


El viernes prometía ser mucho más tranquilo por el cartel, pero con ciertos alicientes que dejaban una rendija de la puerta abierta.
Empezamos la tarde con Gnome, tratando de tomarnos en serio los cincuenta y siete gorros rojos de gnomo que vimos en el bosque de camino al festival. Os juro que es de las cosas más graciosas que he visto en mi vida en un concierto. Debería ser obligatorio, a partir de ahora, el gorrito y aspirar helio para acceder a cualquier sitio. No los había escuchado demasiado, y bueno, divertidos. Para empezar el día con un café en la mano, me parecieron bastante adecuados. Lo mejor: las setas.
Ahora sí, me atavié, me cogí los pañuelos y traté de poner mi mejor cara para intentar que Emma Ruth Rundle, a punto de salir al escenario, me viese y se enamorase perdidamente de mí. Fallé estrepitosamente, porque a los cuarenta segundos yo ya estaba llorando con la cara hinchada y roja, las lentillas queriendo escapar y la voz como la de un fan de One Direction cuando Harry y Louis se miran a los ojos.
Emma salió, sola, con su guitarra acústica, y se sentó. Un silencio sepulcral, solo roto por la sexta cuerda de su guitarra dando comienzo a “Living with the Black Dog”. Nunca he visto una sola cuerda de guitarra llenar tanto un recinto. Ojos cerrados, corazones latiendo al ritmo de sus susurros rasgados y su armonioso llanto. Una tarde mágica que terminó de gestarse cuando Emma se despidió mientras yo trataba de que no se me cayeran más lágrimas en la cerveza.
Aún entre aplausos, volvió a salir porque tenía un poco más de tiempo para seguir rompiéndonos el corazón. No creo que pueda recuperarme jamás. No entendí a la gente que pudo quejarse de que esta reina estuviese en el cartel. Seguro que fue el cuñado de algún fan de Orange Goblin.
Y como me gustan los duendes, pero los de Irlanda, no los malos, estaba muy expectante con la siguiente banda en subirse a la tarima. Ellos eran Chalk, y desde Belfast, prometían hacernos bailar y humedecer conciencias con un post-punk que bebía más de la electrónica que de la Guinness.
Vamos a partir de la base de que esta banda jovencísima estaba teloneando a Fontaines D.C. junto a Kneecap en su tierra natal. Creo que esto ya es indicativo de que pueden interesarle a cualquiera. Una vez más, SonicBlast y el post-punk. What a time to be alive.
Con la noche encima, parecía que la electrónica iba a entrar increíble, y así fue. Empezó a sonar el beat de “Afraid”, comenzando el show mucho más arriba de lo que me esperaba. Sin tiempo para pensar en qué vendría después, todo el SonicBlast estaba saltando sin darse cuenta. Miradas de perplejidad, quizá por no saber lo que iba a aparecer tras la cortina en muchos casos, y en otros porque era justo lo que prometían los de Belfast, pero sonando como si fueran las cinco de la mañana.
Lo mejor de la tarde, para mí, fue encontrarme con esta joya en directo. Lo peor, que compartiesen día con Emma y yo ya no tuviese corazón para repartir.
Después de los irlandeses llegaba el turno de unos viejos conocidos del festival y de la gente amante del post-rock, psych, space y derivados. My Sleeping Karma volvían al festival portugués intentando superar la pérdida de su anterior bajista. Fue un golpe duro para ellos y no había muchas esperanzas de que volviesen pronto a los escenarios.
La música cura, y la de esta banda alemana, mucho más. Empezaron con uno de sus temas y de sus riffs más icónicos: “Brahama” fue la encargada de despertar un coro multitudinario, lo único que puede despertar a nivel vocal un grupo sin vocalista. Cantando la melodía de su entrada al caos durante dos largos minutos, supe que, una vez más, estaba delante de una de las mejores bandas del género.
El concierto se sintió como parte de un único discurso. La banda, conceptual y ya experta en esto, sonó con una cohesión extrema, generando un clima de seguridad y emotividad que pocas veces se nota frente a un escenario. Son paz, son cercanía, son familia.
Justo todo lo contrario me pasa con Witchcraft, banda que recogía el testigo de los alemanes para regalarnos más de una hora de la nada más absoluta. Lo digo sin acritud, pero es que no me dijeron nada. Aburrieron y no hicieron sentir a nadie dentro del concierto. Parecían el grupo de La ruleta de la suerte tocando por obligación entre sketches.
Los suecos venían con un cartelón de cabezas de cartel que, a priori, convenció a mucha gente pero también generaba dudas. No les hizo ningún favor tocar después de My Sleeping Karma, y el público no terminó de entrar en el mood ni se enganchó a las canciones. Coros tímidos en “Chylde of Fire”, y creo que más bien por su parecido con Black Sabbath que por otra cosa.
Menos mal que quedaba algo muy, muy potente después, y que sí supo conectar con la gente. Repitiendo en el festival, pero esta vez cambiando de escenario, el dúo afincado en Barcelona Dame Area fue el encargado de prender fuego al SonicBlast. Con la chapita de Humo Internacional ya les basta para llamar la atención de quien no los conociese.
La pasión, la locura, la rabia y la diversión se metieron en los cuerpos de quienes allí nos agolpábamos para bailar al ritmo del industrial más salvaje e irreverente. Es de esos grupos que me prohíbo escuchar en casa porque me resultan tan adictivos en directo.
Tras la carrera de fondo más larga y divertida del verano, huimos para estar presentables en lo que sería el último día del festival.



El viernes prometía ser mucho más tranquilo por el cartel, pero con ciertos alicientes que dejaban una rendija de la puerta abierta.
Empezamos la tarde con Gnome, tratando de tomarnos en serio los cincuenta y siete gorros rojos de gnomo que vimos en el bosque de camino al festival. Os juro que es de las cosas más graciosas que he visto en mi vida en un concierto. Debería ser obligatorio, a partir de ahora, el gorrito y aspirar helio para acceder a cualquier sitio. No los había escuchado demasiado, y bueno, divertidos. Para empezar el día con un café en la mano, me parecieron bastante adecuados. Lo mejor: las setas.
Ahora sí, me atavié, me cogí los pañuelos y traté de poner mi mejor cara para intentar que Emma Ruth Rundle, a punto de salir al escenario, me viese y se enamorase perdidamente de mí. Fallé estrepitosamente, porque a los cuarenta segundos yo ya estaba llorando con la cara hinchada y roja, las lentillas queriendo escapar y la voz como la de un fan de One Direction cuando Harry y Louis se miran a los ojos.
Emma salió, sola, con su guitarra acústica, y se sentó. Un silencio sepulcral, solo roto por la sexta cuerda de su guitarra dando comienzo a “Living with the Black Dog”. Nunca he visto una sola cuerda de guitarra llenar tanto un recinto. Ojos cerrados, corazones latiendo al ritmo de sus susurros rasgados y su armonioso llanto. Una tarde mágica que terminó de gestarse cuando Emma se despidió mientras yo trataba de que no se me cayeran más lágrimas en la cerveza.
Aún entre aplausos, volvió a salir porque tenía un poco más de tiempo para seguir rompiéndonos el corazón. No creo que pueda recuperarme jamás. No entendí a la gente que pudo quejarse de que esta reina estuviese en el cartel. Seguro que fue el cuñado de algún fan de Orange Goblin.
Y como me gustan los duendes, pero los de Irlanda, no los malos, estaba muy expectante con la siguiente banda en subirse a la tarima. Ellos eran Chalk, y desde Belfast, prometían hacernos bailar y humedecer conciencias con un post-punk que bebía más de la electrónica que de la Guinness.
Vamos a partir de la base de que esta banda jovencísima estaba teloneando a Fontaines D.C. junto a Kneecap en su tierra natal. Creo que esto ya es indicativo de que pueden interesarle a cualquiera. Una vez más, SonicBlast y el post-punk. What a time to be alive.
Con la noche encima, parecía que la electrónica iba a entrar increíble, y así fue. Empezó a sonar el beat de “Afraid”, comenzando el show mucho más arriba de lo que me esperaba. Sin tiempo para pensar en qué vendría después, todo el SonicBlast estaba saltando sin darse cuenta. Miradas de perplejidad, quizá por no saber lo que iba a aparecer tras la cortina en muchos casos, y en otros porque era justo lo que prometían los de Belfast, pero sonando como si fueran las cinco de la mañana.
Lo mejor de la tarde, para mí, fue encontrarme con esta joya en directo. Lo peor, que compartiesen día con Emma y yo ya no tuviese corazón para repartir.
Después de los irlandeses llegaba el turno de unos viejos conocidos del festival y de la gente amante del post-rock, psych, space y derivados. My Sleeping Karma volvían al festival portugués intentando superar la pérdida de su anterior bajista. Fue un golpe duro para ellos y no había muchas esperanzas de que volviesen pronto a los escenarios.
La música cura, y la de esta banda alemana, mucho más. Empezaron con uno de sus temas y de sus riffs más icónicos: “Brahama” fue la encargada de despertar un coro multitudinario, lo único que puede despertar a nivel vocal un grupo sin vocalista. Cantando la melodía de su entrada al caos durante dos largos minutos, supe que, una vez más, estaba delante de una de las mejores bandas del género.
El concierto se sintió como parte de un único discurso. La banda, conceptual y ya experta en esto, sonó con una cohesión extrema, generando un clima de seguridad y emotividad que pocas veces se nota frente a un escenario. Son paz, son cercanía, son familia.
Justo todo lo contrario me pasa con Witchcraft, banda que recogía el testigo de los alemanes para regalarnos más de una hora de la nada más absoluta. Lo digo sin acritud, pero es que no me dijeron nada. Aburrieron y no hicieron sentir a nadie dentro del concierto. Parecían el grupo de La ruleta de la suerte tocando por obligación entre sketches.
Los suecos venían con un cartelón de cabezas de cartel que, a priori, convenció a mucha gente pero también generaba dudas. No les hizo ningún favor tocar después de My Sleeping Karma, y el público no terminó de entrar en el mood ni se enganchó a las canciones. Coros tímidos en “Chylde of Fire”, y creo que más bien por su parecido con Black Sabbath que por otra cosa.
Menos mal que quedaba algo muy, muy potente después, y que sí supo conectar con la gente. Repitiendo en el festival, pero esta vez cambiando de escenario, el dúo afincado en Barcelona Dame Area fue el encargado de prender fuego al SonicBlast. Con la chapita de Humo Internacional ya les basta para llamar la atención de quien no los conociese.
La pasión, la locura, la rabia y la diversión se metieron en los cuerpos de quienes allí nos agolpábamos para bailar al ritmo del industrial más salvaje e irreverente. Es de esos grupos que me prohíbo escuchar en casa porque me resultan tan adictivos en directo.
Tras la carrera de fondo más larga y divertida del verano, huimos para estar presentables en lo que sería el último día del festival.
























