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Candelabrum Metal Fest 2025 – DÍA 1: “Funerales místicos”
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Increíble pensar que esta es la cuarta vez que estamos aquí sentados, rememorando una exitosa edición más de un festival que ha cometido la gran locura en la escena metalera de México: cumplir con lo que promete, para variar.

Algunos días después del fin de semana del 5 al 7 de septiembre de 2025 en la ciudad de León, Guanajuato, el sentimiento que predomina en muchos de los asistentes es el de satisfacción y anticipación por el año que viene, pues el ritual de enfrentarte un año más a lo conocido y a lo que está por conocerse en cada edición, se empieza a volver adictivo.

Como cada año desde la segunda edición, el sábado 6 empezaría a partir del mediodía, ofreciendo una bofetada de bienvenida a la cruda de quienes la noche anterior habían agarrado la peda en la pre-fiesta o en cualquier otro tugurio de la conocida ciudad guanajuatense, con sus oriundos Anticolor: una mezcla perfecta entre speed con feeling ochentero y black metal, que se harían notar no solo con su interpretación musical, sino con una actuación en escena tanto cursi como conflictiva, con el líder de la banda lamiendo el pecho cubierto de chamoy de una visiblemente incómoda modelo, levantando las cejas de algunas personas y que muy curiosamente, el autor de esta crónica terminaría rescatando de un destino incierto y entregándolo sano y salvo en su casa al término de la noche. Track To Hell al servicio de la comunidad.

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Fieles a su gran récord de puntualidad, el festival daría inicio a su segunda banda programada con los regios Unholier, despilfarrando una brutalidad desmedida a la old school. Con un largo camino recorrido, suenan parejos y desmedidos, y con voces desgarradoras, afiladas guitarras y contundentes baterías hicieron retumbar el escenario de una manera bestial.

Media hora después de la una de la tarde, los capitalinos Fumes llegarían con un sonido considerablemente más cochino que sus predecesores. Esta implacable banda de black/death demuestra en su sonido de mugre y decadencia amalgamas de disonancia y melodía a partes iguales. Entregados y desafiantes sobre el escenario, comenzaron a aglutinar al creciente público del festival para dar la bienvenida a las primeras bandas internacionales.

Es durante este break entre Fumes y Fossilization que su servidor comprobaría, con tristeza, que la máxima crítica al Candelabrum —su talón de Aquiles y punto débil— sigue siendo la pobre y aun así prohibitiva oferta gastronómica, con platillos olvidables y en su mayoría fritos que rondan entre los $180 y $230 pesos, sin mencionar los nuevos pero minúsculos esquites de $80 pesos, que en su oferta fueron bienvenidos, pero que ante el precio terminan resintiendo el mismo antojo. Aunque, bueno, lo más rescatable: el birriamen, al menos, venía con abundante chivo.

En realidad, el único chivo que me importaba era el hipotético que sacrificarían las bandas en el escenario, por lo que me apresuré a gozar de la citada banda brasileña y que, carajo, qué excelente presentación. Dando definitivamente el disparo de partida a la malvibrez en el festival, este proyecto de death/doom, que al juzgar por los ceños fruncidos del público asistente, aniquiló sus ánimos y oídos entre blast beats y tempos arrastrados por igual, no tuvo comparación durante el resto del fin de semana. Matizado, preciso, dinámico y parte madres: el sonido de estos carnales va pa’ largo.

Para cuando Zemial, la banda del tecladista de Proscriptor McGovern’s Apsû, se acomodaba en el escenario, este muchacho ya estaba empezando a resentir las primeras horas del día, por lo que me pareció bien tomar un poco de aire y humo en las ya populares mesas del área VIP, mientras tocaba una de las bandas que menos me emocionaban y que, aunque eficientes y ruidosos en su desempeño, apenas me hicieron el favor de sonorizar la platicada, aun con los invitados berridos del Proscriptor en cuestión.

Al término, una de las incógnitas más grandes del evento se ganaba la atención del recinto, pues con su hard rock vivaracho y festivo, Eclipse empezó a reunir a un público más mayor (y curiosamente “trve”) de lo que yo hubiera sospechado. En una de esas, preguntándole a algún camarada por qué él sí quería verlos ahí enfrente, me confesó que los había escuchado hace muchos años en alguna lista recomendada de YouTube y pensé que algún sueco estuvo haciendo bien su trabajo.

Pero, en fin, todo esto me empezó a importar cada vez menos cuando, de a poco, se aproximaba uno de los que para mí serían (y esto ya lo sospechaba) de los momentos cumbres no solo de este, sino de cualquier Candelabrum. Y es que Shape of Despair, la mítica banda de funeral doom finlandesa, fue todo lo que pude haber deseado y mucho, mucho más. Completamente cautivantes y con una finura sónica como pocas en este espectacular microgénero, se me antojaron unos fieles continuadores del legado de otras bandas sobre este mismo escenario, como Bell Witch, Officium Triste o Draconian. Hay una delicadeza fúnebre en las composiciones de este quinteto que difícilmente se borrará de mi memoria en años por venir, y solo podemos seguir esperando que el Candelabrum nos siga consintiendo de esta manera a los “doomers”.

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A las seis de la tarde no tocó nadie, pero a lo lejos se escuchaba el débil sonido de una podadora de pasto vieja y desgastada que alguien tuvo la mala fortuna de grabar por allá en algún suburbio belga. Sin embargo, lo que sí tronó con potente madre fueron los subwoofers y el line array al enfrentarse a la violencia de Morbid Saint, que con una expresión pura de frenetismo old school pegaron tremenda violada sonora a un público que ya los necesitaba en estas tierras.

Para este momento, la noche ya estaba muy avanzada, así como los ánimos y la intoxicación general, lo que nos abrió el chakra de la mente para el galáctico y fantasioso desplante de Hällas, que con capas y lentejuelas nos arrastraron a una cabalgata setentera como pocas se han visto en estos escenarios, impactando con proverbial asalto místico la imaginación e ilusión de un montón de señores feos, robustos y enfundados en cueros y algodón, que no podían hacer otra cosa que mover su cabeza al ritmo de canciones ya casi clásicas como Carry On y Star Rider.

Y fue pasada esta hora cuando nos permitiríamos una última lloradita, para algunos la última de la noche. Uno de los platos fuertes de esta edición, tanto por su regreso a los escenarios hace tan solo un año como por la influencia que aún muchos recuerdan de este proyecto en los noventa, The 3rd and the Mortal encendió una vela o un cirio de nostalgias en la imaginación melancólica de cada asistente. Interpretando arrastradas pero solemnes canciones de álbumes como Sorrow y Tears Laid in Earth, los noruegos conquistaron.

La noche se volvió nebulosa, caótica. La iluminación del escenario predominaba sobre los faroles a lo lejos, en la calle, y las pálidas luces de las mesas del VIP, la zona de comida, el mercado de merch, la expo artística y los baños se empezaban a sentir ignorados, pues reinaba la emoción: ya era momento de ella. La noche estaba a punto de llegar a su fin y el festival a su mitad. Aunque en ese sube y baja estilístico de programación, faltaba una patada más de violencia con Repulsion, que vomitaron sobre las negras flores de ‘3rd’, con su death primitivo. Un último destrampe gore antes del final.

Y vaya final, pues la última sorpresa de la noche no sería poca cosa con los también noruegos de Covenant (¿Kovenant?, ¿The Kovenant?). Al encontrarse entre los pioneros nórdicos del melodic black y estar compuesta por miembros clave de bandas como Dimmu Borgir y Mayhem, la influencia de esta banda suele pasar desapercibida hasta que te enteras de cuánta gente creció con su disco Nexus Polaris en los reproductores Panasonic de las salas de sus casas. Siempre originales, estas monolíticas figuras de la música extrema mundial nos regalaron aquellos rarísimos tempos y maquinaciones barrocas de las que Covenant hace uso, muy al estilo de bandas como Gehenna y Arcturus, pero a la vez únicos. Con ello decíamos adiós —al menos por esta noche— a la víspera de nochebuena con los tíos darketos de León y llegábamos a la anunciada mitad del acontecimiento.

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Increíble pensar que esta es la cuarta vez que estamos aquí sentados, rememorando una exitosa edición más de un festival que ha cometido la gran locura en la escena metalera de México: cumplir con lo que promete, para variar.

Algunos días después del fin de semana del 5 al 7 de septiembre de 2025 en la ciudad de León, Guanajuato, el sentimiento que predomina en muchos de los asistentes es el de satisfacción y anticipación por el año que viene, pues el ritual de enfrentarte un año más a lo conocido y a lo que está por conocerse en cada edición, se empieza a volver adictivo.

Como cada año desde la segunda edición, el sábado 6 empezaría a partir del mediodía, ofreciendo una bofetada de bienvenida a la cruda de quienes la noche anterior habían agarrado la peda en la pre-fiesta o en cualquier otro tugurio de la conocida ciudad guanajuatense, con sus oriundos Anticolor: una mezcla perfecta entre speed con feeling ochentero y black metal, que se harían notar no solo con su interpretación musical, sino con una actuación en escena tanto cursi como conflictiva, con el líder de la banda lamiendo el pecho cubierto de chamoy de una visiblemente incómoda modelo, levantando las cejas de algunas personas y que muy curiosamente, el autor de esta crónica terminaría rescatando de un destino incierto y entregándolo sano y salvo en su casa al término de la noche. Track To Hell al servicio de la comunidad.

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Fieles a su gran récord de puntualidad, el festival daría inicio a su segunda banda programada con los regios Unholier, despilfarrando una brutalidad desmedida a la old school. Con un largo camino recorrido, suenan parejos y desmedidos, y con voces desgarradoras, afiladas guitarras y contundentes baterías hicieron retumbar el escenario de una manera bestial.

Media hora después de la una de la tarde, los capitalinos Fumes llegarían con un sonido considerablemente más cochino que sus predecesores. Esta implacable banda de black/death demuestra en su sonido de mugre y decadencia amalgamas de disonancia y melodía a partes iguales. Entregados y desafiantes sobre el escenario, comenzaron a aglutinar al creciente público del festival para dar la bienvenida a las primeras bandas internacionales.

Es durante este break entre Fumes y Fossilization que su servidor comprobaría, con tristeza, que la máxima crítica al Candelabrum —su talón de Aquiles y punto débil— sigue siendo la pobre y aun así prohibitiva oferta gastronómica, con platillos olvidables y en su mayoría fritos que rondan entre los $180 y $230 pesos, sin mencionar los nuevos pero minúsculos esquites de $80 pesos, que en su oferta fueron bienvenidos, pero que ante el precio terminan resintiendo el mismo antojo. Aunque, bueno, lo más rescatable: el birriamen, al menos, venía con abundante chivo.

En realidad, el único chivo que me importaba era el hipotético que sacrificarían las bandas en el escenario, por lo que me apresuré a gozar de la citada banda brasileña y que, carajo, qué excelente presentación. Dando definitivamente el disparo de partida a la malvibrez en el festival, este proyecto de death/doom, que al juzgar por los ceños fruncidos del público asistente, aniquiló sus ánimos y oídos entre blast beats y tempos arrastrados por igual, no tuvo comparación durante el resto del fin de semana. Matizado, preciso, dinámico y parte madres: el sonido de estos carnales va pa’ largo.

Para cuando Zemial, la banda del tecladista de Proscriptor McGovern’s Apsû, se acomodaba en el escenario, este muchacho ya estaba empezando a resentir las primeras horas del día, por lo que me pareció bien tomar un poco de aire y humo en las ya populares mesas del área VIP, mientras tocaba una de las bandas que menos me emocionaban y que, aunque eficientes y ruidosos en su desempeño, apenas me hicieron el favor de sonorizar la platicada, aun con los invitados berridos del Proscriptor en cuestión.

Al término, una de las incógnitas más grandes del evento se ganaba la atención del recinto, pues con su hard rock vivaracho y festivo, Eclipse empezó a reunir a un público más mayor (y curiosamente “trve”) de lo que yo hubiera sospechado. En una de esas, preguntándole a algún camarada por qué él sí quería verlos ahí enfrente, me confesó que los había escuchado hace muchos años en alguna lista recomendada de YouTube y pensé que algún sueco estuvo haciendo bien su trabajo.

Pero, en fin, todo esto me empezó a importar cada vez menos cuando, de a poco, se aproximaba uno de los que para mí serían (y esto ya lo sospechaba) de los momentos cumbres no solo de este, sino de cualquier Candelabrum. Y es que Shape of Despair, la mítica banda de funeral doom finlandesa, fue todo lo que pude haber deseado y mucho, mucho más. Completamente cautivantes y con una finura sónica como pocas en este espectacular microgénero, se me antojaron unos fieles continuadores del legado de otras bandas sobre este mismo escenario, como Bell Witch, Officium Triste o Draconian. Hay una delicadeza fúnebre en las composiciones de este quinteto que difícilmente se borrará de mi memoria en años por venir, y solo podemos seguir esperando que el Candelabrum nos siga consintiendo de esta manera a los “doomers”.

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Para este momento, la noche ya estaba muy avanzada, así como los ánimos y la intoxicación general, lo que nos abrió el chakra de la mente para el galáctico y fantasioso desplante de Hällas, que con capas y lentejuelas nos arrastraron a una cabalgata setentera como pocas se han visto en estos escenarios, impactando con proverbial asalto místico la imaginación e ilusión de un montón de señores feos, robustos y enfundados en cueros y algodón, que no podían hacer otra cosa que mover su cabeza al ritmo de canciones ya casi clásicas como Carry On y Star Rider.

Y fue pasada esta hora cuando nos permitiríamos una última lloradita, para algunos la última de la noche. Uno de los platos fuertes de esta edición, tanto por su regreso a los escenarios hace tan solo un año como por la influencia que aún muchos recuerdan de este proyecto en los noventa, The 3rd and the Mortal encendió una vela o un cirio de nostalgias en la imaginación melancólica de cada asistente. Interpretando arrastradas pero solemnes canciones de álbumes como Sorrow y Tears Laid in Earth, los noruegos conquistaron.

La noche se volvió nebulosa, caótica. La iluminación del escenario predominaba sobre los faroles a lo lejos, en la calle, y las pálidas luces de las mesas del VIP, la zona de comida, el mercado de merch, la expo artística y los baños se empezaban a sentir ignorados, pues reinaba la emoción: ya era momento de ella. La noche estaba a punto de llegar a su fin y el festival a su mitad. Aunque en ese sube y baja estilístico de programación, faltaba una patada más de violencia con Repulsion, que vomitaron sobre las negras flores de ‘3rd’, con su death primitivo. Un último destrampe gore antes del final.

Y vaya final, pues la última sorpresa de la noche no sería poca cosa con los también noruegos de Covenant (¿Kovenant?, ¿The Kovenant?). Al encontrarse entre los pioneros nórdicos del melodic black y estar compuesta por miembros clave de bandas como Dimmu Borgir y Mayhem, la influencia de esta banda suele pasar desapercibida hasta que te enteras de cuánta gente creció con su disco Nexus Polaris en los reproductores Panasonic de las salas de sus casas. Siempre originales, estas monolíticas figuras de la música extrema mundial nos regalaron aquellos rarísimos tempos y maquinaciones barrocas de las que Covenant hace uso, muy al estilo de bandas como Gehenna y Arcturus, pero a la vez únicos. Con ello decíamos adiós —al menos por esta noche— a la víspera de nochebuena con los tíos darketos de León y llegábamos a la anunciada mitad del acontecimiento.

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