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Fires of Alba 2025: “Escocia Arde Bajo el Ritual Nocturno”
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La segunda edición del Fires of Alba, celebrada el pasado 5 de julio de 2025 en The Classic Grand, se anunciaba como un encuentro sagrado entre las distintas vertientes del black metal contemporáneo. Organizado por Red Crust Promotions, el evento no solo buscaba consolidar su lugar en la escena extrema del Reino Unido, sino también trazar un puente espiritual entre la estirpe escocesa y el abismo global. A lo largo de siete actuaciones intensas, el festival fue una demostración de diversidad estilística, compromiso emocional y poder escénico.

Desde los primeros acordes, el aura fue solemne. Las cortinas negras, el juego de luces frías y las velas dispersas en el escenario parecían anunciar algo más que una simple serie de conciertos: una procesión colectiva a través de la oscuridad.

Dreich: el dolor como ofrenda

Con puntualidad ritual, Dreich fue la banda encargada de abrir la noche. Lejos de limitarse a calentar motores, su presentación fue una clase maestra de Depressive Suicidal Black Metal, con un enfoque tan visceral como introspectivo. El sonido fue crudo, pero no carente de profundidad: los riffs lacerantes, las voces llenas de angustia existencial y una sección rítmica que oscilaba entre la contención y el colapso emocional. El elemento escocés fue evidente, no solo en el acento melódico de ciertas progresiones, sino también en la forma en que el grupo abordó el sufrimiento: con una dignidad estoica, como quien ya ha hecho las paces con su tormento. Para los asistentes que llegaron temprano, fue un privilegio presenciar esa entrega: Dreich no fue solo una apertura, sino una declaración de intenciones.

Uir: mitología y trance

En segundo lugar se presentó Uir, banda que desde sus primeros pasos se ha caracterizado por su exploración de lo mítico y lo ceremonial. Su set fue envolvente, construido sobre capas de guitarras disonantes, secciones atmosféricas prolongadas y un uso preciso de silencios que intensificaban el drama sonoro. Uir creó un ambiente litúrgico que capturó la atención del público sin necesidad de palabras. Cada canción fue una invocación, una pieza de un rompecabezas místico que, al completarse, dejaba la sensación de haber sido testigo de un rito pagano. El aplauso final fue casi reverencial.

Terra: la profundidad como credo

El turno de Terra representó un giro hacia el black metal atmosférico más envolvente. Desde los primeros compases, su propuesta hipnótica se apoderó del ambiente. Conformado por tres músicos cuya comunicación escénica parecía telepática, el trío británico construyó murallas de sonido tan vastas como frágiles. Las canciones, de largo aliento, evolucionaban de forma orgánica, con pasajes que parecían flotar en el tiempo. La batería, siempre precisa, guiaba con firmeza mientras las guitarras tejían paisajes sonoros cargados de tensión. Terra no habló ni una palabra al público: dejaron que la música fuese su único canal de comunicación, y fue más que suficiente.

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Imperial Demonic: iconografía y fuego

El cuarto acto de la noche fue uno de los más impactantes, tanto en lo musical como en lo escénico. Imperial Demonic no se limitó a tocar: construyó un escenario simbólico, donde cada gesto, cada objeto, tenía una carga ritual. El vocalista emergió entre la penumbra portando un rosario de madera de tamaño colosal y un incensario humeante, marcando una atmósfera sagrada y transgresora al mismo tiempo. El setlist incluyó piezas de su EP Beneath the Crimson Eclipse, con ejecución impecable y un sonido pulido que se proyectó con fuerza sobre los presentes. Pero lo que hizo que su show fuese recordado fue la interacción constante con el público, que respondía con entusiasmo a cada gesto, a cada grito, a cada mirada. La sorpresa de la noche llegó cuando The Cuntess de Blood Countess fue invitada al escenario para compartir voces en uno de los temas. La química fue inmediata: una conjunción de fuerzas que desató una ovación general. Fue uno de esos momentos que definen un festival.

Blood Countess: carisma y oscuridad encarnada

La quinta banda en escena fue Blood Countess, que ya había dejado su marca en la primera edición del Fires of Alba. En esta ocasión, volvieron con una presencia escénica fortalecida y una confianza ganada a base de constancia. Desde los primeros acordes, quedó claro que son una banda en ascenso imparable. El carisma de The Cuntess, su líder y vocalista, fue el eje sobre el que giró todo el espectáculo. Vestida con un atuendo negro barroco y maquillada como una deidad vengativa, comandó al público con naturalidad y poder. Su voz, capaz de alternar entre la violencia y la seducción, fue el hilo conductor de un set cargado de teatralidad y furia. Blood Countess entregó una actuación visceral, pasional y medida, en la que cada canción fue una escena de un drama sangriento. Si en la edición anterior ya habían sorprendido, esta vez se consolidaron como uno de los nombres más importantes del black metal underground británico actual.

Necronautical: técnica y majestuosidad

Ya entrada la noche, fue el turno de Necronautical, una de las bandas más establecidas del cartel y con una reputación que los precede. Su presencia escénica fue elegante y precisa, como una maquinaria perfectamente engrasada que sabe exactamente cuándo y dónde golpear. El setlist incluyó piezas de “Apotheosis” y “Slain in the Spirit, y la ejecución fue impecable. Cada blast beat, cada cambio de tempo, cada transición melódica fue un ejemplo de virtuosismo al servicio del caos. El sonido, nítido y robusto, permitió apreciar cada matiz sin perder la sensación de embestida. Sin necesidad de muchos adornos visuales, Necronautical demostró que a veces la excelencia técnica puede ser tan impactante como una escenografía barroca. En vivo, su propuesta adquiere una fuerza monumental.

TAMBIEN TE PUEDE INTERESAR: Festival Summer Blast: “Noche de hardcore y resistencia”
Thy Light: el dolor hecho arte

El cierre de la noche estuvo a cargo de Thy Light, en lo que fue su debut en tierras escocesas. La expectativa era alta, y la banda no solo cumplió: superó todas las expectativas. Desde el inicio, con una pista instrumental que surgió entre penumbras, el escenario se transformó en un altar. Velas encendidas, luces cálidas, un silencio cargado de anticipación. Cuando los integrantes aparecieron, el ambiente ya estaba cargado de una emoción casi insoportable. Paolo, el creador del proyecto, emergió como un sacerdote doliente, su corpse paint reflejando la intensidad de cada nota. El set fue ejecutado a la perfección, con transiciones emocionales tan sutiles como devastadoras. Cada canción fue una inmersión en la tristeza, pero también una forma de catarsis compartida. La puesta en escena fue minuciosa, pensada al detalle: desde la iluminación hasta el vestuario, desde la secuencia de temas hasta los silencios entre ellos. Thy Light no ofrece un recital, ofrece una experiencia espiritual. Para muchos, fue el punto culminante de la noche, y con razón. No todos los días se puede asistir a un debut tan bien orquestado, tan profundamente conmovedor.

Conclusión: la llama sigue viva

A pesar de algunos pasajes donde The Classic Grand se sintió algo espacioso para la cantidad de asistentes, el sentimiento general fue de gratitud. Tal vez un venue más pequeño hubiera concentrado mejor la energía, pero eso no opacó lo esencial: la calidad de todas las bandas fue incuestionable, y el festival logró su objetivo. El Fires of Alba II fue más que un evento musical. Fue una peregrinación colectiva, una jornada de celebración y duelo, de furia y contemplación. Si algo quedó claro esa noche, es que Escocia está cada vez más presente en el mapa del black metal internacional, y que la llama que encendió este festival aún tiene mucho por arder. Ya esperamos, con ansiedad, la tercera edición del Fires of Alba. Porque mientras haya oscuridad, habrá quien la cante. Y en Glasgow, se canta con pasión, devoción y una entrega absoluta.

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Desde los primeros acordes, el aura fue solemne. Las cortinas negras, el juego de luces frías y las velas dispersas en el escenario parecían anunciar algo más que una simple serie de conciertos: una procesión colectiva a través de la oscuridad.

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Con puntualidad ritual, Dreich fue la banda encargada de abrir la noche. Lejos de limitarse a calentar motores, su presentación fue una clase maestra de Depressive Suicidal Black Metal, con un enfoque tan visceral como introspectivo. El sonido fue crudo, pero no carente de profundidad: los riffs lacerantes, las voces llenas de angustia existencial y una sección rítmica que oscilaba entre la contención y el colapso emocional. El elemento escocés fue evidente, no solo en el acento melódico de ciertas progresiones, sino también en la forma en que el grupo abordó el sufrimiento: con una dignidad estoica, como quien ya ha hecho las paces con su tormento. Para los asistentes que llegaron temprano, fue un privilegio presenciar esa entrega: Dreich no fue solo una apertura, sino una declaración de intenciones.

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En segundo lugar se presentó Uir, banda que desde sus primeros pasos se ha caracterizado por su exploración de lo mítico y lo ceremonial. Su set fue envolvente, construido sobre capas de guitarras disonantes, secciones atmosféricas prolongadas y un uso preciso de silencios que intensificaban el drama sonoro. Uir creó un ambiente litúrgico que capturó la atención del público sin necesidad de palabras. Cada canción fue una invocación, una pieza de un rompecabezas místico que, al completarse, dejaba la sensación de haber sido testigo de un rito pagano. El aplauso final fue casi reverencial.

Terra: la profundidad como credo

El turno de Terra representó un giro hacia el black metal atmosférico más envolvente. Desde los primeros compases, su propuesta hipnótica se apoderó del ambiente. Conformado por tres músicos cuya comunicación escénica parecía telepática, el trío británico construyó murallas de sonido tan vastas como frágiles. Las canciones, de largo aliento, evolucionaban de forma orgánica, con pasajes que parecían flotar en el tiempo. La batería, siempre precisa, guiaba con firmeza mientras las guitarras tejían paisajes sonoros cargados de tensión. Terra no habló ni una palabra al público: dejaron que la música fuese su único canal de comunicación, y fue más que suficiente.

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Blood Countess: carisma y oscuridad encarnada

La quinta banda en escena fue Blood Countess, que ya había dejado su marca en la primera edición del Fires of Alba. En esta ocasión, volvieron con una presencia escénica fortalecida y una confianza ganada a base de constancia. Desde los primeros acordes, quedó claro que son una banda en ascenso imparable. El carisma de The Cuntess, su líder y vocalista, fue el eje sobre el que giró todo el espectáculo. Vestida con un atuendo negro barroco y maquillada como una deidad vengativa, comandó al público con naturalidad y poder. Su voz, capaz de alternar entre la violencia y la seducción, fue el hilo conductor de un set cargado de teatralidad y furia. Blood Countess entregó una actuación visceral, pasional y medida, en la que cada canción fue una escena de un drama sangriento. Si en la edición anterior ya habían sorprendido, esta vez se consolidaron como uno de los nombres más importantes del black metal underground británico actual.

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Ya entrada la noche, fue el turno de Necronautical, una de las bandas más establecidas del cartel y con una reputación que los precede. Su presencia escénica fue elegante y precisa, como una maquinaria perfectamente engrasada que sabe exactamente cuándo y dónde golpear. El setlist incluyó piezas de “Apotheosis” y “Slain in the Spirit, y la ejecución fue impecable. Cada blast beat, cada cambio de tempo, cada transición melódica fue un ejemplo de virtuosismo al servicio del caos. El sonido, nítido y robusto, permitió apreciar cada matiz sin perder la sensación de embestida. Sin necesidad de muchos adornos visuales, Necronautical demostró que a veces la excelencia técnica puede ser tan impactante como una escenografía barroca. En vivo, su propuesta adquiere una fuerza monumental.

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A pesar de algunos pasajes donde The Classic Grand se sintió algo espacioso para la cantidad de asistentes, el sentimiento general fue de gratitud. Tal vez un venue más pequeño hubiera concentrado mejor la energía, pero eso no opacó lo esencial: la calidad de todas las bandas fue incuestionable, y el festival logró su objetivo. El Fires of Alba II fue más que un evento musical. Fue una peregrinación colectiva, una jornada de celebración y duelo, de furia y contemplación. Si algo quedó claro esa noche, es que Escocia está cada vez más presente en el mapa del black metal internacional, y que la llama que encendió este festival aún tiene mucho por arder. Ya esperamos, con ansiedad, la tercera edición del Fires of Alba. Porque mientras haya oscuridad, habrá quien la cante. Y en Glasgow, se canta con pasión, devoción y una entrega absoluta.

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