

Lunes 30 de junio de 2025, Glasgow. Caminar por las calles de la ciudad en esta jornada era sumergirse en un océano de camisetas negras con el logo de Iron Maiden. Era imposible no sentirse parte de algo más grande. Desde temprano, grupos de fans peregrinaban hacia el SWG3 para visitar el pop-up de Eddie’s Dive Bar: un refugio metálico para disfrutar unas cervezas heladas en un día abrumadoramente húmedo, abastecerse de merchandising exclusivo y, sobre todo, compartir la devoción por el heavy metal con otros creyentes del mismo credo. Lamentablemente, ese no fue mi caso. Me pasé el día encerrado en la oficina, mirando obsesivamente el reloj y contando los segundos para que llegaran las 17:30, la hora señalada para escapar rumbo al OVO Hydro.
Al llegar, la escena era impactante. Una marea humana se extendía en todas direcciones. Mires donde mires, el paisaje era un tapiz de remeras negras, chalecos repletos de parches, camperas de cuero gastadas, cadenas brillando entre sombras y botas pisando fuerte. Lo más hermoso: al menos tres generaciones unidas bajo una misma bandera. Abuelos, padres e hijos confluyendo en un ritual que tiene como epicentro a una sola banda: Iron Maiden.
A las 19:30 en punto, The Raven Age toma el escenario. La banda liderada por George Harris, hijo del legendario Steve Harris, comienza su set con “Forgive & Forget“, seguido por “Hangman”, uno de sus lanzamientos más recientes. Continuaron con “Essence of Time“, “The Day the World Stood Still“ y cerraron con “Fleur de Lis“.
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Desde un punto de vista técnico, no hubo fallas. Todo sonó nítido y ejecutado con precisión, a la altura del compromiso que implica abrir una noche para una leyenda viviente como Maiden. Sin embargo, algo faltó. Tal vez fue esa chispa visceral que distingue al metal: esa furia que quema, la pasión que arrasa, la autenticidad que se transmite más allá de las notas.
El público no fue indiferente. Muchos comentarios fueron duros, algunos directamente escépticos, acusando a la banda de haber llegado hasta allí por puro nepotismo. ¿Es justo? ¿Es cierto? No lo sabremos nunca. Lo único que es indiscutible es que cada quien tiene el derecho de conectar —o no— con una propuesta artística. Y si bien The Raven Age no logró conmoverme personalmente, no se puede negar que se han abierto camino por mérito propio, participando en grandes festivales y compartiendo cartel con figuras colosales del género.
Tras una breve pausa de media hora, se apagan las luces y los altavoces comienzan a escupir las primeras notas de “Doctor Doctor“ de UFO. El icónico riff de Michael Schenker retumba mientras el público estalla de emoción: este es el presagio infalible de que Iron Maiden está por salir. Me doy vuelta y lo que veo es conmovedor: el OVO Hydro completamente colmado, entradas agotadas en cuestión de días. Banderas de Argentina, Ecuador, Chile, Polonia, Austria, Escocia… todas ondeando al viento metálico de la noche. Dicen que una imagen vale más que mil palabras; este momento lo resume todo.
Entonces suena “The Ides of March“. En las pantallas se despliega una animación que recorre las calles de Londres en 1975, deteniéndose en pubs y sitios emblemáticos donde Maiden dio sus primeros pasos. Cuando aparece el mítico The Cart & Horses, la ovación es ensordecedora. Ese fue el lugar donde todo comenzó, el templo original del culto maideniano.
Con las luces apagadas de nuevo, estalla el momento esperado: Iron Maiden irrumpe en escena con “Murders in the Rue Morgue“, un clásico rescatado del arcón de los recuerdos. Es el primer indicio de lo que será una noche dedicada a celebrar los 50 años de historia de la banda, con un recorrido musical que va desde Iron Maiden hasta Fear of the Dark, incluyendo rarezas y joyas para los fanáticos más acérrimos.
Sin respiro, le sigue “Wrathchild“. Como es costumbre, Bruce, Steve y Janick recorren el escenario como si el tiempo no pasara por ellos. Su estado físico y energía son simplemente asombrosos. El tercer tema es “Killers“, haciendo de esta tríada inicial un guiño nostálgico a Paul Di’Anno. Es también la primera aparición de Eddie, con su campera de cuero y su hacha. Sin embargo, no logra intimidar demasiado: Bruce se le acerca por detrás y lo agarra… sí, desde los testículos. Eddie se retira humillado, pero sabemos que volverá.
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A esta altura, el público está poseído. La comunión entre banda y audiencia es total. No hay distracciones, apenas móviles alzados: todos están embelesados con el ritual. Siguen con “Phantom of the Opera“, “The Number of the Beast“ y “The Clairvoyant“. Cada canción es una ofrenda sagrada al legado del metal.
Las pantallas muestran ahora pirámides con la cabeza de Eddie coronando la cúpula. “Powerslave“ comienza a rugir mientras explosiones, humo y luces crean un espectáculo de proporciones teatrales. Bruce aparece enmascarado tras una cortina de llamas. La épica continúa con “2 Minutes to Midnight“. Después, Bruce bromea al tomar un trago de su cantimplora: “No es whisky… es solo agua”, agregando luego “Water everywhere…”. Y con esa frase, da paso a “The Rime of the Ancient Mariner“. Una odisea de más de 14 minutos que jamás se siente larga. Los efectos visuales, la pirotecnia, las transiciones… todo acompaña cada pasaje como si fuera una obra de teatro musical.
Luego llegan “Run to the Hills” y “Seventh Son of a Seventh Son“. ¿Hace falta decir lo aplastantes que son? En “The Trooper“, Eddie regresa enfundado en su uniforme de guerra, sable en mano. Bruce, por supuesto, ondea la bandera escocesa, provocando un estallido de júbilo incontrolable.
El clímax llega con “Hallowed Be Thy Name“ y “Iron Maiden“, antes del encore. El cierre lo componen tres himnos absolutos: “Aces High“, “Fear of the Dark“ y “Wasted Years“. Un final perfecto para una noche inolvidable.
Este fue, sin duda, uno de los mejores setlists que he presenciado de Iron Maiden. Una banda que simplemente no sabe fallar. Su nivel de entrega y dedicación, hasta en el más mínimo detalle, es digno de admiración absoluta. Gracias, Iron Maiden. Gracias Bruce, Steve, Janick, Dave, Brian, Simon y Nicko, por su arte, su incansable energía, y por regalarnos una noche que quedará grabada para siempre en nuestras memorias.
Keep on headbangin’ motherfucker!
- Iron Maiden
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Pese a coincidir en fecha con dos titanes del calendario festivalero como son el Resurrection Fest y el Rock Imperium, el concierto de Eagles of Death Metal en Madrid no solo no se resintió: demostró que la experiencia del rock más visceral se vive mejor en salas repletas de alma que en grandes escenarios de cartón piedra.
El ambiente estaba cargado de energía desde el primer segundo en el que abrieron las puertas de la sala, sobre eso de las siete y media (adelantando la hora por el calor sofocante). Sin banda telonera ni introducciones vacías, Jesse Hughes —embutido en un pantalón y camiseta blancas, que centraban toda la atención en sus tirantes negros y esas gafas de sol tan características que le daban el aire de un predicador sureño— apareció solo en el escenario coreando “We Are Family” de Sister Sledge, en una apertura tan desconcertante como efectiva: un guiño a la complicidad que estaba a punto de generarse entre banda y público.
Apenas unos segundos después, el resto del grupo irrumpió con fuerza para arrancar con ‘I Only Want You’, que encendió la mecha con su energía infecciosa. El público, entregado desde el primer acorde, respondió con saltos y gritos, dando paso a una noche donde la honestidad y el sudor serían los grandes protagonistas.
Con Jesse Hughes como líder indiscutible y alma del grupo, llevando el peso del espectáculo con su carisma desbordante y su entrega vocal y gestual. Acompañado de Jennie Vee al bajo, aportando una base rítmica firme y elegante, además de presencia escénica sobria pero magnética y muy llamativa, con su sombrero y ropa vaquera en un tono rojo radiante; Scott Shiflett a la guitarra, encargado de revestir cada tema con riffs sólidos y llenos de actitud; y Leah Bluestein a la batería, que con precisión y contundencia sostuvo el pulso del concierto de principio a fin. Aunque Josh Homme no estuvo presente —como es habitual en los directos del grupo—, la banda demostró una cohesión escénica impecable, sosteniendo la intensidad sin fisuras en cada momento del show.
Visualmente, el escenario era simple: una única lona al fondo con el nombre del grupo, sin proyecciones ni decorado. Solo instrumentos, cables y actitud. El cóctel perfecto para triunfar en la sala Mon que gracias a su minimalismo, en lugar de distraer, centraba toda la atención en los músicos, en su entrega física y emocional, y en la conexión directa con el público. Porque cuando tienes a Jesse desgañitándose y a la banda sonando con la fuerza de una locomotora sureña, no necesitas más.
Con una dinámica potente, el grupo siguió con ‘Make a Bang’, que logró encender aún más el ambiente con su actitud irreverente y guitarras rabiosas, mientras ‘Anything ’Cept the Truth’ nos arrastró a un territorio más denso, con un sonido sucio y profundo que hizo vibrar el suelo de la sala. La fiesta no se detuvo ahí. Temas como ‘Complexity’ y ‘Just 19’ se intercalaron con una energía frenética.
El primer momento realmente emotivo llegó con ‘Save a Prayer’ que se ha convertido en parte esencial del legado emocional de EoDM. Interpretada con respeto y contención, sirvió de pausa íntima dentro de un concierto acalorado.
Las interpretaciones de ‘Secret Plans’ y ‘Silverlake (K.S.O.F.M.)’ añadieron matices al repertorio, con juegos de dinámicas, sarcasmo y una solidez instrumental que a menudo se subestima en el discurso general sobre la banda.
La intensidad de nuevo bajó momentáneamente con ‘Now I’m a Fool’, una de las piezas más atípicas del repertorio. Con un tono soul-rock pausado y una instrumentación más limpia y melódica, la canción ofreció un inesperado momento de introspección. Jesse adoptó un registro más suave, casi confesional, dejando atrás la pose desenfadada para mostrarse vulnerable. La sala, hasta entonces dominada por el frenesí, quedó suspendida en un silencio atento. Fue una pausa delicada entre el caos.
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‘Cherry Cole’, con su groove rebelde y relajado, ofreció un respiro al público, pero sin perder la esencia de EoDM: divertida, juguetona y algo oscura. El tema se destacó por su atmósfera tranquila, que contrastaba con la energía de otras piezas, pero manteniendo la esencia de la banda.
‘Boys Bad News’ y ‘Whorehopping’ llegaron para reavivar la llama. ‘Boys Bad News’ brilló con su tono sarcástico y un riff pegajoso que desbordó de energía, mientras que ‘Whorehopping’ sumergió a la sala en un sonido más sucio y crudo, acelerando el frenesí del público, que ya se encontraba en un estado de éxtasis.
Y le llegó el turno a ‘I Love You All the Time’, que aportó un tono melódico y casi romántico al repertorio. Con su cadencia envolvente y su estribillo pegadizo, fue uno de los temas que mejor representó el lado más pop-rock del grupo sin perder la esencia retro y desenfadada. Jesse, carismático, la interpretó con una mezcla de sinceridad y teatralidad.
‘Moonage Daydream’, el clásico de David Bowie. Esta interpretación no fue simplemente una versión más: fue una rendición salvaje y reverencial, adaptada al estilo de EoDM pero manteniendo intacta la magia glam del original.
Cuando ya parecía que todo estaba dicho, la banda regresó con el bis: ‘Speaking in Tongues’, una de sus canciones más intensas. Lo verdaderamente inolvidable ocurrió cuando el cantante subió por un lado del recinto, rodeado de gente. Sin previo aviso, se dirigió hasta la parte más alta de la sala, instalándose en el balcón y tocando su guitarra mientras el público lo acompañaba.
Eagles of Death Metal no ofrecieron un concierto perfecto en términos técnicos, pero sí absolutamente memorable emocionalmente.
Con un setlist sólido, un líder carismático que conecta desde el primer segundo y una banda que domina el caos con precisión, lo que vivimos en Madrid fue mucho más que música: fue comunión, fue catarsis, fue rock con alma.
Y para quienes los vimos por primera vez, queda claro que no será la última.


Apenas tres días después del estallido que fue el Summer Blast, el espíritu del hardcore volvió a tomar cuerpo en una noche que se sintió como una prolongación natural de aquella locura. Esta vez, el cartel era directo y contundente: Gorilla Biscuits, Slapshot y los locales La Guadaña se encargaron de dejar el alma sobre el escenario, en una velada que reafirmó que el hardcore sigue tan vivo como siempre.
La Guadaña, desde El Masnou, fueron los encargados de encender la mecha, y lo hicieron sin contemplaciones. Su propuesta cruda, honesta y fiel al hardcore clásico, sacudió desde el primer tema. Arrancaron con fuerza con “Sin Control”, “Sangre y acero” y “Por venganza”, todos extraídos de su Demo 2017. Desde ese momento, ya tenían a la sala entera —familiares incluidos— coreando a pleno pulmón.
Uno de los momentos más emotivos llegó con la interpretación de “Obrigado”, un tema dedicado al querido fotógrafo Mauricio Melo (Snap Live Shots). Fue un homenaje sincero, cargado de gratitud y energía, a alguien que ha inmortalizado innumerables instantes de la escena con su cámara. Un tributo justo, potente y merecido. Con el público ya encendido, La Guadaña se despidió dejando un escenario ardiente y preparado para lo que venía.
El turno fue para Slapshot, leyendas absolutas del hardcore de Boston. Comandados por el incansable Choke, demostraron una vez más por qué su nombre está grabado en la historia del género. Más de tres décadas después, su sonido sigue siendo un puñetazo directo al pecho: seco, rápido y sin filtros.
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Desde el primer golpe con “No Friend” hasta el broche final con “Step On It” y “Boots”, la banda ofreció una descarga imparable. El setlist fue una mezcla infalible de clásicos y nuevas bombas, con temas como “Bleed”, “Big Mouth”, “Old Time Hardcore”, “Chip On My Shoulder” y, cómo no, “Back on the Map”, que fue coreada con auténtico fervor por una sala que no dejó de moverse un segundo. Stage dives constantes, pogos incansables y una conexión brutal entre banda y público. Slapshot no necesita modernizar nada: siguen siendo la definición pura de lo que el hardcore representa.
Y cuando parecía que la noche había alcanzado su punto más alto, llegaron los neoyorquinos Gorilla Biscuits para llevarlo todo un nivel más allá. Bastó con que sonaran las primeras trompetas de “New Direction” para que la sala estallara en una explosión colectiva de energía y alegría. Fue un caos hermoso.
El repertorio fue un viaje completo por su discografía esencial, con himnos como “Stand Still”, “Things We Say”, “Good Intentions” y “Start Today”, que retumbaron en cada rincón del recinto. Como regalo adicional, incluyeron versiones como “Minor Threat” (de Minor Threat), “As One” (de Warzone) y “Sitting Round at Home” (de los Buzzcocks), que sumaron fuerza, emoción y sorpresa a un set que ya rozaba la perfección.
En definitiva, fue una noche donde dos generaciones de hardcore compartieron escenario y espíritu. Una celebración de la música sin artificios, directa al corazón, donde la entrega fue total y la conexión con el público absolutamente real. No fue solo un concierto: fue un recordatorio de por qué el hardcore no es solo un estilo, sino una forma de vida.


La tercera jornada del Rock Imperium 2025 fue una montaña rusa emocional y sonora que selló en Cartagena uno de los días más intensos y memorables del festival. Bajo un sol inclemente que castigó sin tregua y una noche que se tornó ritual, el Parque El Batel se convirtió en el escenario de un desfile de estilos, generaciones y mitologías musicales. Desde el metal técnico y progresivo hasta el glam-punk, el hard rock clásico y la fantasía sinfónica, el público vivió una odisea donde cada banda dejó su huella en carne y alma.
La jornada arrancó con Punto y Final, que inauguró el escenario local con crudeza, pasión y mucha honestidad. Su actuación, a pesar del castigo solar, fue recibida con calidez y entusiasmo, demostrando que la escena cartagenera tiene pulso y garra.
Inxight siguió con precisión quirúrgica, combinando metal melódico con toques personales y versiones que sorprendieron, como una electrizante adaptación de “Beat It”. Su puesta en escena transmitió tanto músculo como emoción.
Luego llegó Mind Rock, que envolvió al público en una propuesta introspectiva y atmosférica. Con canciones como “Pond” y “Moth”, ofrecieron una experiencia sonora envolvente, donde técnica y sentimiento se entrelazaron con fluidez hipnótica.
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Strangers, con la potente voz de Celia Barloz, fue uno de los nombres destacados del escenario secundario. “Héroes” y “Never Stop” conectaron con un público que valoró tanto la energía como el carisma que desprendieron. Su directo sólido y equilibrado confirma que están viviendo un momento de crecimiento claro.
FM, celebrando cuatro décadas de carrera, entregó una clase magistral de hard rock británico. Con clásicos como “I Belong to the Night” o “That Girl”, ofrecieron un espectáculo elegante, ejecutado con el oficio de quien domina su lenguaje y su historia.
La electricidad estalló con Michael Monroe, que convirtió el escenario en un torbellino glam-punk. El ex Hanoi Rocks no dejó títere con cabeza: subidas a la estructura, saltos, carisma salvaje y versiones incendiarias. Su actuación fue adrenalina en estado puro, un show desbordante de actitud.
Leprous cambió por completo el tono con su habitual carga emocional y profundidad técnica. El set, centrado en su álbum Melodies of Atonement, demostró una vez más la capacidad de Einar Solberg para conectar desde lo emocional, rodeado por una banda en estado de gracia. Una actuación cargada de sensibilidad y sofisticación.
La noche entró en su tramo más épico con Blind Guardian, que transformó Cartagena en un reino de fantasía. Hansi Kürsch, maestro de ceremonias, guio a miles de voces en un viaje que cruzó batallas, leyendas élficas y mundos imposibles. Himnos como “Blood of the Elves”, “Nightfall” o “Time Stands Still (at the Iron Hill)” desataron un mar de coros que convirtieron la explanada en un campo de batalla mítico.
La puesta en escena, sobria pero efectiva, fue reforzada por una ejecución impecable: el virtuosismo incombustible de André Olbrich, el peso firme de Marcus Siepen y la potencia rítmica de Frederik Ehmke junto al bajo preciso de Johan van Stratum tejieron una muralla sonora sin fisuras. Cuando llegó “The Bard’s Song”, todo se detuvo: un instante de comunión total, casi espiritual, con móviles al aire y ojos cerrados. El cierre con “Lord of the Rings”, “Valhalla” y “Mirror Mirror” fue una explosión de emoción compartida, con el público entregado hasta el último aliento. Fue, sin lugar a dudas, uno de los conciertos más legendarios que ha presenciado el festival.
El turno de The Cult marcó un cambio radical de atmósfera, introduciendo una espiritualidad oscura y magnetismo ritual. Abrieron con “In the Clouds”, una bruma densa que se despejó con la energía contagiosa de “Rise”. Ian Astbury, imponente y chamánico, y Billy Duffy, con riffs densos como relámpagos, mantuvieron una conexión constante y poderosa con el público. Entre lo nuevo, como “Hollow Man”, y joyas del pasado, como una desgarradora versión acústica de “Edie (Ciao Baby)”, la banda tejió un repertorio que sedujo tanto a nostálgicos como a neófitos.
El clímax llegó con “She Sells Sanctuary”, donde miles corearon como poseídos, seguido por un encore encendido: “Fire Woman” y “Love Removal Machine”. En medio del frenesí, Astbury se cortó la mano con la pandereta, usó su sangre para pintarse la cara y ofreció un gesto tan visceral como simbólico: una suerte de protesta ritual que convirtió el final en un acto primitivo, casi chamánico, que desató una catarsis colectiva irrepetible.
Rhapsody of Fire fue otro de los grandes protagonistas de la jornada. Desde los primeros acordes de “The Dark Secret”, el grupo liderado por Alex Staropoli y el vocalista Giacomo Voli desplegó una sinfonía de dragones, guerras celestiales y magia ancestral. La teatralidad del show, potenciada por coros grandilocuentes y una iluminación cinematográfica, atrapó al público en un universo épico y absorbente.
Con temas como “Unholy Warcry”, “The Magic of the Wizard’s Dream” y “The March of the Swordmaster”, lograron que la fantasía no fuera solo estética, sino también profundamente emocional. El final fue apoteósico: “A New Saga Begins”, “Land of Immortals” y “Emerald Sword” desataron una celebración total. El público, con los puños en alto y los ojos encendidos, respondió con fervor casi religioso, demostrando que el power metal sinfónico sigue teniendo un poder de convocatoria inmenso cuando se ejecuta con esta precisión y pasión.
El cierre estuvo a cargo de Manticora, que ofreció una descarga oscura y contundente de power metal progresivo con tintes thrash. Temas como “Twisted Mind” y “Kill the Pain Away” sirvieron como broche agresivo y técnico a una jornada intensa, terminando con una ovación ganada a pulso por su fuerza escénica y musical.
En resumen, el tercer día del Rock Imperium 2025 fue un mosaico de emociones, estilos y momentos inolvidables. Desde las bandas locales que abrieron con dignidad y energía, hasta los titanes que cerraron con fuego, sangre y fantasía, la jornada consolidó lo que ya se sospechaba: este festival no es solo una cita musical, sino una experiencia transformadora. Cartagena vivió una noche de comunión, catarsis y celebración que quedará grabada a fuego en la memoria colectiva de todos los que estuvieron allí.


Nos despedimos del Mystic Festival 2025 con la intensidad que merecía una edición inolvidable. El cansancio acumulado tras cuatro días de música no impidió que el público se aferrara a cada instante de la jornada final, buscando grabar en su memoria colectiva lo que ha sido una auténtica celebración del metal en todas sus formas.
La jornada arrancó con Grove Street y Employed to Serve, preparando el terreno para que Landmvrks abriera el Main Stage bajo una fina lluvia que no logró frenar el entusiasmo del público. Desde Marsella, los encabezados por Flo Salfati ofrecieron una actuación arrolladora que sorprendió incluso en su prueba de sonido, tan pulcra que muchos pensaron que era una grabación de estudio. Su setlist combinó lo mejor de su nuevo trabajo The Darkest Place I’ve Ever Been —con cortes como “Sulfur”, “Creature” o “Blood Red”— con himnos como “Self-Made Blackhole”, “Lost in a Wave” y “Rainfall”, logrando un arranque de jornada verdaderamente demoledor.
El relevo lo tomaron los suizos Paleface Swiss, haciendo vibrar el Park Stage con una entrega descomunal. Fieles a su estilo de modern core, ofrecieron una de las actuaciones más intensas del día, centrada en su potente álbum Cursed, curiosamente producido por el propio Salfati. Una conexión sonora entre Francia y Suiza que dejó huella.
Mientras tanto, en los escenarios interiores, Dark Angel y Skeletal Remains mantuvieron vivo el pulso thrash y death en los escenarios Shrine y Sabbath, demostrando que el Mystic Festival no hace distinciones y ofrece metal para todos los gustos.
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La calma tensa del Main Stage fue rota por los titanes suecos Dark Tranquillity, que ofrecieron una de las actuaciones más memorables de todo el festival. Su elegancia melódica y fuerza escénica envolvieron a una audiencia entregada desde los primeros acordes, confirmando que lo suyo es arte hecho metal. El público, consciente de que estaba presenciando algo especial, se agolpaba desde todos los rincones del recinto para no perder detalle.
Los daneses CABAL aportaron su cuota de brutalidad con un set breve pero devastador, un soplo de deathcore crudo y moderno que compensó con creces la escasez del género en la jornada. Con discos como Snake Tongue o No Peace, se están consolidando como una referencia emergente en Europa.
Llegaba el turno de los finlandeses Apocalyptica, que llenaron el Main Stage con un espectáculo centrado en sus ya icónicas versiones de Metallica. “Battery”, “Enter Sandman” o “Blackened” sonaron majestuosas, convertidas en himnos de cuerdas. Paralelamente, Vader reafirmaba su trono como embajadores del metal extremo polaco, reuniendo a una masa impresionante de seguidores. Fue un duelo de titanes entre la sofisticación sinfónica y la brutalidad local.
En el Dessert Stage, Pentagram hizo historia con una de sus últimas presentaciones en Europa. Bajo una llovizna persistente y entre charcos de barro, cientos de fieles se reunieron para ver a Bobby Liebling decir adiós al continente. Fue un momento cargado de simbolismo, auténtico y crudo, como la propia esencia del doom.
La recta final del día reservaba aún sorpresas de alto voltaje. Municipal Waste destrozó literalmente el Shrine Stage con una dosis letal de crossover thrash, mientras que el tributo Blood, Fire, Death mantenía viva la llama de Bathory en el Park Stage.
Todo el festival se volcó finalmente hacia el Main Stage, preparado para acoger el show más esperado de la jornada —y posiblemente del festival entero—: el último gran directo de Sepultura. Los brasileños ofrecieron un concierto monumental, en orden cronológico, recorriendo toda su discografía desde Schizophrenia y Arise hasta los míticos Chaos A.D. y Roots. Fue también el momento de repasar la era con Derrick Green, cerrando así el círculo de un legado que ha marcado a generaciones. Andreas Kisser, Paulo Jr. y el imponente Greyson Nekrutman a la batería fueron los encargados de dar forma a este adiós, emocional y demoledor, ante una audiencia absolutamente entregada. Una despedida a la altura de una leyenda.
Como colofón, Tiamat y I Am Morbid pusieron el broche final a una edición extraordinaria, dejando una sensación compartida: ya contamos los días para que llegue el próximo Mystic Festival. Que pasen rápido los próximos 365.
Etiquetas: Mystic Festival 2025, Paleface Swiss, Pentagram, polonia, Sepultura

Tras su paso por el Resurrection Fest en Viveiro y el Rock Fest en Barcelona, Judas Priest descargó su tercera actuación en apenas unos días en un Bilbao Arena completamente entregado. El recinto de Miribilla no estaba lleno, había varios huecos libres en gradas y pista para recibir a una de las bandas más emblemáticas del heavy metal, en una noche que combinó la presentación de su nuevo disco Invincible Shield (2024) con la celebración del 35º aniversario del inmortal Painkiller (1990). Todo ello enmarcado en una gira con sabor a despedida, liderada por un Rob Halford que ha anunciado su inminente retirada tras más de 50 años de carrera.
Como aperitivo de lujo, el telón lo abrió Phil Campbell and the Bastard Sons, banda comandada por el histórico guitarrista de Motörhead. Tras la disolución de la mítica formación tras la muerte de Lemmy en 2015, Campbell no tardó en canalizar su energía en un nuevo proyecto: reclutó a sus tres hijos y al vocalista Joel Peters para dar forma a una banda que mantiene vivo el espíritu de la vieja escuela. Con tres discos a sus espaldas (The Age of Absurdity, We’re the Bastards y el reciente Kings of the Asylum), Phil y los suyos ofrecieron un show potente, pero que a mi, sigue sin convencerme, nose si los riffs, el echo de estar vario rato del show haciendo “Fuck You” con la mano, pero me termina aburriendo.
El setlist arrancó puntual a las 19:30 con “We’re Bastards”, seguida de “Step Into the Fire”, que fue muy bien recibida por un público ya ansioso de cuernos al aire. El primer guiño a Motörhead llegó con “Going to Brazil”, y no sería el único: la energía subió aún más con “Born to Raise Hell” y, cómo no, el mítico “Ace of Spades”, con el que lograron poner a bailar hasta al más escéptico. A destacar también cortes como “Hammer and Dance”, “High Rule” o “Dark Days”, en una actuación de unos 45 minutos donde quedó claro que el apellido Campbell aún tiene mucho que decir en el mundo del rock. Un detalle curioso: en un momento del show de Judas, Phil intentó ver el concierto desde las gradas, pero un miembro de seguridad le echó sin reconocerle; minutos después, volvió acompañado de personal del equipo de Judas… y se quedó disfrutando como uno más.
Con la temperatura rozando lo insoportable tanto dentro como fuera del recinto, el clímax metálico llegó puntualmente. A eso de las 20:45, los acordes inmortales de “War Pigs” de Black Sabbath sirvieron de antesala solemne para la irrupción de Judas Priest sobre el escenario. El arranque fue un auténtico puñetazo sónico con “All Guns Blazing” y “Hell Patrol”, dos misiles extraídos del venerado Painkiller. Apenas sin respiro, enlazaron con la contagiosa “You’ve Got Another Thing Comin’”, que incendió las gradas. Rob Halford, impecable a sus 73 años, se movía como un sacerdote del metal, mientras Faulkner y Sneap manejaban las guitarras con una compenetración brillante y poderosa.
El público se entregó desde el primer minuto, y la intensidad no bajó cuando atacaron “Freewheel Burning”, única representante de Defenders of the Faith en el repertorio. El delirio llegó con “Breaking the Law”, convertida desde hace décadas en un himno universal del género. La banda sonaba ajustada, poderosa y directa al corazón de los fans, que no cesaban de corear, saltar y levantar los puños al ritmo de cada riff.
La siguiente tanda fue un guiño al equilibrio perfecto entre pasado, presente y legado. Sonaron “A Touch of Evil” y “Night Crawler”, seguidas por la atmosférica “Solar Angels”, todo ello ejecutado en un escenario sin florituras, pero imponente en su presencia. Halford, sobrio pero carismático, mantuvo el control absoluto del espectáculo mientras Faulkner y Sneap lideraban las cargas melódicas. Desde la retaguardia, Ian Hill y Scott Travis sostenían el entramado rítmico con precisión quirúrgica. La potente “Gates of Hell”, del reciente Invincible Shield, no desentonó entre tanta gloria pasada.
En la fase intermedia del set, la épica “One Shot at Glory” abrió paso a “The Serpent and the King”, que demuestra que los nuevos temas no son simples rellenos. Luego llegó “Between the Hammer and the Anvil”, otro monumento del Painkiller que sonó con una contundencia arrolladora. La poderosa “Giants in the Sky” fue el último vistazo al presente antes de encarar el desenlace.
Y fue entonces cuando estalló el éxtasis. “Painkiller” fue interpretada con toda la intensidad que merece, con Halford envuelto en su icónica chaqueta larga de cuero con el lema “Heavy Metal” resplandeciendo en la espalda. Un momento tan simbólico como emotivo, que dejó claro por qué esta banda sigue siendo referencia después de medio siglo.
El cierre fue una sucesión de clásicos atemporales que completaron la ceremonia: “Electric Eye”, “Hell Bent for Leather” —con la mítica aparición en moto incluida— y “Living After Midnight”. Cada nota fue vivida como si fuera la última. El público, absolutamente rendido, abandonó el Bilbao Arena empapado en sudor, euforia y nostalgia. Porque si esta fue, como se sospecha, la última visita de Judas Priest a la ciudad, no pudo haber tenido un adiós más perfecto.


El viernes 27 de junio no fue una fecha cualquiera en el calendario del Rock Imperium: fue una auténtica prueba de fuego. El sol castigaba sin tregua y el público respondió con un fervor desbordante. La afluencia superó la jornada inaugural y la expectación se palpaba en el ambiente.
DrunkSkull, desde Granada, fueron los primeros en salir al ruedo cuando el cielo apenas insinuaba el mediodía. Su descarga de thrash técnico fue implacable: cada riff y golpe de batería exudaba respeto por los clásicos, pero con una energía actual que atrapaba al instante. El vocalista fue directo: “Esta canción es para los que provocan las guerras, pero sobre todo para los que las sufrimos: nosotros”. Ese mensaje, envuelto en distorsión y rabia, encontró eco inmediato. “Cave of the Snake” justificó con creces la camiseta de Coroner del bajista, mientras que “Ghost of Misanthropy” ofreció una atmósfera densa, casi hipnótica. Remataron con una versión que fue un verdadero puñetazo sonoro. Thrash con alma y músculo, que se impuso incluso al calor.
Poco después, Oniric Prison tomó el relevo. También granadinos, también thrashers, pero con una entrega aún más frontal. A esa hora infernal, solo unos pocos valientes estaban ya frente al escenario, y sin embargo se creó una conexión genuina, casi tribal. Reiteraron el mensaje contra la guerra con la misma frase lapidaria, reafirmando su compromiso lírico y social. “Cave of the Snake” volvió a relucir y “Ghost of Misanthropy” sonó como un himno subterráneo. La banda ofreció un recital sólido, directo, solo empañado por una pregunta inevitable: ¿era necesario empezar tan temprano?
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La tarde trajo una de las sorpresas más refrescantes del festival: Head Phones President. La banda japonesa, liderada por la magnética Anza Ohyama, ofreció una mezcla impactante de metal alternativo, progresivo y sensibilidad visual. Su escenografía se vio limitada por el montaje de Scorpions, pero su energía lo compensó. Temas como “The Moon Chases Me” y “Stand in the World” envolvieron al público en una atmósfera emocional e intensa. Hiro, el guitarrista, deslumbró con solos llenos de técnica, y la conexión con la audiencia fue inmediata, incluso en un idioma distinto. Fue un set brillante que sorteó obstáculos con arte y convicción.
91 Suite volvieron a Cartagena por tercera vez y demostraron por qué son un estandarte del festival. Su hard rock pulido, con Jesús Espin al frente, es pura elegancia y oficio. Se mueven con naturalidad entre el castellano y el inglés, y cada tema destila profesionalismo. “Seal It with a Kiss” y “Times They Change” confirmaron su sello inconfundible. El cierre con “Perfect Run”, “Wings of Fire” y su nuevo sencillo “See the Light” mostró una banda en forma, aunque su presencia constante en el cartel tal vez merezca una mejor rotación para no saturar.
Amaranthe protagonizó sin dudas el gran despliegue escénico del día. Desde la intro distópica hasta la última explosión de “Drop Dead Cynical”, todo fue un espectáculo meticulosamente coreografiado. Su fuerza no solo reside en el arrollador sonido moderno, sino en la sinergia perfecta entre sus tres vocalistas: Elize, Nils y Michael. El show fue una combinación de precisión técnica, energía y tecnología. “Fearless”, “Viral”, “Damnation Flame” y “The Catalyst” encendieron al público. “Amaranthine” puso el toque emotivo justo antes de una recta final vertiginosa. Amaranthe es una máquina bien engrasada, sin egos y con un concepto claro: llevar el metal al futuro sin olvidar el corazón.
Stryper ofreció un recital poderoso en el Thunder Bitch bajo el sol de la tarde. Con su clásica estética amarillo y negro, los veteranos del metal cristiano mostraron que siguen siendo una fuerza vital. Abrieron con “Sing-Along Song” y rápidamente encendieron a la audiencia con “Calling on You” y “Free”. Michael Sweet continúa siendo un líder carismático, vocalmente impecable. Oz Fox brilló con sus solos melódicos, y Robert Sweet aportó el show visual tras la batería. El icónico lanzamiento de biblias no faltó, como parte del ritual. “The Rock That Makes Me Roll”, “Surrender”, “Always There for You” y “To Hell With the Devil” sellaron un concierto memorable, lleno de mensaje, virtuosismo y conexión sincera.
La llegada de Scorpions fue la culminación perfecta. Celebrando su 60 aniversario, los alemanes demostraron que siguen en la cima con un setlist que abarcó toda su historia. Desde la apertura con “Coming Home” hasta la explosión final con “Rock You Like a Hurricane”, ofrecieron un viaje épico de hard rock. Klaus Meine mostró que su voz sigue intacta, mientras Schenker y Jabs se lucieron con riffs que marcaron generaciones. “The Zoo”, “Make It Real”, “Coast to Coast” y un medley de clásicos dejaron al público extasiado. “Send Me an Angel” y “Wind of Change” fueron momentos de comunión pura, con miles de luces de móviles iluminando el cielo. La emotiva “Still Loving You” y la demoledora “Blackout” prepararon el terreno para el cierre apoteósico. Fue más que un concierto: fue una declaración de permanencia y legado.
Gloryhammer cerró la jornada con un espectáculo que es tanto ópera como concierto. Cada tema avanza una narrativa cósmica, entre héroes, villanos y unicornios. Desde la introducción lúdica con “Delilah” hasta la llegada triunfal de “Holy Flaming Hammer of Unholy Cosmic Frost”, todo fue grandilocuencia y humor autoparódico. “Angus McFife”, “Questlords of Inverness” y “Wasteland Warrior Hoots Patrol” fueron coreados como himnos. Su set combinó épica, teatralidad y diversión sin complejos. El final con “Universe on Fire”, “Hootsforce” y la inevitable “The Unicorn Invasion of Dundee” fue una avalancha de euforia colectiva. Gloryhammer no solo tocó: narró, representó y celebró el poder del metal fantástico.



¡Vaya manera de arrancar el Rock Imperium Festival en Cartagena!, el pasado jueves 26 de junio, el Parque El Batel ha sido un auténtico volcán de energía desde que las puertas abrieron a la 1 de la tarde y la música empezó a sonar. Ha sido una jornada inaugural épica, con bandas que nos han volado la cabeza y un ambiente inmejorable.
Crummy: ¡Un Inicio Ardiente de Metal Clásico Bajo el Sol Abrasador!
Abriendo la jornada del Rock Imperium de Cartagena, la banda malagueña Crummy ha marcado el inicio con una actuación valiente y enérgica. A pesar del sol abrasador y la temprana hora, la agrupación ha demostrado su heroicidad en el escenario, entregando una sólida muestra de heavy metal clásico en castellano.
Liderados por la destreza a la guitarra de Víctor C. Gil (ex-Anubis), Crummy ha desplegado un repertorio contundente con grandes composiciones. Temas como “Alias” resonaron con fuerza, combinando potencia y melodías pegadizas. La banda ha desprendido una energía contagiosa, con Kiko Romero dándolo todo en el cierre con la explosiva “Falsos poetas“.
Ha sido una valiente y potente carta de presentación bajo el sol de Murcia, dejando claro que el heavy metal clásico en español tiene un futuro prometedor.
Diabulus in Música La Sinfonía del metal hecha realidad
¡La banda española Diabulus in Musica ofreció hoy una cátedra de metal sinfónico en el Rock Imperium de Cartagena! Liderados por la imponente voz de Zuberoa Aznárez y los guturales de Gorka Elso (también a los teclados), el quinteto navarro cautivó al público con un setlist épico y cargado de emoción.
El concierto arrancó con la energía de “One Step Higher” y la complejidad de “Ex Nihilo“, mostrando desde el principio su pulida combinación de orquestaciones grandiosas y riffs potentes. La poderosa sección rítmica de Ion Feligreras (batería) y David Erro (bajo) cimentó cada tema, mientras que la guitarra de Aimar Metal añadió la fuerza necesaria.
Temas como “In Quest of Sense” e “Inner Force” resonaron con una intensidad particular, con Zuberoa deslumbrando con su versatilidad vocal. La audiencia disfrutó de la teatralidad de “The Misfit’s Swing” y la melancolía de “Invisible” y “Otoi“.
El tramo final fue una explosión de su poderío sinfónico: “Shadow of the Throne” y “Sceneries of Hope” prepararon el terreno para el asalto épico de “From the Embers” y la monumental “Battle of Atlantis“, coreada por muchos. Cerraron su impecable actuación con la envolvente “Earthly Illusions“, dejando una huella profunda y reafirmando su estatus como una de las bandas más destacadas del metal sinfónico español. ¡Un directo espectacular!
Iron Curtain ¡Heavy metal sin anestesia!
Así fue la descarga que Iron Curtain ofreció en el Rock Imperium 2025. La banda murciana, con Mike Leprosy (voz, guitarra) al frente, Miguel Ángel López (guitarra) con sus riffs afilados, y la potente base rítmica de Joserra (bajo) y Moroco (batería), convirtió el escenario en un vendaval de speed/thrash metal.
Desde el inicio, la energía fue palpable. Temas como “Devil’s Eyes“, “Jaguar Spirit” o “Savage Dawn” sonaron con una precisión brutal, desatando mosh pits y headbanging sin control entre un público entregado. Iron Curtain no solo tocó; transmitió pura adrenalina, reafirmando su lugar como referente del género. Una actuación demoledora que dejó al público agotado y eufórico.
Hellripper Desata el Caos a la usanza de la vieja escuela del Thrash Metal
¡El Parque El Batel de Cartagena tembló esta tarde con la imparable energía de Hellripper! La banda escocesa, comandada por el incombustible James McBain, ofreció un asalto sónico que dejó a los asistentes sudorosos, satisfechos y con ganas de más.
Desde el primer acorde, quedó claro que Hellripper venía a por todas. Arrancaron con la demoledora “All Hail the Goat“, que instantáneamente encendió al público, seguido sin tregua por la furia desenfrenada de “Blood Orgy of the She-Devils“. El sonido de su black/thrash metal old school es crudo, directo y brutalmente efectivo, transportando a la audiencia a los rincones más oscuros y salvajes del género.
La banda mantuvo la intensidad con temas como “Spectres of the Blood Moon Sabbath” y la ya clásica “Black Arts & Alchemy“, que resonó con una fuerza abrumadora. Cada riff era un puñetazo, cada golpe de batería una patada en el estómago. No hubo respiro.
Uno de los momentos culminantes llegó con la esperadísima “From Hell“, un tema que el público coreó y celebró con euforia. La banda no solo demostró su pericia técnica, sino también una conexión palpable con sus seguidores. La sucesión de “The Affair of the Poisons” y “Goat Vomit Nightmare” siguió machacando los tímpanos de una manera gloriosa, con McBain demostrando ser un frontman carismático y poseído por la esencia del metal.
El final del set fue una declaración de intenciones. “The Hanging Tree” y “The Nuckelavee” prepararon el terreno para el apocalipsis final. La energía alcanzó su clímax con la blasfema y arrolladora “Nunfucking Armageddon 666“, que provocó un auténtico pandemónium entre las primeras filas. Para cerrar un concierto inolvidable, “Bastard of Hades” sirvió como el golpe de gracia, dejando a los fans exhaustos pero eufóricos.
Far East Groove Deslumbra en el Rock Imperium con su metal
dio una experiencia musical única con el debut europeo de Far East Groove! Liderados por el renombrado compositor y tecladista Yasuharu Takanashi (conocido por sus trabajos en ‘Naruto Shippuden’ y ‘Fairy Tail’), la banda transformó el escenario en una épica banda sonora de anime en vivo.
Desde el primer momento, la maestría de Takanashi, combinando su pasión por el heavy metal con las melodías icónicas del anime, creó una atmósfera electrizante. Junto al virtuoso guitarrista japonés Nozomu Wakai (Sigh, Destinia), Far East Groove ofreció un espectáculo donde la potencia del metal se fusiona perfectamente con la extravagancia y la emoción de las bandas sonoras que han marcado a millones.
Este concierto, su única fecha en festivales europeos este año, fue una oportunidad exclusiva para sentir la energía de temas como “Beyond the Quest” y otras piezas emblemáticas en un formato completamente nuevo. Far East Groove no solo tocó música; ¡hizo que el público viviera la potencia del groove del Lejano Oriente!
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¡Satan Desata la Leyenda británica!
¡Menuda descarga nos han pegado los legendarios Satan hoy en el Rock Imperium de Cartagena! La banda de Newcastle, auténticos pilares de la New Wave of British Heavy Metal (NWOBHM), nos han dejado claro por qué, aunque quizás no tuvieron la fama masiva de otros, su influencia es innegable y su directo, simplemente demoledor.
Con Brian Ross al frente, cuya voz sigue siendo una fuerza de la naturaleza, y esos riffs intrincados y afiladisimos de las guitarras de Steve Ramsey y Russ Tippins, Satan nos ha teletransportado directos a la edad de oro del heavy metal. La base rítmica, con Graeme English al bajo y Sean Taylor en la batería, sonaba sólida como una roca, dándonos esa base perfecta para su proto-thrash tan característico.
El concierto ha sido un asalto frontal desde el minuto uno, con un setlist que ha puesto a vibrar tanto a los fans de la vieja escuela como a los que acababan de descubrirlos. Los himnos de su icónico álbum debut Court in the Act han resonado con una potencia que te volaba la cabeza.
El setlist que desató la furia de Satan en el Rock Imperium incluyó: “Trial by Fire” (un arranque incendiario que prendió la mecha de la noche), “Blades of Steel” (puro heavy metal clásico con esos riffs que te taladran), “Broken Treaties” (una joya que demuestra su complejidad compositiva), “Twenty Twenty Five” (una muestra de su material más reciente, igual de contundente), “Cenotaph” (una pieza más elaborada que mantuvo la intensidad), “Into the Fire” (el fuego de su sonido más puro, directo a la yugular), “Siege Mentality” (demostrando su habilidad para crear atmósferas opresivas), “The Devil’s Infantry” (otro golpe de pura potencia thrash), “The Doomsday Clock (intro)” (la antesala de un final apoteósico), y “Burning Hammer” (un cierre demoledor que nos dejó sin aliento).
El público ha vibrado con cada tema, que han ejecutado con una precisión y una energía admirables. ¡Es que Satan no solo toca sus canciones, las viven! Y esa pasión se contagia a una audiencia que se ha rendido por completo ante la maestría de estos veteranos.
Hubo un momento súper cómplice con la peña cuando Brian Ross preguntó si había alguien de Newcastle entre el público. Al no recibir una respuesta clara, o quizás sintiendo la energía metalera que siempre ha influido en su tierra natal, con una sonrisa pícara y esa actitud que solo un ícono del rock puede tener, remató la interacción con un simpático y contundente: “¡Fuck off!”. Un puntazo de autenticidad que fue recibido con risas y aplausos, dejando claro que Satan no solo está formada por músicos excepcionales, sino también por personalidades genuinas.
Justo cuando la peña pensaba que el show ya había llegado a su fin, Brian Ross, con esa intensidad que lo define, anunció con una sonrisa que la noche aún no había terminado para ellos, soltando el esperado: “¡Una canción más para ustedes!”, desatando la euforia final entre los asistentes.
Satan ha reafirmado hoy su legado, demostrando que la calidad, la pasión y una buena dosis de actitud siguen siendo los ingredientes clave para un concierto de heavy metal absolutamente inolvidable. ¡Pura esencia NWOBHM en Cartagena!
Desde Escocia para el mundo: GUN
Los escoceses GUN también han reventado el escenario, demostrando que su energía y carisma están intactos. Con los hermanos Dante y Giuliano Gizzi al mando, junto a Scott Shields, Andy Carr y el nuevo guitarrista Ru Macfarlane, nos han regalado un conciertazo brutal. La intro de “Delilah” (¡sí, la de Tom Jones!) ha sido el pistoletazo de salida para una cátedra de rock. Aunque “Word Up!” no estuvo en el setlist, han compensado con creces. Tras el primer cañonazo, Dante preguntó “¿Estáis listos para el hard rock?” y el público estalló. Han encadenado hits como “Don’t Say It’s Over” y la potentísima “Better Days“, que ha resonado con fuerza. Dante no paró de animar, interactuando con la audiencia y presentando una nueva canción dedicada a España con un sincero “¡Muchas gracias Cartagena! Tocamos música para vuestros oídos“. Han cerrado con la pegadiza “Shame on You” con el público “manos arriba” y se han despedido con “Just Like Paradise” de David Lee Roth sonando mientras bajaba la cortina. ¡Pura dinamita!
¡Airbourne Desata la Locura Australiana con el ADN de Bon Scott!
El escenario derecho ha temblado hoy con la arrolladora energía de Airbourne! La banda australiana, única en pisar un festival en España este año, ha transformado el Rock Imperium en su propio campo de batalla de puro rock ‘n’ roll, dejando claro por qué son una de las fuerzas más potentes del género. ¡Menuda descarga nos han metido!
Desde el primer acorde, la adrenalina se ha disparado. Los australianos han arrancado con la declaración de intenciones perfecta: “Ready to Rock“. Y vaya si estábamos listos. La gente se ha enloquecido al instante, con los puños en alto y las gargantas preparadas para corear cada estribillo. Joel O’Keeffe, como un auténtico ciclón en la voz y la guitarra principal, ha liderado la carga, sin parar de moverse y conectar con la multitud. Sin darnos un respiro, han encadenado con la pegadiza “Girls in Black“, que ha puesto a todo el mundo a saltar.
El concierto ha sido una sucesión imparable de riffs afilados y un showman total en Joel. La banda no solo toca, ¡vive cada nota! Hemos visto a Ryan O’Keeffe machacando la batería con una fuerza descomunal, cimentando cada golpe como un martillo pilón. Al bajo, Justin Street ha sido la base inamovible que ha hecho vibrar el suelo. Y en la guitarra rítmica, el reciente fichaje de Brett Tyrrell ha demostrado por qué está ahí, aportando esa capa de sonido sólida y potente que caracteriza a Airbourne con una solvencia impresionante. Han demostrado su maestría con temas potentes como “Bottom of the Well” y la explosiva “Breakin’ Outta Hell“, que ha sido una auténtica patada en la boca. La energía era palpable, con la banda entregándose al máximo y el público respondiendo con la misma intensidad.
Un momento cumbre ha llegado con “It’s All for Rock ‘n’ Roll“, un himno que resume la filosofía de Airbourne y que ha sido coreado por miles de gargantas. La banda ha demostrado que no hay trucos, solo sudor, riffs y una pasión desbordante por el rock. Han seguido machacando con la contundente “Gutsy“, y aquí el espectáculo ha subido de nivel cuando Justin Street ha accionado manualmente una sirena antiaérea, añadiendo un sonido estridente que ha enloquecido aún más a la multitud. Luego han encendido el ambiente con la festiva “Live It Up“, que ha convertido el recinto en una fiesta masiva.
El broche de oro ha sido con la icónica “Runnin’ Wild“. El público ha estallado en un último grito de euforia, con la banda dejando hasta la última gota de energía en el escenario. Ha sido un final apoteósico para un concierto que ha sido pura dinamita de principio a fin. Joel, como un auténtico predicador del rock, ha corrido de un lado a otro del escenario, haciendo alardes con su guitarra y bajando a las primeras filas para saludar a sus “feligreses”, mientras resonaba su mantra final: “¡Rock and Roll Never Die!“.
Airbourne ha cumplido todas las expectativas, entregando una actuación visceral y sin filtros. Han demostrado por qué son los herederos más salvajes del rock australiano
King Diamond Desata la Ópera Gótica ¡Una Noche de Puro Horror Show!
¡La primera noche de festival ha alcanzado su clímax con la llegada del maestro de la oscuridad, King Diamond! A las 22:20 horas, el escenario principal se ha transformado en el teatro de pesadilla personal del legendario vocalista, ofreciendo una experiencia teatral y musical que ha sido pura magia negra. La expectación era palpable, y el Rey, como siempre, no ha defraudado.
El concierto ha comenzado con un aura de misterio y dramatismo. La intro de “The Wizard” de Black Sabbath ha envuelto el recinto en una atmósfera inquietante, antes de sumergirnos directamente en la oscuridad con la pesada “Funeral” y la inminente “Arrival“. Desde el primer momento, la característica voz de falsete de King Diamond, junto a su inconfundible corpsepaint meticulosamente aplicado y su icónico micrófono de huesos en forma de cruz, ha hipnotizado a la multitud. ¡Muchos, directamente, han agarrado una silla para poder disfrutar cada segundo de esta pieza de terror danés, saboreando cada matiz de la puesta en escena! Otros, rendidos por el cansancio de la jornada o simplemente queriendo absorber cada detalle del espectáculo, se han tirado literalmente en el césped, disfrutando de la atmósfera única. La banda, un engranaje perfecto de metal macabro, ha recreado fielmente el sonido de sus álbumes, llevando a los asistentes por un viaje a través de sus historias de terror gótico.
La escenografía ha sido, como siempre, un personaje más en el show de King Diamond, elevando la experiencia más allá de un concierto de metal. El escenario no era un simple telón de fondo; era el portal a sus historias más retorcidas. Los intrincados diseños, los telones que simulaban viejas mansiones o pasillos de manicomios, y la iluminación teatral, todo estaba calculado para sumergirnos en sus narrativas de horror. Los focos han creado sombras alargadas y atmósferas opresivas, mientras la niebla artificial ha añadido una capa etérea y misteriosa a cada movimiento del Rey. La banda tocaba en medio de este elaborado montaje, que cambiaba sutilmente para reflejar la ambientación de cada canción o arco narrativo.
El repertorio ha sido un festín para los fans, mezclando clásicos absolutos con gemas de su discografía, todo presentado con esa teatralidad que es el ADN de King Diamond. “A Mansion in Darkness” nos ha sumergido aún más en la locura de sus relatos, seguida por la esperadísima “Halloween“. Aquí, el Rey ha hecho gala de sus agudos estratosféricos y su histrionismo característico, deteniéndose en seco con una pose dramática para recibir la singular respuesta del coro del público, que él ha agradecido con un gélido “¡Thank you!” que ha erizado el vello. ¡La teatralidad ha sido máxima! En un momento, “a little bit from” cómodo con su particular bastón, ha aparecido en escena Jody Cachia, la talentosa bailarina que da vida a diversos personajes de sus álbumes, añadiendo más elementos visuales a la narrativa. La diestra mirada de la tecladista, Myjur, ataviada con una máscara hecha de piel humana, y el batería han seguido atentos a cada movimiento de la coreografía macabra.
Los temas de ‘Voodoo‘ y ‘Them‘ han sido interpretados con una intensidad visceral, creando una narrativa oscura que ha mantenido a todos en vilo. La canción “Voodoo” en particular ha sido una inmersión total en la trama del álbum homónimo de 1998, que explora la historia de una familia acosada por un espíritu vengativo y la práctica del vudú en su nueva casa. La banda ha recreado la atmósfera inquietante de este relato con sus ritmos sincopados y coros siniestros, transportando a la audiencia a los pantanos de Luisiana, donde los rituales y los espíritus acechan. King Diamond, con su dominio vocal, ha alternado entre las voces de los personajes, desde el terror de la familia hasta las invocaciones del bokor (sacerdote vudú), haciendo que el público sintiera el frío de lo sobrenatural o una mueca de ignorancia.
La complejidad y el drama de canciones como “Spider Lilly” y la emotiva “Two Little Girls” han demostrado la profundidad lírica y musical del maestro. La energía no ha decaído, pasando de la melancolía a la furia con cortes como “Sleepless Nights” y el escalofriante “Out from the Asylum“. El duelo entre el bajo y la guitarra se ha transformado en una verdadera “guerra de mástiles” son codo a “codo”, una muestra de la increíble conexión y sincronía de la banda. La teatralidad también se ha manifestado en las letanías entre la locura y la oscuridad, mientras King arrojaba un par de muñecos por las escaleras del escenario, un gesto que sumaba al ambiente perturbador.
El momento más esperado llegó con la escalofriante introducción de “Welcome Home”, desatando un coro masivo de miles de voces. La aparición de la siniestra anciana en silla de ruedas —ya un símbolo clásico de sus presentaciones— marcó el inicio de un acto cargado de dramatismo. En un giro escénico tan macabro como brillante, King Diamond se despojó del sombrero para mostrar su rostro avejentado, interactuando con su “invisible español” frente a la figura inmóvil. Luego, mientras una iluminación espectral caía desde las alturas, recitó con voz inquietante: “mi nombre es Face”, profundizando en el relato de su perturbador universo. Todo transcurrió bajo el gigantesco emblema de St. Lucifer’s Hospital 1920, título de su próximo álbum, que sirvió como telón de fondo perfecto para esta ópera de horror en carne viva.
El maestro ha continuado con “The Invisible Guests” y la mística “The Candle“, creando un ambiente casi ritualista. La reciente “Masquerade of Madness” ha demostrado que su creatividad sigue intacta, sonando con la misma fuerza que sus clásicos.
El momento de “Eye of the Witch” ha sido particularmente intenso y teatral. Aquí, King Diamond ha subido el listón de la interacción dramática. Con una mirada penetrante, ha “reprendido” a su teclista, Mykur, no solo con palabras sino con una gestualidad que transmitía furia y autoridad. En respuesta a su reprimenda, Mykur no se ha limitado a tocar, sino que ha contestado con una voz gutural y demoníaca, un añadido vocal que ha resonado por el recinto y ha intensificado la escena. Este intercambio, casi un mini-acto teatral dentro de la canción, ha reforzado la idea de que cada miembro de la banda no solo interpreta música, sino que encarna un papel en la pesadilla de King Diamond. La bruja ha cobrado vida en ese momento, con la dualidad vocal añadiendo capas de oscuridad y locura a la narrativa. El cierre apoteósico, como no podía ser de otra forma, ha llegado con la magistral “Abigail“, la épica que ha coronado una noche inolvidable. Se han despedido solemnemente, dejando a una audiencia fascinada por la inmersión total en su mundo de horror gótico. King Diamond ha ofrecido una actuación impecable y envolvente, una verdadera ópera de terror que trasciende el mero concierto de metal. Su show en el Rock Imperium ha sido una experiencia teatral y musical de primer nivel, consolidando su estatus como una leyenda indiscutible del heavy metal y el padre del horror show. ¡Una noche que quedará grabada en la memoria de todos los “feligreses” de la oscuridad!
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¡Kissin’ Dynamite Calienta Cartagena al Rojo Vivo en la Recta Final del Rock Imperium!
¡Vaya manera de acercarse al cierre del primer día del Rock Imperium! La temperatura infernal de Cartagena subió aún más con la explosiva actuación de Kissin’ Dynamite. La banda alemana llegó con todo su glam y energía para demostrar que el hard rock melódico está más vivo que nunca. ¡Menudo show cargado de carisma y temazos que nos hicieron vibrar a todos! Fueron los penúltimos en pisar el escenario, dejando el listón altísimo para el gran final.
Desde el primer momento, salieron a por todas, sin guardarse nada. Abrieron con el prometedor “Back With a Bang“, y vaya si volvieron con una explosión. La energía de Hannes Braun en la voz, con esa presencia escénica arrolladora, conectó al instante con el público. Los riffs afilados y el ritmo contagioso de Ande Braun y Jim Müller a las guitarras, junto a la potente base rítmica de Steffen Haile al bajo y Silas Braun en la batería, sonaron impecables, calentando aún más el ambiente ya abrasador. La simpatía de la banda fue innegable; Hannes incluso se atrevió con un divertido conteo en español de “uno, dos, cuatro” que arrancó carcajadas y aplausos.
Siguieron el asalto con “DNA“, un tema que resalta su identidad musical y mantuvo la euforia por las nubes. La banda no solo interpreta sus canciones, las vive, y esa pasión se transmite con cada acorde. El público coreó cada estribillo, especialmente cuando llegaron himnos como “No One Dies a Virgin“, que convirtió el recinto en una gran fiesta, con gente saltando y cantando a pleno pulmón.
La intensidad no bajó ni un segundo. Con “I’ve Got the Fire“, Kissin’ Dynamite encendió aún más la llama del hard rock, demostrando su capacidad para crear melodías pegadizas y estribillos memorables. Continuaron con la poderosa “My Monster” y la épica “I Will Be King“, que mostró la versatilidad de la banda, combinando fuerza con toques orquestales y un aura majestuosa.
El final de su set fue apoteósico. “Not the End of the Road” resonó como una declaración de intenciones, dejando claro que a Kissin’ Dynamite le queda muchísimo camino por recorrer en el mundo del rock. La emotiva “You’re Not Alone” fue un momento de conexión pura con la audiencia, creando una atmósfera de camaradería. Y para cerrar la fiesta por todo lo alto, remataron con “Raise Your Glass“, invitando a todos a levantar sus vasos y celebrar la buena música.
Kissin’ Dynamite nos entregó un concierto lleno de energía, buen rollo y un hard rock melódico de altísimo nivel. Su carisma sobre el escenario y la potencia de sus temas dejaron un sello personal, consolidándose como una de las bandas más frescas de la escena actual. ¡Una actuación que dejó el terreno preparado para el número final de la noche!
HELLHAMMER performed by Tom Gabriel Warrior’s TRIUMPH OF DEATH: ¡Una Patada en el Trasero Directa de los 80 en Rock Imperium, Con un Toque a las Pesadillas de H.R. Giger!
¡Agárrense para volver en el tiempo a la prehistoria más cruda del metal extremo con HELLHAMMER performed by Tom Gabriel Warrior’s TRIUMPH OF DEATH! A eso de las 22:20, el escenario principal se ha convertido en una cueva oscura y ruidosa, un altar a la bestialidad sonora de Tom Gabriel Warrior, el mismísimo padrino de todo lo que hoy llamamos black y death metal. Si pensabas que habías visto algo “extremo”, prepárate para un repaso a mano armada de lo que realmente significa. ¡El estruendo de esta banda fue, sin duda, lo más potente que sonó en toda esta primera jornada, con tambores y riffs a la velocidad de la luz!
Hellhammer existió solo dos años, de mayo del ’82 a mayo del ’84, pero en ese tiempo, estos suizos plantaron la semilla de lo que vendría. La carrera de Tom Warrior es esencial para entender cómo el metal se volvió tan cabrón, y no hay mejor forma de vivirlo que con su propuesta en directo. Triumph Of Death, que toma su nombre de la canción más infame de Hellhammer, no es una banda tributo cualquiera; es la encarnación viva de ese legado, una oportunidad única en España en este 2025 de ver cómo se gestó todo el cotarro.
Desde el primer golpe, esto no ha sido un concierto, ha sido un puto ritual. Tom Gabriel Warrior a la voz y guitarra, con esa presencia que impone y su instrumento que es como un hacha que ha talado la historia del metal, ha liderado a TRIUMPH OF DEATH. Le acompañan André Mathieu a la guitarra y voz, Jamie Lee Cussigh al bajo y Tim Iso Wey en la batería, quienes han recreado fiel y brutalmente los clásicos de Hellhammer. Aquí no ha habido artificios ni lucecitas de colores; la movida es pura, sin filtros, directa a la yugular, como debe ser el metal extremo de verdad.
El ambiente era espartano, despojado de artificios, justo como prometía Warrior. Olvídate de grandes escenografías o bailarinas; la fuerza bruta reside en la música misma. Esa crudeza de los riffs, la batería que te taladraba el cráneo y la voz inconfundible de Warrior, que sigue resonando con la misma brutalidad de antaño, nos han transportado directamente a los ochenta más oscuros. Era como estar en un ensayo clandestino de esos años, donde el sonido era lo único que importaba. La atmósfera creada en el escenario, con la iluminación mínima y las sombras danzando, evocaba las pesadillas biomecánicas y oscuras de H.R. Giger, un telón de fondo perfecto para la brutalidad sónica que se desataba.
El setlist ha sido una excavación arqueológica en los cimientos del metal más duro, desenterrando joyas de sus demos legendarias y del EP “Apocalyptic Raids“. El público ha sido testigo de la furia de “The Third Of The Storms (Evoked Damnation)“, seguida por la implacable “Massacra“, un puto martillazo en la cara. La locura ha continuado con “Maniac“, que te dejaba sin aliento, y la oscuridad de “Blood Insanity“. Han arremetido con “Decapitator” y la blasfema “Crucifixion“, antes de pasar a la velocidad de “Reaper“. La brutalidad no ha cesado con “Horus/Aggressor” y las proféticas “Revelations Of Doom“. La seminal “Messiah” ha resonado con una potencia abrumadora, revelando la influencia innegable que tuvieron en incontables bandas posteriores. Han cerrado con la introspectiva “Visions Of Mortality” y la homónima “Triumph Of Death“. Cada canción era una patada en el trasero, un testimonio de la agresividad y oscuridad que Hellhammer le metió a la escena. La banda ha clavado con una precisión acojonante esa simplicidad demoledora y esa energía punk que les hacía únicos.
Tom Gabriel Warrior, una figura icónica, se ha mantenido fiel a la esencia de Hellhammer: pura ejecución, sin florituras. Su manera de tocar y cantar, aunque con la experiencia de décadas, ha mantenido esa crudeza y esa urgencia que hizo a Hellhammer algo tan especial. Para los que sabemos de qué va esto, ha sido una oportunidad irrepetible de presenciar en vivo la música de una banda que nunca pudo tocar en directo en su momento, porque era demasiado bestia y adelantada para su época.
El show de HELLHAMMER performed by Tom Gabriel Warrior’s TRIUMPH OF DEATH ha sido una puta lección de historia del metal en vivo, una demostración de que la relevancia de una banda que desafió todas las putas normas y pavimentó el camino para generaciones enteras sigue más viva que nunca bajo la batuta de su creador. Una experiencia para los puristas del metal, una reafirmación de que la oscuridad, la crudeza y la pasión de Hellhammer son eternas. ¡Pura dinamita negra!



Este año han estado saliendo muy buenos álbumes en lo que a metal se refiere, y mi preferido hasta ahora es el nuevo de Deafheaven, titulado “Lonely People With Power”. Un álbum poderoso donde los riffs potentes se mezclan con momentos de mucha emoción y melancolía. Por ende, el hecho de poder asistir a la presentación del disco en Copenhagen, a sala llena, me tenía lleno de entusiasmo. En los siguientes párrafos voy a contarles mi experiencia.
Primero vamos a hablar de la banda soporte, Oddism, con miembros belgas y franceses que practican un mathcore furioso, técnico y agresivo. Su presentación fue corta, de apenas 30 minutos, pero les bastó para dejar una huella en los presentes a base de breakdowns intensos, gritos desgarradores y una energía contagiosa que rápidamente prendió al público.
El momento más destacado del show fue el final, donde el vocalista se metió en medio de un circle pit mientras cantaba, y casi provoca un accidente, ya que el cable del micrófono se enredó en uno de los asistentes. Afortunadamente no pasó a mayores, pero fue un cierre tan explosivo como memorable.
Una media hora después de los teloneros, las luces se apagaron por completo, generando una gran expectativa. Comenzó a sonar una introducción ambiental que dio paso a la pista —mitad sample, mitad tocada en vivo— “Incidental 1”, que conectó perfectamente con la primera canción propiamente dicha: “Doberman”.
Ya desde el instante inicial, las conclusiones que saqué fueron todas positivas. Primero, el sonido era perfecto, con mucha claridad y detalle, pero a la vez pesado y contundente. Todo esto acompañado por un juego de luces maravilloso que iba decorando cada momento con un color distinto. Y por último, la energía de la banda no recaía únicamente en su vocalista, George Clarke, como en las anteriores veces que los había visto. En esta ocasión, todo el grupo estaba buscando conectar con el público, y lograr que este se divierta y participe activamente del show.
Si bien, como mencioné en el párrafo anterior, toda la banda mostró una conexión con la audiencia, obviamente el mayor encargado de esto fue el vocalista. Sin parar de saltar, moverse y correr por todo el escenario, también tuvo el rol clave de hacer que el público saltara, pogueara e incluso hiciera crowdsurfing. Su energía duró todo el concierto; me sorprendió la cantidad de intensidad que posee y lo bien que la administra durante el set completo.
Y por más arengas que haya, si las canciones no son buenas, el show se cae a pique. Pero en este caso, el setlist fue demoledor. Constó, básicamente, de su excelente trabajo actual, presentado casi en su totalidad, más las canciones más clásicas del grupo como “Brought to the Water” y “Sunbather”, que da nombre al disco que los puso en el mapa internacional.
Luego de una breve pausa, llegó la hora del final con “Dreamhouse”, donde el cantante bajó al público e hizo cantar a la gente la estrofa final con él. Finalmente, cerraron con uno de los cortes de difusión del nuevo álbum, “Winona”, donde George pidió el último pogo. Deseo que fue cumplido por un público completamente entregado y feliz con semejante concierto.
La banda saludó, arrojó un par de objetos al público y se retiró ovacionada. Nadie quería que se terminara.
Para concluir, el concierto me dejó una sensación hermosa. Vi a una banda que me encanta en un momento de madurez plena, dándole lugar a su presente, que es de una calidad igualitaria —o superior— al pasado que los consagró. Ojalá el futuro los lleve a momentos todavía mejores y escenarios aún más altos.
Etiquetas: Copenaghue, Deafheaven, Dinamarca, Oddism

La noche del 24 de junio de 2025, la Sala Razzmatazz de Barcelona se convirtió en el epicentro de un auténtico vendaval de rock ‘n’ roll desenfadado, cortesía de los inigualables Eagles of Death Metal. La música es sinónimo de libertad, de tocar lo que quieras y como quieras, siempre que sea bueno y tenga pasión, que la música sea el alimento del alma. La banda, fundada en 1998 por Jesse Hughes y Josh Homme, es célebre por su sonido irreverente y enérgico, una explosiva fusión de rock setentero con toques de hard rock y metal que desmiente su nombre engañoso. Su misma concepción, nacida de una broma de Homme sobre una hipotética fusión de The Eagles con Death Metal, ya presagiaba la actitud despreocupada y el sentido del humor que los caracteriza.
A pesar del trágico atentado en la sala Bataclan de París en 2015, la banda ha mantenido su compromiso inquebrantable con la música, eligiendo cada concierto como una celebración de la vida y el poder del rock. Este espíritu de resiliencia y vitalidad fue palpable desde el primer momento en Barcelona.
Entre gritos, vitoreos y una gran ovación, Jesse Hughes y la banda junto a Leah Bluestein en la batería, Scott Shiflett y Rex Roulette en las guitarras, y Jennie Vee en el bajo, hicieron su entrada triunfal al ritmo del icónico “We Are Family” de Sister Sledge. La euforia era instantánea. Jesse apareció en el escenario cual Elvis, ataviado con una capa de superhéroe del rock, y se dirigió directamente a las primeras filas, saludando de la mano y lanzando besos al público. Incluso, el autor de esta crónica tuvo el privilegio de intercambiar un apretón de manos con él desde el foso, un gesto que evocó con nostalgia su visita anterior a la ciudad. Sin apenas preámbulos, y en menos de un minuto, el público ya estaba entregado por completo. La velada se inauguró guitarra en mano con la potente “I Only Want You”, el tema que abre su primer disco, desatando de inmediato pogos frenéticos en las primeras filas y una descarga de adrenalina que marcaría el tono de la noche.
El ritmo no decayó con “Don’t Speak (I Came to Make a Bang!)” y “Anything ‘Cept the Truth”, que mantuvieron la sala en un estado de ebullición constante. La energía se mantuvo alta con “I Got a Feelin (Just Nineteen)”, preparando el terreno para las sorpresas de la noche.
La primera de las destacadas versiones de la noche llegó con “Complexity”, un explosivo cover de Boots Electric que sonó rotundo y que el público abrazó con fervor, sumándose al desenfreno general. Tras ella, la banda mantuvo la llama con “Save a Prayer” de Duran Duran, una interpretación solvente que demostró la versatilidad del grupo para reinterpretar himnos de otras épocas a su estilo inconfundible. Durante este tema, Jesse Hughes se lanzó valientemente a las primeras filas, acercándose al público para cantar con ellos, creando una comunión mágica que electrizó aún más el ambiente.
El setlist continuó su progresión ascendente con “Silverlake (K.S.O.F.M.)”, antes de que la contagiosa “Heart On” contribuye a mantener el ambiente de fiesta. La atmósfera se mantuvo vibrante a través de “Secret Plans”, “Flames Go Higher” y “Now I’m a Fool”, cada una aportando su propia chispa al espectáculo.
Uno de los puntos álgidos de la noche fue, sin duda, la interpretación de “Cherry Cola”, donde Jesse Hughes volvió a demostrar por qué es un frontman como pocos. La festiva melodía puso patas arriba al personal, con Jesse instigando una competición de decibelios entre chicas y chicos que provocó una explosión de gritos y vitoreos. Su carisma es magnético: lanzando corazones con sus manos, besos volados y guiños de ojos a cada rincón de la sala, supo cómo meterse al público en el bolsillo por la vía rápida.
El tramo final del concierto antes del bis se mantuvo electrizante con “I Like to Move in the Night”, un tema potente que mantuvo la garra. Luego, llegó el momento de la icónica “I Want You So Hard (Boy’s Bad News)”. Desde los primeros acordes, la sala Razzmatazz estalló en un frenesí. Este himno al rock descarado y pegadizo, con su riff inconfundible y la voz característica de Hughes, se erigió como uno de los momentos cumbres de la noche. La multitud coreó cada verso con una pasión desbordante, transformando la sala en un mar de brazos levantados y cabezas moviéndose al ritmo. La energía cruda y la alegría contagiosa de la banda alcanzaron su máxima expresión, demostrando por qué esta canción es un clásico instantáneo de su repertorio y un verdadero motor en sus directos.
Tras este arrebato de pura potencia, la irreverente “Whorehoppin’ (Shit, Goddamn)” preparó el terreno para el broche de oro antes del encore. Seguidamente, la banda comenzó a tocar “I Love You All the Time”, proveniente de su álbum “Zipper Down” (2015). Durante este tema, la intensidad fue tal que la baterista Leah Bluestein fue alcanzada a duras penas por una astilla de su propia baqueta. Rápidamente, Jesse Hughes se percató del incidente y, con un gesto de preocupación y cariño, la envió a camerinos para que pudiera solucionar el asunto. La pausa fue breve, y Leah regresó al escenario para el tramo final, momento en el que Jesse, para asegurar que no ocurriera otro altercado y que el concierto no corriera peligro, le ofreció sus propias gafas, un gesto que el público celebró con una ovación.
El esperado cover de “Moonage Daydream” de David Bowie fue resuelto con una gran solvencia, dejando una vez más a Hughes como el líder absoluto y un gentleman hasta el infinito en su particular homenaje al Duque Blanco. En este tema, fue especialmente notable el virtuosismo de Leah Bluestein en la batería, cuyo ritmo impecable y poderoso dio vida a la icónica pieza de Bowie, demostrando su increíble habilidad y precisión. Cabe destacar el trabajo impecable de toda la banda: las mil y una guitarras de Scott Shiflett y Rex Roulette fueron atronadoras, con riffs que perforaban la sala, y el bajo de Jennie Vee fue absolutamente impecable, demostrando su destreza en cada línea.
Después de un merecido y breve descanso, la banda regresó al escenario para el esperado bis. La noche culminó con la poderosa “Speaking in Tongues”, un broche de oro que finiquitó una noche de puro rock ‘n’ roll que fue recibida como agua de mayo por los asistentes. En un momento de pura electricidad, Jesse Hughes y Scott Shiflett se apostaron sobre las barras laterales de la sala, enfrascándose en un duelo a muerte de riffs y solos electrizantes que subió la temperatura de la Razzmatazz a niveles insospechados. Estos temas potentes y con garra confirmaron una vez más que Eagles of Death Metal funciona a la perfección, con Jesse Hughes al frente, llevando la bandera de un sonido directo y sin artificios.
La formación actual en esta gira, demostró ser una máquina perfectamente engrasada, entregando un espectáculo lleno de energía, humor y esa actitud irreverente que hace de Eagles of Death Metal una banda única. Barcelona fue testigo de una auténtica fiesta, un recordatorio visceral de que el espíritu del rock ‘n’ roll sigue vivo y coleando.
Al acabar el show, y tras un breve receso, los pocos valientes que decidieron esperar, acompañados por el reconfortante sonido de unas cervezas y el humo pecaminoso del cigarro, tuvieron su recompensa. Lograron capturar fotos, videos y obtener autógrafos del simpático Jesse Hughes, quien recuerda cada una de sus visitas con una cercanía asombrosa, como si cada una fuera la última. Como muestra de su peculiar y personal carisma, en el setlist que me firmó, en lugar de su rúbrica habitual, añadió su timbre en tinta y estampó un significativo “Great Photos”, un gesto muy personal que subraya su conexión con los fans. A pesar de la tragedia vivida por la banda, noches como esta demuestran que el rock and roll, en su esencia más pura, sigue curando las heridas del alma.


Lunes 30 de junio de 2025, Glasgow. Caminar por las calles de la ciudad en esta jornada era sumergirse en un océano de camisetas negras con el logo de Iron Maiden. Era imposible no sentirse parte de algo más grande. Desde temprano, grupos de fans peregrinaban hacia el SWG3 para visitar el pop-up de Eddie’s Dive Bar: un refugio metálico para disfrutar unas cervezas heladas en un día abrumadoramente húmedo, abastecerse de merchandising exclusivo y, sobre todo, compartir la devoción por el heavy metal con otros creyentes del mismo credo. Lamentablemente, ese no fue mi caso. Me pasé el día encerrado en la oficina, mirando obsesivamente el reloj y contando los segundos para que llegaran las 17:30, la hora señalada para escapar rumbo al OVO Hydro.
Al llegar, la escena era impactante. Una marea humana se extendía en todas direcciones. Mires donde mires, el paisaje era un tapiz de remeras negras, chalecos repletos de parches, camperas de cuero gastadas, cadenas brillando entre sombras y botas pisando fuerte. Lo más hermoso: al menos tres generaciones unidas bajo una misma bandera. Abuelos, padres e hijos confluyendo en un ritual que tiene como epicentro a una sola banda: Iron Maiden.
A las 19:30 en punto, The Raven Age toma el escenario. La banda liderada por George Harris, hijo del legendario Steve Harris, comienza su set con “Forgive & Forget“, seguido por “Hangman”, uno de sus lanzamientos más recientes. Continuaron con “Essence of Time“, “The Day the World Stood Still“ y cerraron con “Fleur de Lis“.
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Desde un punto de vista técnico, no hubo fallas. Todo sonó nítido y ejecutado con precisión, a la altura del compromiso que implica abrir una noche para una leyenda viviente como Maiden. Sin embargo, algo faltó. Tal vez fue esa chispa visceral que distingue al metal: esa furia que quema, la pasión que arrasa, la autenticidad que se transmite más allá de las notas.
El público no fue indiferente. Muchos comentarios fueron duros, algunos directamente escépticos, acusando a la banda de haber llegado hasta allí por puro nepotismo. ¿Es justo? ¿Es cierto? No lo sabremos nunca. Lo único que es indiscutible es que cada quien tiene el derecho de conectar —o no— con una propuesta artística. Y si bien The Raven Age no logró conmoverme personalmente, no se puede negar que se han abierto camino por mérito propio, participando en grandes festivales y compartiendo cartel con figuras colosales del género.
Tras una breve pausa de media hora, se apagan las luces y los altavoces comienzan a escupir las primeras notas de “Doctor Doctor“ de UFO. El icónico riff de Michael Schenker retumba mientras el público estalla de emoción: este es el presagio infalible de que Iron Maiden está por salir. Me doy vuelta y lo que veo es conmovedor: el OVO Hydro completamente colmado, entradas agotadas en cuestión de días. Banderas de Argentina, Ecuador, Chile, Polonia, Austria, Escocia… todas ondeando al viento metálico de la noche. Dicen que una imagen vale más que mil palabras; este momento lo resume todo.
Entonces suena “The Ides of March“. En las pantallas se despliega una animación que recorre las calles de Londres en 1975, deteniéndose en pubs y sitios emblemáticos donde Maiden dio sus primeros pasos. Cuando aparece el mítico The Cart & Horses, la ovación es ensordecedora. Ese fue el lugar donde todo comenzó, el templo original del culto maideniano.
Con las luces apagadas de nuevo, estalla el momento esperado: Iron Maiden irrumpe en escena con “Murders in the Rue Morgue“, un clásico rescatado del arcón de los recuerdos. Es el primer indicio de lo que será una noche dedicada a celebrar los 50 años de historia de la banda, con un recorrido musical que va desde Iron Maiden hasta Fear of the Dark, incluyendo rarezas y joyas para los fanáticos más acérrimos.
Sin respiro, le sigue “Wrathchild“. Como es costumbre, Bruce, Steve y Janick recorren el escenario como si el tiempo no pasara por ellos. Su estado físico y energía son simplemente asombrosos. El tercer tema es “Killers“, haciendo de esta tríada inicial un guiño nostálgico a Paul Di’Anno. Es también la primera aparición de Eddie, con su campera de cuero y su hacha. Sin embargo, no logra intimidar demasiado: Bruce se le acerca por detrás y lo agarra… sí, desde los testículos. Eddie se retira humillado, pero sabemos que volverá.
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A esta altura, el público está poseído. La comunión entre banda y audiencia es total. No hay distracciones, apenas móviles alzados: todos están embelesados con el ritual. Siguen con “Phantom of the Opera“, “The Number of the Beast“ y “The Clairvoyant“. Cada canción es una ofrenda sagrada al legado del metal.
Las pantallas muestran ahora pirámides con la cabeza de Eddie coronando la cúpula. “Powerslave“ comienza a rugir mientras explosiones, humo y luces crean un espectáculo de proporciones teatrales. Bruce aparece enmascarado tras una cortina de llamas. La épica continúa con “2 Minutes to Midnight“. Después, Bruce bromea al tomar un trago de su cantimplora: “No es whisky… es solo agua”, agregando luego “Water everywhere…”. Y con esa frase, da paso a “The Rime of the Ancient Mariner“. Una odisea de más de 14 minutos que jamás se siente larga. Los efectos visuales, la pirotecnia, las transiciones… todo acompaña cada pasaje como si fuera una obra de teatro musical.
Luego llegan “Run to the Hills” y “Seventh Son of a Seventh Son“. ¿Hace falta decir lo aplastantes que son? En “The Trooper“, Eddie regresa enfundado en su uniforme de guerra, sable en mano. Bruce, por supuesto, ondea la bandera escocesa, provocando un estallido de júbilo incontrolable.
El clímax llega con “Hallowed Be Thy Name“ y “Iron Maiden“, antes del encore. El cierre lo componen tres himnos absolutos: “Aces High“, “Fear of the Dark“ y “Wasted Years“. Un final perfecto para una noche inolvidable.
Este fue, sin duda, uno de los mejores setlists que he presenciado de Iron Maiden. Una banda que simplemente no sabe fallar. Su nivel de entrega y dedicación, hasta en el más mínimo detalle, es digno de admiración absoluta. Gracias, Iron Maiden. Gracias Bruce, Steve, Janick, Dave, Brian, Simon y Nicko, por su arte, su incansable energía, y por regalarnos una noche que quedará grabada para siempre en nuestras memorias.
Keep on headbangin’ motherfucker!
- Iron Maiden
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- The Raven Age
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Pese a coincidir en fecha con dos titanes del calendario festivalero como son el Resurrection Fest y el Rock Imperium, el concierto de Eagles of Death Metal en Madrid no solo no se resintió: demostró que la experiencia del rock más visceral se vive mejor en salas repletas de alma que en grandes escenarios de cartón piedra.
El ambiente estaba cargado de energía desde el primer segundo en el que abrieron las puertas de la sala, sobre eso de las siete y media (adelantando la hora por el calor sofocante). Sin banda telonera ni introducciones vacías, Jesse Hughes —embutido en un pantalón y camiseta blancas, que centraban toda la atención en sus tirantes negros y esas gafas de sol tan características que le daban el aire de un predicador sureño— apareció solo en el escenario coreando “We Are Family” de Sister Sledge, en una apertura tan desconcertante como efectiva: un guiño a la complicidad que estaba a punto de generarse entre banda y público.
Apenas unos segundos después, el resto del grupo irrumpió con fuerza para arrancar con ‘I Only Want You’, que encendió la mecha con su energía infecciosa. El público, entregado desde el primer acorde, respondió con saltos y gritos, dando paso a una noche donde la honestidad y el sudor serían los grandes protagonistas.
Con Jesse Hughes como líder indiscutible y alma del grupo, llevando el peso del espectáculo con su carisma desbordante y su entrega vocal y gestual. Acompañado de Jennie Vee al bajo, aportando una base rítmica firme y elegante, además de presencia escénica sobria pero magnética y muy llamativa, con su sombrero y ropa vaquera en un tono rojo radiante; Scott Shiflett a la guitarra, encargado de revestir cada tema con riffs sólidos y llenos de actitud; y Leah Bluestein a la batería, que con precisión y contundencia sostuvo el pulso del concierto de principio a fin. Aunque Josh Homme no estuvo presente —como es habitual en los directos del grupo—, la banda demostró una cohesión escénica impecable, sosteniendo la intensidad sin fisuras en cada momento del show.
Visualmente, el escenario era simple: una única lona al fondo con el nombre del grupo, sin proyecciones ni decorado. Solo instrumentos, cables y actitud. El cóctel perfecto para triunfar en la sala Mon que gracias a su minimalismo, en lugar de distraer, centraba toda la atención en los músicos, en su entrega física y emocional, y en la conexión directa con el público. Porque cuando tienes a Jesse desgañitándose y a la banda sonando con la fuerza de una locomotora sureña, no necesitas más.
Con una dinámica potente, el grupo siguió con ‘Make a Bang’, que logró encender aún más el ambiente con su actitud irreverente y guitarras rabiosas, mientras ‘Anything ’Cept the Truth’ nos arrastró a un territorio más denso, con un sonido sucio y profundo que hizo vibrar el suelo de la sala. La fiesta no se detuvo ahí. Temas como ‘Complexity’ y ‘Just 19’ se intercalaron con una energía frenética.
El primer momento realmente emotivo llegó con ‘Save a Prayer’ que se ha convertido en parte esencial del legado emocional de EoDM. Interpretada con respeto y contención, sirvió de pausa íntima dentro de un concierto acalorado.
Las interpretaciones de ‘Secret Plans’ y ‘Silverlake (K.S.O.F.M.)’ añadieron matices al repertorio, con juegos de dinámicas, sarcasmo y una solidez instrumental que a menudo se subestima en el discurso general sobre la banda.
La intensidad de nuevo bajó momentáneamente con ‘Now I’m a Fool’, una de las piezas más atípicas del repertorio. Con un tono soul-rock pausado y una instrumentación más limpia y melódica, la canción ofreció un inesperado momento de introspección. Jesse adoptó un registro más suave, casi confesional, dejando atrás la pose desenfadada para mostrarse vulnerable. La sala, hasta entonces dominada por el frenesí, quedó suspendida en un silencio atento. Fue una pausa delicada entre el caos.
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‘Cherry Cole’, con su groove rebelde y relajado, ofreció un respiro al público, pero sin perder la esencia de EoDM: divertida, juguetona y algo oscura. El tema se destacó por su atmósfera tranquila, que contrastaba con la energía de otras piezas, pero manteniendo la esencia de la banda.
‘Boys Bad News’ y ‘Whorehopping’ llegaron para reavivar la llama. ‘Boys Bad News’ brilló con su tono sarcástico y un riff pegajoso que desbordó de energía, mientras que ‘Whorehopping’ sumergió a la sala en un sonido más sucio y crudo, acelerando el frenesí del público, que ya se encontraba en un estado de éxtasis.
Y le llegó el turno a ‘I Love You All the Time’, que aportó un tono melódico y casi romántico al repertorio. Con su cadencia envolvente y su estribillo pegadizo, fue uno de los temas que mejor representó el lado más pop-rock del grupo sin perder la esencia retro y desenfadada. Jesse, carismático, la interpretó con una mezcla de sinceridad y teatralidad.
‘Moonage Daydream’, el clásico de David Bowie. Esta interpretación no fue simplemente una versión más: fue una rendición salvaje y reverencial, adaptada al estilo de EoDM pero manteniendo intacta la magia glam del original.
Cuando ya parecía que todo estaba dicho, la banda regresó con el bis: ‘Speaking in Tongues’, una de sus canciones más intensas. Lo verdaderamente inolvidable ocurrió cuando el cantante subió por un lado del recinto, rodeado de gente. Sin previo aviso, se dirigió hasta la parte más alta de la sala, instalándose en el balcón y tocando su guitarra mientras el público lo acompañaba.
Eagles of Death Metal no ofrecieron un concierto perfecto en términos técnicos, pero sí absolutamente memorable emocionalmente.
Con un setlist sólido, un líder carismático que conecta desde el primer segundo y una banda que domina el caos con precisión, lo que vivimos en Madrid fue mucho más que música: fue comunión, fue catarsis, fue rock con alma.
Y para quienes los vimos por primera vez, queda claro que no será la última.


Apenas tres días después del estallido que fue el Summer Blast, el espíritu del hardcore volvió a tomar cuerpo en una noche que se sintió como una prolongación natural de aquella locura. Esta vez, el cartel era directo y contundente: Gorilla Biscuits, Slapshot y los locales La Guadaña se encargaron de dejar el alma sobre el escenario, en una velada que reafirmó que el hardcore sigue tan vivo como siempre.
La Guadaña, desde El Masnou, fueron los encargados de encender la mecha, y lo hicieron sin contemplaciones. Su propuesta cruda, honesta y fiel al hardcore clásico, sacudió desde el primer tema. Arrancaron con fuerza con “Sin Control”, “Sangre y acero” y “Por venganza”, todos extraídos de su Demo 2017. Desde ese momento, ya tenían a la sala entera —familiares incluidos— coreando a pleno pulmón.
Uno de los momentos más emotivos llegó con la interpretación de “Obrigado”, un tema dedicado al querido fotógrafo Mauricio Melo (Snap Live Shots). Fue un homenaje sincero, cargado de gratitud y energía, a alguien que ha inmortalizado innumerables instantes de la escena con su cámara. Un tributo justo, potente y merecido. Con el público ya encendido, La Guadaña se despidió dejando un escenario ardiente y preparado para lo que venía.
El turno fue para Slapshot, leyendas absolutas del hardcore de Boston. Comandados por el incansable Choke, demostraron una vez más por qué su nombre está grabado en la historia del género. Más de tres décadas después, su sonido sigue siendo un puñetazo directo al pecho: seco, rápido y sin filtros.
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Desde el primer golpe con “No Friend” hasta el broche final con “Step On It” y “Boots”, la banda ofreció una descarga imparable. El setlist fue una mezcla infalible de clásicos y nuevas bombas, con temas como “Bleed”, “Big Mouth”, “Old Time Hardcore”, “Chip On My Shoulder” y, cómo no, “Back on the Map”, que fue coreada con auténtico fervor por una sala que no dejó de moverse un segundo. Stage dives constantes, pogos incansables y una conexión brutal entre banda y público. Slapshot no necesita modernizar nada: siguen siendo la definición pura de lo que el hardcore representa.
Y cuando parecía que la noche había alcanzado su punto más alto, llegaron los neoyorquinos Gorilla Biscuits para llevarlo todo un nivel más allá. Bastó con que sonaran las primeras trompetas de “New Direction” para que la sala estallara en una explosión colectiva de energía y alegría. Fue un caos hermoso.
El repertorio fue un viaje completo por su discografía esencial, con himnos como “Stand Still”, “Things We Say”, “Good Intentions” y “Start Today”, que retumbaron en cada rincón del recinto. Como regalo adicional, incluyeron versiones como “Minor Threat” (de Minor Threat), “As One” (de Warzone) y “Sitting Round at Home” (de los Buzzcocks), que sumaron fuerza, emoción y sorpresa a un set que ya rozaba la perfección.
En definitiva, fue una noche donde dos generaciones de hardcore compartieron escenario y espíritu. Una celebración de la música sin artificios, directa al corazón, donde la entrega fue total y la conexión con el público absolutamente real. No fue solo un concierto: fue un recordatorio de por qué el hardcore no es solo un estilo, sino una forma de vida.


La tercera jornada del Rock Imperium 2025 fue una montaña rusa emocional y sonora que selló en Cartagena uno de los días más intensos y memorables del festival. Bajo un sol inclemente que castigó sin tregua y una noche que se tornó ritual, el Parque El Batel se convirtió en el escenario de un desfile de estilos, generaciones y mitologías musicales. Desde el metal técnico y progresivo hasta el glam-punk, el hard rock clásico y la fantasía sinfónica, el público vivió una odisea donde cada banda dejó su huella en carne y alma.
La jornada arrancó con Punto y Final, que inauguró el escenario local con crudeza, pasión y mucha honestidad. Su actuación, a pesar del castigo solar, fue recibida con calidez y entusiasmo, demostrando que la escena cartagenera tiene pulso y garra.
Inxight siguió con precisión quirúrgica, combinando metal melódico con toques personales y versiones que sorprendieron, como una electrizante adaptación de “Beat It”. Su puesta en escena transmitió tanto músculo como emoción.
Luego llegó Mind Rock, que envolvió al público en una propuesta introspectiva y atmosférica. Con canciones como “Pond” y “Moth”, ofrecieron una experiencia sonora envolvente, donde técnica y sentimiento se entrelazaron con fluidez hipnótica.
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Strangers, con la potente voz de Celia Barloz, fue uno de los nombres destacados del escenario secundario. “Héroes” y “Never Stop” conectaron con un público que valoró tanto la energía como el carisma que desprendieron. Su directo sólido y equilibrado confirma que están viviendo un momento de crecimiento claro.
FM, celebrando cuatro décadas de carrera, entregó una clase magistral de hard rock británico. Con clásicos como “I Belong to the Night” o “That Girl”, ofrecieron un espectáculo elegante, ejecutado con el oficio de quien domina su lenguaje y su historia.
La electricidad estalló con Michael Monroe, que convirtió el escenario en un torbellino glam-punk. El ex Hanoi Rocks no dejó títere con cabeza: subidas a la estructura, saltos, carisma salvaje y versiones incendiarias. Su actuación fue adrenalina en estado puro, un show desbordante de actitud.
Leprous cambió por completo el tono con su habitual carga emocional y profundidad técnica. El set, centrado en su álbum Melodies of Atonement, demostró una vez más la capacidad de Einar Solberg para conectar desde lo emocional, rodeado por una banda en estado de gracia. Una actuación cargada de sensibilidad y sofisticación.
La noche entró en su tramo más épico con Blind Guardian, que transformó Cartagena en un reino de fantasía. Hansi Kürsch, maestro de ceremonias, guio a miles de voces en un viaje que cruzó batallas, leyendas élficas y mundos imposibles. Himnos como “Blood of the Elves”, “Nightfall” o “Time Stands Still (at the Iron Hill)” desataron un mar de coros que convirtieron la explanada en un campo de batalla mítico.
La puesta en escena, sobria pero efectiva, fue reforzada por una ejecución impecable: el virtuosismo incombustible de André Olbrich, el peso firme de Marcus Siepen y la potencia rítmica de Frederik Ehmke junto al bajo preciso de Johan van Stratum tejieron una muralla sonora sin fisuras. Cuando llegó “The Bard’s Song”, todo se detuvo: un instante de comunión total, casi espiritual, con móviles al aire y ojos cerrados. El cierre con “Lord of the Rings”, “Valhalla” y “Mirror Mirror” fue una explosión de emoción compartida, con el público entregado hasta el último aliento. Fue, sin lugar a dudas, uno de los conciertos más legendarios que ha presenciado el festival.
El turno de The Cult marcó un cambio radical de atmósfera, introduciendo una espiritualidad oscura y magnetismo ritual. Abrieron con “In the Clouds”, una bruma densa que se despejó con la energía contagiosa de “Rise”. Ian Astbury, imponente y chamánico, y Billy Duffy, con riffs densos como relámpagos, mantuvieron una conexión constante y poderosa con el público. Entre lo nuevo, como “Hollow Man”, y joyas del pasado, como una desgarradora versión acústica de “Edie (Ciao Baby)”, la banda tejió un repertorio que sedujo tanto a nostálgicos como a neófitos.
El clímax llegó con “She Sells Sanctuary”, donde miles corearon como poseídos, seguido por un encore encendido: “Fire Woman” y “Love Removal Machine”. En medio del frenesí, Astbury se cortó la mano con la pandereta, usó su sangre para pintarse la cara y ofreció un gesto tan visceral como simbólico: una suerte de protesta ritual que convirtió el final en un acto primitivo, casi chamánico, que desató una catarsis colectiva irrepetible.
Rhapsody of Fire fue otro de los grandes protagonistas de la jornada. Desde los primeros acordes de “The Dark Secret”, el grupo liderado por Alex Staropoli y el vocalista Giacomo Voli desplegó una sinfonía de dragones, guerras celestiales y magia ancestral. La teatralidad del show, potenciada por coros grandilocuentes y una iluminación cinematográfica, atrapó al público en un universo épico y absorbente.
Con temas como “Unholy Warcry”, “The Magic of the Wizard’s Dream” y “The March of the Swordmaster”, lograron que la fantasía no fuera solo estética, sino también profundamente emocional. El final fue apoteósico: “A New Saga Begins”, “Land of Immortals” y “Emerald Sword” desataron una celebración total. El público, con los puños en alto y los ojos encendidos, respondió con fervor casi religioso, demostrando que el power metal sinfónico sigue teniendo un poder de convocatoria inmenso cuando se ejecuta con esta precisión y pasión.
El cierre estuvo a cargo de Manticora, que ofreció una descarga oscura y contundente de power metal progresivo con tintes thrash. Temas como “Twisted Mind” y “Kill the Pain Away” sirvieron como broche agresivo y técnico a una jornada intensa, terminando con una ovación ganada a pulso por su fuerza escénica y musical.
En resumen, el tercer día del Rock Imperium 2025 fue un mosaico de emociones, estilos y momentos inolvidables. Desde las bandas locales que abrieron con dignidad y energía, hasta los titanes que cerraron con fuego, sangre y fantasía, la jornada consolidó lo que ya se sospechaba: este festival no es solo una cita musical, sino una experiencia transformadora. Cartagena vivió una noche de comunión, catarsis y celebración que quedará grabada a fuego en la memoria colectiva de todos los que estuvieron allí.


Nos despedimos del Mystic Festival 2025 con la intensidad que merecía una edición inolvidable. El cansancio acumulado tras cuatro días de música no impidió que el público se aferrara a cada instante de la jornada final, buscando grabar en su memoria colectiva lo que ha sido una auténtica celebración del metal en todas sus formas.
La jornada arrancó con Grove Street y Employed to Serve, preparando el terreno para que Landmvrks abriera el Main Stage bajo una fina lluvia que no logró frenar el entusiasmo del público. Desde Marsella, los encabezados por Flo Salfati ofrecieron una actuación arrolladora que sorprendió incluso en su prueba de sonido, tan pulcra que muchos pensaron que era una grabación de estudio. Su setlist combinó lo mejor de su nuevo trabajo The Darkest Place I’ve Ever Been —con cortes como “Sulfur”, “Creature” o “Blood Red”— con himnos como “Self-Made Blackhole”, “Lost in a Wave” y “Rainfall”, logrando un arranque de jornada verdaderamente demoledor.
El relevo lo tomaron los suizos Paleface Swiss, haciendo vibrar el Park Stage con una entrega descomunal. Fieles a su estilo de modern core, ofrecieron una de las actuaciones más intensas del día, centrada en su potente álbum Cursed, curiosamente producido por el propio Salfati. Una conexión sonora entre Francia y Suiza que dejó huella.
Mientras tanto, en los escenarios interiores, Dark Angel y Skeletal Remains mantuvieron vivo el pulso thrash y death en los escenarios Shrine y Sabbath, demostrando que el Mystic Festival no hace distinciones y ofrece metal para todos los gustos.
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La calma tensa del Main Stage fue rota por los titanes suecos Dark Tranquillity, que ofrecieron una de las actuaciones más memorables de todo el festival. Su elegancia melódica y fuerza escénica envolvieron a una audiencia entregada desde los primeros acordes, confirmando que lo suyo es arte hecho metal. El público, consciente de que estaba presenciando algo especial, se agolpaba desde todos los rincones del recinto para no perder detalle.
Los daneses CABAL aportaron su cuota de brutalidad con un set breve pero devastador, un soplo de deathcore crudo y moderno que compensó con creces la escasez del género en la jornada. Con discos como Snake Tongue o No Peace, se están consolidando como una referencia emergente en Europa.
Llegaba el turno de los finlandeses Apocalyptica, que llenaron el Main Stage con un espectáculo centrado en sus ya icónicas versiones de Metallica. “Battery”, “Enter Sandman” o “Blackened” sonaron majestuosas, convertidas en himnos de cuerdas. Paralelamente, Vader reafirmaba su trono como embajadores del metal extremo polaco, reuniendo a una masa impresionante de seguidores. Fue un duelo de titanes entre la sofisticación sinfónica y la brutalidad local.
En el Dessert Stage, Pentagram hizo historia con una de sus últimas presentaciones en Europa. Bajo una llovizna persistente y entre charcos de barro, cientos de fieles se reunieron para ver a Bobby Liebling decir adiós al continente. Fue un momento cargado de simbolismo, auténtico y crudo, como la propia esencia del doom.
La recta final del día reservaba aún sorpresas de alto voltaje. Municipal Waste destrozó literalmente el Shrine Stage con una dosis letal de crossover thrash, mientras que el tributo Blood, Fire, Death mantenía viva la llama de Bathory en el Park Stage.
Todo el festival se volcó finalmente hacia el Main Stage, preparado para acoger el show más esperado de la jornada —y posiblemente del festival entero—: el último gran directo de Sepultura. Los brasileños ofrecieron un concierto monumental, en orden cronológico, recorriendo toda su discografía desde Schizophrenia y Arise hasta los míticos Chaos A.D. y Roots. Fue también el momento de repasar la era con Derrick Green, cerrando así el círculo de un legado que ha marcado a generaciones. Andreas Kisser, Paulo Jr. y el imponente Greyson Nekrutman a la batería fueron los encargados de dar forma a este adiós, emocional y demoledor, ante una audiencia absolutamente entregada. Una despedida a la altura de una leyenda.
Como colofón, Tiamat y I Am Morbid pusieron el broche final a una edición extraordinaria, dejando una sensación compartida: ya contamos los días para que llegue el próximo Mystic Festival. Que pasen rápido los próximos 365.
Etiquetas: Mystic Festival 2025, Paleface Swiss, Pentagram, polonia, Sepultura

Tras su paso por el Resurrection Fest en Viveiro y el Rock Fest en Barcelona, Judas Priest descargó su tercera actuación en apenas unos días en un Bilbao Arena completamente entregado. El recinto de Miribilla no estaba lleno, había varios huecos libres en gradas y pista para recibir a una de las bandas más emblemáticas del heavy metal, en una noche que combinó la presentación de su nuevo disco Invincible Shield (2024) con la celebración del 35º aniversario del inmortal Painkiller (1990). Todo ello enmarcado en una gira con sabor a despedida, liderada por un Rob Halford que ha anunciado su inminente retirada tras más de 50 años de carrera.
Como aperitivo de lujo, el telón lo abrió Phil Campbell and the Bastard Sons, banda comandada por el histórico guitarrista de Motörhead. Tras la disolución de la mítica formación tras la muerte de Lemmy en 2015, Campbell no tardó en canalizar su energía en un nuevo proyecto: reclutó a sus tres hijos y al vocalista Joel Peters para dar forma a una banda que mantiene vivo el espíritu de la vieja escuela. Con tres discos a sus espaldas (The Age of Absurdity, We’re the Bastards y el reciente Kings of the Asylum), Phil y los suyos ofrecieron un show potente, pero que a mi, sigue sin convencerme, nose si los riffs, el echo de estar vario rato del show haciendo “Fuck You” con la mano, pero me termina aburriendo.
El setlist arrancó puntual a las 19:30 con “We’re Bastards”, seguida de “Step Into the Fire”, que fue muy bien recibida por un público ya ansioso de cuernos al aire. El primer guiño a Motörhead llegó con “Going to Brazil”, y no sería el único: la energía subió aún más con “Born to Raise Hell” y, cómo no, el mítico “Ace of Spades”, con el que lograron poner a bailar hasta al más escéptico. A destacar también cortes como “Hammer and Dance”, “High Rule” o “Dark Days”, en una actuación de unos 45 minutos donde quedó claro que el apellido Campbell aún tiene mucho que decir en el mundo del rock. Un detalle curioso: en un momento del show de Judas, Phil intentó ver el concierto desde las gradas, pero un miembro de seguridad le echó sin reconocerle; minutos después, volvió acompañado de personal del equipo de Judas… y se quedó disfrutando como uno más.
Con la temperatura rozando lo insoportable tanto dentro como fuera del recinto, el clímax metálico llegó puntualmente. A eso de las 20:45, los acordes inmortales de “War Pigs” de Black Sabbath sirvieron de antesala solemne para la irrupción de Judas Priest sobre el escenario. El arranque fue un auténtico puñetazo sónico con “All Guns Blazing” y “Hell Patrol”, dos misiles extraídos del venerado Painkiller. Apenas sin respiro, enlazaron con la contagiosa “You’ve Got Another Thing Comin’”, que incendió las gradas. Rob Halford, impecable a sus 73 años, se movía como un sacerdote del metal, mientras Faulkner y Sneap manejaban las guitarras con una compenetración brillante y poderosa.
El público se entregó desde el primer minuto, y la intensidad no bajó cuando atacaron “Freewheel Burning”, única representante de Defenders of the Faith en el repertorio. El delirio llegó con “Breaking the Law”, convertida desde hace décadas en un himno universal del género. La banda sonaba ajustada, poderosa y directa al corazón de los fans, que no cesaban de corear, saltar y levantar los puños al ritmo de cada riff.
La siguiente tanda fue un guiño al equilibrio perfecto entre pasado, presente y legado. Sonaron “A Touch of Evil” y “Night Crawler”, seguidas por la atmosférica “Solar Angels”, todo ello ejecutado en un escenario sin florituras, pero imponente en su presencia. Halford, sobrio pero carismático, mantuvo el control absoluto del espectáculo mientras Faulkner y Sneap lideraban las cargas melódicas. Desde la retaguardia, Ian Hill y Scott Travis sostenían el entramado rítmico con precisión quirúrgica. La potente “Gates of Hell”, del reciente Invincible Shield, no desentonó entre tanta gloria pasada.
En la fase intermedia del set, la épica “One Shot at Glory” abrió paso a “The Serpent and the King”, que demuestra que los nuevos temas no son simples rellenos. Luego llegó “Between the Hammer and the Anvil”, otro monumento del Painkiller que sonó con una contundencia arrolladora. La poderosa “Giants in the Sky” fue el último vistazo al presente antes de encarar el desenlace.
Y fue entonces cuando estalló el éxtasis. “Painkiller” fue interpretada con toda la intensidad que merece, con Halford envuelto en su icónica chaqueta larga de cuero con el lema “Heavy Metal” resplandeciendo en la espalda. Un momento tan simbólico como emotivo, que dejó claro por qué esta banda sigue siendo referencia después de medio siglo.
El cierre fue una sucesión de clásicos atemporales que completaron la ceremonia: “Electric Eye”, “Hell Bent for Leather” —con la mítica aparición en moto incluida— y “Living After Midnight”. Cada nota fue vivida como si fuera la última. El público, absolutamente rendido, abandonó el Bilbao Arena empapado en sudor, euforia y nostalgia. Porque si esta fue, como se sospecha, la última visita de Judas Priest a la ciudad, no pudo haber tenido un adiós más perfecto.


El viernes 27 de junio no fue una fecha cualquiera en el calendario del Rock Imperium: fue una auténtica prueba de fuego. El sol castigaba sin tregua y el público respondió con un fervor desbordante. La afluencia superó la jornada inaugural y la expectación se palpaba en el ambiente.
DrunkSkull, desde Granada, fueron los primeros en salir al ruedo cuando el cielo apenas insinuaba el mediodía. Su descarga de thrash técnico fue implacable: cada riff y golpe de batería exudaba respeto por los clásicos, pero con una energía actual que atrapaba al instante. El vocalista fue directo: “Esta canción es para los que provocan las guerras, pero sobre todo para los que las sufrimos: nosotros”. Ese mensaje, envuelto en distorsión y rabia, encontró eco inmediato. “Cave of the Snake” justificó con creces la camiseta de Coroner del bajista, mientras que “Ghost of Misanthropy” ofreció una atmósfera densa, casi hipnótica. Remataron con una versión que fue un verdadero puñetazo sonoro. Thrash con alma y músculo, que se impuso incluso al calor.
Poco después, Oniric Prison tomó el relevo. También granadinos, también thrashers, pero con una entrega aún más frontal. A esa hora infernal, solo unos pocos valientes estaban ya frente al escenario, y sin embargo se creó una conexión genuina, casi tribal. Reiteraron el mensaje contra la guerra con la misma frase lapidaria, reafirmando su compromiso lírico y social. “Cave of the Snake” volvió a relucir y “Ghost of Misanthropy” sonó como un himno subterráneo. La banda ofreció un recital sólido, directo, solo empañado por una pregunta inevitable: ¿era necesario empezar tan temprano?
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La tarde trajo una de las sorpresas más refrescantes del festival: Head Phones President. La banda japonesa, liderada por la magnética Anza Ohyama, ofreció una mezcla impactante de metal alternativo, progresivo y sensibilidad visual. Su escenografía se vio limitada por el montaje de Scorpions, pero su energía lo compensó. Temas como “The Moon Chases Me” y “Stand in the World” envolvieron al público en una atmósfera emocional e intensa. Hiro, el guitarrista, deslumbró con solos llenos de técnica, y la conexión con la audiencia fue inmediata, incluso en un idioma distinto. Fue un set brillante que sorteó obstáculos con arte y convicción.
91 Suite volvieron a Cartagena por tercera vez y demostraron por qué son un estandarte del festival. Su hard rock pulido, con Jesús Espin al frente, es pura elegancia y oficio. Se mueven con naturalidad entre el castellano y el inglés, y cada tema destila profesionalismo. “Seal It with a Kiss” y “Times They Change” confirmaron su sello inconfundible. El cierre con “Perfect Run”, “Wings of Fire” y su nuevo sencillo “See the Light” mostró una banda en forma, aunque su presencia constante en el cartel tal vez merezca una mejor rotación para no saturar.
Amaranthe protagonizó sin dudas el gran despliegue escénico del día. Desde la intro distópica hasta la última explosión de “Drop Dead Cynical”, todo fue un espectáculo meticulosamente coreografiado. Su fuerza no solo reside en el arrollador sonido moderno, sino en la sinergia perfecta entre sus tres vocalistas: Elize, Nils y Michael. El show fue una combinación de precisión técnica, energía y tecnología. “Fearless”, “Viral”, “Damnation Flame” y “The Catalyst” encendieron al público. “Amaranthine” puso el toque emotivo justo antes de una recta final vertiginosa. Amaranthe es una máquina bien engrasada, sin egos y con un concepto claro: llevar el metal al futuro sin olvidar el corazón.
Stryper ofreció un recital poderoso en el Thunder Bitch bajo el sol de la tarde. Con su clásica estética amarillo y negro, los veteranos del metal cristiano mostraron que siguen siendo una fuerza vital. Abrieron con “Sing-Along Song” y rápidamente encendieron a la audiencia con “Calling on You” y “Free”. Michael Sweet continúa siendo un líder carismático, vocalmente impecable. Oz Fox brilló con sus solos melódicos, y Robert Sweet aportó el show visual tras la batería. El icónico lanzamiento de biblias no faltó, como parte del ritual. “The Rock That Makes Me Roll”, “Surrender”, “Always There for You” y “To Hell With the Devil” sellaron un concierto memorable, lleno de mensaje, virtuosismo y conexión sincera.
La llegada de Scorpions fue la culminación perfecta. Celebrando su 60 aniversario, los alemanes demostraron que siguen en la cima con un setlist que abarcó toda su historia. Desde la apertura con “Coming Home” hasta la explosión final con “Rock You Like a Hurricane”, ofrecieron un viaje épico de hard rock. Klaus Meine mostró que su voz sigue intacta, mientras Schenker y Jabs se lucieron con riffs que marcaron generaciones. “The Zoo”, “Make It Real”, “Coast to Coast” y un medley de clásicos dejaron al público extasiado. “Send Me an Angel” y “Wind of Change” fueron momentos de comunión pura, con miles de luces de móviles iluminando el cielo. La emotiva “Still Loving You” y la demoledora “Blackout” prepararon el terreno para el cierre apoteósico. Fue más que un concierto: fue una declaración de permanencia y legado.
Gloryhammer cerró la jornada con un espectáculo que es tanto ópera como concierto. Cada tema avanza una narrativa cósmica, entre héroes, villanos y unicornios. Desde la introducción lúdica con “Delilah” hasta la llegada triunfal de “Holy Flaming Hammer of Unholy Cosmic Frost”, todo fue grandilocuencia y humor autoparódico. “Angus McFife”, “Questlords of Inverness” y “Wasteland Warrior Hoots Patrol” fueron coreados como himnos. Su set combinó épica, teatralidad y diversión sin complejos. El final con “Universe on Fire”, “Hootsforce” y la inevitable “The Unicorn Invasion of Dundee” fue una avalancha de euforia colectiva. Gloryhammer no solo tocó: narró, representó y celebró el poder del metal fantástico.



¡Vaya manera de arrancar el Rock Imperium Festival en Cartagena!, el pasado jueves 26 de junio, el Parque El Batel ha sido un auténtico volcán de energía desde que las puertas abrieron a la 1 de la tarde y la música empezó a sonar. Ha sido una jornada inaugural épica, con bandas que nos han volado la cabeza y un ambiente inmejorable.
Crummy: ¡Un Inicio Ardiente de Metal Clásico Bajo el Sol Abrasador!
Abriendo la jornada del Rock Imperium de Cartagena, la banda malagueña Crummy ha marcado el inicio con una actuación valiente y enérgica. A pesar del sol abrasador y la temprana hora, la agrupación ha demostrado su heroicidad en el escenario, entregando una sólida muestra de heavy metal clásico en castellano.
Liderados por la destreza a la guitarra de Víctor C. Gil (ex-Anubis), Crummy ha desplegado un repertorio contundente con grandes composiciones. Temas como “Alias” resonaron con fuerza, combinando potencia y melodías pegadizas. La banda ha desprendido una energía contagiosa, con Kiko Romero dándolo todo en el cierre con la explosiva “Falsos poetas“.
Ha sido una valiente y potente carta de presentación bajo el sol de Murcia, dejando claro que el heavy metal clásico en español tiene un futuro prometedor.
Diabulus in Música La Sinfonía del metal hecha realidad
¡La banda española Diabulus in Musica ofreció hoy una cátedra de metal sinfónico en el Rock Imperium de Cartagena! Liderados por la imponente voz de Zuberoa Aznárez y los guturales de Gorka Elso (también a los teclados), el quinteto navarro cautivó al público con un setlist épico y cargado de emoción.
El concierto arrancó con la energía de “One Step Higher” y la complejidad de “Ex Nihilo“, mostrando desde el principio su pulida combinación de orquestaciones grandiosas y riffs potentes. La poderosa sección rítmica de Ion Feligreras (batería) y David Erro (bajo) cimentó cada tema, mientras que la guitarra de Aimar Metal añadió la fuerza necesaria.
Temas como “In Quest of Sense” e “Inner Force” resonaron con una intensidad particular, con Zuberoa deslumbrando con su versatilidad vocal. La audiencia disfrutó de la teatralidad de “The Misfit’s Swing” y la melancolía de “Invisible” y “Otoi“.
El tramo final fue una explosión de su poderío sinfónico: “Shadow of the Throne” y “Sceneries of Hope” prepararon el terreno para el asalto épico de “From the Embers” y la monumental “Battle of Atlantis“, coreada por muchos. Cerraron su impecable actuación con la envolvente “Earthly Illusions“, dejando una huella profunda y reafirmando su estatus como una de las bandas más destacadas del metal sinfónico español. ¡Un directo espectacular!
Iron Curtain ¡Heavy metal sin anestesia!
Así fue la descarga que Iron Curtain ofreció en el Rock Imperium 2025. La banda murciana, con Mike Leprosy (voz, guitarra) al frente, Miguel Ángel López (guitarra) con sus riffs afilados, y la potente base rítmica de Joserra (bajo) y Moroco (batería), convirtió el escenario en un vendaval de speed/thrash metal.
Desde el inicio, la energía fue palpable. Temas como “Devil’s Eyes“, “Jaguar Spirit” o “Savage Dawn” sonaron con una precisión brutal, desatando mosh pits y headbanging sin control entre un público entregado. Iron Curtain no solo tocó; transmitió pura adrenalina, reafirmando su lugar como referente del género. Una actuación demoledora que dejó al público agotado y eufórico.
Hellripper Desata el Caos a la usanza de la vieja escuela del Thrash Metal
¡El Parque El Batel de Cartagena tembló esta tarde con la imparable energía de Hellripper! La banda escocesa, comandada por el incombustible James McBain, ofreció un asalto sónico que dejó a los asistentes sudorosos, satisfechos y con ganas de más.
Desde el primer acorde, quedó claro que Hellripper venía a por todas. Arrancaron con la demoledora “All Hail the Goat“, que instantáneamente encendió al público, seguido sin tregua por la furia desenfrenada de “Blood Orgy of the She-Devils“. El sonido de su black/thrash metal old school es crudo, directo y brutalmente efectivo, transportando a la audiencia a los rincones más oscuros y salvajes del género.
La banda mantuvo la intensidad con temas como “Spectres of the Blood Moon Sabbath” y la ya clásica “Black Arts & Alchemy“, que resonó con una fuerza abrumadora. Cada riff era un puñetazo, cada golpe de batería una patada en el estómago. No hubo respiro.
Uno de los momentos culminantes llegó con la esperadísima “From Hell“, un tema que el público coreó y celebró con euforia. La banda no solo demostró su pericia técnica, sino también una conexión palpable con sus seguidores. La sucesión de “The Affair of the Poisons” y “Goat Vomit Nightmare” siguió machacando los tímpanos de una manera gloriosa, con McBain demostrando ser un frontman carismático y poseído por la esencia del metal.
El final del set fue una declaración de intenciones. “The Hanging Tree” y “The Nuckelavee” prepararon el terreno para el apocalipsis final. La energía alcanzó su clímax con la blasfema y arrolladora “Nunfucking Armageddon 666“, que provocó un auténtico pandemónium entre las primeras filas. Para cerrar un concierto inolvidable, “Bastard of Hades” sirvió como el golpe de gracia, dejando a los fans exhaustos pero eufóricos.
Far East Groove Deslumbra en el Rock Imperium con su metal
dio una experiencia musical única con el debut europeo de Far East Groove! Liderados por el renombrado compositor y tecladista Yasuharu Takanashi (conocido por sus trabajos en ‘Naruto Shippuden’ y ‘Fairy Tail’), la banda transformó el escenario en una épica banda sonora de anime en vivo.
Desde el primer momento, la maestría de Takanashi, combinando su pasión por el heavy metal con las melodías icónicas del anime, creó una atmósfera electrizante. Junto al virtuoso guitarrista japonés Nozomu Wakai (Sigh, Destinia), Far East Groove ofreció un espectáculo donde la potencia del metal se fusiona perfectamente con la extravagancia y la emoción de las bandas sonoras que han marcado a millones.
Este concierto, su única fecha en festivales europeos este año, fue una oportunidad exclusiva para sentir la energía de temas como “Beyond the Quest” y otras piezas emblemáticas en un formato completamente nuevo. Far East Groove no solo tocó música; ¡hizo que el público viviera la potencia del groove del Lejano Oriente!
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¡Satan Desata la Leyenda británica!
¡Menuda descarga nos han pegado los legendarios Satan hoy en el Rock Imperium de Cartagena! La banda de Newcastle, auténticos pilares de la New Wave of British Heavy Metal (NWOBHM), nos han dejado claro por qué, aunque quizás no tuvieron la fama masiva de otros, su influencia es innegable y su directo, simplemente demoledor.
Con Brian Ross al frente, cuya voz sigue siendo una fuerza de la naturaleza, y esos riffs intrincados y afiladisimos de las guitarras de Steve Ramsey y Russ Tippins, Satan nos ha teletransportado directos a la edad de oro del heavy metal. La base rítmica, con Graeme English al bajo y Sean Taylor en la batería, sonaba sólida como una roca, dándonos esa base perfecta para su proto-thrash tan característico.
El concierto ha sido un asalto frontal desde el minuto uno, con un setlist que ha puesto a vibrar tanto a los fans de la vieja escuela como a los que acababan de descubrirlos. Los himnos de su icónico álbum debut Court in the Act han resonado con una potencia que te volaba la cabeza.
El setlist que desató la furia de Satan en el Rock Imperium incluyó: “Trial by Fire” (un arranque incendiario que prendió la mecha de la noche), “Blades of Steel” (puro heavy metal clásico con esos riffs que te taladran), “Broken Treaties” (una joya que demuestra su complejidad compositiva), “Twenty Twenty Five” (una muestra de su material más reciente, igual de contundente), “Cenotaph” (una pieza más elaborada que mantuvo la intensidad), “Into the Fire” (el fuego de su sonido más puro, directo a la yugular), “Siege Mentality” (demostrando su habilidad para crear atmósferas opresivas), “The Devil’s Infantry” (otro golpe de pura potencia thrash), “The Doomsday Clock (intro)” (la antesala de un final apoteósico), y “Burning Hammer” (un cierre demoledor que nos dejó sin aliento).
El público ha vibrado con cada tema, que han ejecutado con una precisión y una energía admirables. ¡Es que Satan no solo toca sus canciones, las viven! Y esa pasión se contagia a una audiencia que se ha rendido por completo ante la maestría de estos veteranos.
Hubo un momento súper cómplice con la peña cuando Brian Ross preguntó si había alguien de Newcastle entre el público. Al no recibir una respuesta clara, o quizás sintiendo la energía metalera que siempre ha influido en su tierra natal, con una sonrisa pícara y esa actitud que solo un ícono del rock puede tener, remató la interacción con un simpático y contundente: “¡Fuck off!”. Un puntazo de autenticidad que fue recibido con risas y aplausos, dejando claro que Satan no solo está formada por músicos excepcionales, sino también por personalidades genuinas.
Justo cuando la peña pensaba que el show ya había llegado a su fin, Brian Ross, con esa intensidad que lo define, anunció con una sonrisa que la noche aún no había terminado para ellos, soltando el esperado: “¡Una canción más para ustedes!”, desatando la euforia final entre los asistentes.
Satan ha reafirmado hoy su legado, demostrando que la calidad, la pasión y una buena dosis de actitud siguen siendo los ingredientes clave para un concierto de heavy metal absolutamente inolvidable. ¡Pura esencia NWOBHM en Cartagena!
Desde Escocia para el mundo: GUN
Los escoceses GUN también han reventado el escenario, demostrando que su energía y carisma están intactos. Con los hermanos Dante y Giuliano Gizzi al mando, junto a Scott Shields, Andy Carr y el nuevo guitarrista Ru Macfarlane, nos han regalado un conciertazo brutal. La intro de “Delilah” (¡sí, la de Tom Jones!) ha sido el pistoletazo de salida para una cátedra de rock. Aunque “Word Up!” no estuvo en el setlist, han compensado con creces. Tras el primer cañonazo, Dante preguntó “¿Estáis listos para el hard rock?” y el público estalló. Han encadenado hits como “Don’t Say It’s Over” y la potentísima “Better Days“, que ha resonado con fuerza. Dante no paró de animar, interactuando con la audiencia y presentando una nueva canción dedicada a España con un sincero “¡Muchas gracias Cartagena! Tocamos música para vuestros oídos“. Han cerrado con la pegadiza “Shame on You” con el público “manos arriba” y se han despedido con “Just Like Paradise” de David Lee Roth sonando mientras bajaba la cortina. ¡Pura dinamita!
¡Airbourne Desata la Locura Australiana con el ADN de Bon Scott!
El escenario derecho ha temblado hoy con la arrolladora energía de Airbourne! La banda australiana, única en pisar un festival en España este año, ha transformado el Rock Imperium en su propio campo de batalla de puro rock ‘n’ roll, dejando claro por qué son una de las fuerzas más potentes del género. ¡Menuda descarga nos han metido!
Desde el primer acorde, la adrenalina se ha disparado. Los australianos han arrancado con la declaración de intenciones perfecta: “Ready to Rock“. Y vaya si estábamos listos. La gente se ha enloquecido al instante, con los puños en alto y las gargantas preparadas para corear cada estribillo. Joel O’Keeffe, como un auténtico ciclón en la voz y la guitarra principal, ha liderado la carga, sin parar de moverse y conectar con la multitud. Sin darnos un respiro, han encadenado con la pegadiza “Girls in Black“, que ha puesto a todo el mundo a saltar.
El concierto ha sido una sucesión imparable de riffs afilados y un showman total en Joel. La banda no solo toca, ¡vive cada nota! Hemos visto a Ryan O’Keeffe machacando la batería con una fuerza descomunal, cimentando cada golpe como un martillo pilón. Al bajo, Justin Street ha sido la base inamovible que ha hecho vibrar el suelo. Y en la guitarra rítmica, el reciente fichaje de Brett Tyrrell ha demostrado por qué está ahí, aportando esa capa de sonido sólida y potente que caracteriza a Airbourne con una solvencia impresionante. Han demostrado su maestría con temas potentes como “Bottom of the Well” y la explosiva “Breakin’ Outta Hell“, que ha sido una auténtica patada en la boca. La energía era palpable, con la banda entregándose al máximo y el público respondiendo con la misma intensidad.
Un momento cumbre ha llegado con “It’s All for Rock ‘n’ Roll“, un himno que resume la filosofía de Airbourne y que ha sido coreado por miles de gargantas. La banda ha demostrado que no hay trucos, solo sudor, riffs y una pasión desbordante por el rock. Han seguido machacando con la contundente “Gutsy“, y aquí el espectáculo ha subido de nivel cuando Justin Street ha accionado manualmente una sirena antiaérea, añadiendo un sonido estridente que ha enloquecido aún más a la multitud. Luego han encendido el ambiente con la festiva “Live It Up“, que ha convertido el recinto en una fiesta masiva.
El broche de oro ha sido con la icónica “Runnin’ Wild“. El público ha estallado en un último grito de euforia, con la banda dejando hasta la última gota de energía en el escenario. Ha sido un final apoteósico para un concierto que ha sido pura dinamita de principio a fin. Joel, como un auténtico predicador del rock, ha corrido de un lado a otro del escenario, haciendo alardes con su guitarra y bajando a las primeras filas para saludar a sus “feligreses”, mientras resonaba su mantra final: “¡Rock and Roll Never Die!“.
Airbourne ha cumplido todas las expectativas, entregando una actuación visceral y sin filtros. Han demostrado por qué son los herederos más salvajes del rock australiano
King Diamond Desata la Ópera Gótica ¡Una Noche de Puro Horror Show!
¡La primera noche de festival ha alcanzado su clímax con la llegada del maestro de la oscuridad, King Diamond! A las 22:20 horas, el escenario principal se ha transformado en el teatro de pesadilla personal del legendario vocalista, ofreciendo una experiencia teatral y musical que ha sido pura magia negra. La expectación era palpable, y el Rey, como siempre, no ha defraudado.
El concierto ha comenzado con un aura de misterio y dramatismo. La intro de “The Wizard” de Black Sabbath ha envuelto el recinto en una atmósfera inquietante, antes de sumergirnos directamente en la oscuridad con la pesada “Funeral” y la inminente “Arrival“. Desde el primer momento, la característica voz de falsete de King Diamond, junto a su inconfundible corpsepaint meticulosamente aplicado y su icónico micrófono de huesos en forma de cruz, ha hipnotizado a la multitud. ¡Muchos, directamente, han agarrado una silla para poder disfrutar cada segundo de esta pieza de terror danés, saboreando cada matiz de la puesta en escena! Otros, rendidos por el cansancio de la jornada o simplemente queriendo absorber cada detalle del espectáculo, se han tirado literalmente en el césped, disfrutando de la atmósfera única. La banda, un engranaje perfecto de metal macabro, ha recreado fielmente el sonido de sus álbumes, llevando a los asistentes por un viaje a través de sus historias de terror gótico.
La escenografía ha sido, como siempre, un personaje más en el show de King Diamond, elevando la experiencia más allá de un concierto de metal. El escenario no era un simple telón de fondo; era el portal a sus historias más retorcidas. Los intrincados diseños, los telones que simulaban viejas mansiones o pasillos de manicomios, y la iluminación teatral, todo estaba calculado para sumergirnos en sus narrativas de horror. Los focos han creado sombras alargadas y atmósferas opresivas, mientras la niebla artificial ha añadido una capa etérea y misteriosa a cada movimiento del Rey. La banda tocaba en medio de este elaborado montaje, que cambiaba sutilmente para reflejar la ambientación de cada canción o arco narrativo.
El repertorio ha sido un festín para los fans, mezclando clásicos absolutos con gemas de su discografía, todo presentado con esa teatralidad que es el ADN de King Diamond. “A Mansion in Darkness” nos ha sumergido aún más en la locura de sus relatos, seguida por la esperadísima “Halloween“. Aquí, el Rey ha hecho gala de sus agudos estratosféricos y su histrionismo característico, deteniéndose en seco con una pose dramática para recibir la singular respuesta del coro del público, que él ha agradecido con un gélido “¡Thank you!” que ha erizado el vello. ¡La teatralidad ha sido máxima! En un momento, “a little bit from” cómodo con su particular bastón, ha aparecido en escena Jody Cachia, la talentosa bailarina que da vida a diversos personajes de sus álbumes, añadiendo más elementos visuales a la narrativa. La diestra mirada de la tecladista, Myjur, ataviada con una máscara hecha de piel humana, y el batería han seguido atentos a cada movimiento de la coreografía macabra.
Los temas de ‘Voodoo‘ y ‘Them‘ han sido interpretados con una intensidad visceral, creando una narrativa oscura que ha mantenido a todos en vilo. La canción “Voodoo” en particular ha sido una inmersión total en la trama del álbum homónimo de 1998, que explora la historia de una familia acosada por un espíritu vengativo y la práctica del vudú en su nueva casa. La banda ha recreado la atmósfera inquietante de este relato con sus ritmos sincopados y coros siniestros, transportando a la audiencia a los pantanos de Luisiana, donde los rituales y los espíritus acechan. King Diamond, con su dominio vocal, ha alternado entre las voces de los personajes, desde el terror de la familia hasta las invocaciones del bokor (sacerdote vudú), haciendo que el público sintiera el frío de lo sobrenatural o una mueca de ignorancia.
La complejidad y el drama de canciones como “Spider Lilly” y la emotiva “Two Little Girls” han demostrado la profundidad lírica y musical del maestro. La energía no ha decaído, pasando de la melancolía a la furia con cortes como “Sleepless Nights” y el escalofriante “Out from the Asylum“. El duelo entre el bajo y la guitarra se ha transformado en una verdadera “guerra de mástiles” son codo a “codo”, una muestra de la increíble conexión y sincronía de la banda. La teatralidad también se ha manifestado en las letanías entre la locura y la oscuridad, mientras King arrojaba un par de muñecos por las escaleras del escenario, un gesto que sumaba al ambiente perturbador.
El momento más esperado llegó con la escalofriante introducción de “Welcome Home”, desatando un coro masivo de miles de voces. La aparición de la siniestra anciana en silla de ruedas —ya un símbolo clásico de sus presentaciones— marcó el inicio de un acto cargado de dramatismo. En un giro escénico tan macabro como brillante, King Diamond se despojó del sombrero para mostrar su rostro avejentado, interactuando con su “invisible español” frente a la figura inmóvil. Luego, mientras una iluminación espectral caía desde las alturas, recitó con voz inquietante: “mi nombre es Face”, profundizando en el relato de su perturbador universo. Todo transcurrió bajo el gigantesco emblema de St. Lucifer’s Hospital 1920, título de su próximo álbum, que sirvió como telón de fondo perfecto para esta ópera de horror en carne viva.
El maestro ha continuado con “The Invisible Guests” y la mística “The Candle“, creando un ambiente casi ritualista. La reciente “Masquerade of Madness” ha demostrado que su creatividad sigue intacta, sonando con la misma fuerza que sus clásicos.
El momento de “Eye of the Witch” ha sido particularmente intenso y teatral. Aquí, King Diamond ha subido el listón de la interacción dramática. Con una mirada penetrante, ha “reprendido” a su teclista, Mykur, no solo con palabras sino con una gestualidad que transmitía furia y autoridad. En respuesta a su reprimenda, Mykur no se ha limitado a tocar, sino que ha contestado con una voz gutural y demoníaca, un añadido vocal que ha resonado por el recinto y ha intensificado la escena. Este intercambio, casi un mini-acto teatral dentro de la canción, ha reforzado la idea de que cada miembro de la banda no solo interpreta música, sino que encarna un papel en la pesadilla de King Diamond. La bruja ha cobrado vida en ese momento, con la dualidad vocal añadiendo capas de oscuridad y locura a la narrativa. El cierre apoteósico, como no podía ser de otra forma, ha llegado con la magistral “Abigail“, la épica que ha coronado una noche inolvidable. Se han despedido solemnemente, dejando a una audiencia fascinada por la inmersión total en su mundo de horror gótico. King Diamond ha ofrecido una actuación impecable y envolvente, una verdadera ópera de terror que trasciende el mero concierto de metal. Su show en el Rock Imperium ha sido una experiencia teatral y musical de primer nivel, consolidando su estatus como una leyenda indiscutible del heavy metal y el padre del horror show. ¡Una noche que quedará grabada en la memoria de todos los “feligreses” de la oscuridad!
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¡Kissin’ Dynamite Calienta Cartagena al Rojo Vivo en la Recta Final del Rock Imperium!
¡Vaya manera de acercarse al cierre del primer día del Rock Imperium! La temperatura infernal de Cartagena subió aún más con la explosiva actuación de Kissin’ Dynamite. La banda alemana llegó con todo su glam y energía para demostrar que el hard rock melódico está más vivo que nunca. ¡Menudo show cargado de carisma y temazos que nos hicieron vibrar a todos! Fueron los penúltimos en pisar el escenario, dejando el listón altísimo para el gran final.
Desde el primer momento, salieron a por todas, sin guardarse nada. Abrieron con el prometedor “Back With a Bang“, y vaya si volvieron con una explosión. La energía de Hannes Braun en la voz, con esa presencia escénica arrolladora, conectó al instante con el público. Los riffs afilados y el ritmo contagioso de Ande Braun y Jim Müller a las guitarras, junto a la potente base rítmica de Steffen Haile al bajo y Silas Braun en la batería, sonaron impecables, calentando aún más el ambiente ya abrasador. La simpatía de la banda fue innegable; Hannes incluso se atrevió con un divertido conteo en español de “uno, dos, cuatro” que arrancó carcajadas y aplausos.
Siguieron el asalto con “DNA“, un tema que resalta su identidad musical y mantuvo la euforia por las nubes. La banda no solo interpreta sus canciones, las vive, y esa pasión se transmite con cada acorde. El público coreó cada estribillo, especialmente cuando llegaron himnos como “No One Dies a Virgin“, que convirtió el recinto en una gran fiesta, con gente saltando y cantando a pleno pulmón.
La intensidad no bajó ni un segundo. Con “I’ve Got the Fire“, Kissin’ Dynamite encendió aún más la llama del hard rock, demostrando su capacidad para crear melodías pegadizas y estribillos memorables. Continuaron con la poderosa “My Monster” y la épica “I Will Be King“, que mostró la versatilidad de la banda, combinando fuerza con toques orquestales y un aura majestuosa.
El final de su set fue apoteósico. “Not the End of the Road” resonó como una declaración de intenciones, dejando claro que a Kissin’ Dynamite le queda muchísimo camino por recorrer en el mundo del rock. La emotiva “You’re Not Alone” fue un momento de conexión pura con la audiencia, creando una atmósfera de camaradería. Y para cerrar la fiesta por todo lo alto, remataron con “Raise Your Glass“, invitando a todos a levantar sus vasos y celebrar la buena música.
Kissin’ Dynamite nos entregó un concierto lleno de energía, buen rollo y un hard rock melódico de altísimo nivel. Su carisma sobre el escenario y la potencia de sus temas dejaron un sello personal, consolidándose como una de las bandas más frescas de la escena actual. ¡Una actuación que dejó el terreno preparado para el número final de la noche!
HELLHAMMER performed by Tom Gabriel Warrior’s TRIUMPH OF DEATH: ¡Una Patada en el Trasero Directa de los 80 en Rock Imperium, Con un Toque a las Pesadillas de H.R. Giger!
¡Agárrense para volver en el tiempo a la prehistoria más cruda del metal extremo con HELLHAMMER performed by Tom Gabriel Warrior’s TRIUMPH OF DEATH! A eso de las 22:20, el escenario principal se ha convertido en una cueva oscura y ruidosa, un altar a la bestialidad sonora de Tom Gabriel Warrior, el mismísimo padrino de todo lo que hoy llamamos black y death metal. Si pensabas que habías visto algo “extremo”, prepárate para un repaso a mano armada de lo que realmente significa. ¡El estruendo de esta banda fue, sin duda, lo más potente que sonó en toda esta primera jornada, con tambores y riffs a la velocidad de la luz!
Hellhammer existió solo dos años, de mayo del ’82 a mayo del ’84, pero en ese tiempo, estos suizos plantaron la semilla de lo que vendría. La carrera de Tom Warrior es esencial para entender cómo el metal se volvió tan cabrón, y no hay mejor forma de vivirlo que con su propuesta en directo. Triumph Of Death, que toma su nombre de la canción más infame de Hellhammer, no es una banda tributo cualquiera; es la encarnación viva de ese legado, una oportunidad única en España en este 2025 de ver cómo se gestó todo el cotarro.
Desde el primer golpe, esto no ha sido un concierto, ha sido un puto ritual. Tom Gabriel Warrior a la voz y guitarra, con esa presencia que impone y su instrumento que es como un hacha que ha talado la historia del metal, ha liderado a TRIUMPH OF DEATH. Le acompañan André Mathieu a la guitarra y voz, Jamie Lee Cussigh al bajo y Tim Iso Wey en la batería, quienes han recreado fiel y brutalmente los clásicos de Hellhammer. Aquí no ha habido artificios ni lucecitas de colores; la movida es pura, sin filtros, directa a la yugular, como debe ser el metal extremo de verdad.
El ambiente era espartano, despojado de artificios, justo como prometía Warrior. Olvídate de grandes escenografías o bailarinas; la fuerza bruta reside en la música misma. Esa crudeza de los riffs, la batería que te taladraba el cráneo y la voz inconfundible de Warrior, que sigue resonando con la misma brutalidad de antaño, nos han transportado directamente a los ochenta más oscuros. Era como estar en un ensayo clandestino de esos años, donde el sonido era lo único que importaba. La atmósfera creada en el escenario, con la iluminación mínima y las sombras danzando, evocaba las pesadillas biomecánicas y oscuras de H.R. Giger, un telón de fondo perfecto para la brutalidad sónica que se desataba.
El setlist ha sido una excavación arqueológica en los cimientos del metal más duro, desenterrando joyas de sus demos legendarias y del EP “Apocalyptic Raids“. El público ha sido testigo de la furia de “The Third Of The Storms (Evoked Damnation)“, seguida por la implacable “Massacra“, un puto martillazo en la cara. La locura ha continuado con “Maniac“, que te dejaba sin aliento, y la oscuridad de “Blood Insanity“. Han arremetido con “Decapitator” y la blasfema “Crucifixion“, antes de pasar a la velocidad de “Reaper“. La brutalidad no ha cesado con “Horus/Aggressor” y las proféticas “Revelations Of Doom“. La seminal “Messiah” ha resonado con una potencia abrumadora, revelando la influencia innegable que tuvieron en incontables bandas posteriores. Han cerrado con la introspectiva “Visions Of Mortality” y la homónima “Triumph Of Death“. Cada canción era una patada en el trasero, un testimonio de la agresividad y oscuridad que Hellhammer le metió a la escena. La banda ha clavado con una precisión acojonante esa simplicidad demoledora y esa energía punk que les hacía únicos.
Tom Gabriel Warrior, una figura icónica, se ha mantenido fiel a la esencia de Hellhammer: pura ejecución, sin florituras. Su manera de tocar y cantar, aunque con la experiencia de décadas, ha mantenido esa crudeza y esa urgencia que hizo a Hellhammer algo tan especial. Para los que sabemos de qué va esto, ha sido una oportunidad irrepetible de presenciar en vivo la música de una banda que nunca pudo tocar en directo en su momento, porque era demasiado bestia y adelantada para su época.
El show de HELLHAMMER performed by Tom Gabriel Warrior’s TRIUMPH OF DEATH ha sido una puta lección de historia del metal en vivo, una demostración de que la relevancia de una banda que desafió todas las putas normas y pavimentó el camino para generaciones enteras sigue más viva que nunca bajo la batuta de su creador. Una experiencia para los puristas del metal, una reafirmación de que la oscuridad, la crudeza y la pasión de Hellhammer son eternas. ¡Pura dinamita negra!



Este año han estado saliendo muy buenos álbumes en lo que a metal se refiere, y mi preferido hasta ahora es el nuevo de Deafheaven, titulado “Lonely People With Power”. Un álbum poderoso donde los riffs potentes se mezclan con momentos de mucha emoción y melancolía. Por ende, el hecho de poder asistir a la presentación del disco en Copenhagen, a sala llena, me tenía lleno de entusiasmo. En los siguientes párrafos voy a contarles mi experiencia.
Primero vamos a hablar de la banda soporte, Oddism, con miembros belgas y franceses que practican un mathcore furioso, técnico y agresivo. Su presentación fue corta, de apenas 30 minutos, pero les bastó para dejar una huella en los presentes a base de breakdowns intensos, gritos desgarradores y una energía contagiosa que rápidamente prendió al público.
El momento más destacado del show fue el final, donde el vocalista se metió en medio de un circle pit mientras cantaba, y casi provoca un accidente, ya que el cable del micrófono se enredó en uno de los asistentes. Afortunadamente no pasó a mayores, pero fue un cierre tan explosivo como memorable.
Una media hora después de los teloneros, las luces se apagaron por completo, generando una gran expectativa. Comenzó a sonar una introducción ambiental que dio paso a la pista —mitad sample, mitad tocada en vivo— “Incidental 1”, que conectó perfectamente con la primera canción propiamente dicha: “Doberman”.
Ya desde el instante inicial, las conclusiones que saqué fueron todas positivas. Primero, el sonido era perfecto, con mucha claridad y detalle, pero a la vez pesado y contundente. Todo esto acompañado por un juego de luces maravilloso que iba decorando cada momento con un color distinto. Y por último, la energía de la banda no recaía únicamente en su vocalista, George Clarke, como en las anteriores veces que los había visto. En esta ocasión, todo el grupo estaba buscando conectar con el público, y lograr que este se divierta y participe activamente del show.
Si bien, como mencioné en el párrafo anterior, toda la banda mostró una conexión con la audiencia, obviamente el mayor encargado de esto fue el vocalista. Sin parar de saltar, moverse y correr por todo el escenario, también tuvo el rol clave de hacer que el público saltara, pogueara e incluso hiciera crowdsurfing. Su energía duró todo el concierto; me sorprendió la cantidad de intensidad que posee y lo bien que la administra durante el set completo.
Y por más arengas que haya, si las canciones no son buenas, el show se cae a pique. Pero en este caso, el setlist fue demoledor. Constó, básicamente, de su excelente trabajo actual, presentado casi en su totalidad, más las canciones más clásicas del grupo como “Brought to the Water” y “Sunbather”, que da nombre al disco que los puso en el mapa internacional.
Luego de una breve pausa, llegó la hora del final con “Dreamhouse”, donde el cantante bajó al público e hizo cantar a la gente la estrofa final con él. Finalmente, cerraron con uno de los cortes de difusión del nuevo álbum, “Winona”, donde George pidió el último pogo. Deseo que fue cumplido por un público completamente entregado y feliz con semejante concierto.
La banda saludó, arrojó un par de objetos al público y se retiró ovacionada. Nadie quería que se terminara.
Para concluir, el concierto me dejó una sensación hermosa. Vi a una banda que me encanta en un momento de madurez plena, dándole lugar a su presente, que es de una calidad igualitaria —o superior— al pasado que los consagró. Ojalá el futuro los lleve a momentos todavía mejores y escenarios aún más altos.
Etiquetas: Copenaghue, Deafheaven, Dinamarca, Oddism

La noche del 24 de junio de 2025, la Sala Razzmatazz de Barcelona se convirtió en el epicentro de un auténtico vendaval de rock ‘n’ roll desenfadado, cortesía de los inigualables Eagles of Death Metal. La música es sinónimo de libertad, de tocar lo que quieras y como quieras, siempre que sea bueno y tenga pasión, que la música sea el alimento del alma. La banda, fundada en 1998 por Jesse Hughes y Josh Homme, es célebre por su sonido irreverente y enérgico, una explosiva fusión de rock setentero con toques de hard rock y metal que desmiente su nombre engañoso. Su misma concepción, nacida de una broma de Homme sobre una hipotética fusión de The Eagles con Death Metal, ya presagiaba la actitud despreocupada y el sentido del humor que los caracteriza.
A pesar del trágico atentado en la sala Bataclan de París en 2015, la banda ha mantenido su compromiso inquebrantable con la música, eligiendo cada concierto como una celebración de la vida y el poder del rock. Este espíritu de resiliencia y vitalidad fue palpable desde el primer momento en Barcelona.
Entre gritos, vitoreos y una gran ovación, Jesse Hughes y la banda junto a Leah Bluestein en la batería, Scott Shiflett y Rex Roulette en las guitarras, y Jennie Vee en el bajo, hicieron su entrada triunfal al ritmo del icónico “We Are Family” de Sister Sledge. La euforia era instantánea. Jesse apareció en el escenario cual Elvis, ataviado con una capa de superhéroe del rock, y se dirigió directamente a las primeras filas, saludando de la mano y lanzando besos al público. Incluso, el autor de esta crónica tuvo el privilegio de intercambiar un apretón de manos con él desde el foso, un gesto que evocó con nostalgia su visita anterior a la ciudad. Sin apenas preámbulos, y en menos de un minuto, el público ya estaba entregado por completo. La velada se inauguró guitarra en mano con la potente “I Only Want You”, el tema que abre su primer disco, desatando de inmediato pogos frenéticos en las primeras filas y una descarga de adrenalina que marcaría el tono de la noche.
El ritmo no decayó con “Don’t Speak (I Came to Make a Bang!)” y “Anything ‘Cept the Truth”, que mantuvieron la sala en un estado de ebullición constante. La energía se mantuvo alta con “I Got a Feelin (Just Nineteen)”, preparando el terreno para las sorpresas de la noche.
La primera de las destacadas versiones de la noche llegó con “Complexity”, un explosivo cover de Boots Electric que sonó rotundo y que el público abrazó con fervor, sumándose al desenfreno general. Tras ella, la banda mantuvo la llama con “Save a Prayer” de Duran Duran, una interpretación solvente que demostró la versatilidad del grupo para reinterpretar himnos de otras épocas a su estilo inconfundible. Durante este tema, Jesse Hughes se lanzó valientemente a las primeras filas, acercándose al público para cantar con ellos, creando una comunión mágica que electrizó aún más el ambiente.
El setlist continuó su progresión ascendente con “Silverlake (K.S.O.F.M.)”, antes de que la contagiosa “Heart On” contribuye a mantener el ambiente de fiesta. La atmósfera se mantuvo vibrante a través de “Secret Plans”, “Flames Go Higher” y “Now I’m a Fool”, cada una aportando su propia chispa al espectáculo.
Uno de los puntos álgidos de la noche fue, sin duda, la interpretación de “Cherry Cola”, donde Jesse Hughes volvió a demostrar por qué es un frontman como pocos. La festiva melodía puso patas arriba al personal, con Jesse instigando una competición de decibelios entre chicas y chicos que provocó una explosión de gritos y vitoreos. Su carisma es magnético: lanzando corazones con sus manos, besos volados y guiños de ojos a cada rincón de la sala, supo cómo meterse al público en el bolsillo por la vía rápida.
El tramo final del concierto antes del bis se mantuvo electrizante con “I Like to Move in the Night”, un tema potente que mantuvo la garra. Luego, llegó el momento de la icónica “I Want You So Hard (Boy’s Bad News)”. Desde los primeros acordes, la sala Razzmatazz estalló en un frenesí. Este himno al rock descarado y pegadizo, con su riff inconfundible y la voz característica de Hughes, se erigió como uno de los momentos cumbres de la noche. La multitud coreó cada verso con una pasión desbordante, transformando la sala en un mar de brazos levantados y cabezas moviéndose al ritmo. La energía cruda y la alegría contagiosa de la banda alcanzaron su máxima expresión, demostrando por qué esta canción es un clásico instantáneo de su repertorio y un verdadero motor en sus directos.
Tras este arrebato de pura potencia, la irreverente “Whorehoppin’ (Shit, Goddamn)” preparó el terreno para el broche de oro antes del encore. Seguidamente, la banda comenzó a tocar “I Love You All the Time”, proveniente de su álbum “Zipper Down” (2015). Durante este tema, la intensidad fue tal que la baterista Leah Bluestein fue alcanzada a duras penas por una astilla de su propia baqueta. Rápidamente, Jesse Hughes se percató del incidente y, con un gesto de preocupación y cariño, la envió a camerinos para que pudiera solucionar el asunto. La pausa fue breve, y Leah regresó al escenario para el tramo final, momento en el que Jesse, para asegurar que no ocurriera otro altercado y que el concierto no corriera peligro, le ofreció sus propias gafas, un gesto que el público celebró con una ovación.
El esperado cover de “Moonage Daydream” de David Bowie fue resuelto con una gran solvencia, dejando una vez más a Hughes como el líder absoluto y un gentleman hasta el infinito en su particular homenaje al Duque Blanco. En este tema, fue especialmente notable el virtuosismo de Leah Bluestein en la batería, cuyo ritmo impecable y poderoso dio vida a la icónica pieza de Bowie, demostrando su increíble habilidad y precisión. Cabe destacar el trabajo impecable de toda la banda: las mil y una guitarras de Scott Shiflett y Rex Roulette fueron atronadoras, con riffs que perforaban la sala, y el bajo de Jennie Vee fue absolutamente impecable, demostrando su destreza en cada línea.
Después de un merecido y breve descanso, la banda regresó al escenario para el esperado bis. La noche culminó con la poderosa “Speaking in Tongues”, un broche de oro que finiquitó una noche de puro rock ‘n’ roll que fue recibida como agua de mayo por los asistentes. En un momento de pura electricidad, Jesse Hughes y Scott Shiflett se apostaron sobre las barras laterales de la sala, enfrascándose en un duelo a muerte de riffs y solos electrizantes que subió la temperatura de la Razzmatazz a niveles insospechados. Estos temas potentes y con garra confirmaron una vez más que Eagles of Death Metal funciona a la perfección, con Jesse Hughes al frente, llevando la bandera de un sonido directo y sin artificios.
La formación actual en esta gira, demostró ser una máquina perfectamente engrasada, entregando un espectáculo lleno de energía, humor y esa actitud irreverente que hace de Eagles of Death Metal una banda única. Barcelona fue testigo de una auténtica fiesta, un recordatorio visceral de que el espíritu del rock ‘n’ roll sigue vivo y coleando.
Al acabar el show, y tras un breve receso, los pocos valientes que decidieron esperar, acompañados por el reconfortante sonido de unas cervezas y el humo pecaminoso del cigarro, tuvieron su recompensa. Lograron capturar fotos, videos y obtener autógrafos del simpático Jesse Hughes, quien recuerda cada una de sus visitas con una cercanía asombrosa, como si cada una fuera la última. Como muestra de su peculiar y personal carisma, en el setlist que me firmó, en lugar de su rúbrica habitual, añadió su timbre en tinta y estampó un significativo “Great Photos”, un gesto muy personal que subraya su conexión con los fans. A pesar de la tragedia vivida por la banda, noches como esta demuestran que el rock and roll, en su esencia más pura, sigue curando las heridas del alma.