El heavy metal argentino es un ecosistema muy particular. Aunque cualquier fan del género en Latinoamérica podrá admitir la popularidad que tienen varias bandas del estilo en la región, sobre todo en países limítrofes, en el contexto nacional parece que el camino es cuesta arriba (o, al menos, lo es todavía más que lo común) para cualquier músico que no tenga una relación directa con la “Familia V8 / Hermética”. Claro que no es imposible hacerse un lugar siendo alguien ajeno a ese círculo: pasó con A.N.I.M.A.L, pasó con Los Antiguos y pasó con Serpentor, que estrenó su sexto álbum Sacerdote del Horror este 5 de noviembre, a través de Icarus Music.

La de Serpentor es una historia de pura tenacidad: lejos de probar suerte con algún estilo muy de moda o tener miembros de un montón de bandas respetadas del ambiente, el quinteto de la localidad de Rafael Castillo puede decir que lo suyo se dio gracias a casi dos décadas y media de trabajo ininterrumpido en el under nacional. Y luego de un 2020 muy complicado que tuvo al grupo volviendo a su antiguo estudio por el problema de sostener el alquiler en medio de la pandemia, pudieron presentar su nuevo trabajo en un Estadio Obras casi repleto, algo que se ve muy poco en la música pesada argenta.

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Centrándonos en Sacerdote del Horror, las diez canciones de este álbum tienen a Serpentor usando las herramientas que mejor conocen: thrash metal veloz, de riffs gruesos y con la influencia de Testament a flor de piel en cada uno de los tracks. Esto ya se nota en el tema título, que después de la intro en italiano arranca de lleno con las guitarras de Jorge Moreno y Jorge Alcaraz y la voz potente de Guillermo Romero, que más de una vez lo vi referenciado como “el Chuck Billy argentino”. Pero para los que no estén familiarizados por la banda y crean que por esta descripción el grupo sólo tiene para ofrecer una copia vernácula del quinteto californiano, no se preocupen: hay mucha sustancia en lo hecho por estos oriundos de Zona Oeste.

“Cuervos y Ratas”, “Represión Violenta” y “Atacarán Tu Mente” son sólo un par de ejemplos de ese thrash metal riffero y de letras de actitud combativa que ya es marca registrada de Serpentor, con mucho doble bombo y secciones como para desatar un pogo violento en el living de tu casa. Y esa es la línea que sigue la mayor parte de Sacerdote del Horror, algo que puede sonar repetitivo por momentos pero que se ve ayudado por su corta duración: con 38 minutos, el álbum termina antes de que se llegue a sentir repetitivo o las canciones pierdan fuerza. Aunque fuera una decisión logística para poder editar el disco en vinilo, es una que terminó beneficiando al material en contraste con el anterior Legiones, que tuvo una propuesta más compleja pero donde la duración de casi una hora era un tanto exagerada.

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Esto no quiere decir que todas las canciones sigan la misma fórmula exacta. “El Carnicero” y “Pandemonium” los tienen variando un poco la fórmula, el primero incluyendo un par de blastbeats de regusto death metal y el segundo adoptando una marcha más lenta pero igual de pesada y contundente que si estuvieran pisando a fondo el acelerador. Estas canciones también le dan una oportunidad para destacarse a los debutantes Marcos Gianfrancesco (Argento, ex Tungsteno) en batería y Luis Medina (Mecánica, ex Dementaria) en bajo, que en su primer álbum junto a Serpentor se muestran como una base instrumental sobresaliente. Esto se ve ayudado por un sonido claro y profesional, pero no por eso sobreproducido o artificial, dándole espacio a todos los instrumentos y manteniendo el estándar de calidad de producción que el metal argentino logró alcanzar en la última década en ese aspecto. 

Sacerdote del Horror es la experiencia Serpentor llevada a sus elementos fundamentales, con los ingredientes que la banda viene explotando desde sus inicios llevados a su estado más puro y directo. Puede que algunos extrañen la variedad y complejidad de Legiones o los riffs más enredados de antaño, pero este sexto álbum es una gran elección para aquel que sólo busque ponerse el chaleco de parches, destapar una cerveza y disfrutar de un buen disco de thrash metal sin muchas vueltas.