

Foto de Portada: Facundo Rodríguez (Shots by Far)
Cuarenta años de Bonded by Blood se celebraron en Buenos Aires con la intensidad que solo el thrash metal puede ofrecer. Los californianos Exodus eligieron el Teatro Flores para demostrar que, cuatro décadas después, siguen siendo una de las bandas más demoledoras del género. El resultado fue demoledor.
Mientras el teatro se preparaba para recibir a una de las leyendas fundacionales del thrash, la banda que, junto a Metallica, Slayer y Megadeth, definió el sonido de la Bay Area llegaba a Buenos Aires como parte de su gira mundial celebrando ese disco que, en 1985, cambió el metal para siempre. Cuando Bonded by Blood irrumpió en la escena, el thrash todavía estaba en formación; fueron los Exodus quienes llevaron esa crudeza al límite, sin buscar diferenciarse adrede, simplemente siendo directos y salvajes. Ese álbum no apostó por la prolijidad ni la imagen; se transformó en un manifiesto de velocidad y violencia que inspiró todo lo que llegó después. Y cuatro décadas más tarde, ahí estábamos para celebrarlo.
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Antes de que la maquinaria californiana tomara el escenario, dos bandas locales cumplieron con calentar motores. Lázaro, la banda que formó Jorge Moreno luego de la disolución de Serpentor, hizo su estreno oficial ante una aceptable cantidad de público que llegó temprano. Fiel a su estilo, potente y sin dejar respiro, interpretaron canciones de su álbum debut “Morir y Resucitar“, que pegó duro desde el arranque. La energía de cada uno de los músicos contagió a los presentes, quienes respondieron con el puño en alto y alentando a Jorge y sus secuaces.
Tungsteno cerró la tanda de teloneros con su propuesta de thrash sucio y divertido. Los riffs afilados y los ritmos frenéticos hicieron que quienes estuvieron aquella noche en el Teatro Flores se olvidaran del tiempo y se sumergieran en la vorágine del mosh. Los temas más festejados fueron “Te-Thrash” y “El Escuadrón del Thrash”, y para cuando terminaron su set, el lugar ya estaba a temperatura perfecta para lo que vendría.
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Y entonces, a las 21:30, las luces se apagaron por completo. Un rugido llenó el lugar cuando los primeros acordes de “Bonded by Blood” retumbaron en el aire. Exodus había llegado, y el público estalló en gritos que confirmaban la expectativa acumulada. Con la vuelta de Rob Dukes y el reemplazo de último momento de Jack Gibson por Kragen Lum de Heathen, la banda rompió todos los esquemas desde el primer segundo. Los riffs ultraveloces de Gary Holt y las baterías implacables de Tom Hunting se entrelazaban con esa voz rasgada, creando una atmósfera de pura adrenalina que caracteriza al thrash bien ejecutado. La primera fila se convirtió en un mar de cabezas que se movían al ritmo de la música, mientras se iban generando los primeros círculos de pogo. Caídas, golpes… nada importaba; éramos felices viendo a una de las leyendas vivas del thrash mundial en acción.
El setlist fue una lección de thrash metal que abarcó toda su discografía. Si bien el foco estaba puesto en Bonded by Blood, la banda no se limitó a repasar solo ese disco. Temas de “Tempo of the Damned“, “Fabulous Disaster” y “Pleasures of the Flesh” se intercalaban, creando un recorrido por cuatro décadas de thrash sin concesiones.
Cuando llegó el momento de “Metal Command”, este hizo explotar el teatro, pero fue “Deliver Us to Evil” la que generó uno de los momentos más emotivos de la noche. Dedicada a Paul Baloff, el exvocalista fallecido en febrero de 2002, la canción funcionó como recordatorio de que Exodus es más que música; es una hermandad que honra a quienes ya no están.
“Brain Dead”, del año 1987, mantuvo la intensidad, demostrando que el catálogo de Exodus está repleto de himnos que resisten el paso del tiempo. Y “And Then There Were None” llegó con su complejidad característica, cambios de ritmo y solos intrincados ejecutados con una precisión que dejó claro por qué siguen siendo referencia del género. Entre otras, sonaron “Blacklist”, muy festejada y con chapa de clásico indiscutido, “Exodus”, “Piranha” y “A Lesson in Violence”.
Lo que realmente distinguió este concierto fue la conexión entre Exodus y su audiencia. Dukes, con su carisma y cercanía, interactuaba constantemente con el público. No era solo un frontman ejecutando un show; era alguien genuinamente conectado con lo que estaba pasando en esa pista, que tan solo con mover un dedo en círculos encendía a todos para la batalla. Era evidente que, para ellos, esta noche también era especial. Cuarenta años de Bonded by Blood en Buenos Aires no es un trámite más en una gira, es un acontecimiento.
A medida que avanzaba la noche, la intensidad aumentaba. Los pogos se volvían más grandes, más salvajes. Durante aproximadamente una hora y cuarto de show, el público no paró de saltar ni un segundo. El momento culminante llegó con “The Toxic Waltz”, del álbum Fabulous Disaster (1989). Antes de arrancar la canción, sorprendieron a más de uno con una breve introducción de “Raining Blood”, de Slayer, para luego pegarle unas estrofas de “Motorbreath”, de Metallica. Los primeros acordes fueron suficientes: el pogo alcanzó dimensiones épicas, nunca vistos por este crónista, con personas saltando, empujando y coreando cada palabra. Era la celebración del thrash metal en su máxima expresión, ese ritual de violencia controlada y comunión que sólo este género puede generar.
El cierre llegó con “Strike of the Beast”, regresando al disco que vinieron a celebrar, y fue esa canción la que condensó toda la esencia de lo que es Exodus. Cuando las luces se encendieron, el público estaba exhausto pero eufórico, con esa sensación de haber sido parte de algo que trasciende el simple hecho de ver una banda en vivo.
Una noche donde el thrash se vivió en su forma más pura y visceral, donde cuarenta años de historia se condensaron en esos sesenta y tantos minutos en los que quedó claro que, mientras haya bandas como Exodus dispuestas a entregarlo todo en el escenario, el thrash metal seguirá vivo y coleando. Como siempre, agradecemos a Marcela e Icarus por permitirnos tener otra lección de violencia.


Foto de Portada: Facundo Rodríguez (Shots by Far)
Cuarenta años de Bonded by Blood se celebraron en Buenos Aires con la intensidad que solo el thrash metal puede ofrecer. Los californianos Exodus eligieron el Teatro Flores para demostrar que, cuatro décadas después, siguen siendo una de las bandas más demoledoras del género. El resultado fue demoledor.
Mientras el teatro se preparaba para recibir a una de las leyendas fundacionales del thrash, la banda que, junto a Metallica, Slayer y Megadeth, definió el sonido de la Bay Area llegaba a Buenos Aires como parte de su gira mundial celebrando ese disco que, en 1985, cambió el metal para siempre. Cuando Bonded by Blood irrumpió en la escena, el thrash todavía estaba en formación; fueron los Exodus quienes llevaron esa crudeza al límite, sin buscar diferenciarse adrede, simplemente siendo directos y salvajes. Ese álbum no apostó por la prolijidad ni la imagen; se transformó en un manifiesto de velocidad y violencia que inspiró todo lo que llegó después. Y cuatro décadas más tarde, ahí estábamos para celebrarlo.
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Antes de que la maquinaria californiana tomara el escenario, dos bandas locales cumplieron con calentar motores. Lázaro, la banda que formó Jorge Moreno luego de la disolución de Serpentor, hizo su estreno oficial ante una aceptable cantidad de público que llegó temprano. Fiel a su estilo, potente y sin dejar respiro, interpretaron canciones de su álbum debut “Morir y Resucitar“, que pegó duro desde el arranque. La energía de cada uno de los músicos contagió a los presentes, quienes respondieron con el puño en alto y alentando a Jorge y sus secuaces.
Tungsteno cerró la tanda de teloneros con su propuesta de thrash sucio y divertido. Los riffs afilados y los ritmos frenéticos hicieron que quienes estuvieron aquella noche en el Teatro Flores se olvidaran del tiempo y se sumergieran en la vorágine del mosh. Los temas más festejados fueron “Te-Thrash” y “El Escuadrón del Thrash”, y para cuando terminaron su set, el lugar ya estaba a temperatura perfecta para lo que vendría.
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Y entonces, a las 21:30, las luces se apagaron por completo. Un rugido llenó el lugar cuando los primeros acordes de “Bonded by Blood” retumbaron en el aire. Exodus había llegado, y el público estalló en gritos que confirmaban la expectativa acumulada. Con la vuelta de Rob Dukes y el reemplazo de último momento de Jack Gibson por Kragen Lum de Heathen, la banda rompió todos los esquemas desde el primer segundo. Los riffs ultraveloces de Gary Holt y las baterías implacables de Tom Hunting se entrelazaban con esa voz rasgada, creando una atmósfera de pura adrenalina que caracteriza al thrash bien ejecutado. La primera fila se convirtió en un mar de cabezas que se movían al ritmo de la música, mientras se iban generando los primeros círculos de pogo. Caídas, golpes… nada importaba; éramos felices viendo a una de las leyendas vivas del thrash mundial en acción.
El setlist fue una lección de thrash metal que abarcó toda su discografía. Si bien el foco estaba puesto en Bonded by Blood, la banda no se limitó a repasar solo ese disco. Temas de “Tempo of the Damned“, “Fabulous Disaster” y “Pleasures of the Flesh” se intercalaban, creando un recorrido por cuatro décadas de thrash sin concesiones.
Cuando llegó el momento de “Metal Command”, este hizo explotar el teatro, pero fue “Deliver Us to Evil” la que generó uno de los momentos más emotivos de la noche. Dedicada a Paul Baloff, el exvocalista fallecido en febrero de 2002, la canción funcionó como recordatorio de que Exodus es más que música; es una hermandad que honra a quienes ya no están.
“Brain Dead”, del año 1987, mantuvo la intensidad, demostrando que el catálogo de Exodus está repleto de himnos que resisten el paso del tiempo. Y “And Then There Were None” llegó con su complejidad característica, cambios de ritmo y solos intrincados ejecutados con una precisión que dejó claro por qué siguen siendo referencia del género. Entre otras, sonaron “Blacklist”, muy festejada y con chapa de clásico indiscutido, “Exodus”, “Piranha” y “A Lesson in Violence”.
Lo que realmente distinguió este concierto fue la conexión entre Exodus y su audiencia. Dukes, con su carisma y cercanía, interactuaba constantemente con el público. No era solo un frontman ejecutando un show; era alguien genuinamente conectado con lo que estaba pasando en esa pista, que tan solo con mover un dedo en círculos encendía a todos para la batalla. Era evidente que, para ellos, esta noche también era especial. Cuarenta años de Bonded by Blood en Buenos Aires no es un trámite más en una gira, es un acontecimiento.
A medida que avanzaba la noche, la intensidad aumentaba. Los pogos se volvían más grandes, más salvajes. Durante aproximadamente una hora y cuarto de show, el público no paró de saltar ni un segundo. El momento culminante llegó con “The Toxic Waltz”, del álbum Fabulous Disaster (1989). Antes de arrancar la canción, sorprendieron a más de uno con una breve introducción de “Raining Blood”, de Slayer, para luego pegarle unas estrofas de “Motorbreath”, de Metallica. Los primeros acordes fueron suficientes: el pogo alcanzó dimensiones épicas, nunca vistos por este crónista, con personas saltando, empujando y coreando cada palabra. Era la celebración del thrash metal en su máxima expresión, ese ritual de violencia controlada y comunión que sólo este género puede generar.
El cierre llegó con “Strike of the Beast”, regresando al disco que vinieron a celebrar, y fue esa canción la que condensó toda la esencia de lo que es Exodus. Cuando las luces se encendieron, el público estaba exhausto pero eufórico, con esa sensación de haber sido parte de algo que trasciende el simple hecho de ver una banda en vivo.
Una noche donde el thrash se vivió en su forma más pura y visceral, donde cuarenta años de historia se condensaron en esos sesenta y tantos minutos en los que quedó claro que, mientras haya bandas como Exodus dispuestas a entregarlo todo en el escenario, el thrash metal seguirá vivo y coleando. Como siempre, agradecemos a Marcela e Icarus por permitirnos tener otra lección de violencia.