

En una jornada de excesiva humedad en la ciudad de Buenos Aires, un nuevo show estaba a punto de desarrollarse en Uniclub, y Track To Hell diría presente una vez más para compartir con ustedes lo que fue una nueva visita de los norteamericanos Baroness.
Pero vayamos paso a paso. Cerca de las 20 horas arribé a la zona y, en las puertas de Uniclub, se podía divisar una aceptable cantidad de fans dispuestos a ingresar al local capitalino. Luego de la correspondiente acreditación que nos otorgaron los amigos de California Sun, me dispuse a entrar, ya que Monje, la banda elegida como soporte nacional, abriría la jornada de aquel jueves 27 de febrero.
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Los comandados por el vocalista Matías Ibáñez se embarcan en un death/doom de buena calidad, con sonidos calmos que se intercambian con la ferocidad de las guitarras, un bajo que retumbaba en el pecho y una batería que deleitaba con cada golpe. Sin dudas, una buena banda que, si bien no encajaba con lo que vendría luego, se dio el lugar para darse a conocer ante un nuevo público.
Algunas de las canciones que sonaron fueron “Filosofía del culto al fin de los tiempos”, “Lágrimas de sangre” y “Pionero de la muerte”, pertenecientes a sus discos Druga dimenzija y Culto al fin de los tiempos, de 2020 y 2023, respectivamente. Hubo algunas sorpresas en el setlist: interpretaron dos adelantos de canciones que no se encuentran grabadas, una de ellas titulada “A sangre fría”. Los Monje cerraron un muy buen show con “O.I.D.”, recibiendo el aplauso generalizado de los asistentes.
Como bien sabrán, tras haber pasado más de 20 años regalándonos su sonido, la banda estadounidense tiene la característica de titular todos sus discos con colores. John Baizley (voz y guitarra) es artista plástico y diseñador de las portadas y, además de trabajar en la teoría de los colores, también lo plasma en la iluminación del show, teniendo en cuenta la técnica propia del lugar.
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Siendo poco más de las 21:00, el recinto ya contaba con una muy buena cantidad de asistentes; no estaba lleno ni intransitable, pero presentaba un excelente marco. La música que sonaba mientras se aguardaba a la banda principal iba perdiéndose en un fade out y, de repente, las luces se atenuaron: la magia estaba por suceder.
Los dos grandes telones que ocultaban el escenario se corrieron, y Baroness estaba pisando nuevamente tierra argentina. Empezaron la noche con “Last Word”, y el público estalló en un rugido durante el épico solo de guitarra que dejó a todos boquiabiertos. En esta oportunidad, quienes acompañaron a John en esta nueva travesía por el país fueron Gina Gleason (guitarra), afianzándose tras las seis cuerdas; Nick Jost (bajo); y el orgullo local, Sebastián Thomson en la batería. La joven guitarrista y única dama en la formación acaparó la atención de más de uno y una, cosa que desarrollaré más adelante.
El sudor en el cuerpo se hacía cada vez más evidente; el calor estaba a flor de piel tanto arriba como abajo del escenario, y se agradece tanto a la organización como al personal del lugar, dado que, esta vez, los ventiladores estuvieron encendidos y pudo disfrutarse del show con tranquilidad. La energía y las vibraciones positivas que emanaban de cada uno de los integrantes de “La Baronesa” eran contagiosas mientras el público sonreía y rockeaba sin preocuparse por nada.
Antes de comenzar la tercera canción del setlist, un muchacho desde el campo le hacía señas a Gina mientras le mostraba un cartel. Todo era raro: señas de aquí y de allá mientras la gente se preguntaba: “¿Qué está pasando?”. Ahí fue cuando John invitó a subir a Martín. Así es, ese era el nombre del intrépido que pidió tocar “March of the Sea” con la banda, cosa que sucedió. Gina intercambió roles con él y disfrutó en el piso de Uniclub mientras se sacaba fotos, cantaba y saltaba con la masa.
Entre otras, aquella calurosa noche porteña sonaron “Green Theme”, “Beneath the Rose”, “Tourniquet”, “Shock Me” y la hermosísima balada “If I Have to Wake Up (Would You Stop the Rain?)”, a la que le pegaron la instrumental “Fugue”. Estas últimas tres pertenecen al majestuoso Purple.
La capacidad del cuarteto para componer música que incluye tantas influencias diferentes a lo largo de todo su vasto catálogo, manteniendo al mismo tiempo su alta calidad constante, es increíblemente impresionante. Mientras el vocalista realizaba duelos de guitarras gemelas con la señorita, el bajista Nick Jost y el baterista Sebastián Thomson intercambiaron sonrisas durante toda la noche, la química entre todos se sintió genuina y natural.
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La noche iba llegando a su final; la gente seguía extasiada y la banda lo dejaba todo sobre las tablas. Otro de los momentos álgidos fue cuando sonaron “Swollen and Halo”, seguida de “Chlorine & Wine” y el cierre del setlist regular con “The Gnashing”.
Tras unos breves momentos de espera, los cuatro músicos volvieron a tomar el control para despedirse de Argentina (con agradecimientos y promesas de volver a encontrarse con sus fanáticos). Primeramente, sonó “Isak”, única canción del Red Album, y, para darle un toque épico, “Take My Bones Away” fue la elección perfecta para marcar el final de un espectáculo emocionalmente explosivo.
Pasada la hora y media de show, las expectativas no solo quedaron sobradamente satisfechas, sino que quedó sobrevolando esa sensación de querer más. Baroness sigue siendo una de las bandas más consistentemente increíbles tanto en disco como en vivo, creando una experiencia que necesita ser presenciada de primera mano. Me encanta cuando voy a ver en directo a un grupo del cual he escuchado toda su discografía pero nunca imaginé poder ver en directo, y debo confesarles que me quedé completamente alucinado. Esta banda es una máquina de metal bien engrasada. Hacen rock duro, tocan con intensidad y se divierten haciéndolo.
En general, si tuviera que puntuar este espectáculo, rompería la escala. Puede que haya sido la primera vez que vea a Baroness, pero en absoluto será la última.
Fotos: Facundo Rodríguez


En una jornada de excesiva humedad en la ciudad de Buenos Aires, un nuevo show estaba a punto de desarrollarse en Uniclub, y Track To Hell diría presente una vez más para compartir con ustedes lo que fue una nueva visita de los norteamericanos Baroness.
Pero vayamos paso a paso. Cerca de las 20 horas arribé a la zona y, en las puertas de Uniclub, se podía divisar una aceptable cantidad de fans dispuestos a ingresar al local capitalino. Luego de la correspondiente acreditación que nos otorgaron los amigos de California Sun, me dispuse a entrar, ya que Monje, la banda elegida como soporte nacional, abriría la jornada de aquel jueves 27 de febrero.
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Los comandados por el vocalista Matías Ibáñez se embarcan en un death/doom de buena calidad, con sonidos calmos que se intercambian con la ferocidad de las guitarras, un bajo que retumbaba en el pecho y una batería que deleitaba con cada golpe. Sin dudas, una buena banda que, si bien no encajaba con lo que vendría luego, se dio el lugar para darse a conocer ante un nuevo público.
Algunas de las canciones que sonaron fueron “Filosofía del culto al fin de los tiempos”, “Lágrimas de sangre” y “Pionero de la muerte”, pertenecientes a sus discos Druga dimenzija y Culto al fin de los tiempos, de 2020 y 2023, respectivamente. Hubo algunas sorpresas en el setlist: interpretaron dos adelantos de canciones que no se encuentran grabadas, una de ellas titulada “A sangre fría”. Los Monje cerraron un muy buen show con “O.I.D.”, recibiendo el aplauso generalizado de los asistentes.
Como bien sabrán, tras haber pasado más de 20 años regalándonos su sonido, la banda estadounidense tiene la característica de titular todos sus discos con colores. John Baizley (voz y guitarra) es artista plástico y diseñador de las portadas y, además de trabajar en la teoría de los colores, también lo plasma en la iluminación del show, teniendo en cuenta la técnica propia del lugar.
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Siendo poco más de las 21:00, el recinto ya contaba con una muy buena cantidad de asistentes; no estaba lleno ni intransitable, pero presentaba un excelente marco. La música que sonaba mientras se aguardaba a la banda principal iba perdiéndose en un fade out y, de repente, las luces se atenuaron: la magia estaba por suceder.
Los dos grandes telones que ocultaban el escenario se corrieron, y Baroness estaba pisando nuevamente tierra argentina. Empezaron la noche con “Last Word”, y el público estalló en un rugido durante el épico solo de guitarra que dejó a todos boquiabiertos. En esta oportunidad, quienes acompañaron a John en esta nueva travesía por el país fueron Gina Gleason (guitarra), afianzándose tras las seis cuerdas; Nick Jost (bajo); y el orgullo local, Sebastián Thomson en la batería. La joven guitarrista y única dama en la formación acaparó la atención de más de uno y una, cosa que desarrollaré más adelante.
El sudor en el cuerpo se hacía cada vez más evidente; el calor estaba a flor de piel tanto arriba como abajo del escenario, y se agradece tanto a la organización como al personal del lugar, dado que, esta vez, los ventiladores estuvieron encendidos y pudo disfrutarse del show con tranquilidad. La energía y las vibraciones positivas que emanaban de cada uno de los integrantes de “La Baronesa” eran contagiosas mientras el público sonreía y rockeaba sin preocuparse por nada.
Antes de comenzar la tercera canción del setlist, un muchacho desde el campo le hacía señas a Gina mientras le mostraba un cartel. Todo era raro: señas de aquí y de allá mientras la gente se preguntaba: “¿Qué está pasando?”. Ahí fue cuando John invitó a subir a Martín. Así es, ese era el nombre del intrépido que pidió tocar “March of the Sea” con la banda, cosa que sucedió. Gina intercambió roles con él y disfrutó en el piso de Uniclub mientras se sacaba fotos, cantaba y saltaba con la masa.
Entre otras, aquella calurosa noche porteña sonaron “Green Theme”, “Beneath the Rose”, “Tourniquet”, “Shock Me” y la hermosísima balada “If I Have to Wake Up (Would You Stop the Rain?)”, a la que le pegaron la instrumental “Fugue”. Estas últimas tres pertenecen al majestuoso Purple.
La capacidad del cuarteto para componer música que incluye tantas influencias diferentes a lo largo de todo su vasto catálogo, manteniendo al mismo tiempo su alta calidad constante, es increíblemente impresionante. Mientras el vocalista realizaba duelos de guitarras gemelas con la señorita, el bajista Nick Jost y el baterista Sebastián Thomson intercambiaron sonrisas durante toda la noche, la química entre todos se sintió genuina y natural.
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La noche iba llegando a su final; la gente seguía extasiada y la banda lo dejaba todo sobre las tablas. Otro de los momentos álgidos fue cuando sonaron “Swollen and Halo”, seguida de “Chlorine & Wine” y el cierre del setlist regular con “The Gnashing”.
Tras unos breves momentos de espera, los cuatro músicos volvieron a tomar el control para despedirse de Argentina (con agradecimientos y promesas de volver a encontrarse con sus fanáticos). Primeramente, sonó “Isak”, única canción del Red Album, y, para darle un toque épico, “Take My Bones Away” fue la elección perfecta para marcar el final de un espectáculo emocionalmente explosivo.
Pasada la hora y media de show, las expectativas no solo quedaron sobradamente satisfechas, sino que quedó sobrevolando esa sensación de querer más. Baroness sigue siendo una de las bandas más consistentemente increíbles tanto en disco como en vivo, creando una experiencia que necesita ser presenciada de primera mano. Me encanta cuando voy a ver en directo a un grupo del cual he escuchado toda su discografía pero nunca imaginé poder ver en directo, y debo confesarles que me quedé completamente alucinado. Esta banda es una máquina de metal bien engrasada. Hacen rock duro, tocan con intensidad y se divierten haciéndolo.
En general, si tuviera que puntuar este espectáculo, rompería la escala. Puede que haya sido la primera vez que vea a Baroness, pero en absoluto será la última.