


Foto portada: Magnus Karms Blichfeldt
Muchas bandas con décadas de trayectoria sobreviven abusando del factor nostálgico, repitiendo fórmulas y giras con la esperanza de mantener viva una llama que hace tiempo dejó de arder. Tal es el caso de los pioneros del black metal noruego Gorgoroth, quienes no lanzan un disco desde hace diez años y han pasado el mismo tiempo girando con la excusa de “honrar su legado”. Lo que antes era provocación y oscuridad, hoy parece un ritual automatizado.
La fecha se llevó a cabo en Gimle, una sala acogedora y muy bien equipada, con capacidad para unas 400 personas, situada en Roskilde, antigua capital del reino danés. Un recinto ideal para la intimidad que propone este tipo de shows, aunque, en esta ocasión, la energía del lugar terminó contrastando con la frialdad de los protagonistas.
El evento comenzó con contratiempos. La primera banda en tocar, Carved Memories, canceló su presentación a último momento, lo que retrasó el inicio de la música media hora. A las 20:00, los mexicanos de Shemhamforash fueron los encargados de romper el hielo con una propuesta que mezclaba black metal con death metal, una combinación intensa pero difícil de ejecutar sin un sonido adecuado.
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Lamentablemente, el show no comenzó de la mejor manera. El audio rebotaba por la sala y se transformaba en una masa ininteligible. Si bien mejoró con el correr del set, nunca alcanzó un nivel completamente aceptable. A eso se sumaron los nervios de los músicos, perceptibles tanto en la ejecución como en la escasa interacción con el público. La primera canción sonó desprolija, aunque la banda logró recomponerse con el paso de los temas. El público, empático, respondió bien, quizás interpretando esa ansiedad inicial y apoyando a los artistas por su entrega sincera.
El set fue breve, de apenas 35 minutos, centrado en su más reciente trabajo Advent of the Black Flame, junto con algunos sencillos nuevos que formarán parte de su próximo álbum. A pesar de los inconvenientes técnicos, Shemhamforash dejó una buena impresión por su propuesta sólida y la energía que desplegaron sobre el escenario.
Tras veinte minutos de intervalo, los franceses de Bliss of Flesh tomaron el relevo y elevaron el nivel general de la noche. Desde el primer acorde se percibió una gran diferencia respecto a la banda anterior, especialmente en cuanto a cohesión y presencia escénica. Las luces acompañaban cada cambio de ritmo con precisión milimétrica, potenciando la atmósfera ritual y violenta de su música.
El sonido, sin ser perfecto, fue más equilibrado, aunque la guitarra líder sonaba un poco por encima del resto de los instrumentos. En cuanto a actitud, el grupo se mostró seguro y comunicativo, lo que contagió al público, que se agolpó frente al escenario entre movimientos de cabeza y gritos de aprobación. Para el cierre, el vocalista se colocó una corona de espinas y terminó el show arrojando hostias al público, un detalle teatral que encajó perfectamente con la estética blasfema de la banda.
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A las 22:15, las luces del recinto se tiñeron de rojo y un denso humo cubrió el escenario. Apenas se distinguían las siluetas de los músicos de Gorgoroth, que aparecieron como espectros en medio de la niebla. Este recurso visual se mantuvo durante casi todo el concierto, alternando luces rojas y blancas, generando un ambiente enigmático y opresivo. Sin embargo, más allá de la atmósfera, la escenografía fue pobre en comparación con producciones anteriores. En el pasado, la banda solía decorar el escenario con cabezas de ovejas, cruces y elementos rituales que reforzaban su identidad extrema. Esta vez, solo contaron con un telón de fondo que mostraba la tapa de su último trabajo Instinctus Bestialis, lanzado hace ya una década. Un detalle que reflejó, simbólicamente, la falta de renovación creativa del grupo.
En cuanto a la performance, la presentación careció de matices. Los músicos permanecieron casi inmóviles, concentrados en ejecutar las canciones con precisión quirúrgica. El único que mostró algo de energía fue Hoest, vocalista en vivo de la banda y conocido líder de Taake. Su presencia escénica salvó al concierto de caer en la monotonía total, aunque se lo notó menos comunicativo que en los shows de su proyecto principal.
El sonido fue muy similar al de los discos de estudio: una batería poderosa y trigueada, muy al frente; la voz clara y dominante; y las guitarras y el bajo más atrás, algo difuminados en la mezcla. Personalmente, hubiera preferido que las guitarras tuvieran mayor presencia, ya que los riffs de Gorgoroth son parte esencial de su identidad. Sin embargo, Infernus, guitarrista y líder histórico del grupo, parece preferir ese sonido más crudo y desprolijo, fiel a los orígenes del género.
El setlist fue casi idéntico al que vienen interpretando desde hace diez años, con apenas una variación. Incluyó clásicos imprescindibles como “Gorgoroth”, “Revelation of Doom” y “Incipit Satan”, pero también momentos más flojos con temas como “Cleansing Fire” o “Kala Brahman”, que funcionaron como relleno.
Tras 55 minutos exactos, la banda se retiró sin despedirse ni interactuar con el público, fiel al espíritu misántropo del black metal.
En resumen, fue un concierto disfrutable, pero carente de emoción. Gorgoroth continúa ofreciendo shows técnicamente correctos, pero sin alma, movidos por la inercia y la necesidad de mantener su nombre vigente más que por un impulso artístico genuino. La frialdad, la falta de innovación y la repetición del mismo repertorio durante una década son señales claras de una banda que vive del eco de su propio mito.
Etiquetas: Black Metal, Blackened Death Metal, Bliss of Flesh, Carved Memories, Gimle, Gorgoroth, Infernus, Roskilde, Shemhamforash, True Norwegian Black Metal


Foto portada: Magnus Karms Blichfeldt
Muchas bandas con décadas de trayectoria sobreviven abusando del factor nostálgico, repitiendo fórmulas y giras con la esperanza de mantener viva una llama que hace tiempo dejó de arder. Tal es el caso de los pioneros del black metal noruego Gorgoroth, quienes no lanzan un disco desde hace diez años y han pasado el mismo tiempo girando con la excusa de “honrar su legado”. Lo que antes era provocación y oscuridad, hoy parece un ritual automatizado.
La fecha se llevó a cabo en Gimle, una sala acogedora y muy bien equipada, con capacidad para unas 400 personas, situada en Roskilde, antigua capital del reino danés. Un recinto ideal para la intimidad que propone este tipo de shows, aunque, en esta ocasión, la energía del lugar terminó contrastando con la frialdad de los protagonistas.
El evento comenzó con contratiempos. La primera banda en tocar, Carved Memories, canceló su presentación a último momento, lo que retrasó el inicio de la música media hora. A las 20:00, los mexicanos de Shemhamforash fueron los encargados de romper el hielo con una propuesta que mezclaba black metal con death metal, una combinación intensa pero difícil de ejecutar sin un sonido adecuado.
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Lamentablemente, el show no comenzó de la mejor manera. El audio rebotaba por la sala y se transformaba en una masa ininteligible. Si bien mejoró con el correr del set, nunca alcanzó un nivel completamente aceptable. A eso se sumaron los nervios de los músicos, perceptibles tanto en la ejecución como en la escasa interacción con el público. La primera canción sonó desprolija, aunque la banda logró recomponerse con el paso de los temas. El público, empático, respondió bien, quizás interpretando esa ansiedad inicial y apoyando a los artistas por su entrega sincera.
El set fue breve, de apenas 35 minutos, centrado en su más reciente trabajo Advent of the Black Flame, junto con algunos sencillos nuevos que formarán parte de su próximo álbum. A pesar de los inconvenientes técnicos, Shemhamforash dejó una buena impresión por su propuesta sólida y la energía que desplegaron sobre el escenario.
Tras veinte minutos de intervalo, los franceses de Bliss of Flesh tomaron el relevo y elevaron el nivel general de la noche. Desde el primer acorde se percibió una gran diferencia respecto a la banda anterior, especialmente en cuanto a cohesión y presencia escénica. Las luces acompañaban cada cambio de ritmo con precisión milimétrica, potenciando la atmósfera ritual y violenta de su música.
El sonido, sin ser perfecto, fue más equilibrado, aunque la guitarra líder sonaba un poco por encima del resto de los instrumentos. En cuanto a actitud, el grupo se mostró seguro y comunicativo, lo que contagió al público, que se agolpó frente al escenario entre movimientos de cabeza y gritos de aprobación. Para el cierre, el vocalista se colocó una corona de espinas y terminó el show arrojando hostias al público, un detalle teatral que encajó perfectamente con la estética blasfema de la banda.
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A las 22:15, las luces del recinto se tiñeron de rojo y un denso humo cubrió el escenario. Apenas se distinguían las siluetas de los músicos de Gorgoroth, que aparecieron como espectros en medio de la niebla. Este recurso visual se mantuvo durante casi todo el concierto, alternando luces rojas y blancas, generando un ambiente enigmático y opresivo. Sin embargo, más allá de la atmósfera, la escenografía fue pobre en comparación con producciones anteriores. En el pasado, la banda solía decorar el escenario con cabezas de ovejas, cruces y elementos rituales que reforzaban su identidad extrema. Esta vez, solo contaron con un telón de fondo que mostraba la tapa de su último trabajo Instinctus Bestialis, lanzado hace ya una década. Un detalle que reflejó, simbólicamente, la falta de renovación creativa del grupo.
En cuanto a la performance, la presentación careció de matices. Los músicos permanecieron casi inmóviles, concentrados en ejecutar las canciones con precisión quirúrgica. El único que mostró algo de energía fue Hoest, vocalista en vivo de la banda y conocido líder de Taake. Su presencia escénica salvó al concierto de caer en la monotonía total, aunque se lo notó menos comunicativo que en los shows de su proyecto principal.
El sonido fue muy similar al de los discos de estudio: una batería poderosa y trigueada, muy al frente; la voz clara y dominante; y las guitarras y el bajo más atrás, algo difuminados en la mezcla. Personalmente, hubiera preferido que las guitarras tuvieran mayor presencia, ya que los riffs de Gorgoroth son parte esencial de su identidad. Sin embargo, Infernus, guitarrista y líder histórico del grupo, parece preferir ese sonido más crudo y desprolijo, fiel a los orígenes del género.
El setlist fue casi idéntico al que vienen interpretando desde hace diez años, con apenas una variación. Incluyó clásicos imprescindibles como “Gorgoroth”, “Revelation of Doom” y “Incipit Satan”, pero también momentos más flojos con temas como “Cleansing Fire” o “Kala Brahman”, que funcionaron como relleno.
Tras 55 minutos exactos, la banda se retiró sin despedirse ni interactuar con el público, fiel al espíritu misántropo del black metal.
En resumen, fue un concierto disfrutable, pero carente de emoción. Gorgoroth continúa ofreciendo shows técnicamente correctos, pero sin alma, movidos por la inercia y la necesidad de mantener su nombre vigente más que por un impulso artístico genuino. La frialdad, la falta de innovación y la repetición del mismo repertorio durante una década son señales claras de una banda que vive del eco de su propio mito.
Etiquetas: Black Metal, Blackened Death Metal, Bliss of Flesh, Carved Memories, Gimle, Gorgoroth, Infernus, Roskilde, Shemhamforash, True Norwegian Black Metal




