegó el turno de Earthless, que —si ya nos hemos visto por ahí— sabréis que me aburren un poco. No es culpa suya, es mía. Pero os voy a contar un secreto: me fui a casa a merendar y a por una chaqueta para la noche, y cuando volví, seguían tocando la misma canción. Y esa es la magia (o el problema) de la banda de San Diego. Si te gustan en disco, te encantarán en directo, porque van a maximizar la experiencia como buenos artistas y virtuosos que son. Ahora bien, como solo hayas escuchado un par de temas, perdiste: las probabilidades de que suenen son muy bajas.
Con la chaqueta ya puesta, no quería perderme a King Woman, el proyecto que consolidó Kristina Esfandiari tras abandonar Whirr, una de las grandes potencias del shoegaze. King Woman tiene otros ingredientes, pero conserva mucho de la esencia de su vocalista. Se mueve entre un stoner oscuro y, por momentos, melancólico. La voz oscila entre la mesura del shoegaze y el scream, con muchas paradas intermedias. Las armonías son fúnebres, como si pusieses un single de Misfits a 33 rpm, y el maquillaje, muy parecido. Nos quedaba ahora la parte fuerte de la noche, y para eso debíamos estar en silencio. Como una brisa de verano junto al mar, desde Bélgica llegó el lamento prolongado de una de las bandas más grandes del post-metal.
Amenra volvió a robarnos el corazón y también el alma en una actuación de proporciones dinosauricas. Pese a no confiar del todo en el entorno y las condiciones —pues se nos hace siempre más obligatorio un ambiente íntimo con esta banda—, lograron hacerse con todo el público desde los primeros delays de guitarra limpia. Por primera vez en el día supimos lo que era que nos vibrase el pecho de verdad. Me quedo con la interesantísima incorporación de Amy Tung al bajo. Lo importante de manejar las dinámicas en estos géneros, de saber explotar y volver a tocar con mesura; unos coros espectaculares que recordaban a un teclado lanzando ambient. Una de las mejores puestas en escena que le he visto a la banda de Cortrique. Ya con las olas tapándonos los pies, el olor a salitre nos invadió como si un Big Muff estuviese calentándose poco a poco.
Era el turno de Fu Manchu. Los del Condado de Orange entraron con una prisa sobre rodamiento, quemando dos de sus mejores cartuchos en los primeros veinte minutos: “Evil Eye” y “California Crossing” nos dejaron sin aire. Los californianos llegaron presentando The Return of Tomorrow, un disco que sabe a noventas y que deja claro que los grandes siguen siendo grandes manteniendo su esencia. Temas como “Loch Ness Wrecking Machine” nos teletransportan de forma instantánea a King of the Road o The Action is Go. La ola pasó, pero pudimos surfearla. Un placer, Fu Manchu.
Y aquí no acababa la cosa: aún nos faltaba la fiesta de la noche, y teníamos claro quiénes iban a oficiarla. Los Maquina se subieron al escenario casi de un salto, pues estuvieron disfrutando del festival como público todo el jueves. Comenzó a sonar la pista de efectos y la línea de bajo infinita sobre la que se articularían los 45 minutos siguientes. Lo que consigue esta banda con guitarra, bajo y batería —y casi sin máquinas— es una absoluta barbaridad. Sonar a electrónica a base de paciencia y perseverancia es una tarea sobradamente difícil. Si tocasen una vez al día todos los años, compraría mi abono vitalicio.


Con el corazón lleno de polvo, niebla y dolor, aún recuerdo despertarme cada uno de los días que duró esta edición pensando si todo se sucedería de forma tan especial.
Y es que este SonicBlast 2025 nos golpeó fuerte, pero bonito, dejándonos jornadas que llevaremos siempre en la memoria.
Si el cartel ya prometía, y el contexto, entorno y emplazamiento nos enamoran cada año, puedo garantizaros que cerramos esta edición superando, y por mucho, todas las expectativas.
La semana en Vila Praia de Âncora nunca se hizo tan corta como esta. Playa de arena blanca, noches frescas y una vecindad del todo acogedora hacen que este festival deje uno de los mayores bajones postvacacionales que he sentido en mi vida. Estaréis de acuerdo conmigo en esto: el domingo cuesta mucho decir adiós.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: SonicBlast Fest 2024 – Día 4: “Iluminados por el fuego”
Desde que se anunció la traca final del cartel, deseábamos que llegase ese miércoles 6 de agosto para reencontrarnos con la arena y la oscuridad propias de tamaño evento. Aunque fuimos previsores y madrugamos para tener los deberes hechos, acudimos al recinto como si necesitásemos hacer cola, víctimas de la ansiedad. Lo primero que nos encontramos fue un mural en honor a Black Sabbath que nos encogió un poco el pecho, a pocos días del fallecimiento de su eterno líder, Ozzy Osbourne. Allí terminaba el peregrinaje, comenzaban las fotos y la recta final hasta pisar de nuevo el suelo desértico y la duna de piedra donde patinarían, surfearían y descansarían (a ojo) casi cinco mil personas, aunque nos parecieron muchas más.
En la pre-party, como el pasado año, ya notamos demasiada gente y nos temíamos lo peor para los días que venían. Colas interminables para pulserear, las barras abiertas a la mitad, tapones entre la entrada/salida y los baños… ¡Y solo era la previa al festival! Se nos hizo prácticamente imposible pasar de la zona de foodtrucks para acercarnos al Stage 3. Aun así, vamos a tratar de comentar lo que podamos de este día.
Inauguraban la noche los locales Overcrooks, con un punk rock muy divertido. Sonaba a principios de los 2000, y eso siempre nos gusta. Si me dicen que alguna canción salía en el Tony Hawk me lo hubiese creído. Un rollito salido de fusionar a Suicidal Tendencies con Millencolin.
La banda encargada de recoger el testigo de las once de la noche era Daily Thompson, aunque más bien Yearly Thompson, puesto que repetían en día y escenario respecto al pasado año. Un sonido muy Fu Manchu, con esos cencerros y esa voz tan característica de banda que articula cada canción en torno a un par de riffs. Funcionar, les funciona. Hicieron que toda persona allí agrupada moviese la cabeza y repitiese cada estribillo. La banda alemana cumplió con lo que se le pedía.
Con la noche ya cerrada llegó el turno de Nerve Agent, banda de Birmingham que en disco me recordaba a Biohazard o Terror, y que en directo se me hicieron mucho más thrashers. Me divirtieron mucho, aunque quizás la voz estaba algo alta. No sé si les hubiese beneficiado un escenario más grande para sonar con un poquito más de definición.
Por último, al menos para este señor mayor que escribe, pude disfrutar de la propuesta de Castle Rat. No estaba familiarizado con la fantasía medieval más allá de los libros, por lo que me llevé una grata sorpresa con la performance de la banda neoyorquina. Un doom a caballo (y esta vez es literal) entre un castillo y un aquelarre. No sé si fue la banda que más me gustó de la noche, pero al menos fue la que más cosas divertidas llevaba en la cabeza.
Dia 1:
El jueves, primer día oficial del festival, se presentaba como uno de los principales pilares de esta edición. Contar con Amenra y Fu Manchu en dos slots seguidos era algo complicado de gestionar emocionalmente. Por si fuera poco, la niebla quiso sumarse y cubrió Âncora, generando un clima perfecto: tapó el sol y llenó todo de misterio.
Comenzamos el día con Bøw, banda local que dio el salto del Stage 3 del pasado año a un Main en este. Era muy pronto para descargar la energía que íbamos a necesitar hasta el final de la noche, así que optamos por ver a la banda desde una posición discreta, pero con buena línea de visión. Un punk por momentos grunge y por momentos hardcore, que consiguió despertar a la gente aletargada y hacer sudar a quien ya venía con unos cuantos cafés en el cuerpo. No mentiré: alguno me tomé dentro del recinto.
Mientras, Hoover III comenzaban la sobremesa ofreciéndonos una mezcla de psych y prog. Lo poco que sabía de esta banda es que entró como sustituta de Jjuujjuu, y después me enteré de que están como support de The Black Angels. Me gustaron lo justo para ver todo el concierto, pero no fue lo que más me llenó de la tarde.
Tras la banda angelina, pudimos disfrutar de una de las formaciones que mejor cartel traían. No es que lo haya visto en ningún lado, pero por algún motivo, todas las personas con las que hablé venían con muchísimas ganas de Slomosa. Una propuesta sin salirse del marco jurídico del stoner, con pocas cosas nuevas, pero con un sonido bastante notable. Venían de sacar disco a finales del pasado año y de estar en Âncora en 2022, así que entiendo el hype. Un directo bastante sólido donde se nota la experiencia y las influencias de la fría Noruega. Se hicieron con el trofeo de antes del anochecer para el público más conservador.
Pero para mí, si alguien merece ese trofeo, es Ditz. La banda de Brighton y su estilo irreverente y macarra me dieron justo lo que necesitaba, cuando lo necesitaba. Con una actitud de llevar décadas llenando salas, la joven banda que nos sorprendió en 2022 con The Great Regression se hizo con la parte más ecléctica del recinto. Supieron agitar conciencias y vasos, derramaron fluidos y no fueron cuidadosos con nada. Un post-punk de calle, con la puntualidad británica de no llegar tarde nunca, pero tampoco temprano; una mezcla de los primeros Shame y los últimos Idles, un cóctel en The Joker y un vestido veraniego fue lo que pudimos presenciar a las puertas del ocaso.
Comenzó a caer el sol, y llegó el turno de Earthless, que —si ya nos hemos visto por ahí— sabréis que me aburren un poco. No es culpa suya, es mía. Pero os voy a contar un secreto: me fui a casa a merendar y a por una chaqueta para la noche, y cuando volví, seguían tocando la misma canción. Y esa es la magia (o el problema) de la banda de San Diego. Si te gustan en disco, te encantarán en directo, porque van a maximizar la experiencia como buenos artistas y virtuosos que son. Ahora bien, como solo hayas escuchado un par de temas, perdiste: las probabilidades de que suenen son muy bajas.
Con la chaqueta ya puesta, no quería perderme a King Woman, el proyecto que consolidó Kristina Esfandiari tras abandonar Whirr, una de las grandes potencias del shoegaze. King Woman tiene otros ingredientes, pero conserva mucho de la esencia de su vocalista. Se mueve entre un stoner oscuro y, por momentos, melancólico. La voz oscila entre la mesura del shoegaze y el scream, con muchas paradas intermedias. Las armonías son fúnebres, como si pusieses un single de Misfits a 33 rpm, y el maquillaje, muy parecido. Nos quedaba ahora la parte fuerte de la noche, y para eso debíamos estar en silencio. Como una brisa de verano junto al mar, desde Bélgica llegó el lamento prolongado de una de las bandas más grandes del post-metal.
Amenra volvió a robarnos el corazón y también el alma en una actuación de proporciones dinosauricas. Pese a no confiar del todo en el entorno y las condiciones —pues se nos hace siempre más obligatorio un ambiente íntimo con esta banda—, lograron hacerse con todo el público desde los primeros delays de guitarra limpia. Por primera vez en el día supimos lo que era que nos vibrase el pecho de verdad. Me quedo con la interesantísima incorporación de Amy Tung al bajo. Lo importante de manejar las dinámicas en estos géneros, de saber explotar y volver a tocar con mesura; unos coros espectaculares que recordaban a un teclado lanzando ambient. Una de las mejores puestas en escena que le he visto a la banda de Cortrique. Ya con las olas tapándonos los pies, el olor a salitre nos invadió como si un Big Muff estuviese calentándose poco a poco.
Era el turno de Fu Manchu. Los del Condado de Orange entraron con una prisa sobre rodamiento, quemando dos de sus mejores cartuchos en los primeros veinte minutos: “Evil Eye” y “California Crossing” nos dejaron sin aire. Los californianos llegaron presentando The Return of Tomorrow, un disco que sabe a noventas y que deja claro que los grandes siguen siendo grandes manteniendo su esencia. Temas como “Loch Ness Wrecking Machine” nos teletransportan de forma instantánea a King of the Road o The Action is Go. La ola pasó, pero pudimos surfearla. Un placer, Fu Manchu.
Y aquí no acababa la cosa: aún nos faltaba la fiesta de la noche, y teníamos claro quiénes iban a oficiarla. Los Maquina se subieron al escenario casi de un salto, pues estuvieron disfrutando del festival como público todo el jueves. Comenzó a sonar la pista de efectos y la línea de bajo infinita sobre la que se articularían los 45 minutos siguientes. Lo que consigue esta banda con guitarra, bajo y batería —y casi sin máquinas— es una absoluta barbaridad. Sonar a electrónica a base de paciencia y perseverancia es una tarea sobradamente difícil. Si tocasen una vez al día todos los años, compraría mi abono vitalicio.