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Especial Tim “Ripper” Owens: “De Fan a Leyenda”
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Hay historias que parecen inventadas y la de Tim “Ripper” Owens es una de ellas. Aquel muchacho oriundo de Ohio (EEUU), fanático de Judas Priest, que pasaba sus días trabajando en una carnicería y sus noches imitando a Rob Halford en una banda tributo. Un día, sin buscarlo, sin esperarlo, cumplió el sueño imposible: reemplazar a su ídolo en una de las bandas más grandes del heavy metal.

Pero el verdadero mérito de Owens no fue haber llegado hasta ahí. Fue lo que hizo después. Cómo se reinventó, cómo persistió, cómo terminó construyendo una carrera propia que hoy lo ubica como uno de los vocalistas más activos y versátiles del género.

TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Richie Faulkner (Judas Priest) habla sobre su daño cerebral

Antes de los escenarios internacionales y las giras mundiales, Tim era simplemente “ese pibe que canta igual a Halford”. Su banda tributo British Steel era popular en el circuito local, y su talento era innegable. Paralelamente, tenía una banda propia llamada Winter’s Bane, con la que editó el álbum Heart of a Killer en 1993. El disco pasó sin pena ni gloria, pero sirvió como carta de presentación. El destino ya estaba cocinando algo.

En 1996, Judas Priest buscaba vocalista tras la salida de Halford. Lo que parecía una búsqueda titánica terminó con un video de una banda tributo que llegó a las manos correctas. Cuando Glenn Tipton y K.K. Downing lo escucharon, no lo podían creer. ¿Un tipo que no solo cantaba como Halford, sino que además tenía presencia escénica?. Owens fue convocado, y pasó de cantar en bares de Ohio a girar por el mundo con sus ídolos.

Con la gloriosa JP grabó dos discos de estudio: Jugulator (1997) y Demolition (2001). Ambos marcaron un cambio brusco en el sonido de la banda: riffs más pesados, una atmósfera más oscura y un Ripper que no intentaba ser Halford, sino proponer lo suyo. La recepción fue mixta. Algunos fans nunca terminaron de aceptarlo, otros lo vieron como un soplo de aire fresco. Lo cierto es que su interpretación en “Bullet Train” fue tan demoledora que le valió una nominación al Grammy en 1999.

Además, quedó registrado en dos discos en vivo —98 Live Meltdown y Live in London— y un DVD que muestra su poder escénico y su habilidad para revivir los clásicos sin caer en la imitación. Aun así, la sombra de Halford fue demasiado grande. En 2003, el Metal God volvió a la banda, y Ripper quedó en el recuerdo.

Pero su historia había ido más allá de la música. Su llegada a Judas inspiró la película Rock Star (2001), protagonizada por Mark Wahlberg. Si bien el guion fue modificado y Judas se desvinculó del proyecto, la idea original era clara: un fan que reemplaza a su ídolo. La película fue un fracaso de taquilla, pero con el tiempo se volvió una joya de culto, especialmente para quienes conocen la verdadera historia detrás.

Casi dos décadas después de su salida de Judas, el destino volvió a reunir a Owens con K.K. Downing. En 2020, el legendario guitarrista decidió regresar al ruedo con un nuevo proyecto: KK’s Priest. Y no dudó en convocar a Tim para ocupar el puesto de vocalista. La química seguía intacta, pero esta vez había una diferencia clave: ya no estaban reemplazando a nadie, estaban creando algo propio.

El debut llegó en 2021 con Sermons of the Sinner, un álbum directo, nostálgico y con alma puramente metalera. Ripper sonó más afilado que nunca, y K.K. demostró que todavía tenía riffs para repartir. En 2023 redoblaron la apuesta con The Sinner Rides Again, un disco más agresivo, más compacto y con una producción a la altura de las circunstancias. Temas como “Reap the Whirlwind” o “Strike of the Viper” muestran a una dupla que no tiene nada que envidiarle a los nombres históricos.

Lo más interesante de KK’s Priest es que funciona tanto como homenaje como declaración de independencia. No son Judas Priest 2.0, sino una banda con identidad propia, pero sin renegar de su pasado. Y Ripper, lejos de ser “el reemplazante”, demuestra ser un frontman absoluto.

Para muchos, quedar fuera de Judas Priest habría significado el final. Para Owens, fue solo el comienzo de algo nuevo. En agosto del 2003 se sumó a Iced Earth, una de las bandas más importantes del power metal estadounidense. Con ellos grabó The Glorious Burden, un disco épico, cargado de dramatismo y patriotismo, donde Ripper se lució especialmente en la trilogía sobre Gettysburg. Luego vendría Framing Armageddon (2007), donde nuevamente demostró su capacidad para adaptarse a composiciones complejas y narrativas.

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Mientras tanto, tampoco perdía el tiempo: se convirtió en el cantante de Yngwie Malmsteen’s Rising Force, y grabó dos álbumes con el virtuoso sueco: Perpetual Flame (2008) y Relentless (2010). Si algo quedó claro en esta etapa es que Tim podía cantar sobre cualquier base: heavy, power, sinfónico, moderno.

En 2009, decidió que era momento de lanzar su nombre al frente. Ya no como parte de una banda, ni como invitado estrella, sino como protagonista absoluto. Así nació Play My Game, su primer álbum solista, y lo hizo con una carta de presentación que no dejó dudas: el tipo no solo tenía talento, sino también respeto dentro de la escena. La lista de invitados es, directamente, apabullante.

En guitarras, el disco reunió a Bruce Kulick (ex-KISS, Grand Funk Railroad), Doug Aldrich (Whitesnake), Craig Goldy (Dio), Jeff Loomis (Nevermore), entre otros. En el bajo participaron figuras como Billy Sheehan (Mr. Big), David Ellefson (ex-Megadeth), Marco Mendoza (ex-Whitesnake) y Rudy Sarzo (Dio, Ozzy, Quiet Riot), mientras que en batería brillaron nombres como Vinny Appice (Dio, Black Sabbath), Simon Wright (Dio, ex-AC/DC), Ray Luzier (Korn, David Lee Roth) y Bobby Jarzombek (Halford, Riot).

El resultado fue un disco sólido, potente y diverso, donde Owens no solo demuestra su capacidad vocal, sino también su visión musical: cada tema está pensado para sacar lo mejor de cada invitado, sin perder coherencia como obra. “Play My Game” no fue un simple proyecto solista, sino una declaración de principios. Una forma de decir: yo también puedo liderar, y con los mejores a mi lado.

Fue parte del supergrupo Charred Walls of the Damned, junto a Richard Christy (ex Iced Earth). Participó en discos del proyecto Allen/Lande, compartió micrófono con otros grandes en The Three Tremors, formó Beyond Fear y fue convocado para múltiples colaboraciones con artistas de todas partes del mundo.

Lo suyo ya no era “el que cantó en Judas Priest”, sino “el tipo que está en todos lados y siempre la rompe”. Su agenda fue, y sigue siendo, una de las más activas del ambiente. Y lo mejor: siempre está dispuesto a sumar su voz donde haga falta, ya sea en un disco independiente o en un proyecto multinacional.

En 2022, Owens volvió al frente con su nombre como estandarte. De la mano de Jamey Jasta (Hatebreed), lanzó el EP Return to Death Row. El sonido es más agresivo, más moderno, con tintes de groove y death metal, pero siempre manteniendo ese poder vocal que lo caracteriza. Canciones como “Embattled” o “Die While We’re Alive” muestran a un Ripper que no necesita mirar atrás.

Hoy gira por el mundo presentando sus propios temas, repasando su carrera o rindiendo tributo a los clásicos. No importa si canta frente a 5 mil personas o en un bar perdido en algún rincón del planeta para 300. Siempre entrega todo. Porque ese fan que cantaba en una banda tributo todavía vive dentro de él

Tim “Ripper” Owens es la prueba viviente de que los sueños imposibles a veces se cumplen. Pero también es el ejemplo de que, una vez alcanzada la cima, hay que seguir trepando. Su historia no es solo la del fan que reemplazó a su ídolo: es la del músico que construyó una carrera inquebrantable, basada en la pasión, la versatilidad y el amor por el metal en todas sus formas.

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Especial Tim “Ripper” Owens: “De Fan a Leyenda”
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Hay historias que parecen inventadas y la de Tim “Ripper” Owens es una de ellas. Aquel muchacho oriundo de Ohio (EEUU), fanático de Judas Priest, que pasaba sus días trabajando en una carnicería y sus noches imitando a Rob Halford en una banda tributo. Un día, sin buscarlo, sin esperarlo, cumplió el sueño imposible: reemplazar a su ídolo en una de las bandas más grandes del heavy metal.

Pero el verdadero mérito de Owens no fue haber llegado hasta ahí. Fue lo que hizo después. Cómo se reinventó, cómo persistió, cómo terminó construyendo una carrera propia que hoy lo ubica como uno de los vocalistas más activos y versátiles del género.

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En 1996, Judas Priest buscaba vocalista tras la salida de Halford. Lo que parecía una búsqueda titánica terminó con un video de una banda tributo que llegó a las manos correctas. Cuando Glenn Tipton y K.K. Downing lo escucharon, no lo podían creer. ¿Un tipo que no solo cantaba como Halford, sino que además tenía presencia escénica?. Owens fue convocado, y pasó de cantar en bares de Ohio a girar por el mundo con sus ídolos.

Con la gloriosa JP grabó dos discos de estudio: Jugulator (1997) y Demolition (2001). Ambos marcaron un cambio brusco en el sonido de la banda: riffs más pesados, una atmósfera más oscura y un Ripper que no intentaba ser Halford, sino proponer lo suyo. La recepción fue mixta. Algunos fans nunca terminaron de aceptarlo, otros lo vieron como un soplo de aire fresco. Lo cierto es que su interpretación en “Bullet Train” fue tan demoledora que le valió una nominación al Grammy en 1999.

Además, quedó registrado en dos discos en vivo —98 Live Meltdown y Live in London— y un DVD que muestra su poder escénico y su habilidad para revivir los clásicos sin caer en la imitación. Aun así, la sombra de Halford fue demasiado grande. En 2003, el Metal God volvió a la banda, y Ripper quedó en el recuerdo.

Pero su historia había ido más allá de la música. Su llegada a Judas inspiró la película Rock Star (2001), protagonizada por Mark Wahlberg. Si bien el guion fue modificado y Judas se desvinculó del proyecto, la idea original era clara: un fan que reemplaza a su ídolo. La película fue un fracaso de taquilla, pero con el tiempo se volvió una joya de culto, especialmente para quienes conocen la verdadera historia detrás.

Casi dos décadas después de su salida de Judas, el destino volvió a reunir a Owens con K.K. Downing. En 2020, el legendario guitarrista decidió regresar al ruedo con un nuevo proyecto: KK’s Priest. Y no dudó en convocar a Tim para ocupar el puesto de vocalista. La química seguía intacta, pero esta vez había una diferencia clave: ya no estaban reemplazando a nadie, estaban creando algo propio.

El debut llegó en 2021 con Sermons of the Sinner, un álbum directo, nostálgico y con alma puramente metalera. Ripper sonó más afilado que nunca, y K.K. demostró que todavía tenía riffs para repartir. En 2023 redoblaron la apuesta con The Sinner Rides Again, un disco más agresivo, más compacto y con una producción a la altura de las circunstancias. Temas como “Reap the Whirlwind” o “Strike of the Viper” muestran a una dupla que no tiene nada que envidiarle a los nombres históricos.

Lo más interesante de KK’s Priest es que funciona tanto como homenaje como declaración de independencia. No son Judas Priest 2.0, sino una banda con identidad propia, pero sin renegar de su pasado. Y Ripper, lejos de ser “el reemplazante”, demuestra ser un frontman absoluto.

Para muchos, quedar fuera de Judas Priest habría significado el final. Para Owens, fue solo el comienzo de algo nuevo. En agosto del 2003 se sumó a Iced Earth, una de las bandas más importantes del power metal estadounidense. Con ellos grabó The Glorious Burden, un disco épico, cargado de dramatismo y patriotismo, donde Ripper se lució especialmente en la trilogía sobre Gettysburg. Luego vendría Framing Armageddon (2007), donde nuevamente demostró su capacidad para adaptarse a composiciones complejas y narrativas.

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